Historias, Polibio – Libro trigésimo séptimo

Historias, por Polibio de Megalópolis - Tomo III - Libro 37. Obra pionera de la Historia universal escrita alrededor del año 140 a.C.

Historias

Polibio de Megalópolis

Las Historias, también llamadas Historia universal bajo la República romana, es la obra máxima del historiador griego Polibio de Megalópolis (203 – 120 a. C.). Junto a Tucídides, Polibio fue uno de los primeros historiadores en escribir sobre sucesos históricos como un fenómeno meramente humano, ignorando el accionar de los dioses. Las Historias son un trabajo pionero de la Historia universal, abarcando los acontecimientos ocurridos en los pueblos mediterráneos entre el año 264 a.C. hasta el año 146 a.C. (y más específicamente entre los años 220 a.C. a 167 a.C.). Exactamente el período en el cual Roma derrota a Cartago y se vuelve una potencia marítima y militar en el Mediterráneo. La obra, que fue preservada a lo largo de los siglos en una biblioteca bizantina, se divide en tres tomos y cuarenta libros, algunos de los cuales han llegado incompletos hasta nuestros días.

Historias

Tomo I (Libros 1 a 4)

Tomo II (Libros 5 a 14)

Tomo III (Libros 15 a 40)
Libro 15Libro 16Libro 17Libro 18Libro 19Libro 20Libro 21Libro 22Libro 23Libro 24Libro 25Libro 26Libro 27Libro 28Libro 29Libro 30Libro 31Libro 32Libro 33Libro 34Libro 35Libro 36Libro 37Libro 38Libro 39Libro 40


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Libro trigésimo séptimo

Capítulo primero

Museo.

Museo es un lugar de Macedonia, próximo a Olimpia

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Capítulo II

Los prienios.

Acaeció por entonces a los prienios una desgracia verdaderamente extraña. Mientras Holofernes era dueño de Capadocia, depositó en Priena una suma de cuatrocientos talentos, y al ser Ariarates restaurado en el trono, pidió esta cantidad. Los prienios se negaron a entregarla por un motivo que me parece justo, cual era que mientras viviese Holofernes no debían disponer del depósito que les había confiado. Efectivamente, muchas personas censuraban a Ariarates su decisión de exigir lo que no era suyo, porque limitándose a pedir la suma para ver si se la entregaban, pudiera excusar la petición manifestando que aquella cantidad pertenecía al reino; pero hizo muy mal en irritarse contra la ciudad depositaria y exigirla con violencia. A tal exceso llevó su arrebato, que hizo saquear el territorio de Priena, siguiendo el mal consejo que por algunas cuestiones que tuvo con esta ciudad le dio Attalo, quien además le ayudó a realizarlo. Hasta en las puertas de la ciudad fueron degollados en montón hombres y animales. Sin elementos para defenderse, los prienos pidieron primero ayuda a Rodas y después a Roma, pero no cedió Ariarates, y lejos de sacar Priena el provecho que esperaba de aquella gran suma, tras devolverla a Holofernes tuvo que sufrir las consecuencias de la injusta venganza de Ariarates, que llevó su cólera a mayor extremo que Antífanes de Bergea, no siendo fácil ver cosa igual a nuestros más remotos descendientes.


Capítulo III

Prusias.

Ni por el cuerpo ni por el espíritu destacaba este príncipe. Como estatura parecía un medio hombre, y por el valor y corazón, una mujer. No sólo era tímido, sino endeble e incapaz del trabajo; en una palabra, afeminado de cuerpo y alma, defectos que en todas partes desagradan en los reyes, y mucho más en Bitinia. Las bellas letras, la filosofía y demás ciencias relacionadas con ellas, le eran perfectamente desconocidas, y no tenía idea alguna de lo bello y de lo honesto. Noche y día vivía como verdadero Sardanápalo, y por ello sus súbditos, al primer rayo de esperanza que vieron, lanzáronse impetuosos contra él para castigarle por la forma en que los había gobernado.


Capítulo IV

Massinisa, rey de los númidas.

Fue este príncipe en nuestro siglo el más cumplido y feliz. Su reinado pasó de sesenta años, y falleció a los noventa, conservando hasta el último momento perfecta salud y tanta robustez, que cuando precisaba permanecer de pie lo estaba todo un día sin cambiar de lugar, y una vez sentado, no se levantaba antes de la noche. Sin molestia pasaba, cuando era necesario, día y noche a caballo. Prueba manifiesta de su fuerza es que, muriendo nonagenario, dejó un hijo de cuatro años llamado Stembalo, que fue adoptado por Micipsa. Tuvo además otros cuatro hijos tan estrechamente unidos a él y entre sí, que ningún disgusto doméstico turbó el reposo de su reino. Admirable es en este rey haber logrado que la Numidia, que antes nada producía, creyéndosela estéril, diera todos los frutos que cualquier otra comarca. No se pueden enumerar los árboles que hizo plantar, y que le proporcionaban toda clase de frutos, y nada más justo que alabar a este rey y honrar su memoria. Llegó Escipión a Cirta tres días después de la muerte de Massinisa, y ordenó los asuntos de la sucesión.


Capítulo V

Fallecimiento de Massinisa.

«Refiere Polibio que Massinisa falleció a los noventa años, dejando un hijo de cuatro años de edad. Poco antes de su muerte, tras la batalla en que venció a los cartagineses, se le vio a la puerta de su tienda comiendo un pedazo de pan negro, y preguntándole alguno por qué hacía esto, contestó, que porque quería con ello

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Capítulo VI

Sobre los discursos de los hombres de Estado.

Tal vez nos preguntes por qué no hemos incluido en nuestra historia los discursos de los hombres de Estado, rica materia y cosa importante que no descuidaron otros historiadores, distribuyéndolos en sus obras. En varios lugares de mi historia he demostrado no desdeñar esta costumbre, incluyendo discursos de hombres políticos y arengas de generales; pero en tesis general prefiero sin empeño de imponerla, mi forma de escribir la historia. No existe sin duda materia más rica brillante y fácil de encontrar, ni que sea más familiar pero así como creo que los hombres políticos no deben dedicarse a hacer en todos casos pomposas disertaciones de igual modo no conviene a los historiadores reproducir cuantas frases oyen o recogen, ni hacer gala de recursos literarios, sino descubrir lo que verdaderamente se ha dicho y referido, escogiendo lo más oportuno e importante.


Capítulo VII

Rumores sobre distintas cuestiones.

Infinitos rumores corrieron respecto a los cartagineses cuando los romanos les hicieron la guerra y relativos al falso Filipo y a los griegos en general. Los asuntos de Cartago sufrieron muchas variaciones: manifestaban unos, para justificar su inclinación a los romanos, que las ideas de éstos respecto al gobierno eran excelentes; vencer al fin el peligro que con frecuencia les había amenazado; destruir una ciudad que luchó varias veces por el imperio del mundo y que aun podía luchar, era el medio de asegurar la superioridad de su patria. Así opinaban los hombres sensatos y de alteza de miras.Respondían algunos que no era tal su intención al adquirir el imperio, mas que insensiblemente se inclinaban al sistema invasor de Atenas y Lacedemonia, marchando con paso lento pero seguro a la realización de su empresa. ¿No guerrearon mientras hubo enemigos que vencer para imponerles su voluntad, sus condiciones y sus órdenes? He aquí el prólogo de una política que condujo a la ruina de Perseo y usurpación del reino de Macedonia y que producía ahora la conquista de Cartago. Nadie se libró de su poder, lo cual prueba que tenían un plan severo e inflexible y que estaban resueltos a sufrirlo todo y emprenderlo todo por llevarlo a cabo.

Otros decían que Roma era una nación puramente guerrera y poseedora de una virtud que debía granjearle el respeto de todos; es decir, que hacía la guerra francamente y no por emboscadas y sorpresas tenebrosas, desdeñando todo lo que era ardid y engaño, y no aliándose sino a los que, como ellos, miraban de frente el peligro, mientras los cartagineses todo lo hacen por engaños y estratagemas, presentándose u ocultándose según les conviene, hasta que pierden la esperanza de que los aliados les socorran: cosa más propia de una política monárquica que de la política romana, y que mejor merece el nombre de perfidia y de verdadera ruina. A esto se contestaba que si los cartagineses antes de efectuar el tratado obraron como se ha dicho, responsables eran de los cargos que se les hacían; que si después de entregarse a merced de los romanos (Aquí existe una laguna en el texto) cosa casi impía…Que se llamaba impiedad la ofensa hecha a los dioses, a los padres y a los muertos, y mala fe la no observancia de los tratados y convenios… (Nuevas lagunas en el texto.) Que los romanos no eran culpables, porque no faltaban al respeto a los dioses, a los antepasados o a los muertos, ni violan los tratados ni las palabras dadas; imputando, por el contrario, este crimen a los cartagineses, sin trasgresión por su parte de las leyes, los derechos y los deberes de la conciencia; que después de dictar condiciones de buen grado aceptadas, veíanse obligados por la mala fe a imponerlas tan duras como las necesidades exigían. He aquí lo que se decía de cartagineses y romanos.

Por lo que toca al falso Filipo, lo que en un principio se dijo no era admisible. Existía en Macedonia un falso Filipo que despreciaba por igual a romanos y macedonios, sin tener medios razonables de acción, porque se sabía que el verdadero Filipo murió en Alba (Italia) a los dieciocho años de edad, y dos después que Perseo. A los tres o cuatro meses llegó la noticia de que había derrotado a los macedonios cerca de Strimon en Odomántica, y unos la creyeron, pero la mayoría no le dio crédito, y cuando poco después se supo que los macedonios habían sido nuevamente vencidos, que Filipo ocupaba toda la Macedonia, y que los tesalianos enviaron cartas y embajadores a los aqueos pidiéndoles ayuda y alianza contra este nuevo peligro, gritaron: «prodigio », porque tales rumores ni eran ciertos ni verosímiles.


Capítulo VIII

Misivas de Manilio.- Misión de Polibio el Megalopolitano.

Recibieron los aqueos en el Peloponeso misivas de Manilio que les aconsejaba enviar inmediatamente a Lilibea a Polibio el Megalopolitano que era muy necesario para los asuntos públicos, y los aqueos atendieron el deseo del cónsul. Por mi parte, opinando que les convenía obedecer en todo a los romanos, dejé a un lado mis asuntos y me embarqué; pero al llegar a Corcira recibí nuevas cartas de los cónsules manifestando que los cartagineses habían entregado ya los rehenes y se hallaban dispuestos a la obediencia. Juzgué acabada la guerra, creí que ya no me necesitaban.

No debe sorprender que algunas veces me cite en mi historia, por haber intervenido personalmente en los muchos acaecimientos que relato. Alguien creerá erróneamente que, en vez de serme penoso hablar sin cesar de mí, aprovecho las circunstancias para hacerlo y en verdad las evito, nombrándome cuando no se puede en otra forma referir los hechos.


Capítulo IX

Manifestaciones populares contra el recuerdo de Calícratos.

Derribáronse las estatuas de Calícratos y restauráronse las de Licortas cuando éste subió al poder, por cuya mutación todo el mundo dijo que no conviene en días de prosperidad dañar a nadie, sabiendo que la fortuna se complace en derribar desde lo más alto de su ambición a los ambiciosos

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La raza humana es grandemente aficionada a novedades y cambios.


Capítulo X

Embajadores romanos.

Despacharon embajadores los romanos para censurar a Nicomedes su expedición, e impedir a Attalo que hiciese la guerra a Prusias, y los elegidos fueron Marco Licinio, gotoso que no podía moverse, Metelo Maucino, que desde que recibió el golpe de una teja en la cabeza se hallaba tan mal de salud que desesperaban de curarle, y Lucio Maleolo, el más insensible tal vez de los romanos. Como la misión exigía rapidez y audacia, los elegidos no parecieron a propósito, y por esto declaró Marco Porcio Catón, en pleno Senado, que necesariamente sería muerto Prusias, y que Nicomedes envejecería tranquilo en el trono; porque ¿qué se podía esperar de una embajada a la que faltaban pies, cabeza y corazón?


Capítulo XI

Sobre la apelación a los dioses.

Por mi parte, diré lo que opino en cuanto lo permite el género de mi trabajo. Cuando es difícil o imposible a nosotros, débiles mortales, encontrar la causa de un acontecimiento, se puede recurrir a un dios o a la fortuna, como, por ejemplo, sucede con las lluvias o sequedad continua que destruyen los productos de la tierra, con las epidemias y otros fenómenos cuyas causas no se descubren fácilmente. En un conflicto de esta clase rogamos, sacrificamos, preguntamos a los dioses lo que es preciso decir o hacer para alivio de nuestros males; mas cuando es fácil conocer el origen de un acaecimiento, no creo útil la intervención de los dioses.

Refiérome a lo ocurrido últimamente en Grecia, donde, por ignorancia y falta de hombres, las ciudades quedaron despobladas y hambrientas sin epidemias ni largas guerras. Si alguno en esta ocasión hubiese aconsejado preguntar a los dioses lo que era necesario decir o hacer para mejorar nuestra situación y repoblar las ciudades, el consejo pareciera seguramente extraño, siendo conocida la causa del mal y el medio de repararla. Entregados los hombres a la pereza, la cobardía y el libertinaje, ni querían casarse ni criar a sus hijos nacidos fuera de matrimonio, guardando a lo más uno o dos para dejarles ricos y afortunados. Esta era la causa del mal. Si los dos hijos por guerra o enfermedad morían, aunque sólo fuera uno la casa quedaba desierta, y como las colmenas sin abejas las ciudades carecían de fuerza. No es preciso pedir a los dioses los medios necesarios para remediar el mal, pues cualquiera dirá: ¿Por qué vosotros que tenéis leyes obligatorias, no educáis a vuestros hijos? No a magos o adivinos, a la razón hay que consultar en tales casos. Respecto a las cosas cuya causa ni se ve ni se comprende puede referirse lo que aconteció a los macedonios. Recibieron éstos de los romanos grandes beneficios Primeramente, en asuntos públicos les libraron de sus magistraturas y en los privados de la crueldad… de la ruina… y de las empresas del falso Filipo… Los macedonios, primero a las órdenes de Demetrio y después a las de Perseo, combatieron a los romanos y fueron derrotados, y con un hombre sin medios, por cuyo trono peleaban, resultaron vencedores. ¿Cómo puede esto explicarse? La causa es impenetrable, y cabe achacarla al destino y a la cólera de los dioses irritados contra Macedonia. Evidentemente se puede decir esto…