Historias, Polibio – Libro vigésimo octavo

Historias, por Polibio de Megalópolis - Tomo III - Libro 28. Obra pionera de la Historia universal escrita alrededor del año 140 a.C.

Historias

Polibio de Megalópolis

Las Historias, también llamadas Historia universal bajo la República romana, es la obra máxima del historiador griego Polibio de Megalópolis (203 – 120 a. C.). Junto a Tucídides, Polibio fue uno de los primeros historiadores en escribir sobre sucesos históricos como un fenómeno meramente humano, ignorando el accionar de los dioses. Las Historias son un trabajo pionero de la Historia universal, abarcando los acontecimientos ocurridos en los pueblos mediterráneos entre el año 264 a.C. hasta el año 146 a.C. (y más específicamente entre los años 220 a.C. a 167 a.C.). Exactamente el período en el cual Roma derrota a Cartago y se vuelve una potencia marítima y militar en el Mediterráneo. La obra, que fue preservada a lo largo de los siglos en una biblioteca bizantina, se divide en tres tomos y cuarenta libros, algunos de los cuales han llegado incompletos hasta nuestros días.

Historias

Tomo I (Libros 1 a 4)

Tomo II (Libros 5 a 14)

Tomo III (Libros 15 a 40)
Libro 15Libro 16Libro 17Libro 18Libro 19Libro 20Libro 21Libro 22Libro 23Libro 24Libro 25Libro 26Libro 27Libro 28Libro 29Libro 30Libro 31Libro 32Libro 33Libro 34Libro 35Libro 36Libro 37Libro 38Libro 39Libro 40


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Libro vigésimo octavo

Capítulo primero

Antíoco y Ptolomeo despachan embajadores al Senado romano.

Al iniciarse la guerra por la Celesiria, ambos reyes despacharon embajadores a Roma. Los de Antíoco fueron Meleagro, Sosifanes y Heráclidas; los de Ptolomeo, Timoteo y Damón. Conviene advertir que Antíoco era dueño de la Celesiria y de Fenicia desde que su padre venció en las proximidades de Panium, a los generales de Ptolomeo, y, como países conquistados, los creía suyos con justo derecho. Ptolomeo, por su parte los reivindicaba, pretendiendo que el primer Antíoco los invadió injustamente durante la minoría de su padre. Tenían, pues, orden los embajadores de Antíoco de demostrar al Senado que Ptolomeo cometía notoria injusticia al entrar en guerra en la Celesiria, y los de Ptolomeo de renovar con los romanos los antiguos tratados de alianza, procurar la paz con Perseo, y, sobre todo, observar lo que dijeran en Roma los de Antíoco. Nada hablaron de la paz, porque Marcelo Emilio les aconsejó no mezclarse en este asunto, pero renovaron los tratados de alianza, y recibidas las contestaciones que deseaban, regresaron a Alejandría. A los embajadores de Antíoco se les respondió que el Senado permitiría a Quinto Marcio escribir a Ptolomeo según su probidad y los intereses del pueblo romano la aconsejaran.


Capítulo II

Embajada de los rodios a Roma para renovar la alianza y conseguir permiso de transportar trigo.

Finalizando el verano Hegesiloco, Nicágoras y Nicandro fueron a Roma en representación de los rodios para renovar la alianza y solicitar permiso de transportar trigo. Tenían además orden de justificar a los rodios de las murmuraciones de que eran objeto, por no ignorar nadie que existían en Rodas intestinas cuestiones; que Agatagetes, Filofrón y Rodofón eran del partido afecto a los romanos, y Dinón y Poliarates del de Perseo y los macedonios. De aquí las disputas y contrarias opiniones en los debates, que servían de pretexto a los mal intencionados para acriminar a los rodios. Todo lo conocía el Senado, pero fingió ignorarlo y permitió a los rodios llevar a su tierra cien mil medimnos de trigo de Sicilia, portándose de igual forma con los demás griegos que habían ido a Roma y que eran afectos a los romanos.


Capítulo III

Solicitado por Cayo Popilio reúnen los aqueos el Consejo.- Se le concede igual prerrogativa en Termes, Etolia.- División en este último Consejo.- Deliberación de los aqueos acerca de la embajada de los romanos.- Archón es elegido pretor y Polibio general de la caballería.- Pide Attalo a los aqueos que se restauren las estatuas erigidas a su hermano Eumeno.

Aulo Hostilio, que había establecido cuarteles de invierno en Tesalia, despachó como embajadores a todas las ciudades de Grecia a Cayo Popilio y a Cneo Octavio, quienes penetraron primero en Tebas, alabando mucho a los ciudadanos y aconsejándoles que continuaran fieles a la amistad con el pueblo romano. Recorrieron en seguida las ciudades del Peloponeso, ponderando en todas ellas la bondad y moderación del Senado, y citando en prueba de ello el último senatusconsulto en favor de los griegos. Advertíase por sus discursos que conocían perfectamente en cada ciudad a los que no eran partidarios de los romanos y a quienes les eran sinceramente adictos, y se notaba además que para ellos la tibieza en defender sus intereses equivalía a la enemistad; de forma que no se sabía a qué medidas acudir para evitar conflictos. Corrió el rumor de que en el Consejo celebrado en Egium, a petición de estos embajadores, acusarían y convencerían a Licortas, Archón y Polibio de combatir los proyectos de los romanos, y que si no se malquistaban inmediatamente con los citados aqueos no sería por mansedumbre de carácter, sino por aguardar algún incidente que les diera ocasión a ello. No hubo pretexto razonable y nada hicieron, limitándose a aconsejar atentamente a los aqueos que permanecieran fieles a la República, y trasladándose en seguida a Etolia.

Nueva asamblea fue convocada en Termes, donde pronunciaron largo discurso, que resultó pacífica y suave exhortación. Su objeto en ella era solicitar rehenes a los etolios, y a su llegada al Consejo levantóse Proandro, detalló algunos servicios que había hecho a los romanos y acriminó a los que no le ayudaron en este asunto. Sabía Popilio que aquel hombre era enemigo de Roma, pero no dejó por ello de elogiar y aplaudir cuanto había dicho. Licisco usó en seguida de la palabra, y sin nombrar a nadie en la acusación que intentó, hizo sospechar de muchos. Manifestó que los romanos habían obrado con prudencia al llevarse a Roma los principales etolios (aludía a Eupolemo y Nicandro), pero que aun quedaban en Etolia gentes contrarias a sus proyectos, que obraban de concierto, con aquellos y contra quienes era preciso tomar iguales precauciones, a menos que dieran sus hijos en rehenes. La acusación caía directamente sobre Arquidamas y Pantaleón; éste censuró en breves frases la baja y vergonzosa adulación de Licisco, y dirigiéndose a Toas, de quien sospechaba ser autor de tales calumnias, con tanto más motivo cuanto que, aparentemente se trataban bien, le recordó lo sucedido en el transcurso de la guerra con Antíoco, en que, entregado a los romanos, recobró la libertad por intervención suya y de Nicandro, a quienes debió tan gran bien cuando menos lo esperaba; y tanto horror supo inspirar al pueblo hacia la ingratitud de Toas, que fue a éste imposible pronunciar dos palabras sin que le interrumpieran, y sufrió una lluvia de piedras. Quejóse Popilio de esta violencia, pero no habló de rehenes y se embarcó con su colega para penetrar en Acarnania, dejando a Etolia perturbada por recíprocas sospechas, que fueron causa de rebeliones.

El paso de los embajadores por Acarnania hizo pensar a los griegos que el asunto merecía seria atención, reuniéndose en asamblea los que estaban de acuerdo sobre el gobierno, que eran Arcesilao, Aristón de Megalópolis, Stracio de Trittea, Jenón de Patara, y Apolonidas de Sciona. En esta asamblea defendió Licortas su primitiva opinión de que era necesario guardar entre Perseo y los romanos perfecta neutralidad, no conviniendo a los griegos apoyar a ninguno de los contendientes, porque el vencedor llegaría a tener formidable poder y era peligroso obrar contra cualquiera de ellos, ya que en asuntos de Estado se habían atrevido a oponerse a muchos romanos de alto rango. Apolonidas y Stratón convinieron en que la ocasión no era oportuna para declararse contra Roma; pero, en su sentir, debían oponerse abiertamente a cualquiera que, so pretexto de interés público y contra las leyes, quisiera ayudar a los romanos. Archón opinó que debían obrar según las circunstancias, no dando ocasión a la calumnia que irritase contra la República a cualquiera de los beligerantes y evitando las desgracias ocurridas a Nicandro por desconocer el poder de Roma. Del mismo parecer fueron Polieno, Arcesilao, Aristón y Jenón, y por ello se convino en dar la pretura a Archón y designar a Polibio como general de la caballería.

Entre tanto Attalo, que deseaba conseguir algo de la Liga aquea hizo sondear el ánimo del nuevo pretor, quien, decidido a favorecer a los romanos y sus aliados, prometió a aquel príncipe apoyar con todo su valimiento lo que demandaba. En el primer Consejo celebrado entraron los embajadores de Attalo y solicitaron que, en consideración al príncipe su señor, devolvieran a su hermano Eumeno los honores que anteriormente le había concedido la República. Incierta la multitud, no sabía qué resolver, oponiéndose muchos, y por varias razones, a esta restitución. Los que los habían suprimido querían que no se modificara lo llevado a cabo, impulsados otros por personal disgusto, aprovechaban la ocasión para vengarse de Eumeno; algunos, por celos contra los partidarios de Attalo, trabajaban para que éste no lograra su deseo; y como el asunto era de los que no se podían decidir sin intervención del pretor, levantóse Archón y tomó partido por los embajadores, pero no se atrevió a hablar mucho en su favor, porque, habiéndole ocasionado grandes gastos el cargo que desempeñaba, temió que sospechasen favorecía a Eumeno por esperanza de gratificación. Incierto el Consejo, tomó la palabra Polibio, y para agradar a la multitud hizo extensa demostración de que el decreto de los aqueos privando a Eumeno de los honores que se le habían concedido no decía que se le quitaran todos, sino sólo los excesivos o contrarios a las leyes, y que, por cuestiones diferentes, los rodios Sosígenes y Diofites, que presidían entones los juicios, despojaron al rey absolutamente de todos los honores concedidos, lo que no fue sólo extralimitación de sus facultades, sino ofensa a la conveniencia y a la justicia. Agregó que no por quererle mal habían disminuido los aqueos los honores a Eumeno, sino por demandarlos mayores que sus servicios permitían, y que no atendiendo los jueces a lo que a los aqueos convenía, sino a sus resentimientos particulares, éstos debían atender a su deber de reparar el abuso de los magistrados y la injuria hecha a Eumeno, sobre todo sabiendo que Attalo agradecería este favor tanto como su hermano. La asamblea aplaudió este discurso, y se ordenó por decreto restituir a Eumeno todos sus honores, salvo los que fuera deshonroso para la República o contrario a las leyes. De este modo y por mediación de Attalo recobró Eumeno en el Peloponeso los honores que había perdido.


Capítulo IV

Desunión en el Consejo de los acarnanios.

En este Consejo, que se efectuaba en Turium, tres amigos de los romanos, Aeserión, Glauco y Cremes, solicitaron de Popilio que enviara guarniciones a todas las ciudades de Acarnania, por haber en ellas gentes favorables al partido de Perseo y de los macedonios. Combatió Diógenes enérgicamente esta petición, diciendo que los romanos sólo establecían guarniciones en los pueblos enemigos o vencidos, y que no siendo culpados los acarnanios de falta alguna era injusto poner guarniciones en sus ciudades. Cremes y Glauco, para asegurar su poder, procuraron destruir entonces en el ánimo del romano el crédito de sus adversarios, porque su objeto al pedir las guarniciones era satisfacer impunemente su avaricia y vejar a los pueblos para enriquecerse; pero Popilio, viendo la grande oposición del pueblo a las guarniciones, que además hacía inútiles el general sentimiento de obedecer las órdenes del Senado, mostróse convencido por los argumentos de Diógenes, alabó mucho a los acarnanios por su buena voluntad y partió para Larissa, donde debía unirse al procónsul.


Capítulo V

Perseo despacha una embajada a Gencio.

Los embajadores que despachó Perseo al rey Gencio fueron Pleurates, proscrito a quien había acogido, y Adeo de Beroa. Dióles orden de dar a conocer al rey de Iliria lo que el de Macedonia había llevado a cabo desde que se hallaba en guerra con los romanos, los dardanios, los epirotas y los ilirios, e inducirle a que se aliara con él y los macedonios. Estos embajadores cruzaron el desierto de Iliria, cantón que los macedonios habían talado para cerrar la entrada en Iliria a los dardanios; atravesaron el monte de Seorda, y por camino tan difícil como fatigoso llegaron a la ciudad de este nombre. Allí supieron que Gencio estaba en Lissa, y le avisaron que iban a verle. El príncipe envió personas a recibirles, uniéronse a él y le dijeron las órdenes recibidas. No mostró Gencio gran oposición a la alianza que se le proponía; pero a fin de no conceder de pronto lo solicitado, pretextó que ni tenía dinero ni había hecho preparativos de guerra, no pudiendo por tal causa declararla a los romanos. Llevaron esta contestación los embajadores a Perseo, que se hallaba entonces en Stubera, donde había vendido el botín y descansaban las tropas, y escuchado lo que Gencio respondió, mandóle por segunda vez a Adeo, a Glacias, uno de sus guardias, y a un ilirio, dándoles iguales instrucciones, como si no hubiera comprendido bien qué era lo que faltaba a Gencio, y por qué no se aliaba a los macedonios. Levantó en seguida el campo y se dirigió a Ancira.


Capítulo VI

Nueva embajada de Perseo a Gencio, tan infructuosa como las dos primeras.

Los nuevos embajadores regresaron a Macedonia sin lograr más que los primeros y sin otra contestación, porque Gencio se atuvo a la que había dado. Quería aliarse a Perseo, pero manifestó que sin dinero no podía llevarlo a cabo, y precisamente esta condición era la que no comprendía o no quería comprender el rey de Macedonia; de forma que al comisionar a Hippias para tratar de las condiciones de la alianza, nada le dijo del dinero que Gencio solicitaba y que hubiera sido el único medio de tenerlo favorable. No sé si llamar falta de talento o fatalidad lo que hace cometer errores que ocasionan la ruina, e inclinado estoy a creerlo fatalidad, porque se ve a hombres poseídos de noble ardimiento para las grandes empresas, y decididos a acometerlas aun a riesgo do su vida, que descuidan o se niegan a emplear el recurso de que principalmente depende el buen éxito, siéndoles conocido y pudiéndolo realizar. De querer Perseo entregar, no digo sumas cuantiosas como le era fácil, sino mediana cantidad de dinero a las ciudades, a los reyes y a los jefes de las repúblicas para atender a los gastos de la guerra, todos los griegos y todos los reyes, por lo menos la mayor parte, se hubieran puesto de su lado; y esta es verdad innegable para cuantos juzguen las cosas con sentido común. No la dio por fortuna, porque de darla y salir vencedor, su poder fuga formidable, y vencido, hubiera arrastrado en su ruina gran número de pueblos. Tomando el camino contrario, pocos fueron los griegos que padecieron por su mala suerte.


Capítulo VII

Decreto de los aqueos para socorrer a los romanos contra Perseo.- Polibio es designado embajador para ver al cónsul.- Embajada que despacharon a Attalo.- Otra embajada de los aqueos a Ptolomeo.- Conferencia de Polibio con el cónsul.- Expediente de Polibio para evitar a su patria grandes gastos.

Al conocerse que Perseo penetraría pronto en Tesalia y que se iba a decidir la guerra con los romanos, deseó Archón justificar con hechos a su patria de las sospechas y rumores que contra ella habían corrido, y aconsejó a los aqueos que ordenaran por decreto enviar un ejército a Tesalia, para compartir con los romanos los peligros de la guerra. Ratificado el decreto, ordenóse a Archón prevenir las tropas y llevar a cabo todos los preparativos necesarios, y se decidió además despachar embajadores al cónsul para informarle de la resolución que la República había tomado y saber para cuándo quería que el ejército aqueo se uniera al suyo. Fue designado para esta embajada Polibio, acompañado de algunos otros, pero recomendaron especialmente a aquel que en caso de aceptar el cónsul el socorro de la República, y a fin de que éste llegara a tiempo, enviase aviso inmediatamente con los otros embajadores. También se le ordenó que cuidase detener en las ciudades por donde debía pasar el ejército los víveres y forrajes precisos para que de nada careciese. Con tales órdenes se pusieron en marcha los embajadores. Asimismo encargaron a Telócrito que llevara a Attalo el decreto devolviendo a su hermano Eumeno todos los honores de que se le había desposeído. Corrió por entonces en Acaia la noticia de que se habían celebrado en honor de Ptolomeo las acostumbradas fiestas cuando un rey menor de edad cumple los años necesarios para reinar, y juzgando los magistrados que la República debía tomar parte en este regocijo, enviaron como representantes a Alcito y Pasidas para renovar con el rey la antigua amistad entre los aqueos y los reyes de Egipto. Encontró Polibio a los romanos fuera de Tesalia, acampados en la Perrebia, entre Azora y Doliché, y juzgó demasiado grande el riesgo de unirse a ellos; pero participó de todos los peligros que corrieron para entrar en Macedonia. Cuando el ejército romano llegó a los alrededores de Heraclea, vencido felizmente por el cónsul lo más difícil de la empresa aprovechó el momento para presentar a Marcio el decreto de los aqueos, y para asegurarle que se hallaban decididos a compartir con ayuda de todas sus fuerzas los trabajos y peligros de esta guerra. Agregó que los aqueos habían recibido con perfecta sumisión las órdenes verbales y escritas de los romanos desde el inicio de la guerra. Mostróse Marcio muy agradecido a los aqueos por su buena voluntad, y les manifestó que podían evitarse los trabajos y gastos en que les comprometería esta guerra; que de ambos les dispensaba, y que en el estado de los negocios no necesitaba la ayuda de los aliados. Escuchada esta contestación, los colegas de Polibio regresaron a Acaia, y quedó éste solo en el ejército romano, hasta que el cónsul supo que Apio, apodado Centón, había pedido a los aqueos enviasen cinco mil hombres a Epiro, y le mandó a su patria con encargo de impedir entregara la República estas tropas y se comprometiera en gastos inútiles, porque Apio las pedía sin razón ni motivo. Difícil es saber si el móvil de Marcio al expresarse de esta forma era favorecer a los aqueos o imposibilitar cualquier empresa que intentara Apio. Sea lo que fuere, cuando Polibio penetró en el Peloponeso ya habían llegado las cartas de Apio, y vióse en grave aprieto al reunirse poco tiempo después el Consejo en Sciona para deliberar sobre el asunto. Falta inexcusable era no ejecutar las órdenes de Marcio, y de otra parte peligroso negar tropas que no necesitaban los aqueos. Para resolver tan delicado conflicto, apeló a un decreto del Senado romano que prohibía atender las peticiones de los generales si no iban acompañadas de un senatus-consulto, que Apio no había unido a la suya. Manifestó, pues, que antes de enviar a éste el socorro pedido, deber era informar al cónsul y esperar su decisión. De este modo ahorró a los aqueos un gasto que hubiera ascendido a ciento veinte talentos, y burló a los que querían desacreditarle en el ánimo de Apio.


Capítulo VIII

Ocupación de Heraclea.

La ciudad de Heraclea fue ocupada de un modo inusitado. Tenía muy bajo el muro por uno de los lados, y los romanos eligieron tres compañías para atacarla por aquella parte. Los soldados de la primera compañía colocaron los escudos sobre la cabeza, formando una especie de tortuga que parecía un tejado, y en seguida los de las otras dos

La tortuga militar, ordenada en pendiente, se asemeja al techo de una casa. Es una táctica habitual en los romanos, como lo son los juegos del Circo.


Capítulo IX

Embajada que los cidoniatas residentes en Tebas despacharon a Eumeno.

Recelaban en la isla de Creta los cidoniatas que los gortinianos se apoderasen de su ciudad, con tanto más motivo, cuanto que Notocrato había intentado esta empresa, faltando poco para que se adueñase de la plaza. Este temor les obligó a despachar embajadores a Eumeno para pedirle ayuda en virtud del tratado de alianza que con él tenían. El rey envió inmediatamente trescientos hombres a las órdenes de León, a quien, cuando llegó, entregaron los cidoniatas las llaves de la ciudad, dejándola a su discreción.


Capítulo X

Los rodios despachan dos embajadas, una a Roma y otra al cónsul en Macedonia.- Marcio engaña a los rodios.- Imprudencia e irreflexión de estos insulares.

Los bandos entre los rodios se hallaban cada día más enconados. Cuando se conoció lo dispuesto por el Senado, de que no se atendieran las órdenes de sus generales si no iban acompañadas de un senatusconsulto, aplaudieron muchos tan extremada prudencia, y entre otros Filafrón y Teetetes aprovecharon el motivo para insistir en su proyecto de despachar embajadores al Senado, al cónsul Quinto Marcelo y a Cayo Marcio Fígulo, almirante de la escuadra romana, por saber todo el mundo que muy pronto llegarían a Grecia algunos de los primeros magistrados de Roma. Aunque no sin contradictores, prevaleció al fin el parecer de estos consejeros, y a principios del estío enviaron a Roma a Hegesiloco y Nicágoras, y para ver al cónsul y al almirante, a Agesipolis, Aristón y Pancratos. Ordenóse a estos embajadores renovar la alianza con los romanos y defender a Rodas de las falsedades y calumnias con que manchaban su fama algunos malos ciudadanos. Hegesiloco tuvo el encargo especial de solicitar permiso para que los rodios pudieran transportar trigo. Ya dije al hablar de los asuntos de Italia los discursos que en el Senado pronunciaron, las contestaciones que recibieron y lo satisfechos que quedaron de la acogida que se les hizo. A este propósito repito la advertencia de verme a veces obligado a referir los discursos de los embajadores y las respuestas que reciben antes de hablar de su designación y viaje, anticipación a que obliga mi plan de relatar anualmente lo acaecido en cada una de las distintas naciones. Volviendo a nuestros embajadores, Agesipolis encontró a Quinto Marcio acampado junto a Heraclea en Macedonia, y le informó de las órdenes que de su gobierno había recibido. Escuchóle el cónsul y le contestó que no hacía caso de las malas noticias circuladas por los enemigos de los rodios, aconsejando a éstos que no tolerasen propósito alguno contra Roma. El cónsul les dio cuantas pruebas de amistad podían desear y aun hizo más, que fue escribir a Roma la conferencia que había mantenido con los embajadores de Rodas. Advirtió Marcio que tan favorable acogida encantaba a Agesipolis, y llevándole aparte le manifestó que era extraño no gestionaran los rodios un ajuste entre los dos reyes que guerreaban por la Celesiria, porque una negociación de esta naturaleza les convenía y honraba. Difícil es adivinar la intención con que el cónsul daba este consejo. ¿Temía que, declarada la guerra por la Celesiria, se apoderase Antíoco de Alejandría y molestase a los romanos ocupados contra Perseo, cuya derrota no se esperaba tan pronto? ¿Juzgaba acaso conveniente que, acabando en seguida esta guerra en favor de los romanos, después que las legiones habían penetrado en Macedonia, se comprometiesen los rodios en esta mediación para exponerles a cometer alguna falta y aprovecharse de ella como pretexto plausible para que los romanos dispusieran a su gusto de la suerte de esta República? Paréceme lo último más verosímil, y convence de ello lo sucedido poco después a los rodios.

Desde el campamento del cónsul fue Agesipolis a ver a Cayo Marcio Fígulo, que le recibió aun con mayor amabilidad que Quinto Marcio. Regresó a Rodas, y al dar cuenta de la emulación de los dos generales ‘romanos en demostrarle amabilidad y cariñosa deferencia a la República de Rodas, concibieron los rodios la mejor idea del estado de los negocios y halagüeñas esperanzas, aunque con diferentes miras, porque los más sensatos y entendidos en los intereses de su patria conocieron con gran regocijo que era amada de los romanos, pero las gentes levantiscas y mal intencionadas interpretaron de otra suerte estas grandes pruebas de amistad, estimándolas señal cierta de temor en los romanos, por no tomar los negocios el giro que deseaban. Esta opinión cobró fuerza cuando Agesipolis dijo en particular a algunos de sus amigos que se le había ordenado proponer al Consejo una mediación entre Antíoco y Ptolomeo. No dudó entonces Dinón de que los romanos se hallaban apuradísimos y desesperados del éxito de la guerra, y despachó inmediatamente embajadores a Alejandría para procurar la paz entre ambos reyes.


Capítulo XI

Cómo se condujo Antíoco tras la conquista de Egipto. Diversas embajadas que allí encontró.

Dueño Antíoco de Egipto, Comán y Cineas, de acuerdo con el rey juzgaron oportuno formar un Consejo con los oficiales más distinguidos para arreglar los asuntos de la nación recién conquistada. Fue lo primero que decidió el Consejo que todos los embajadores llegados de Grecia a Egipto viesen a Antíoco para tratar de la paz. De los aqueos había dos embajadas, una que formaban Alcito, Jenofonte y Pasiadas, para renovar la alianza, y otra cuyo objeto era los combates de los atletas. Los atenienses habían enviado a Demarates para ofrecer un regalo a Ptolomeo, a Calias con motivo de las fiestas de Minerva, y a Cloodato por los misterios. De Mileto habían ido Eudemo e Icezio; de Clazomenes, Apolonidas y Apolonio, y hasta el mismo Antíoco envió a Tlepolemo y a un retórico llamado Ptolomeo, que, subiendo por el río, fueron a recibir al vencedor.


Capítulo XII

Conferencias de los embajadores de Grecia con Antíoco tras la conquista de Egipto.- Razones con que los reyes de Siria apoyaban su pretensión a la Celesiria.

Recibió Antíoco bondadosamente a los embajadores encargados de negociar la paz, comenzando por darles una gran comida, y después audiencia para que explicaran los asuntos que se les habían encargado. Hablaron primero los aqueos; después Demarates, que representaba a los atenienses, y, por último, el milesiano Eudemo. Elegidos embajadores en iguales circunstancias y para idéntico objeto, todos manifestaron casi lo mismo, echando la culpa de lo sucedido a Eulea, a los parientes y a la juventud de Ptolomeo, y procurando por tal medio aplacar el enojo de Antíoco. No sólo estuvo de acuerdo este príncipe en cuanto decían, sino que les ayudó a hacer su apología, y pasando después a los argumentos justificativos de que la Celesiria perteneció siempre a los reyes de Siria, hizo ver que Antígono, fundador de dicho reino, fue dueño de esta región; mostró las actas auténticas en que los reyes de Macedonia, muerto Antígono, la cedieron a Seleuco; insistió mucho en la última conquista llevada a cabo por su padre Antíoco, y sostuvo que era absolutamente falso lo asegurado por los alejandrinos de que por el tratado entre su padre Antíoco y el último Ptolomeo, al casarse éste con Cleopatra, madre del Ptolomeo reinante, debió recibir la Celesiria. Persuadido él mismo y persuadiendo a los que le escuchaban de la justicia de su derecho, se embarcó para ir a Naucrates, donde agasajó mucho a los habitantes, dando una moneda de oro a cada griego que allí vivía. Dirigióse en seguida a Alejandría, y manifestó a los embajadores que esperaba para contestarles la llegada de Arístides y Teris, enviados a Ptolomeo, pues tenía verdadero placer en que los representantes griegos fuesen testigos de cuanto hiciera.


Capítulo XIII

Antíoco despacha embajadores y envía dinero a Roma.

Tras levantar el sitio de Alejandría despachó Antíoco a Roma a Meleagro, Sosifanes y Heráclidas, prometiendo entregar ciento cincuenta talentos, de los cuales se emplearían cincuenta en comprar una corona a los romanos, y los demás se distribuirían entre algunas ciudades griegas.


Capítulo XIV

Conferencia celebrada entre los embajadores rodios y Antíoco en Egipto.

Aproximadamente al mismo tiempo llegó a Alejandría de parte de los rodios una embajada, cuyo jefe era Pratión, con objeto de aconsejar la paz a ambos reyes, y visitaron a Antíoco en su campamento. Llevaba dispuesto Pratión largo discurso acerca del afecto de su patria a los dos reinos, los lazos que unían a ambos reyes y debían obligarles a vivir en buena inteligencia, y finalmente, sobre las ventajas que obtendrían de la paz. Pero Antíoco le interrumpió, diciéndole que no eran necesarias tantas razones; que reconocía el derecho al trono del mayor de los Ptolomeos, y que de largo tiempo atrás vivía en paz y amistad con el otro. «Cosa tan cierta, agregó, que si los habitantes desean levantarle el destierro, no me opondré»; y efectivamente, no se opuso.


Capítulo XV

Hechos y comentarios diversos.

Perdidas todas sus esperanzas al penetrar los romanos en Macedonia, culpó Perseo a Hippias; pero creo más fácil advertir faltas ajenas y censurarlas, que dirigir por sí los propios asuntos, y esto ocurrió a Perseo.

Polibio fue enviado como embajador de los aqueos a Appio, y regresó al Peloponeso tras entregar las cartas y reunirse la asamblea de los aqueos en Siciona. Hallóse entonces en una situación verdaderamente crítica a causa del decreto relativo a los soldados auxiliares que solicitaba Appio Centón.

El eunuco Euleo aconsejó a Ptolomeo abandonar la corona a sus enemigos, y llevándose sus tesoros, huir a Samotracia. Tal consejo demuestra que no existe plaga tan terrible como la de los desleales amigos. Lejos ya del peligro y separado de sus contrarios por tales límites, el no intentar esfuerzo alguno, a pesar de la favorable disposición y de los grandes recursos, sino por el contrario, abandonar espontáneamente y sin resistencia el más rico y poderoso imperio, prueba es de alma femenil, debilitada y corrompida. Si por naturaleza la tenía Ptolomeo, a la naturaleza debe culparse y no a hombre alguno, mas como en muchas circunstancias demostró carácter firme, apareciendo tranquilo y generoso en medio del peligro, justo es acusar al vil eunuco y a su comercio corruptor de esta deshonrosa debilidad y de la huida a Samotracia.

Existen personas que lo mismo en reuniones que en paseos únicamente se ocupan de seguir, viviendo tranquilas en Roma, los accidentes de la guerra en Macedonia, censurando unas veces los hechos de los generales, enumerando otras sus negligencias; críticas que, sin provecho alguno para los asuntos públicos, casi siempre les causan daño. Suele ocurrir que los generales se vean comprometidos y atacados a causa de estas inoportunas charlatanerías, porque teniendo toda calumnia algún dardo acerado y penetrante, cuando llegan a dominio público los reiterados clamores, hasta el enemigo desprecia a los víctimas de la crítica pertinaz.