La gran epidemia del 166, la plaga Antonina
En el año 166 brevemente tras la capitulación del Imperio de Partia ambos de los coemperadores Marco Aurelio y Lucio Vero celebraron su triunfo en Roma junto a sus soldados que retornaban en grandes números de oriente tras 5 años de batalla. Los emperadores fueron honrados con los agnomen de Armeniacus y Parthicus -Armenico y Partico-. Por petición de Lucio Vero los hijos de Marco Aurelio, Comodo y Annio Vero, son declarados Césares.
Todo parecía marchar de manera gloriosa, los triunfos y conquistas militares en Partia y Armenia recordaban los avances y triunfos del mismo Alejandro el Grande y sin duda alguna estas fueron las victorias militares más significantes desde los tiempos de Trajano.
Podemos observar escenas de la plaga en la columna de Trajano:
Pero prontamente la situación cambiaría de manera drástica, una sombra oscura arremetía de manera sigilosa contra Roma. Junto con las legiones que volvían de Oriente venía también una peste que terminó diezmando a cientos de miles de personas con el pasar de los años. Aunque nos resulta imposible saber exactamente cuál fue el saldo de mortalidad de dicha tragedia, si sabemos que durante los siguientes años el gobierno romano trató de ayudar a los enfermos que rondaban no solo por Italia sino por las provincias vecinas. Se calcula que para el año 189, más de veintitrés años después de haberse introducido la plaga en Europa, aun continuaban falleciendo varios cientos de personas por día solo en la ciudad de Roma.
Los historiadores modernos creen que se trató de viruela o de sarampión. Si bien los efectos de la plaga se vieron en Roma recién en el año 166, los orígenes de la plaga se observaron por primera vez en 165 durante el Asedio de Seleucia. Asedio en el cual un gran número de soldados romanos perdió su vida no en el campo de batalla, sino que lo hicieron quebrantados por la peste en improvisadas tiendas de campaña. Seleucia del Tigris fue una región conquistada en 141 a.C. por Mitríadas de Partia. La misma se encontraba a orillas del Tigris en la Mesopotamia, y era una enorme ciudad para la época con 600 mil habitantes gobernada por un senado de 300 hombres, según nos relata Tácito. Tácito además escribió en detalle sobre sus colosales murallas. Todo esto llevó a que el asedio sea agobiante y lento, y los legionarios debieran pasar un prolongado período de tiempo en una ciudad improvisada de tiendas de campaña. Caldo de cultivo óptimo para que se disemine la peste.
Socialmente esta peste caló muy hondo en la cultura romana. Con charlatanes y autoproclamados magos que ofrecían curas milagrosas abundando por las calles de todas las ciudades de Roma. Tal era su presencia, que el gran escritor Luciano de Samosata escribió un verso sobre un charlatán llamado Alejandro Abonoteichus haciendo referencia a los hogares que quedaban vacíos y en cuarentena a causa de la peste.
En efecto, se cree que el mismo Marco Aurelio murió en Viena durante su campaña contra los bárbaros germanos a causa de una enfermedad relacionada a dicha peste.
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La peste Cipriana
La peste cipriana o de Cipriano tuvo lugar durante los años 249 y 262. Si bien no sabemos a ciencia cierta cuál fue el virus en particular que azotó a Roma durante esta peste (Roma sufrió infinidad de pestes causadas por distintos tipos de virus a lo largo de su historia) , gracias al obispo de Cartago san Cipriano, un escritor cristiano de la época, podemos estimar que se trató de una epidemia de viruela y de gripe. En efecto, Cipriano documentó tantos detalles de esta peste que la misma fue nombrada en su honor por los historiadores.
Los efectos de la peste en la sociedad romana fueron catastróficos, a tal punto que el mismo ejército romano sufrió una falta general de hombres debido a la cantidad de bajas sufridas en los fuertes y en las reservas a causa de la peste. Durante el punto máximo de dicha peste se calcula que en Roma morían entre cinco mil a seis mil personas por día. Debido al comercio y a los viajeros, la peste prontamente se expandió a un gran número de provincias y fuertes militares fronterizos, diezmando también el comercio y la economía romana en el proceso. Todo lo anterior fue aprovechado por los enemigos de Roma, quienes pudieron reorganizarse y coordinarse mejor contra el Imperio y sus intereses.
Otro de los efectos de la peste fue el favorecer al creciente cristianismo, ya que miles de ciudadanos romanos se convirtieron en masa a dicha fe al escuchar las incesantes condenas callejeras de los oradores cristianos en las calles quienes culpaban a las costumbres romanas, consideradas como pecadoras por estos, por los efectos de la peste.