Historias, Polibio – Libro trigésimo nono

Historias, por Polibio de Megalópolis - Tomo III - Libro 39. Obra pionera de la Historia universal escrita alrededor del año 140 a.C.

Historias

Polibio de Megalópolis

Las Historias, también llamadas Historia universal bajo la República romana, es la obra máxima del historiador griego Polibio de Megalópolis (203 – 120 a. C.). Junto a Tucídides, Polibio fue uno de los primeros historiadores en escribir sobre sucesos históricos como un fenómeno meramente humano, ignorando el accionar de los dioses. Las Historias son un trabajo pionero de la Historia universal, abarcando los acontecimientos ocurridos en los pueblos mediterráneos entre el año 264 a.C. hasta el año 146 a.C. (y más específicamente entre los años 220 a.C. a 167 a.C.). Exactamente el período en el cual Roma derrota a Cartago y se vuelve una potencia marítima y militar en el Mediterráneo. La obra, que fue preservada a lo largo de los siglos en una biblioteca bizantina, se divide en tres tomos y cuarenta libros, algunos de los cuales han llegado incompletos hasta nuestros días.

Historias

Tomo I (Libros 1 a 4)

Tomo II (Libros 5 a 14)

Tomo III (Libros 15 a 40)
Libro 15Libro 16Libro 17Libro 18Libro 19Libro 20Libro 21Libro 22Libro 23Libro 24Libro 25Libro 26Libro 27Libro 28Libro 29Libro 30Libro 31Libro 32Libro 33Libro 34Libro 35Libro 36Libro 37Libro 38Libro 39Libro 40


Ir a la biblioteca de textos clásicos

Libro trigésimo nono

Capítulo primero

Asdrúbal, general cartaginés.

Tan limitadas eran en este cartaginés las dotes que distinguen un buen general, como grande su vanidad para hacer alarde de poseerlas. Veamos, entre otros ejemplos, un rasgo de ella. Cuando acudió a la cita dada a Galussa, rey de Numidia, presentóse cubierto con manto de púrpura y seguido de doce guardias bien armados. A veinte pasos del lugar de la cita dejó los guardias, y desde la orilla del foso que tenía enfrente hizo señal al rey para que se le aproximase; señal que debió esperar y no dar. Llegó Galussa sin escolta, vestido sencillamente y sin armas, y al acercarse a Asdrúbal preguntóle por qué llevaba coraza y a quién temía. «Temo a los romanos, contestó Asdrúbal.- Si tanto les temes, replicó Galussa, ¿por qué sin necesidad te encierras en una plaza sitiada? Pero, en fin, ¿qué deseas de mí?- Te ruego, respondió Asdrúbal, que intercedas en nuestro favor con el general romano para que perdone a Cartago y la deje subsistir, pues a todo nos someteremos. » Burlóse Galussa de este encargo. «¡Qué! exclamó al gobernador de Cartago, ¿en el estado en que te hallas, envuelto por todos lados, casi sin recurso ni esperanza, no tienes otra proposición que ofrecer sino la misma rechazada a Utica antes del sitio?- No están las cosas tan desesperadas como crees, contestó Asdrúbal. Nuestros aliados acuden a socorrernos (no sabía lo sucedido en Mauritania); nuestras tropas se encuentran aún en estado de defensa, y tenemos en nuestro favor a los dioses, demasiado justos para abandonarnos, conocen la injusticia de que somos víctimas, y nos darán los medios para vengarnos. Haz entender al cónsul que los dioses tienen en su mano el rayo, que la fortuna cambia, y que en último caso estamos decididos a no sobrevivir a Cartago y a morir antes que rendirnos.» Así acabó la entrevista, separándose con promesa de verse de nuevo a los tres días.

De regreso al campamento, dio cuenta Galussa a Escipión de lo acaecido, y el cónsul, riendo, dijo: «¡Vaya una ocurrencia la de ese hombre! Después de la cruel matanza de nuestros cautivos, cuenta con la protección de los dioses: no es mala manera de tenerlos propicios violar todas las leyes divinas y humanas.» Advirtió en seguida el rey a Escipión que le convenía cuanto antes acabar la guerra; que sin hablar de casos imprevistos aproximábase la elección de los nuevos cónsules, y pudiera ser que al iniciarse el invierno viniera otro a arrebatarle, sin mérito, el honor de la expedición. Reflexionó Emiliano acerca de este consejo de Galussa y le dijo prometiera de su parte al gobernador la vida y la libertad para él, su esposa, hijos y diez familias de parientes o amigos, permitiéndole sacar de Cartago diez talentos de su fortuna y llevarse seis domésticos, a su elección. Con esta promesa, que, al parecer, debía complacer a Asdrúbal, volvió Galussa a conferenciar con él. Acudió el gobernador a la cita como verdadero rey de teatro, y al ver su traje de púrpura y su andar lento y grave, cualquiera creería que desempeñaba el principal papel en una tragedia. Era Asdrúbal grueso y rechoncho, pero aquel día la hinchazón del abdomen y rubicundez del rostro demostraban que iba repleto, pareciendo hombre que vive en mercado, como buey, para que le engorden, mejor que gobernador de una ciudad cuyos males eran indecibles. Al conocer por Galussa los ofrecimientos del cónsul exclamó, dándose redoblados golpes en la coraza: «Pongo a los dioses y a la fortuna por testigos de que el sol no verá a Cartago destruida y a Asdrúbal vivo. Para un hombre de corazón no existe más noble sepultura que las cenizas de su patria.» Decisión generosa, nobles frases dignas de admiración; pero al llegar el momento de cumplirlas, vióse con sorpresa que este fanfarrón era el más débil y cobarde de los hombres. Mientras los ciudadanos morían de hambre, se regalaba con sus amigos, dándoles suntuosos festines y llenándose el abdomen como para servir de contraste a la miseria de los demás, porque eran innumerables los que perecían de hambre o huían para evitarla. Mofábase de unos, insultaba a otros, y a fuerza de derramar sangre, intimidó de tal modo a la multitud, que ejercía poder tan absoluto como un tirano en ciudad próspera y patria infortunada. Todo esto confirma lo que he manifestado acerca de la dificultad de encontrar gentes parecidas a las que entonces dirigían los negocios públicos en Grecia y Cartago, y la comparación que de ellas haremos más adelante demostrará esta verdad… El soberbio Asdrúbal, olvidando su fanfarronería, cayó a los pies de Escipión… Al llegar Asdrúbal junto al cónsul, éste le acogió bien, ordenándole que fuera a extranjera tierra.


Capítulo II

Piedad de Escipión.

Refiérese que Escipión, al ver a Cartago totalmente destrozada y en ruinas, derramó abundantes lágrimas, deplorando en voz alta las desdichas de sus enemigos. Reflexionando profundamente que la suerte de las ciudades, pueblos e imperios tan sujeta está a los reveses de la fortuna como la de los simples particulares, y recordando al lado de Cartago la antigua Ilión, tan floreciente, el imperio de los asirios, el de los medas, el de los persas después, el de Macedonia, mayor que todos y tan poderosos, hasta época reciente, fuera que el curso de sus ideas trajera a su memoria los versos del gran poeta, o que la lengua se adelantara al pensamiento, dícese que pronunció en alta voz estas frases de Homero: «Acércase el día de rendirse la gran Ilión, el día en que Príamo y su guerrero pueblo van a caer.»

Preguntóle entonces Polibio, que tenía gran familiaridad con él por haber sido su preceptor, qué sentido daba a estas palabras, y confesó ingenuamente que pensaba en su querida patria, temiendo el porvenir que tendría por la inconstancia de las cosas humanas

……………..


Capítulo III

Justificación del autor.

Sé que censurarán mi obra por relatar los hechos sin ilación. Se dirá, por ejemplo, que tras referir la toma de Cartago llevo de pronto al lector a los asuntos de Macedonia, de Siria o de otras partes; que los hombres científicos aprecian la estructura y buscan siempre la proposición principal, siendo necesario unir en la obra la conveniencia a la utilidad. Mi opinión es contraria a este sistema, y la apoyo en la misma naturaleza, que no sigue tal orden en ninguna de sus obras, sino que cambia sin cesar y reproduce las cosas con gran variedad. Puede asimismo citarse el oído, quo en conciertos y declamaciones nunca conserva la misma impresión, si así puede decirse, sino que le conmueven los cambios de sonoridad, las interrupciones, los gritos. Lo mismo ocurre al gusto: los más deliciosos manjares, repetidos, llegan a ser insípidos y apenas puede sufrirse la monotonía, prefiriéndose un alimento vil con tal que varíe. ¿Y acaso no sucede igual cosa con la vista? Los ojos se cansan de la misma contemplación: la variedad, lo abigarrado de los objetos visibles le recrea. Esto se aplica también al alma. Los cambios, las novedades, son como el reposo del hombre activo. Los escritores más ilustres de la antigüedad descansan unos haciendo relatos fabulosos, y otros digresiones sobre asuntos serios, y si, por decirlo así, viajan por Grecia también hacen al mismo tiempo excursiones fuera de ella. Después de describir la Tesalia y las acciones de Alejandro de Feres, pasan a las invasiones de los lacedemonios en el Peloponeso, y a las de los atenienses, y a los asuntos de Macedonia y de Iliria. Hablan en seguida de Ificrates en Egipto y de los grandes hechos de Clearco en el reino del Ponto. En vista de esto, se dirá que faltan a la ordenación de los asuntos, y que yo la observo, porque si tratan esta cuestión: «cómo Bardilos, rey de Iliria, y Quersobleptes, de Tracia, se apoderaron del poder», ni agregan lo que sigue, ni recurren a lo que acompaña a estos acaecimientos, sino que, como en un poema, vuelven siempre a su asunto. Nosotros, por el contrario, describimos los más célebres lugares del universo y los sucesos más dignos de quedar en la memoria, trazando un solo y largo camino a través de nuestra historia con un orden anunciado, examinando año por año las principales acontecimientos, y dejando a los aficionados a la ciencia el cuidado de mayores investigaciones y de recoger los hechos que quedaron en el camino, siempre que no resulte nada incompleto para quienes nos siguieron paso a paso.


Capítulo IV

Actitud de Escipión ante Asdrúbal.

Cuando el general de los cartagineses, Asdrúbal abrazó suplicando las rodillas de Escipión, dirigiéndose éste a los circundantes dijo: «Ved cómo castiga la fortuna a los hombres imprevisores. Este es Asdrúbal, que rodeado antes de amigos y poderosos auxiliares, cuando le propuse condiciones humanitarias y honrosas, contestó que la más bella sepultura era las cenizas de la patria, y vedle ahora besando mi manto de general para obtener la vida y cifrando en mí todas sus esperanzas. » Este espectáculo prueba que nadie debe decir ni hacer cosa que no sea conforme a su posición social. Algunos tránsfugas le siguieron hasta la tienda de Escipión, y éste ordenó echarles fuera; pero llenaron de injurias a Asdrúbal, mofándose unos de su juramento sagrado de no abandonarles, y llamándole otros cobarde y canalla.., y muchos más sarcasmos y sangrientos insultos.

En aquel momento, viendo una mujer a Asdrúbal sentado junto al general, salió de entre los tránsfugas. Llevaba traje de mujer libre y honrada y dos niños suspendidos por delante de las rodillas de los pliegues de su vestidura. Comenzó llamando a Asdrúbal por su nombre, y como éste, encorvado hacia tierra, no contestaba, púsose a dar gracias a los dioses y al general de lo que… Porque en los más brillantes éxitos, ante la ruina de sus enemigos, pensar en sus propios intereses sin olvidar las mudanzas posibles de la fortuna; recordar en el seno de la felicidad cuán fugitiva es ésta, es cosa de un hombre grande, perfecto y digno de fama

……………..


Capítulo V

A propósito de Dieo.

Quería, al regresar a su patria, hacer lo que un hombre que sin saber nadar se arroja al mar, y ya en el agua se preocupa de llegar a tierra. ¿Le era imposible a este Dieo, pretor de los aqueos, cesar en sus impiedades y escandalosas injusticias?


Capítulo VI

Reflexión moral.

La benevolencia que inspiraba Filopemen impidió que en algunas ciudades destruyeran las estatuas de este general. De aquí deduzco que todo gran servicio engendra reconocimiento en el corazón de quienes lo aprovechan.