Las guerras de los judíos, Flavio Josefo – Libro primero

Las guerras de los judíos (c. 75 d. C.) por Flavio Josefo - Libro primero.

Las guerras de los judíos

Flavio Josefo

Flavio Josefo fue un historiador del mundo clásico nacido alrededor del año 37 d. C. en la Judea romana (actual Jerusalén). Su nombre de nacimiento fue Yosef ben Matityahu, y a lo largo de su vida como escritor e historiador registró con su pluma la historia y tradiciones del pueblo judío bajo el dominio romano. Su obra más importante, La guerra de los judíos (escrita en el año 75, a veces también llamada Guerra judaica), es una de las principales fuentes de información sobre la mayor revuelta judía contra la ocupación romana.

Las guerras de los judíos

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Autobiografía de Flavio Josefo

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Libro primero

Prólogo de Flavio Josefo a los siete libros

Porque la guerra que los romanos hicieron con los judíos es la mayor de cuantas muestra edad y nuestros tiempos vieron, y mayor que cuantas hemos jamás oído de ciudades contra ciudades y de gentes contra gentes, hay algunos que la escriben, no por haberse en ella hallado, recogiendo y juntando cosas vanas e indecentes a las orejas de los que las oyen, a manera de oradores: y los que en ella se hallaron, cuentan cosas falsas, o por ser muy adictos a los romanos, o por aborrecer en gran manera a los judíos, atribuyéndoles a las veces en sus escritos vituperio, y otras loándolos y levantándolos; pero no se halla m ellos jamás la verdad que la historia requiere; por tanto, yo, Josefo, hijo de Matatías, hebreo, de linaje sacerdote de Jerusalén, pues al principio peleé con los romanos, y después, siendo a ello por necesidad forzado, -me hallé en todo cuanto pasó, he determinado ahora de hacer saber en lengua griega a todos cuantos reconocen el imperio romano, lo mismo que antes había escrito a los bárbaros en lengua de mi patria: Porque cuando, como dije, se movió esta gravísima guerra, estaba con guerras civiles y domésticas muy revuelta la república romana.

Los judíos, esforzados en la edad, pero faltos de juicio, viendo que florecían, no menos en riquezas que en fuerzas grandes, supiéronse servir tan mal ¿el tiempo, que se levantaron con esperanza de poseer el Oriente, no menos que los romanos con miedo de perderlo, en gran manera se amedrentaron. Pensaron los judíos que se habían de rebelar con ellos contra los romanos todos los demás que de la otra parte del Eufrates estaban. Molestaban a los romanos los galos que les son vecinos: no reposaban los germanos: estaba el universo lleno de discordias después JA imperio de Nerón; había muchos que con la ocasión de los tiempos y revueltas tan grandes, pretendían alzarse con el imperio; y los ejércitos todos, por tener esperanza de mayor ganancia, deseaban revolverlo todo.

Por cosa pues, indigna, tuvo que dejar de contar la verdad de lo que en cosas tan grandes pasa, y hacer saber a los partos, a los de Babilonia, a los más apartados árabes y a los de mi nación que viven de la otra parte del Eufrates, y a los adia benos, por diligencia mía, que tal y cual haya sido el principio de tan gran guerra, y cuántas muertes, y qué estrago de gente pasó en ella, y qué fin tuvo; pues los griegos y muchos de los romanos, aquellos ti lo menos que no siguieron la guerra, engañados con mentiras y con cosas fingidas con lisonja, no lo entienden ni lo alcanzan, y osan escribir historias; las cuales, según mi parecer, además que no contienen cosa alguna de lo que verdaderamente pasó, pecan también en que Pierden el hilo de la historia, y se pasan a contar otras cosas; Porque queriendo levantar demasiado a los romanos, desprecian en gran manera a los judíos y todas sus cosas. No entiendo, Pues, yo ciertamente cómo pueden parecer grandes los que han acabado cosas de poco. No se avergüenzan DEL largo tiempo que en la guerra gastaron, mi de la muchedumbre de romanos que en estas guerras largo tiempo con gran trabajo fueron detenidos, mi de la grandeza de los capitanes, cuya gloria, en verdad, es menoscabada, si habiendo trabajado y sufrido mucho por ganar a Jerusalén, se les quita porte o algo del loor que, por haber tan Prósperamente acabado cosas tan importantes, merecen.

No he determinado levantar con alabanzas a íos míos, por contradecir a los que dan tanto loor y levantan tanto a los romanos: antes quiero contar los hechos de los amos y de los otros, sin mentira y sin lisonja, conformando las palabras con los hechos, perdonando al dolor y afición en llorar y lamentar las muertes y destrucciones de mi patria y ciudades; porque testigo es de ello el emperador y César Tito, que lo ganó todo, como fue destruido por las discordias grandes de los naturales, los cuales forzaron, juntamente con los tiranos grandes que se habían levantado, que los romanos pusiesen fuego a todo, y abrasasen el sacrosanto templo, teniendo todo el tiempo de la guerra misericordia grande del pobre pueblo, al cual era prohibido hacer lo que quería por aquellos revolvedores sediciosos; y aun muchas veces alargó su cerco más tiempo de lo que fuera necesario, por no destruir la ciudad, solamente Porque los que eran autores de tan gran guerra, tuviesen tiempo para arrepentirse.

Si por ventura alguno viere que hablo mal contra los tiranos o de ellos, o de los grandes latrocinios y robos que hacían, o que me alargo en lamentar las miserias de mi Patria, algo más de lo que la ley de la verdadera historia requiere, suplícole dé perdón al dolor que a ello me fuerza; porque de todas las ciudades que reconocen y obedecen al imperio de los romanos, no hubo alguno que llegase jamás a la cumbre de toda felicidad, sino la nuestra; ni hubo tampoco alguna que tanto miseria padeciese, y al fin fuese tan miserablemente destruida.

Si finalmente quisiéramos comparar todas las adversidades y destrucciones que después de criado el universo han acontecido con la destrucción de los judíos, todas las otras son ciertamente inferiores y de menos tomo; pero no podemos decir haber sido de ellas autor ni causa hombre alguno extraño, por lo cual será imposible dejar de derramar muchas lágrimas y quejas. Si me hallare alguno tan endurecido, y juez tan sin misericordia, las cosas que hallará contadas recíbalas Por historia verdadera; y las lágrimas y llantos atribúyalos al historiador de ellas, aunque con todo puedo maravillarme y aun reprender a los más hábiles y excelentes griegos, que habiendo pasado en sus tiempos cosas tan grandes, con las cuales si queremos comparar todas las guerras pasadas, Parecen muy pequeñas y de poca importancia, se burlan de la elegancia y facundia de los otros, sin hacer ellos algo; de los cuales, aunque Por tener más doctrina y ser más elegantes, los venzan, son todavía ellos vencidos por el buen intento que tuvieron y por haber hecho más que ellos. Escriben ellos los hechos de los asirios y de los medos, como si fueran mal escritos por los historiadores antiguos; y después, viniendo a escribirlos, son vencidos no menos en contar la verdad de lo que en verdad pasó, que lo son también en la orden buena y elegancia; porque trabaja cada uno en escribir lo que había visto y en verdad pasaba; parte por haberse bailado en ello, y parte también por cumplir con eficacia lo que prometían, teniendo por cosa deshonesta mentir entre aquellos que sabían muy bien la verdad de lo que pasaba.

Escribir cosas nuevas y no sabidas antes, y encomendar a los descendientes las cosas que en su tiempo Pasaron, digno es ciertamente de 1oor y digno también que se crea. Por cosa de más ingenio ‘ y de mayor industria se tiene hacer una historia nueva y de cosas nuevas, que no trocar el orden y dis posición dada por otro; pero yo, con gastos y con trabajo muy grande, siendo extranjero y de otra nación, quiero hacer historia de las cosas que pasaron, por dejarías en memoria a los griegos y romanos. Los naturales tienen, las bocas abiertas y aparejadas para pleitos para esto tienen sueltas las lenguas, pero para la historia, en la cual han de contar la verdad y han de recoger todo lo que pasó con grande ayuda y tramo, en esto enmudecen, y conceden licencia y poder a los que me nos saben y menos pueden, para escribir los hechos y hazañas hechas por los príncipes. Entre nosotros se honra verdad de la historia; ésta entre los griegos es menospreciada; contar el principio de los judíos, quiénes hayan sido y de qué manera se libraron de los egipcios, qué tierras y cuán diversas hayan pasado, cuales hayan habitado y cómo hayan de ellas partido, no es cosa que este tiempo la requería, y además de esto, por superfluo e impertinente lo tengo; porque hubo muchos judíos antes de mí que die ron de todo muy verdadera relación en escrituras públicas, y algunos griegos, vertiendo en su lengua lo que habían los otros escrito, no se aportaron muy lejos de la verdad; pero tomaré yo el principio de mi historia donde ellos y nuestros profetas acabaron. Contaré la guerra hecha en mis tiempos con la mayor diligencia y lo más largamente que me fuera Posible; lo que pasó antes de mi edad, y es más antiguo, pasarélo muy breve y sumariamente. De qué manera Antíoco, llamado Epifanes, habiendo ganado a Jerusalén, y habiéndola tenido tres años y seis meses bajo de su imperio, fue echado de ella por los hijos de Asamoneo; después, cómo los descendientes de éstos, por disensiones grandes que sobre el reino tuvieron, movieron a Pompeyo y a los romanos que viniesen a desposeerlos y privarles de su libertad. De qué manera Herodes, hijo de Antipatro, dio fín a la Prosperidad y potencia de ellos, con la ayuda y socorro de Sosio. Cómo también, después de muerto Herodes, nació la discordia entre ellos y el pueblo, siendo emperador Augusto, y gobernando las provincias y tierras de Judea Quintilio Varón; qué guerra se levantó a los doce años del imperio de Nerón, de cuántas cosas y daños fue causa Cestio, cuántas cosas ganaron los judíos luego en el principio, de qué manera fortalecieron su gente -natural, y cómo Nerón, Por causa del daño recibido por Cestio, temiendo mucho al estado del universo, hizo capitán general a Vespasiano, y éste después entró por Judea con el hijo mayor que tenía, y con cuán grande ejército de gente romana, cuan gran porte de la gente que de socorro tenía fue muerta por todo Galilea, y cómo tomó de ella algunas ciudades Por fuerza y otras por habérsele entregado.

Contaré también brevemente la disciplina y usanza de los romanos en las cosas de la guerra; el cuidado que de sus cosas tienen; la largura y espacio de las dos Galileas, y su naturaleza; los fines y términos de Judea. Diré particularmente la calidad de esta tierra, las lagunas, las fuentes; los males que lo ciudades que por fuerza tomaron, Padecieron, y en contarlo no pasaré de lo que a la verdad fielmente he visto y aun padecido; no callaré mis miserias y desdichas, pues las cuento a quien las sabe y las vio.

Después, estando ya el estado de los judíos muy quebranto, cómo Nerón murió, y cómo Vespasiano, habiendo tomado su camino hacia Jerusalén, fue detenido por causa del imperio; las señales que lo fueron mostrados por decla ración de su imperio; las mutaciones y revueltos que hubo en Roma, y cómo fue declarado emperador, contra su voluntad, por toda lo gente de guerra, y cómo partiendo después para Egipto, por reformar las cosas del emperio, fue perturbado el estado y todas las cosas de los judíos por revueltas y sediciones domésticas; de qué manera fueron sujetados a tiranos, y cómo éstos después los movieron a discordias y sediciones muy grandes. Volviendo Tito después de Egipto, vino dos veces contra Judea, y entró las tierras; de qué manera juntó su ejército, y en qué lugar; cuántas veces fue la ciudad afligida, estando él Presente, con internas sediciones; los montes o caballeros que contra la ciudad levantó. Diré también la grandeza y cerco de los muros; la munición y fortaleza de la ciudad; la disposición y orden del templo; el espacio del altar y su medida; contaré algunas costumbres de la fiestas, y las siete lustraciones y oficios del sacerdote.

Hablaré de las vestiduras del Pontífice, y de qué manera eran las cosas santas del templo también lo contaré, sin collar de todo algo, y sin añadir palabra en todo cuanto había.

Declararé después la crueldad de los tiranos que en Judea se levantaron con sus mismos naturales; la humanidad y clemencia de los romanos con la gente extranjera; cuántas veces Tito, deseando guardar la ciudad y conservar el templo, compelió a los revolvedores a buscar y pedir la paz y la concordia.

Daré particular razón y cuenta de las llagas y desdichas de todo el pueblo, y cuántos males sufrieron, unas veces por guerra, otras por sediciones y revueltos, otras por hambre, y cómo a la postre fueron presas. No dejaré de contar las muertes de los que huían, mí el castigo y suplicio que los cautivos recibieron; menos cómo fue quemado, contra la voluntad de César, todo el templo; cuánto tesoro y cuán grandes riquezas con el fuego perecieron, mí la general matanza y destrucción de la principal ciudad, en la cual todo el estado de Judea cargaba.

Contaré las señales y portentos maravillosos que antes de acontecer casos tan horrendos se mostraron; cómo fueron cautivados y presos los tiranos, y quiénes fueron los que vinieron en servidumbre, y cuán gran muchedumbre; qué fortuna hubieron finalmente todos. Cómo los romanos prosiguieron su victoria, y derribaron de raíz todos los fuertes y defensas de los judíos, y cómo ganando Tito todas estas tierras, las redujo a su mandato, y su vuelta después a Italia, y luego su triunfo.

Todo esto que he dicho, lo be escrito en siete libros, más por causa de los que desean saber la verdad, que por los que con ello se huelgan, trabajando que no pueda ser vituperado por los que saben cómo pasaron tales cosas, ni por los que en ella se hallaron. Daré Principio a mi historia con el mismo orden que sumariamente lo he contado.

Capítulo I

En el cual se trata de la destrucción de Jerusalén hecha por Antíoco. Estando discordes entre sí los príncipes de los judíos en el tiempo que Antíoco, llamado Epifanes, contendía con Ptolomeo el Sexto sobre el Imperio de Siria, que tanto codiciaba, cuya discordia era sobre el señorío, porque cada cual de ellos, siendo honrado y poderoso, tenía por cosa grave sufrir suje ción de sus semejantes; Onías, uno de los pontífices, prevaleciendo sobre los otros, echó de la ciudad a los hijos de Tobías. Estos entonces vinieron a Antíoco, suplicándole muy humildes armase ejército contra Judea, que ellos lo guiarían. Y por estar el rey de sí muy deseoso de este negocio, fácilmente consintió con lo que ellos suplicaban. De mane ra que con mucha gente de guerra salió a seguir la empresa; y después de haber combatido la ciudad con gran fuerza, la tomó, y mató muchedumbre de los amigos de Ptolomeo; y dando licencia a los suyos para saquear la ciudad, él mismo robó todo el templo, y prohibió por tiempo de tres años y seis meses la continuación de la religión cotidiana.

El pontífice Onías se fue huyendo a Ptolomeo, y alcanzando de él un solar en la región heliopolitana, fundó allí un pueblo muy semejante al de Jerusalén, y edificó un templo. De las cuales cosas, con más oportunidad haremos mención a su tiempo.

Pero no se contentó Antíoco con haber tornado la ciudad sin que tal confiase, ni con haberla destruido, ni con tantas muertes; antes, desenfrenado en sus vicios, acordándose de lo que había sufrido en el cerco de Jerusalén, comenzó a constreñir a los judíos, que desechada la costumbre de la patria, no circuncidasen sus niños, y que sacrificasen puercos sobre el ara: a las cuales cosas todos contradecían y los que se mostraban buenos en defender esta causa, eran por ellos muertos. Hecho capitán Bachides de la guarnición de la ciudad, por Antíoco, obedeciendo a todo lo que le había mandado, según su natural crueldad, toda maldad excedió azotando uno a uno a todos los varones dignos de honra, representándoles cada día y poniéndoles delante de los ojos la presa de la ciudad en tanta manera, que por la crueldad de los daños que recibían fueron todos movidos a vengarse. Finalmente, Matatías, hijo de Asamoneo, uno de los sacerdotes del lugar nombrado Modin, con la gente de su casa (porque tenía cinco hijos) se puso en armas y mató a Bachides, y temiendo a la gente que estaba en guarnición, huyóse hacia los montes. Pero descendió con gran esperanza, habiéndosele juntado muchos del pueblo, y peleando, venció los capitanes de Antíoco, y los echó de todos los términos de Judea. Hecho señor, y el más poderoso, con el próspero suceso, con voluntad de todos los suyos, porque los había librado de los extranjeros, murió, dejando por príncipe y señor a Judas, que era su hijo mayor.

Este, pensando que Antíoco no había de sufrir aquello, juntó ejército de gente suya natural, y fue el primero que hizo amistad con los romanos, e hizo recoger con gran pérdida a Antíoco Epifanes, el cual otra vez se entraba por Judea. Y siendo aún nueva y reciente esta victoria, vino contra la guarnición de Jerusalén, porque no la había aún echado ni muerto; y habiendo peleado con ellos, los forzó a bajar de la parte alta de la ciudad, que se llama Sagrada, a la baja; y habiéndose apoderado del templo, limpió todo aquel lugar, cercólo de muro, y puso vasos para el servicio y culto divinos, los cuales procuró que se hiciesen nuevos, como que los que solían estarantes estuviesen ya profanados; edificó otra ara y dio comienzo a su religión.

Apenas había cobrado la ciudad el rito y ceremonias suyas sagradas, cuando Antíoco murió. Quedó por heredero de su reino, y aun del odio contra los judíos, su hijo, llamado también Antíoco. Por lo cual, juntando cincuenta mil hombres de a pie y casi cinco mil de a caballo y ochenta elefantes, vínose a los montes de Judea, acometiendo por diversas partes, y tomó un lugar llamado Betsura.

Salióle al encuentro Judas con su gente en un lugar llamado Betzacharia, cuya entrada era difícil; y antes que los escuadrones se trabasen, su hermano Eleazar, habiendo visto un elefante mayor que los otros, el cual traía una gran torre muy adornada de oro, pensando que venía allí Antíoco, salió corriendo de entre los suyos, y rompiendo por medio de sus enemigos, llegó al elefante, pero no pudo alcanzar aquel que pensaba él ser el rey, porque venía muy alto, e hirió la bestia en el vientre; derribóla sobre él mismo, y murió hecho pedazos, sin hacer otra cosa sino que, habiendo emprendido y cometido una cosa digna de gran nombre, tuvo en más la gloria que su propia vida. Pero el que regía el elefante era un hombre privado y particular: y aunque en aquel caso se hallara Antíoco, no le aprovechara a Eleazar su atrevimiento, sino haber tenido en poco la muerte por la esperanza de una hazaña tan memorable.

Esto fue a su hermano manifiesta señal y declaración de los sucesos de toda la guerra, porque pelearon los judíos mucho tiempo y muy valerosamente; pero fueron finalmente vencidos por los del rey, siéndoles fortuna muy próspera, y excediéndolos también en el número y muchedumbre: y muertos muchos de los judíos, Judas, con los demás, huyó a la comarca llamada Gnofnítica. Partiendo Antíoco de allí para Jerusalén, y habiéndose detenido algunos días, retiróse por la falta de los mantenimientos, dejando de guarnición la gente que le pareció que bastaba, y llevóse los demás a alojar y pasar el invierno en Siria.

Cuando el rey partió, no reposó Judas; antes, animado con los muchos que de su gente se le llegaban, y juntando aquellos que le habían sobrado de la guerra pasada, fue a pelear con los capitanes de Antíoco en un lugar llamado Adasa; y haciéndose conocer en la batalla matando a muchos de sus enemigos, fue muerto. Dentro de pocos dias fue también muerto su hermano Juan, preso por asechanzas de aquellos que eran parciales de Antíoco y le favorecian.

Capítulo II

De los príncipes que sucedieron desde Jonatás hasta Aristóbulo. Habiéndole sucedido su hermano Jonatás, rigiéndose más proveída y cuerdamente en todo lo que pertenecía a sus naturales, trabajando por fortificar su potencia con la amistad de los romanos, ganó también amistad con el hijo de Antíoco; pero no le aprovecharon todas estas cosas para excusar el peligro. Porque Trifón, tirano, tutor del hijo de Antíoco, acechándole y trabajando por quitarlo de todas aquellas amis tades, prendió engañosamente a Jonatás, habiendo venido a Ptolemaida con poca gente para hablar con Antíoco, y deteniéndole muy atado, levantó su ejército contra Judea. Siendo echado de allá y vencido por Simón, hermano de Jonatás, muy airado por esto, mató a Jonatás.

Ocupándose Sinión en regir valerosamente todas las cosas, tomó a Zara, a Jope y a Jamnia. Y venciendo las guarniciones, derribó y puso por el suelo a Acarón, y socorrió a Antíoco contra Trifón, el cual estaba en el cerco de Dora, antes que fuese contra los medos.

Pero no pudo con esto hartar la codicia del rey, aunque le hubiese también ayudado a matar a Trifón. Porque no mucho después Antíoco envió un capitán de los suyos, Cendebeo, por nombre, con ejército, para que destruyese a Judea y pusiese en servidumbre y cautivase a Simón. Pero éste, que administraba las cosas de la guerra, aunque era viejo, con ardor de mancebo, envió delante a sus hijos con los más valientes y esforzados; y él, acompañado con parte del pueblo, acometió por el otro lado; y teniendo puestas muchas espías y celadas por muchos lugares de los montes, los venció en toda parte. Alcanzando una victoria muy excelente y muy nombrada, fue hecho y declarado pontífice, y libertó los judíos de la sujeción y senorío de los de Macedonia, en la cual habían estado doscientos setenta años. Este, finalmente, murió en un convite, preso por asechanzas de Ptolorneo, su yerno, el cual puso en guardas a su mujer y a dos hijos suyos, y envió ciertos hombres de los suyos para que matasen a Juan tercero, que por otro nombre fue llamado Hircano.

Entendiendo lo que se trataba y cuanto se determinaba, el mozo vino con gran prisa a la ciudad confiado en mucha parte del pueblo, acordándose de la virtud y memoria de su padre, y porque también la maldad de Ptolomeo era aborrecida de todos. Ptolomeo quiso por la otra puerta entrar en la ciudad, pero fue echado por todo el pueblo, el cual antes había ya recibido a mejor tiempo a Hircano. Y luego partió de allí a un castillo llamado Dagón, que estaba de la otra parte de Jericunta.

Habiendo, pues, Hircano alcanzado la honra y dignidad de pontífice, la cual solía poseer su padre después de haber hecho sacrificios a Dios, salió con diligencia contra Ptolemeo, por socorrer a su madre y a sus propios hermanos; y combatiendo el castillo, era vencedor de todo, y vencíalo a él justamente el dolor solo. Porque Ptolomeo, cuando era apretado, sacaba la madre de Hircano y sus hermanos en la parte más alta del muro, porque pudiesen ser vistos por todos, y los azotaba, amenazando que los echaría de allí abajo si en la misma hora no se retiraba. Este caso movía a Hircano a misericordia y temor, más que a ira ni saña. Pero su madre, no desanimada por las llagas y muerte que le amenazaba, ni amedrentada tampoco, alzando las manos rogaba a su hijo que, movido por las injurias que ella padecía, no perdonase al impío Ptolomeo, porque ella tenía en más la muerte con que Ptolomeo le amenazaba, y la preciaba mucho más que no la vida e inmortalidad, con tal que él pagase la pena que debía por la impía crueldad que habla hecho contra su casa, contra toda razón y derecho. Viendo Juan a su madre tan pertinaz en esto, y obe deciendo a lo que ella le rogaba, una vez era movido a combatirlo, y otra perdía el ánimo, viendo los azotes que padecía; y como la rompían en partes, sentía mucho este dolor. Alargando en esto muchos días el cerco, vino el año de la fiesta, la cual suelen los judíos celebrar muy solemnemente cada siete anos, por ejemplo del séptimo día, cesando en toda obra; y alcanzando con esto Ptolemeo reposo de su cerco, habiendo muerto a los hermanos de Juan y a la madre, huyó a Zenán, llamado Cotilas por sobrenombre, tirano de Filadelfia.

Enojado Antíoco por las cosas que había sufrido de Simón, juntó ejército y vino contra Judea; y llegándose a Jerusalén, cercó a Hircano. Este, habiendo abierto el sepulcro de David, que habla sido el más rico de todos los reyes, y sacado de allí más de tres mil talentos en dinero, persuadió a Antioco, después de haberle dado trescientos talentos, que dejase el cerco, y fue el primer judío que tuvo gente extranjera a sueldo dentro de la ciudad a costa suya. Y alcanzado tiempo para vengarse, dándoselo Antíoco ocupado en la guerra de los medos, luego se levantó contra las ciudades vecinas de Siria, pensando que no habría gente que las defendiese, lo cual fue así. Tomó a Medaba y a Samea con los lugares de allí cercanos; a Sichima y Garizo, y demás de éstos, tambié n a la gente de los chuteos, que vivían en los lugares comarcanos de allí, cerca de aquel templo que había sido edificado a semejanza del de Jerusalén. Tomó otras muchas ciudades de Idumea, y a Doreón y Marifa. Después pasando hasta Samaria, donde está ahora fundada por el rey Herodes la ciudad de Sebaste, encerróla por todas partes e hizo capitanes de la gente que quedaba en el cerco a sus dos hijos Aristóbulo y Antígono. Los cuales, no faltando en algo, los que estaban dentro de la ciudad vinieron en tan grande hambre, que eran forzados a comer la carne que nunca habían acostumbrado. Llamaron, pues, para esto que les ayudase a Antíoco, llamado por sobrenombre Espondio, el cual, mostrándose obedecerles con voluntad muy pronto, fue vencido por Aristóbulo y por Antígono y huyó hasta Escitópolis, persiguiéndole siempre los dos hermanos dichos, los cuales, volviéndose después a Samaria, encierran otra vez la muchedumbre de gente dentro del muro, y ganando la ciudad la destruyeron y desolaron, llevándose presos todos los que allí dentro moraban. Sucediéndoles las cosas de esta manera prósperamente, no permitían ni consentían que aquella alegría se resfriase; antes, pasando delante con el ejército hasta Escitópolis, la tomaron y partiéronse todos los campos y tierras que estaban dentro de Carmelo.

II De los príncipes que sucedieron desde Jonatás hasta Aristóbulo. Habiéndole sucedido su hermano Jonatás, rigiéndose más proveída y cuerdamente en todo lo que pertenecía a sus naturales, trabajando por fortificar su potencia con la amistad de los romanos, ganó también amistad con el hijo de Antíoco; pero no le aprovecharon todas estas cosas para excusar el peligro. Porque Trifón, tirano, tutor del hijo de Antíoco, acechándole y trabajando por quitarlo de todas aquellas amis tades, prendió engañosamente a Jonatás, habiendo venido a Ptolemaida con poca gente para hablar con Antíoco, y deteniéndole muy atado, levantó su ejército contra Judea. Siendo echado de allá y vencido por Simón, hermano de Jonatás, muy airado por esto, mató a Jonatás.

Ocupándose Sinión en regir valerosamente todas las cosas, tomó a Zara, a Jope y a Jamnia. Y venciendo las guarniciones, derribó y puso por el suelo a Acarón, y socorrió a Antíoco contra Trifón, el cual estaba en el cerco de Dora, antes que fuese contra los medos.

Pero no pudo con esto hartar la codicia del rey, aunque le hubiese también ayudado a matar a Trifón. Porque no mucho después Antíoco envió un capitán de los suyos, Cendebeo, por nombre, con ejército, para que destruyese a Judea y pusiese en servidumbre y cautivase a Simón. Pero éste, que administraba las cosas de la guerra, aunque era viejo, con ardor de mancebo, envió delante a sus hijos con los más valientes y esforzados; y él, acompañado con parte del pueblo, acometió por el otro lado; y teniendo puestas muchas espías y celadas por muchos lugares de los montes, los venció en toda parte. Alcanzando una victoria muy excelente y muy nombrada, fue hecho y declarado pontífice, y libertó los judíos de la sujeción y senorío de los de Macedonia, en la cual habían estado dos cientos setenta años. Este, finalmente, murió en un convite, preso por asechanzas de Ptolorneo, su yerno, el cual puso en guardas a su mujer y a dos hijos suyos, y envió ciertos hombres de los suyos para que matasen a Juan tercero, que por otro nombre fue llamado Hircano. Entendiendo lo que se trataba y cuanto se determinaba, el mozo vino con gran prisa a la ciudad confiado en mucha parte del pueblo, acordándose de la virtud y memoria de su padre, y porque también la maldad de Ptolomeo era aborrecida de todos. Ptolomeo quiso por la otra puerta entrar en la ciudad, pero fue echado por todo el pueblo, el cual antes había ya recibido a mejor tiempo a Hircano. Y luego partió de allí a un castillo llamado Dagón, que estaba de la otra parte de Jericunta.

Habiendo, pues, Hircano alcanzado la honra y dignidad de pontífice, la cual solía poseer su padre después de haber hecho sacrificios a Dios, salió con diligencia contra Ptolemeo, por socorrer a su madre y a sus propios hermanos; y combatiendo el castillo, era vencedor de todo, y vencíalo a él justamente el dolor solo. Porque Ptolomeo, cuando era apretado, sacaba la madre de Hircano y sus hermanos en la parte más alta del muro, porque pudiesen ser vistos por todos, y los azotaba, amenazando que los echaría de allí abajo si en la misma hora no se retiraba. Este caso movía a Hircano a misericordia y temor, más que a ira ni saña. Pero su madre, no desanimada por las llagas y muerte que le amenazaba, ni amedrentada tampoco, alzando las manos rogaba a su hijo que, movido por las injurias que ella padecía, no perdonase al impío Ptolomeo, porque ella tenía en más la muerte con que Ptolomeo le amenazaba, y la preciaba mucho más que no la vida e inmortalidad, con tal que él pagase la pena que debía por la impía crueldad que habla hecho contra su casa, contra toda razón y derecho. Viendo Juan a su madre tan pertinaz en esto, y obe deciendo a lo que ella le rogaba, una vez era movido a combatirlo, y otra perdía el ánimo, viendo los azotes que padecía; y como la rompían en partes, sentía mucho este dolor. Alargando en esto muchos días el cerco, vino el año de la fiesta, la cual suelen los judíos celebrar muy solemnemente cada siete anos, por ejemplo del séptimo día, cesando en toda obra; y alcanzando con esto Ptolemeo reposo de su cerco, habiendo muerto a los hermanos de Juan y a la madre, huyó a Zenán, llamado Cotilas por sobrenombre, tirano de Filadelfia.

Enojado Antíoco por las cosas que había sufrido de Simón, juntó ejército y vino contra Judea; y llegándose a Jerusalén, cercó a Hircano. Este, habiendo abierto el sepulcro de David, que habla sido el más rico de todos los reyes, y sacado de allí más de tres mil talentos en dinero, persuadió a Antioco, después de haberle dado trescientos talentos, que dejase el cerco, y fue el primer judío que tuvo gente extranjera a sueldo dentro de la ciudad a costa suya. Y alcanzado tiempo para vengarse, dándoselo Antíoco ocupado en la guerra de los medos, luego se levantó contra las ciudades vecinas de Siria, pensando que no habría gente que las defendiese, lo cual fue así. Tomó a Medaba y a Samea con los lugares de allí cercanos; a Sichima y Garizo, y demás de éstos, también a la gente de los chuteos, que vivían en los lugares comarcanos de allí, cerca de aquel templo que había sido edificado a semejanza del de Jerusalén. Tomó otras muchas ciudades de Idumea, y a Doreón y Marifa. Después pasando hasta Samaria, donde está ahora fundada por el rey Herodes la ciudad de Sebaste, encerróla por todas partes e hizo capitanes de la gente que quedaba en el cerco a sus dos hijos Aristóbulo y Antígono. Los cuales, no faltando en algo, los que estaban dentro de la ciudad vinieron en tan grande hambre, que eran forzados a comer la carne que nunca habían acostumbrado. Llamaron, pues, para esto que les ayudase a Antíoco, llamado por sobrenombre Espondio, el cual, mostrándose obedecerles con voluntad muy pronto, fue vencido por Aristóbulo y por Antígono y huyó hasta Escitópolis, persiguiéndole siempre los dos hermanos dichos, los cuales, volviéndose después a Samaria, encierran otra vez la muchedumbre de gente dentro del muro, y ganando la ciudad la destruyeron y desolaron, llevándose presos todos los que allí dentro moraban. Sucediéndoles las cosas de esta manera prósperamente, no permitían ni consentían que aquella alegría se resfriase; antes, pasando delante con el ejército hasta Escitópolis, la tomaron y partiéronse todos los campos y tierras que estaban dentro de Carmelo.

III Que trata de los hechos de Aristóbulo, Antígano, Judas, Eseo, Alejandro, Teodoro y Demetrio. La envidia de las hazañas y sucesos prósperos de Juan y de sus hijos movió a los gentiles a discordia y sedición, y juntándose muchos contra ellos no reposaron hasta que todos fueron vencidos en guerra pública. Viviendo, pues, todo el otro tiempo Juan muy prósperamente y habiendo administrado y regiao muy bien todo el gobierno de las cosas por espacio de treinta y tres años, dejando cinco hijos, murió. Varón ciertamente bienaventurado, el cual no había dado ocasión alguna por la cual alguno se pudiese quejar de la fortuna. Tenía tres cosas principalmente él solo, porque era príncipe de los judíos, pontífice, y además de esto profeta, con quien Dios hablaba de tal manera, que nunca ignoraba algo de lo que había de acontecer.

También supo y profetizó cómo sus dos hijos mayores no habían de quedar señores de sus cosas, los cuales qué fin hayan tenido en la vida, pienso que no será cosa indigna de contarlo ni de oírlo, y cuán lejos hayan estado de la prosperidad y dicha de su padre. Porque Aristóbulo, que era el hijo mayor, luego que su padre fue muerto, transfiriendo su señorío en reino, fue el primero que se puso corona de rey cuatrocientos ochenta y un años y tres meses después que el pueblo de los judíos había venido en la posesión de aquellas tierras libradas de la servidumbre y cautividad de Babilonia. Honraba a su hermano Antígono, que era en la sucesión segundo, porque mostraba amarlo con igual honra, pero puso a los otros hermanos en cárcel muy atados y con guardas; encarceló también a su madre por haberle resistido en algo en el señorío, porque Juan la había dejado por señora de todo el gobierno, y fue tan cruel con ella, que teniéndola atada y en cárcel, la dejó morir de hambre. Pagó todos estos hechos y maldades con la muerte de su hermano Antígono, a quien él amaba mucho y a quien había hecho partícipe en su remo, porque también lo mató con acusaciones falsas que le fingieron los revolvedores del reino. Al principio Aristóbulo no creía lo que le decían, porque tenía en mucho a su hermano, y también porque pensaba ser lo más de lo que le decían falso y fingido por la envidia que le tenían. Pero siendo Antígono vuelto de la guerra con muy buen nombre en los días de las fiestas que ellos, según costumbre de la patria, celebraban a Dios puestos los tabernáculos, sucedió en el mismo tiempo que Aristóbulo cayó enfermo, y Antígono, al fin de las fiestas y solemnidades, acompañado de hombres armados vino con gran deseo a hacer oración al templo, y subió más honrado de lo que subiera por honra de su hermano; y entonces, viniendo acusadores llenos de toda maldad delante del rey, alegaban y reprendían la pompa de las armas, y la arrogancia y la soberbia de Antígono, como mayor de lo que convenía, diciendo haber venido allí con multitud de gente de armas para matarlo: porque pudiendo él ser rey, claro estaba que no se había de contentar con la honra que su hermano procuraba que el reino le hiciese.

Creyó poco a poco estas cosas Aristóbulo, aunque forzado, y por no demostrar sospecha de alguna cosa, queriendo guardarse de lo que le era incierto, y proveerse mirándolo todo, mandó pasar la gente de su guarda a un lugar obscuro y corno sótano; y él que estaba enfermo en el castillo llamado antes Baro, el cual después fue llamado Antoma, mandóles que si viniese desarmado, no le hiciesen algo, y si Antigono viniese con armas, lo matasen. Además de esto, envió gente que avisasen a Antígono y le mandase venir sin armas.

Para todas estas cosas la reina tomó consejo astuto con los que estaban en asechanza y en celada: porque persuadió a los que el rey enviaba, que callasen lo que el rey les habla mandado, y que dijesen a Antígono que su hermano había oído cómo se habla hecho muy lindas armas y lindo aparejo de guerra en Galilea, las cuales no había podido ver particularmente a su voluntad, impedido con su enfermedad, y que ahora lo querría con toda voluntad ver armado, principalmente sabiendo que habla de partir e irse a otra parte.

Oídas estas cosas, Antígono, no pudiendo pensar mal, por el amor y afición que le tenía su hermano, venía aprisa armado con todas sus armas por mostrarse. Pero cuando llegó a un paso obscuro, que se llamaba la torre de Estratón, fue muerto por los de la guarda: y dio cierto y manifiesto documento, que toda benevolencia y derecho de naturaleza es vencido con las acriminaciones y envidias calumniosas; y que ninguna buena afición vale tanto que pueda perpetuamente resistir y refrenar la envidia.

En esto también, ¿quién no se maravillará de Judas? Era Eseo de linaje, el cual nunca erró en profetizar ni jamás mintió. Pasando Antígono por el templo, luego que lo vió Judas, dijo en voz alta a los conocidos que allí estaban, porque tenía muchos discípulos y hombres que venían a pedirle consejo: «Ahora me es a mí bueno morir, pues la verdad murió, quedando yo en vida, y se ha hallado alguna cosa falsa en lo que yo tenía profetizado, pues vive este Antígono, el cual debía ser hoy muerto. Tenía ya, por suerte, señalado lugar para su muerte en la torre de Estratón, que está a seiscientos estadios lejos de aquí: son ya cuatro horas del día, y el tiempo pasa, y con él mi adivinanza.» Cuando el viejo hubo hablado esto, púsose a pensar entre sí muchas cosas con mucho cuidado y con la cara muy triste. Luego, poco después, vino nueva como Antígono había sido muerto en un sótano, llamado por el mismo nombre que solía ser la marítima Cesárea, la torre de Estratón, y esto fue lo que engañó al profeta.

En la misma hora, con el pesar de tan gran maldad, se le aumentó la enfermedad a Aristóbulo, y estando siempre con el pensamiento de aquel hecho muy solícito, con el ánimo perturbado se corrompía, hasta tanto que por la amargura del dolor, rotas en partes sus entrañas, echaba toda la sangre por la boca. La cual tomó uno de los que le servían, y por providencia y voluntad de Dios, sin que el criado tal supiese, echó la sangre del matador sobre las manchas que había dejado con la suya Antígono en aquel lugar donde fue muerto. Pero levantándose un gran llanto y aullido de los que habían visto esto, como que el muchacho hubiese adrede echado la sangre en aquel lugar, vino a noticia del rey el clamor, y requirió que le contasen la causa; y como no hubiese alguno que la osase contar, más se encendía él en deseo de saberla. Al fin, haciendo él fuerza y amenazándoles, contáronle la verdad de todo lo que pasaba; y él, hinchiendo sus ojos de lágrimas, y gimiendo en su corazón tanto cuanto le era posible, dijo esto: «No era, por cierto, cosa para esperar que hubiese Dios de ignorar mis maldades muy grandes, siéndole todo manifiesto pues luego me persigue la justicia en venganza de la muerte de mi hermano. ¡Oh malvado cuerpo! ¿Hasta cuándo detendrás el ánima condenada por la muerte de mi madre y de mi hermano? ¿Cuánto tiempo les sacrificaré mi propia sangre? Tómenlo todo junto y no se burle ni escarnezca la fortuna lo bajo de mis entrañas.` Dicho esto, luego murió, habiendo reinado sólo un año.

Su mujer entonces sacó de la cárcel al hermano Alejandro, e hízolo rey, el cual era mayor en la edad, y aun parecía también ser más modesto. Pero alcanzando éste el reino, y viéndose poderoso, mató a su otro hermano, por verlo ambicioso de reinar, y tenía consigo al otro privadamente, habiéndole quitado todas sus cosas. Hizo guerra con Ptolomeo Látiro, el cual le había tomado a Asoco, y mató muchos de sus enemigos; pero Ptolomeo fue el vencedor. Después que él fue echado por su madre Cleopatra, vínose a Egipto, y Alejandro tomó por fuerza a Gadara y el castillo de Amatón, que es el mayor de todos los que hay de la otra parte del Jordán, adonde estaban, según se tenla por cierto, los bienes y joyas de Teodoro, hijo de Zenón. Mas sobreviniendo presto Teodoro, cobra lo que era suyo: llévase el carruaje del rey, y mata casi diez mil judíos.

Alejandro, cobrando después de esta matanza fuerzas, entró por las partes cercanas de la mar, las cuales llamaremos maritimas: tomó a Rafia, a Gaza y a Antedón, la cual después fue llamada por el rey Herodes Agripia. Domados y sujetos todos éstos, un día de fiesta el pueblo de los judíos se levantó contra él. Porque muchas veces se revuelven los pueblos por los convites y comidas; y no le parecía que podía apaciguar y deshacer aquellas asechanzas, si los Pisidas y Cilicos, pagándolos él, no le ayudaban: no hacía caso de tener los sirios a sueldo por la discordia que tienen naturalmente con los judíos. Y habiendo muerto más de ocho mil de la multitud que se había rebelado, hizo guerra contra Arabia. Vencidos allí los galaaditas y moabitas, los hizo tributarios, y volvióse para Amatón.

Y estando Teodoro amedrentado por ver que tan prósperamente le sucedían las cosas, derribó de raíz un castillo que halló sin gente; y peleando después con Oboda, rey de Arabia, el cual había ocupado un lugar oportuno y cómodo para el en año en la región de Galaad, preso con las asechanzas que le habían hecho, perdió todo su ejército, forzado a recogerse a un valle muy alto, y fue desmenuzado por la multitud de los camellos.

Librándose él de aquí y viniendo a Jerusalén, inflamó la gente, que antiguamente le era muy enemiga, a mover novedades con la gran matanza que le había sido hecha. Con esto también se alzó a mayores, y mató en muchas batallas no menos de cincuenta mil judíos dentro de seis años; pero no se holgaba con estas victorias, porque se gastaban y consumían en ellas todas las fuerzas de su reino. Por lo cual, dejando las armas y la guerra, trabajaba con buenas palabras en volver en amistad con aquellos que tenía sujetos.

Tenían ellos tan aborrecida la inconstancia y variedad que éste tenía en sus costumbres, que preguntando él qué manera tendría para apaciguarlos, respondieron que con su muerte; porque aun no sabían si muerto le perdonarían, por tantas maldades como había cometido junto con esto tomaron el socorro de Demetrio, llamado Acero, el cual, con esperanza de ganar y de haber mayor premio, fácilmente les obedeció y consintió, y viniendo con ejército, juntóse para ayudar a los judíos cerca de Sichima. Pero recibiólos Alejandro con mil de a caballo y con seis mil soldados de sueldo, teniendo también consigo cerca de diez mil judíos que le eran todos muy amigos: siendo los de la parte contraria tres mil de a caballo y cuarenta mil de a pie.

Antes que se juntasen ambos ejércitos, por medio de los mensajeros y trompetas los reyes trabajaban cada uno por si en retirar la gente el uno del otro. Demetrio pensaba que la gente de sueldo de Alejandro le faltaría; y Alejandro esperaba que los judíos que seguían a Demetrio se le habían de rebelar y seguirlo a él. Pero como los judíos tuviesen muy firme su juramento, y los griegos su fe y promesa, comenzaron a acercarse y pelear todos.

Venció en esta batalla Demetrio, aunque la gente de Alejandro hubiese hecho muchas cosas fuerte y animosamente. El suceso de ella dió parte a entrambos sin que juntamente entrambos lo esperasen. Porque los que habían llamado a Demetrio no quisieron seguirlo, aunque vencedor; antes, seis mil de los judíos se pasaron a Alejandro, que había huido hacia los montes, por tener misericordia de él, viendo que se le había mudado tanto la fortuna. No pudo sufrir falta tan ‘importante Demetrio; antes, pensando que Alejandro, recogidas y juntadas ya sus fuerzas, sería bastante para esperar la batalla, porque toda la gente se le pasaba, retiróse luego de allí; pero la demás gente, por habérseles ido y apartado aquella parte del socorro y ejército, no perdió su ira y enemistad; antes peleaba en continuas guerras con Alejandro, hasta tanto que, muerta gran parte de ellos, los hizo recoger en la ciudad de Bemeselis; y habiéndola después tomado, llevóse los cautivos a Jerusalén.

La ira inmoderada de éste, por ser desenfrenada, hizo que su crueldad llegase a términos de toda impiedad; porque en medio de la ciudad ahorcó ochocientos de los cautivos, y mató las mujeres de ellos e hijos, delante de sus propias madres, y él lo estaba mirando bebiendo y holgando junto con sus concubinas y mancebas. Tomó todo el pueblo tan gran temor de ver esto, que aun los que a entrambas partes estaban aficionados, luego la siguiente noche salieron huyendo, corno desterrados, de toda Judea, cuyo destierro tuvo fin con la muerte de Alejandro. Habiendo, pues, buscado el reposo del reino con tales hechos, cesaron sus armas.

IV De la guerra de Alejandro con Antíoco y Areta, y de Alejandro e Hircano.

Otra vez le fue principio de revuelta Antíoco, llamado también Dionisio, hermano de Demetrio, pero el postrero de aquellos que tenían a Seleuco por principio y autor de su linaje. Porque temiendo a éste, el cual había echado y vencido a los árabes en la guerra, hizo un foso muy grande alrededor de Antipátrida en todo el espacio que hay allí cercano a los montes, y entre las riberas de Jope; y delante del foso edificó un muro muy alto y unas torres de madera, para defender la entrada; pero no pudo detener con todo esto a Antíoco. Porque quemadas las torres, y habiendo henchido los fosos, pasó con su ejército; y menospreciando la venganza, de la cual debía usar con aquel que le había prohibido la entrada, luego siguió la empresa contra los árabes.

El rey de éstos apartáse a parte más cómoda para su gente; Pero luego volvió a la pelea con hasta número de diez mil hombres, y acometió la gente de Antíoco sin darle tiempo para pensar en ello ni aparejarse. Y trabada una valerosa batalla, mientras Antíoco estaba salvo, su ejército permanecía resistiendo, aunque los árabes p9co a poco lo despedazasen y acabasen. Pero después que éste fue muerto, porque socorriendo a los vencidos no temía los peligros, todos huyeron, muriendo la mayor parte de ellos peleando y huyendo. Los demás, habiendo venido a parar al lugar de Caná, todos murieron de hambre, excepto muy pocos. De aquí los damascenos, enojados con Ptolomeo, hijo de Mineo, júntanse con Areto, y hácenlo rey de Siria Celes: el cual, habiendo hecho guerra con Judea, después de haber vencido en la batalla a Alejandro, hizo partido con él y retiróse.

Alejandro, tomada Pela, fuese otra vez para Gerasa, deseoso de las riquezas de Teodoro; y habiendo cercado con tres cercos a los que la querían defender, ganó el lugar. Tomó también a Gaulana y a Seleucia, y sojuzgó aquella que se llama la Farange de Antíoco. Además de lo dicho, habiendo también tomado el fuerte castillo de Gamala, y preso al capitán de él, Demetrio, revuelto en muchos crímene s y culpas, vuélvese a Judea, acabados tres años en la guerra, y fue recibido por los suyos con grande alegría por el próspero suceso de sus cosas.

Pero sucedióle, estando en reposo y acabada la guerra, el principio de su dolencia; y porque le fatigaba la cuartana, pensó que echaría de sí aquella calentura si se volvía otra vez a poner en los negocios y ocupaba en ellos su ánimo; dióse a la guerra y trabajos militares, Sin tener cuenta con el tiempo: y fatigando su cuerpo más de lo que podía sufrir, en medio de las revueltas murió después de treinta y siete años que reinaba, dejando el reino a Alejandra, su mujer, pensando que los judíos obedecerían a cuanto ella mandase; porque siendo muy desemejante a él en la crueldad, resistiendo a toda maldad, enteramente había ganado la voluntad de todo el pueblo. Y no le engañó la esperanza, porque por ser tenida por mujer muy pía, alcanzó el reino y principado. Porque sabía muy bien la costumbre que los de su patria tenían, y aborrecía desde el principio al que quebrantaba las leyes sagradas.

Como ésta tuviese dos hijos habidos de Alejandro, al mayor, llamado Hircano, parte por ser primogénito, lo declaró por pontífice, y parte también porque era más reposado, sin que pudiese tenerse esperanza que sería molesto a alg uno, lo hizo rey; y el menor, llamado Aristóbulo, quiso más que viviese privadamente, porque mostraba ser más bullicioso y levantado.

Juntóse con la señoría de esta mujer una parte de los judíos que era la de los fariseos, los cuales honraban y acataban más la religión, al parecer, que todos los demás, y declaraban más agudamente las leyes, y por esta causa los tenía en más Alejandra, sirviendo a la religión divina supersticiosamente. Estos, disimulando con la simple mujer, eran tenidos ya como procuradores de ella, mudando a sus voluntades, quitando y poniendo, encarcelando y librando a cuantos les parecía, de tal manera, que parecían ser ya ellos los reyes, según gozaban de los provechos reales: y Alejandra había de pagar las expensas y gastos, y sufrir todos los trabajos. Pero ésta tenía un maravilloso regimiento en saber regir y administrar las cosas mas altas y más importantes; y puesta toda en acrecentar su gente, hizo dos ejércitos, con no pocos socorros que hubo, por su sueldo, con los cuales no sólo fortificó el estado de su gente, pero se hizo aún de temer al poder de los extranjeros. Y como mandase a todos, ella sola obedecía a los fariseos de su buena voluntad.

Mataron finalmente a Diógenes, varón muy señalado que había sido muy amigo de Alejandro, trayendo por causa de su muerte que aquellos ochocientos, de los cuales hemos hablado arriba, fueron puestos en cruz por el rey a instancia de éste; y trabajaban por inducir y persuadir a Alejandra que matase a todos los demás, por cuya autoridad y consejo se había movido contra ellos Alejandro. Estando ella tan puesta en obedecer con demasiada superstición a estos fariseos, a los cuales no quería contradecir en algo, mataban a quien querían, hasta que todos los mejores que estaban en peligro se vinieron huyendo a Aristóbulo; y éste persuadió a su madre que los perdonase por la dignidad que tenían, y a los que pensaba ser dañosos, los echase de la ciudad. Alcanzando éstos licencia, esparciéronse por toda la tierra. Alejandra envió ejército a Damasco, porque Ptolomeo tenía en grande y muy continuo aprieto la ciudad, la cual ella tomó sin hacer cosa alguna memorable. Solicitó con pactos y dones al rey de Armenia, Tigrano, que cercaba a Cleopatra, habiendo juntado su gente con Ptolomeo. Pero él se había retirado ya mucho antes por el levantamiento y discordia que había entre los suyos, después de haberse Lúculo entrado por Armenia.

Estando en esto, enfermó Alejandra; y su hijo el menor, Aristóbulo, con todos sus criados, que solían ser muchos y muy fieles, por estar en la flor de su edad, se apoderó de todos los castillos; y con el dinero que en ellos halló, hizo gente de sueldo, y levantóse por rey. Por esto la madre de Hircano, con misericordia de las quejas que el pueblo a ella echaba, encerró la mujer de Aristóbulo en un castillo que está edificado cerca del templo a la parte de Septentrión: llamábase éste, como antes dijimos, Baro, y después lo llamaron Antonia, siendo Antonio emperador, así como del nombre de Augusto y de Agripa, fueron llamadas las otras ciudades Sebaste y Agripia.

Pero antes murió Alejandra que tomase venganza en Aristóbulo de las injurias a su hermano Hircano, al cual había trabajado por echar del reino, adonde había ella reinado nueve años. Quedó por heredero de todo Hircano, a quien ella, siendo aún viva, había encomendado todo el reino. Pero teníale gran ventaja en esfuerzo y autoridad Aristóbulo, y habiendo peleado entrambos cerca de Jericó por quién sería señor de todo, muchos, dejando a Hircano, se pasaron a Aristóbulo. De donde huyendo Hircano, Regó al castillo llamado Antonia, adonde se recogió; y alcanzando allí rehenes para aseguranza de su salud y vida, porque (según arriba hemos contado) aquí estaban con guardas los hijos y mujer de Aristóbulo. Antes que le aconteciese algo que fuese peor, volvió en concordia y amistad con tal ley, que quedase el reino por Aristóbulo, y que él lo dejase, contentándose, como hermano del rey, con otras honras. Reconciliados y hechos de esta manera amigos dentro del templo, habiendo el uno abrazado al otro delante de todo el pueblo que allí estaba, truecan las cosas, y Aristóbulo torna posesión de la casa real, e Hircano de la casa de Aristóbulo.

Capítulo III

Que trata de los hechos de Aristóbulo, Antígano, Judas, Eseo, Alejandro, Teodoro y Demetrio. La envidia de las hazañas y sucesos prósperos de Juan y de sus hijos movió a los gentiles a discordia y sedición, y juntándose muchos contra ellos no reposaron hasta que todos fueron vencidos en guerra pública. Viviendo, pues, todo el otro tiempo Juan muy prósperamente y habiendo administrado y regiao muy bien todo el gobierno de las cosas por espacio de treinta y tres años, dejando cinco hijos, murió. Varón ciertamente bienaventurado, el cual no había dado ocasión alguna por la cual alguno se pudiese quejar de la fortuna. Tenía tres cosas principalmente él solo, porque era príncipe de los judíos, pontífice, y además de esto profeta, con quien Dios hablaba de tal manera, que nunca ignoraba algo de lo que había de acontecer.

También supo y profetizó cómo sus dos hijos mayores no habían de quedar señores de sus cosas, los cuales qué fin hayan tenido en la vida, pienso que no será cosa indigna de contarlo ni de oírlo, y cuán lejos hayan estado de la prosperidad y dicha de su padre. Porque Aristóbulo, que era el hijo mayor, luego que su padre fue muerto, transfiriendo su señorío en reino, fue el primero que se puso corona de rey cuatrocientos ochenta y un años y tres meses después que el pueblo de los judíos había venido en la posesión de aquellas tierras libradas de la servidumbre y cautividad de Babilonia. Honraba a su hermano Antígono, que era en la sucesión segundo, porque mostraba amarlo con igual honra, pero puso a los otros hermanos en cárcel muy atados y con guardas; encarceló también a su madre por haberle resistido en algo en el señorío, porque Juan la había dejado por señora de todo el gobierno, y fue tan cruel con ella, que teniéndola atada y en cárcel, la dejó morir de hambre. Pagó todos estos hechos y maldades con la muerte de su hermano Antígono, a quien él amaba mucho y a quien había hecho partícipe en su remo, porque también lo mató con acusaciones falsas que le fingieron los revolvedores del reino. Al principio Aristóbulo no creía lo que le decían, porque tenía en mucho a su hermano, y también porque pensaba ser lo más de lo que le decían falso y fingido por la envidia que le tenían. Pero siendo Antígono vuelto de la guerra con muy buen nombre en los días de las fiestas que ellos, según costumbre de la patria, celebraban a Dios puestos los tabernáculos, sucedió en el mismo tiempo que Aristóbulo cayó enfermo, y Antígono, al fin de las fiestas y solemnidades, acompañado de hombres armados vino con gran deseo a hacer oración al templo, y subió más honrado de lo que subiera por honra de su hermano; y entonces, viniendo acusadores llenos de toda maldad delante del rey, alegaban y reprendían la pompa de las armas, y la arrogancia y la soberbia de Antígono, como mayor de lo que convenía, diciendo haber venido allí con multitud de gente de armas para matarlo: porque pudiendo él ser rey, claro estaba que no se había de contentar con la honra que su hermano procuraba que el reino le hiciese.

Creyó poco a poco estas cosas Aristóbulo, aunque forzado, y por no demostrar sospecha de alguna cosa, queriendo guardarse de lo que le era incierto, y proveerse mirándolo todo, mandó pasar la gente de su guarda a un lugar obscuro y corno sótano; y él que estaba enfermo en el castillo llamado antes Baro, el cual después fue llamado Antoma, mandóles que si viniese desarmado, no le hiciesen algo, y si Antigono viniese con armas, lo matasen. Además de esto, envió gente que avisasen a Antígono y le mandase venir sin armas.

Para todas estas cosas la reina tomó consejo astuto con los que estaban en asechanza y en celada: porque persuadió a los que el rey enviaba, que callasen lo que el rey les habla mandado, y que dijesen a Antígono que su hermano había oído cómo se habla hecho muy lindas armas y lindo aparejo de guerra en Galilea, las cuales no había podido ver particularmente a su voluntad, impedido con su enfermedad, y que ahora lo querría con toda voluntad ver armado, principalmente sabiendo que habla de partir e irse a otra parte.

Oídas estas cosas, Antígono, no pudiendo pensar mal, por el amor y afición que le tenía su hermano, venía aprisa armado con todas sus armas por mostrarse. Pero cuando llegó a un paso obscuro, que se llamaba la torre de Estratón, fue muerto por los de la guarda: y dio cierto y manifiesto documento, que toda benevolencia y derecho de naturaleza es ven39 cido con las acriminaciones y envidias calumniosas; y que ninguna buena afición vale tanto que pueda perpetuamente resistir y refrenar la envidia.

En esto también, ¿quién no se maravillará de Judas? Era Eseo de linaje, el cual nunca erró en profetizar ni jamás mintió. Pasando Antígono por el templo, luego que lo vió Judas, dijo en voz alta a los conocidos que allí estaban, porque tenía muchos discípulos y hombres que venían a pedirle consejo: «Ahora me es a mí bueno morir, pues la verdad murió, quedando yo en vida, y se ha hallado alguna cosa falsa en lo que yo tenía profetizado, pues vive este Antígono, el cual debía ser hoy muerto. Tenía ya, por suerte, señalado lugar para su muerte en la torre de Estratón, que está a seiscientos estadios lejos de aquí: son ya cuatro horas del día, y el tiempo pasa, y con él mi adivinanza.» Cuando el viejo hubo hablado esto, púsose a pensar entre sí muchas cosas con mucho cuidado y con la cara muy triste. Luego, poco después, vino nueva como Antígono había sido muerto en un sótano, llamado por el mismo nombre que solía ser la marítima Cesárea, la torre de Estratón, y esto fue lo que engañó al profeta.

En la misma hora, con el pesar de tan gran maldad, se le aumentó la enfermedad a Aristóbulo, y estando siempre con el pensamiento de aquel hecho muy solícito, con el ánimo perturbado se corrompía, hasta tanto que por la amargura del dolor, rotas en partes sus entrañas, echaba toda la sangre por la boca. La cual tomó uno de los que le servían, y por providencia y voluntad de Dios, sin que el criado tal supiese, echó la sangre del matador sobre las manchas que había dejado con la suya Antígono en aquel lugar donde fue muerto. Pero levantándose un gran llanto y aullido de los que habían visto esto, como que el muchacho hubiese adrede echado la sangre en aquel lugar, vino a noticia del rey el clamor, y requirió que le contasen la causa; y como no hubiese alguno que la osase contar, más se encendía él en deseo de saberla. Al fin, haciendo él fuerza y amenazándoles, contáronle la verdad de todo lo que pasaba; y él, hinchiendo sus ojos de lágrimas, y gimiendo en su corazón tanto cuanto le era posible, dijo esto: «No era, por cierto, cosa para esperar que hubiese Dios de ignorar mis maldades muy grandes, siéndole todo manifiesto pues luego me persigue la justicia en venganza de la muerte de mi hermano. ¡Oh malvado cuerpo! ¿Hasta cuándo detendrás el ánima condenada por la muerte de mi madre y de mi hermano? ¿Cuánto tiempo les sacrificaré mi propia sangre? Tómenlo todo junto y no se burle ni escarnezca la fortuna lo bajo de mis entrañas.` Dicho esto, luego murió, habiendo reinado sólo un año.

Su mujer entonces sacó de la cárcel al hermano Alejandro, e hízolo rey, el cual era mayor en la edad, y aun parecía también ser más modesto. Pero alcanzando éste el reino, y viéndose poderoso, mató a su otro hermano, por verlo ambicioso de reinar, y tenía consigo al otro privadamente, habiéndole quitado todas sus cosas. Hizo guerra con Ptolomeo Látiro, el cual le había tomado a Asoco, y mató muchos de sus enemigos; pero Ptolomeo fue el vencedor. Después que él fue echado por su madre Cleopatra, vínose a Egipto, y Alejandro tomó por fuerza a Gadara y el castillo de Amatón, que es el mayor de todos los que hay de la otra parte del Jordán, adonde estaban, según se tenla por cierto, los bienes y joyas de Teodoro, hijo de Zenón. Mas sobreviniendo presto Teodoro, cobra lo que era suyo: llévase el carruaje del rey, y mata casi diez mil judíos.

Alejandro, cobrando después de esta matanza fuerzas, entró por las partes cercanas de la mar, las cuales llamaremos maritimas: tomó a Rafia, a Gaza y a Antedón, la cual después fue llamada por el rey Herodes Agripia. Domados y sujetos todos éstos, un día de fiesta el pueblo de los judíos se le vantó contra él. Porque muchas veces se revuelven los pueblos por los convites y comidas; y no le parecía que podía apaciguar y deshacer aquellas asechanzas, si los Pisidas y Cilicos, pagándolos él, no le ayudaban: no hacía caso de tener los sirios a sueldo por la discordia que tienen naturalmente con los judíos. Y habiendo muerto más de ocho mil de la multitud que se había rebelado, hizo guerra contra Arabia. Vencidos allí los galaaditas y moabitas, los hizo tributarios, y volvióse para Amatón. Y estando Teodoro amedrentado por ver que tan prósperamente le sucedían las cosas, derribó de raíz un castillo que halló sin gente; y peleando después con Oboda, rey de Arabia, el cual había ocupado un lugar oportuno y cómodo para el en año en la región de Galaad, preso con las asechanzas que le habían hecho, perdió todo su ejército, forzado a recogerse a un valle muy alto, y fue desmenuzado por la multitud de los camellos.

Librándose él de aquí y viniendo a Jerusalén, inflamó la gente, que antiguamente le era muy enemiga, a mover novedades con la gran matanza que le había sido hecha. Con esto también se alzó a mayores, y mató en muchas batallas no menos de cincuenta mil judíos dentro de seis años; pero no se holgaba con estas victorias, porque se gastaban y consumían en ellas todas las fuerzas de su reino. Por lo cual, dejando las armas y la guerra, trabajaba con buenas palabras en volver en amistad con aquellos que tenía sujetos.

Tenían ellos tan aborrecida la inconstancia y variedad que éste tenía en sus costumbres, que preguntando él qué manera tendría para apaciguarlos, respondieron que con su muerte; porque aun no sabían si muerto le perdonarían, por tantas maldades como había cometido junto con esto tomaron el socorro de Demetrio, llamado Acero, el cual, con esperanza de ganar y de haber mayor premio, fácilmente les obedeció y consintió, y viniendo con ejército, juntóse para ayudar a los judíos cerca de Sichima. Pero recibiólos Alejandro con mil de a caballo y con seis mil soldados de sueldo, teniendo también consigo cerca de diez mil judíos que le eran todos muy amigos: siendo los de la parte contraria tres mil de a caballo y cuarenta mil de a pie.

Antes que se juntasen ambos ejércitos, por medio de los mensajeros y trompetas los reyes trabajaban cada uno por si en retirar la gente el uno del otro. Demetrio pensaba que la gente de sueldo de Alejandro le faltaría; y Alejandro esperaba que los judíos que seguían a Demetrio se le habían de rebelar y seguirlo a él. Pero como los judíos tuviesen muy firme su juramento, y los griegos su fe y promesa, comenzaron a acercarse y pelear todos.

Venció en esta batalla Demetrio, aunque la gente de Alejandro hubiese hecho muchas cosas fuerte y animosamente. El suceso de ella dió parte a entrambos sin que juntamente entrambos lo esperasen. Porque los que habían llamado a Demetrio no quisieron seguirlo, aunque vencedor; antes, seis mil de los judíos se pasaron a Alejandro, que había huido hacia los montes, por tener misericordia de él, viendo que se le había mudado tanto la fortuna. No pudo sufrir falta tan ‘importante Demetrio; antes, pensando que Alejandro, recogidas y juntadas ya sus fuerzas, sería bastante para esperar la batalla, porque toda la gente se le pasaba, retiróse luego de allí; pero la demás gente, por habérseles ido y apartado aquella parte del socorro y ejército, no perdió su ira y enemistad; antes peleaba en continuas guerras con Alejandro, hasta tanto que, muerta gran parte de ellos, los hizo recoger en la ciudad de Bemeselis; y habiéndola después tomado, llevóse los cautivos a Jerusalén.

La ira inmoderada de éste, por ser desenfrenada, hizo que su crueldad llegase a términos de toda impiedad; porque en medio de la ciudad ahorcó ochocientos de los cautivos, y mató las mujeres de ellos e hijos, delante de sus propias madres, y él lo estaba mirando bebiendo y holgando junto con sus concubinas y mancebas. Tomó todo el pueblo tan gran temor de ver esto, que aun los que a entrambas partes estaban aficionados, luego la siguiente noche salieron huyendo, corno desterrados, de toda Judea, cuyo destierro tuvo fin con la muerte de Alejandro. Habiendo, pues, buscado el reposo del reino con tales hechos, cesaron sus armas.

Capítulo IV

De la guerra de Alejandro con Antíoco y Areta, y de Alejandro e Hircano.

Otra vez le fue principio de revuelta Antíoco, llamado también Dionisio, hermano de Demetrio, pero el postrero de aquellos que tenían a Seleuco por principio y autor de su linaje. Porque temiendo a éste, el cual había echado y vencido a los árabes en la guerra, hizo un foso muy grande alrededor de Antipátrida en todo el espacio que hay allí cercano a los montes, y entre las riberas de Jope; y delante del foso edificó un muro muy alto y unas torres de madera, para defender la entrada; pero no pudo detener con todo esto a Antíoco. Porque quemadas las torres, y habiendo henchido los fosos, pasó con su ejército; y menospreciando la venganza, de la cual debía usar con aquel que le había prohibido la entrada, luego siguió la empresa contra los árabes.

El rey de éstos apartáse a parte más cómoda para su gente; Pero luego volvió a la pelea con hasta número de diez mil hombres, y acometió la gente de Antíoco sin darle tiempo para pensar en ello ni aparejarse. Y trabada una valerosa batalla, mientras Antíoco estaba salvo, su ejército permanecía resistiendo, aunque los árabes p9co a poco lo despedazasen y acabasen. Pero después que éste fue muerto, porque socorriendo a los vencidos no temía los peligros, todos huyeron, muriendo la mayor parte de ellos peleando y huyendo. Los demás, habiendo venido a parar al lugar de Caná, todos murieron de hambre, excepto muy pocos. De aquí los damascenos, enojados con Ptolomeo, hijo de Mineo, júntanse con Areto, y hácenlo rey de Siria Celes: el cual, habiendo hecho guerra con Judea, después de haber vencido en la batalla a Alejandro, hizo partido con él y retiróse.

Alejandro, tomada Pela, fuese otra vez para Gerasa, deseoso de las riquezas de Teodoro; y habiendo cercado con tres cercos a los que la querían defender, ganó el lugar. Tomó también a Gaulana y a Seleucia, y sojuzgó aquella que se llama la Farange de Antíoco. Además de lo dicho, habiendo también tomado el fuerte castillo de Gamala, y preso al capitán de él, Demetrio, revuelto en muchos crímenes y culpas, vuélvese a Judea, acabados tres años en la guerra, y fue recibido por los suyos con grande alegría por el próspero suceso de sus cosas.

Pero sucedióle, estando en reposo y acabada la guerra, el principio de su dolencia; y porque le fatigaba la cuartana, pensó que echaría de sí aquella calentura si se volvía otra vez a poner en los negocios y ocupaba en ellos su ánimo; dióse a la guerra y trabajos militares, Sin tener cuenta con el tiempo: y fatigando su cuerpo más de lo que podía sufrir, en medio de las revueltas murió después de treinta y siete años que reinaba, dejando el reino a Alejandra, su mujer, pensando que los judíos obedecerían a cuanto ella mandase; porque siendo muy desemejante a él en la crueldad, resistiendo a toda maldad, enteramente había ganado la voluntad de todo el pueblo. Y no le engañó la esperanza, porque por ser tenida por mujer muy pía, alcanzó el reino y principado. Porque sabía muy bien la costumbre que los de su patria tenían, y aborrecía desde el principio al que quebrantaba las leyes sagradas.

Como ésta tuviese dos hijos habidos de Alejandro, al mayor, llamado Hircano, parte por ser primogénito, lo declaró por pontífice, y parte también porque era más reposado, sin que pudiese tenerse esperanza que sería molesto a alguno, lo hizo rey; y el menor, llamado Aristóbulo, quiso más que viviese privadamente, porque mostraba ser más bullicioso y levantado.

Juntóse con la señoría de esta mujer una parte de los judíos que era la de los fariseos, los cuales honraban y acataban más la religión, al parecer, que todos los demás, y declaraban más agudamente las leyes, y por esta causa los tenía en más Alejandra, sirviendo a la religión divina supersticiosamente. Estos, disimulando con la simple mujer, eran tenidos ya como procuradores de ella, mudando a sus voluntades, quitando y poniendo, encarcelando y librando a cuantos les parecía, de tal manera, que parecían ser ya ellos los reyes, según gozaban de los provechos reales: y Alejandra había de pagar las expensas y gastos, y sufrir todos los trabajos. Pero ésta tenía un maravilloso regimiento en saber regir y administrar las cosas mas altas y más importantes; y puesta toda en acrecentar su gente, hizo dos ejércitos, con no pocos socorros que hubo, por su sueldo, con los cuales no sólo fortificó el estado de su gente, pero se hizo aún de temer al poder de los extranjeros. Y como mandase a todos, ella sola obedecía a los fariseos de su buena voluntad.

Mataron finalmente a Diógenes, varón muy señalado que había sido muy amigo de Alejandro, trayendo por causa de su muerte que aquellos ochocientos, de los cuales hemos hablado arriba, fueron puestos en cruz por el rey a instancia de éste; y trabajaban por inducir y persuadir a Alejandra que matase a todos los demás, por cuya autoridad y consejo se había movido contra ellos Alejandro. Estando ella tan puesta en obedecer con demasiada superstición a estos fariseos, a los cuales no quería contradecir en algo, mataban a quien querían, hasta que todos los mejores que estaban en peligro se vinieron huyendo a Aristóbulo; y éste persuadió a su madre que los perdonase por la dignidad que tenían, y a los que pensaba ser dañosos, los echase de la ciudad. Alcanzando éstos licencia, esparciéronse por toda la tierra. Alejandra envió ejército a Damasco, porque Ptolomeo tenía en grande y muy continuo aprieto la ciudad, la cual ella tomó sin hacer cosa alguna memorable. Solicitó con pactos y dones al rey de Armenia, Tigrano, que cercaba a Cleopatra, habiendo juntado su gente con Ptolomeo. Pero él se había retirado ya mucho antes por el levantamiento y discordia que había entre los suyos, después de haberse Lúculo entrado por Armenia.

Estando en esto, enfermó Alejandra; y su hijo el menor, Aristóbulo, con todos sus criados, que solían ser muchos y muy fieles, por estar en la flor de su edad, se apoderó de todos los castillos; y con el dinero que en ellos halló, hizo gente de sueldo, y levantóse por rey. Por esto la madre de Hircano, con misericordia de las quejas que el pueblo a ella echaba, encerró la mujer de Aristóbulo en un castillo que está edificado cerca del templo a la parte de Septentrión: llamábase éste, como antes dijimos, Baro, y después lo llamaron Antonia, siendo Antonio emperador, así como del nombre de Augusto y de Agripa, fueron llamadas las otras ciudades Sebaste y Agripia.

Pero antes murió Alejandra que tomase venganza en Aristóbulo de las injurias a su hermano Hircano, al cual había trabajado por echar del reino, adonde había ella reinado nueve años. Quedó por heredero de todo Hircano, a quien ella, siendo aún viva, había encomendado todo el reino. Pero teníale gran ventaja en esfuerzo y autoridad Aristóbulo, y habiendo peleado entrambos cerca de Jericó por quién sería señor de todo, muchos, dejando a Hircano, se pasaron a Aristóbulo. De donde huyendo Hircano, Regó al castillo llamado Antonia, adonde se recogió; y alcanzando allí rehenes para aseguranza de su salud y vida, porque (según arriba hemos contado) aquí estaban con guardas los hijos y mujer de Aristóbulo. Antes que le aconteciese algo que fuese peor, volvió en concordia y amistad con tal ley, que quedase el reino por Aristóbulo, y que él lo dejase, contentándose, como hermano del rey, con otras honras. Reconciliados y hechos de esta manera amigos dentro del templo, habiendo el uno abrazado al otro delante de todo el pueblo que allí estaba, truecan las cosas, y Aristóbulo torna posesión de la casa real, e Hircano de la casa de Aristóbulo.

Capítulo V

De la guerra que tuvo Hircano con los árabes, y cómo fué tomada la ciudad de Jerusalén.

Creció a todos sus enemigos el miedo por ver que mandaba y que había alcanzado el señorío tan contra la esperanza que tenían, aunque principalmente a Antipatro, mal acogido por Aristóbulo y muy aborrecido. Era éste de linaje Idumeo, principal entre toda su gente, tanto en nobleza como en riqueza. Este, pues, amonestaba y trabajaba por inducir a Hircano que recurriere a Areta, rey de los árabes, y con su ayuda cobrase el reino: por otra parte trabajaba en persuadir a Areta que recibiese en su reino a Hircano y se lo llevase consigo, menoscabando y diciendo mal de las costumbres de Aristóbulo, loando y levantando mucho a Hircano, y junto con esto amonestaba que a él convenía, presidiendo a un reino tan esclarecido, dar la mano a los que estaban oprimidos por maldad e injusticia; y que Hircano padecía la injuria, el cual había perdido el reino que por derecho de sucesión le pertenecía.

Instruidos, pues, y apercibidos entrambos de esta manera, una noche salió de la ciudad juntamente con Hircano, y libróse por la gran diligencia que puso en correr, acogiéndose a un lugar que se llama Petra, adonde tiene su asiento el rey de Arabia. Y después que entregó en manos del rey Areta a Hircano, acabó con él con muchas palabras y muchos dones, que socorriese a Hircano para hacerle recobrar su reino. Eran los árabes cincuenta mil hombres de a pie y de a caballo, a los cuales no pudo resistir Aristóbulo; antes, vencido en el primer encuentro, fué forzado a huir hacia Jerusalén; y fuera ciertamente preso, si el capitán de los romanos Escauro no so reviniera e hiciera levantar el cerco que tenía, porque éste había sido enviado de Pompeyo Magno, que entonces tenía guerra con Tigrano, de Armenia a Siria; pero cuando llegó a Damasco, halló que la ciudad era nuevamente tomada por Metelo y Lolio. Habiendo, pues, apartado y echado a aquellos de allí, y sabiendo lo que se hacía en Judea, determinó correr a á como a negocio de ganancia y provecho.

En la hora que hubo entrado dentro de los, términos de Judea, viénenle embajadores de los judíos por los dos hermanos, rogándole entrambos, cada uno por sí, que viniese antes en su ayuda que no en la del otro. Bao corrompido por trescientos talentos que Aristóbulo le envió, menospreció la justicia, porque después de haber recibido este dinero, Escauro envió embajadores a Hircano y a los árabes, trayéndoles delante y amenazando con el nombre de los romanos y de Pompeyo si no deshacían el cerco de la villa. Por lo cual amedrentado Areta, salió de Judea, y recogiose a Filadelfia; y Escauro, volvió a Darnasoa. Aristóbulo, pues no lo veía preso, no pensó que le bastaba, pero recogiendo todo el ejército que tenía, trabajaba en perseguir de todas maneras a los enemigos, y trabando batalla cerca de un lugar que se llama Papirona, mató de ellos más de seis mil hombres, entre los cuales fué uno Céfalo, hermano de Antipatro.

Hircano, y Antipatro, privados ya del socorro de los árabes, pusieron sus esperanzas en los contrarios; y como hubiese lle gado Pompeyo a Damasco, después de haber entrado en Siria, recurrieron a él, y dándole muchos dones, comienzan a contarle todas aquellas cosas que antes habían también dicho a Areta, rogándole mucho que, venciendo la fuerza y violencia de Aristóbulo, restituyese el reino a Hircano, a quien era debido, tanto por edad, como por bondad de costumbres; pero Aristóbulo no se durmió en esto, confiado en Escauro por el dinero que la había dado. Había venido tan ornado y vestido tan realmente como le había sido posible, y enojado después por la sujeción, y pensando que no era cosa digna que un rey tuviese tanta cuenta con el provecho, volvíase de Diospoli.

Enojado por esto Pompeyo, viene contra Aristóbulo persuadiéndoselo Hircano y sus compañeros, con el ejército romano, y armado también del socorro de los de Siria. Y habiendo pasado por Pela y por Escitópolis, llegó a Coreas, adonde comienza el señorío de los judíos y los términos de sus tierras, entrando en los lugares mediterráneos. Entendiendo que Aristóbulo se habla recogido a Alejandrio, que es un castillo magnificamente edificado en un alto monte, envió gente que lo hiciese salir y descender de allí. Pero él tenía determinado, pues era la contienda por el reino, querer antes poner en peligro su vida, que sujetarse al imperio y mando de otro; veía que el pueblo estaba muy amedrentado y que sus amigos le aconsejaban que pensase en el poder y fuerza de los romanos, la cual no había de poder sufrir. Por lo cual, obedeciendo al consejo de todos éstos, viénese delante de Pompeyo, a quien, como hubiesen hecho entender cuán justamente reinaba, mandóle que se volviese al castillo; y saliendo otra vez desafiado por su hermano, habiendo primero tratado con él de su derecho, volvióse al castillo sin que Pompeyo se lo prohibiese. Estaba con esperanza temor y venia con intención de suplicar a Pompeyo que re dejase hacer toda cosa y volviese al monte, por que no pareciese derogar y afrentar la real dignidad. Pero porque Pompeyo le mandaba salir de los castillos y aconsejaban a los presidentes y capitanes de ellos que se saliesen, a los cuales él habla mandado que no obedeciesen sin ver primero cartas de su mano propia escritas, hizo lo que mandaba.

Vino a Jerusalén muy indignado, y pensaba ventilar aquello con Pompeyo por las armas. Pero éste no tuvo por cosa buena ni de consejo darle tiempo para que se aparejase para la guerra, antes luego comienza a perseguirlo, porque con mucha alegría había sabido la muerte de Mitrídates, estando ya cerca de Jericó, adonde la tierra es muy fértil y hay muchas palmas y mucho bálsamo; de cuyo árbol o tronco, cortado con unas piedras muy agudas, se destilan unas gotas como lágrimas, las cuales ellos recogen. Habiéndose, pues, detenido allí toda una noche, luego a la mañana veníase con gran prisa a Jerusalén. Espantado Aristóbulo con esta nueva, y con el ímpetu de éste, sálele al encuentro, suplicando y prometiendo mucho dinero que él y la ciudad se le rendirían; y con esto amansó la saña e Pompeyo. Pero nada de lo que había prometido cumplió; porque siendo enviado Gabinio, para cobrar el dinero prometido, los compañeros de Aristóbulo no quisieron ni aun recibirle en la ciudad.

Movido con estas cosas Pompeyo, prende a Aristóbulo, y mándalo poner en guardas, y partiendo para la ciudad, descubría y miraba por qué parte tenía mejor y más fácil entrada, porque no veía de qué manera pudiese combatir los muros, que estaban muy fuertes, y un foso alrededor del muro muy espantable, y estaba allí muy cerca el templo cercado y rodeado de tan segura defensa, que aunque tomasen la ciudad, todavía tenían allí los enemigos muy seguro lugar para recogerse. Estando, pues, él mucho tiempo dudando y pensando sobre esto, levantóse una sedición y revuelta dentro de la ciudad; los compañeros y amigos de Aristóbulo decían y eran de parecer que se hiciese guerra, y que se debla trabajar por librar a su rey; pero los que eran de la parcialidad de Hircano, decían que debían abrir las puertas y dar entrada a Pompeyo. Y el miedo de los otros hacia mayor el número de éstos, pensando y teniendo delante el valor y constancia de los romanos.

Vencida, pues, al fin la parte de Aristóbulo, fuése huyendo al templo, y derribando un puente, por el cual el templo se juntaba con la ciudad, todos se aparejaban para resistirle y sufrir en ello cuanto posible les fuese. Y como los otros que quedaban hubiesen recibido a los romanos dentro de la ciudad, y les hubiesen entregado la casa y palacio red, para haber estas cosas Pompeyo, envió uno de sus capitanes llamado Pisón, con muchos soldados; y puestos por guarnición dentro de la ciudad, no pudiendo persuadir la paz a los que se habían recogido dentro del templo, aparejaba todo cuanto podía y hallaba alrededor de allí, para combatirlos; pues Hircano y sus amigos estaban muy firmes y muy prontos para seguir el acuerdo, y aconsejar lo necesario, y obedecer a cuanto les fuese mandado. El estaba a la parte septentrional hinchiendo el foso aquel tan hondo de todo cuanto los soldados le podían traer, siendo esta obra de si muy difícil por la gran hondura del foso, y también porque los judíos trabajaban por la parte alta en resistirles de toda manera, y quedara el trabajo imperfecto y sin acabar, si Pompeyo no tuviera gran cuenta con los días que suelen guardar por sus fiestas los judíos, que por su religión tienen mandado guardar el séptimo día, sin hacer algo; en los cuales mandó que, pues los soldados de dentro no salían a defenderlo, los suyos no peleasen, antes con gran diligencia hinchiesen el foso. Porque los judíos no tienen licencia de hacer 21go en las fiestas, sino sólo defender su cuerpo si algo les acontecía.

Henchido, pues, el foso, y puestas sus máquinas, las cuales había traído de Tiro, y hechas sus torres encima de sus montecillos, comenzaron a combatir los muros. Los de arriba fácilmente los echaban con muchas piedras, aunque mucho tiempo resistiesen las torres, excelentes en grandeza y gentileza, y sufriesen la fuerza de los que contra ellos peleaban. Pero cansados entonces los romanos, Pompeyo maravillábase por ver el trabajo grande que los judíos sufrían con gran tolerancia, y principalmente porque estando entre armas, no dejaban perder punto ni cosa alguna de lo que tocaba a sus ceremonias, antes, ni más ni menos que si tuvieran muy sosegada paz, celebraban cada día los sacrificios y ofrendas, y honraban a Dios con una muy gran diligencia. Ni aun en el mismo momento que los mataban cerca del ara, dejaban de hacer todo aquello que legítimamente eran obligados para cumplir con su religión. Tres meses después que tenía puesto el cerco, sin haber casi derribado ni una torre, dieron el asalto, y el primero que osó subir por el muro fué Fausto Cornelio, hijo de Sila, y después dos centuriones con él, Furio y Fabio, con sus escuadras; y habiendo rodeado por todas partes el templo, mataron a cuantos se retiraban a otra parte, y a los que en algo resistían. Adonde, aunque muchos de los sacerdotes viesen venir con las espadas sacadas los enemigos contra ellos, no por eso dejaban de entender las cosas divinas y tocantes al servicio de Dios, tan sin miedo corno antes solían, y en el servicio M templo y sacrificios los mataban, teniendo en más la religión que su salud. Los naturales y amigos de la otra parte mataban muchos de éstos; muchos se despeñaban, otro se echaban a los enemigos como furiosos, encendidos todos los que estaban por el muro en gran ira y desesperación. Murieron, finalmente, en esto doce mil judíos y muy pocos romanos, aunque hubo muchos heridos.

Pareció cosa grave y de mayor pérdida a los judíos, descubrir aquel secreto santo e inviolado, no visto antes por ninguno, a todos los extranjeros. Entrando, pues, Pompeyo, juntamente con sus caballeros, dentro del templo, donde no era licito entrar, excepto al pontífice, vio y miró los candeleros que allí habla encendidos, y las mesas, en las cuales acostumbraban celebrar sus sacrificios y quemar sus inciensos; vio también la multitud de perfumes y olores que tenían, y el dinero consagrado, que era la suma de dos mil talentos. Pero no tocó ni esto ni otra cosa alguna de las riquezas del Sagrario; antes el siguiente día, después de la matanza, mandó limpiar el templo a los sacristanes, Y que celebrasen sus solemnidades sagradas. Entonces les declaró por pontífice a Hircano, por haberse regido y mostrado con él en todo, y principalmente en el tiempo del cerco, muy valeroso, y por haber atraído a sí gran muchedumbre de villanos, de los que seguían la parte de Aristóbulo, con lo cual ganó la amistad de todo el pueblo, más por benevolencia y mansedumbre, según conviene a cualquier buen emperador, que por temor ni amenazas.

Fué preso entre los cautivos el suegro de Aristóbulo, que le era también tío, hermano de su padre, y descabezó a todos los que supo que habían sido principalmente causa de aquella guerra. Dio muchos dones a Fausto y a todos los demás que se hablan portado valerosamente en la presa; puso tributo a Jerusalén, mandó que las ciudades que había tomado a los judíos en Celefiria obedeciesen al presidente romano o gobernador que entonces era, y encerrólos dentro de sus mismos términos solamente. Renovó, también por amor de un liberto suyo, llamado Demetrio, Gadarense, a Gadara, la cual hablan derribado los judíos. Libró del imperio de aquellos las ciudades mediterráneas, que no habían derribado, por ser allí alcanzados y prevenidos antes, Hipón, Escitópolís, Pela, Samaria, Marisa y Azoto, Iania y Aretusa, y con ellas las marítimas también, Gaza, Jope, Dora, y aquella adonde estaba la torre de Estratón, aunque después fueron edificados aqui en esta ciudad. muy lindos edificios por el rey Herodes y fué llamada Cesárea. Y habiéndolas vuelto todas a sus naturales ciudadanos, juntólas con la provincia de Siria.

Y dejando la administración de Siria, de Judea y de todo lo demás, hasta los términos de Egipto y el rió, Eufrates, con dos legiones o compañías de gente, a Escauro, él se volvió con gran prisa a Roma por Cilicia, llevándose cautivo a Aristóbulo con toda su familia. Habla dos hijas y otros tantos hijos, de los cuales el uno, llamado Alejandro, se le huyó en el camino, y el menor, que era Antígono, fué llevado a Roma con sus hermanas.

Capítulo VI

De la guerra que Alejandro tuvo con Hircano y Aristóbulo.

Habiendo entretanto Escauro entrado en Arabia, no podía llegar a la que ahora se llama Petrea, por la dificultad y aspereza del camino, pero talaba y destruía cuanto habla alrededor, aunque estaba afligido con muchos males en estas tierras; el ejército padecía gran hambre, a quien Hircano proveía de todo lo necesario, por medio de Antipatro, para su mantenimiento; al cual Escauro envió por embajador, como muy familiar y amigo de Areta, para que dejase la guerra e hiciesen conciertos de paz. De esta manera, en fin, persuadieron al árabe que diese trescientos talentos, y Escauro entonces retrajo de Arabia su ejército. Pero Alejandro, hijo de Aristóbulo, aquel que habla huido de Pompeyo, habiendo juntado mucha gente en este tiempo, en a hacia Hircano muy enojado, y destruía y robaba a Judea, pensando que presto la podía ganar y vencerlo a él, porque confiaba que el muro de Jerusalén, que habla sido derribado por Pompeyo, estaría ya renovado si Gabinio, sucesor de Escauro, el cual había sido enviado a Siria, no se mostrara muy fuerte y valeroso en lo demás, pero principalmente contra Alejandro con su ejército. Por lo cual, temiendo aquél la fuerza de este Gabinio, trabajaba en acrecentar el número de su gente, hasta tanto que legaron a número de diez mil de a pie y mil quinientos caballos, y fortalecía los lugares y las villas que le parecían ser buenos para resistir a la fuerza, como Alejandrio, Hircanio y Macherunta, que están cerca de los montes de Arabia.

Gabinio, pues, habiendo enviado delante a Marco Antonio con parte de su ejército, él lo seguía con todo lo demás. Los compañeros escogidos de Antipatro y la otra multitud de los judíos cuyos príncipes eran Malico y Pitola o, habiendo juntado sus fuerzas con Marco Antonio, salieron al encuentro a Alejandro; pero no estaba muy lejos ni muy atrás de éste Gabinio con toda su gente. Viendo Alejandro que no podía resistir ni sufrir tanta multitud de enemigos, huyó. Siendo llegado ya cerca de Jerusalén, fué forzado a pelear; y habiendo perdido seis mil hombres de los suyos, tres mil presos y tres mil derribados, salváse con los demás.

Pero cuando Gabinio llegó al castillo de Alejandrio, habiendo sabido que muchos habían desamparado el ejército, prometiendo a todos general perdón, trabajaba de llegarlos a él y juntarlos consigo antes que darles batalla; pero como ellos no humillasen su pensamiento, ni quisiesen conceder lo que Gabinio quería, mató a muchos y encerró a los demás en el castillo.

En esta guerra, el capitán Marco Antonio hizo muchas cosas de nombre, y aunque siempre y en todas partes se había mostrado varón muy fuerte y valeroso, ahora últimamente venció todo nombre y dio de sí mucho mayor ejemplo que hasta el presente había dado. Dejando Gabinio gente para combatir el castillo, él se vino a todas las otras ciudades, confirmando las que no habían sido atacadas, reparando y le vantando de nuevo las que habían sido derribadas. Finalmente, por mandamiento de éste, se comenzó a habitar en Escitópolis, en Samaria, en Antedón, en Apolonia, en Janinia, en Rafia, en Marisa, en Dora, en Gadara, en Azoto, y en otras muchas, con gran alegría de los ciudadanos, porque de todas partes venían por habitar en ellas. Ordenadas esta s cosas de esta manera, volviéndose a Alejandrio, apretaba mucho más el cerco. Por la cual cosa Alejandro, muy espantado, le envió embajadores, desconfiando ya de todo y rogando que le perdonase, y él le entregaría sin alguna falta los castillos que le obedecían, los cuales eran el de Hircano, y el otro el de Macherunta; también le dió y dejó en su poder Alejandrio. Gabinio lo derribó todo de raíz por consejo de la madre de Alejandro, por que no fuesen ocasión de otra guerra, o de recogimiento para ella. Estaba ella con Gabinio por ablandarlo con sus regalos, temiendo algún peligro a su marido y a los demás que habían sido llevados cautivos a Roma.

Pasadas todas estas cosas, habiendo Gabinio llevado a Jerusalén a Hircano y habiéndole encomendado el cargo del templo, puso por presidentes de toda la otra República a los más principales de los judíos. Dividió en cinco partes, como Congregaciones, toda la gente de los judíos; la una de éstas puso en Jerusalén, la otra en Doris, la tercera que estuviese en la parte de Amatunta, la cuarta en Jericó, y la quinta fué dada a Séfora, ciudad de Galilea.

Los judíos entonces, librados del imperio y señorío de uno, eran regidos por sus príncipes con gran contentamiento; pero no mucho después acaeció que, habiéndose librado de Roma Aristóbulo, les fué principio de discordias y revueltas; el cual, juntando mucha gente de los judíos, parte por ser deseosa de mutaciones y novedades, parte también por el amor que antiguamente le solían tener, tomó primero a Alejandrio, y trabajaba en cercarlo de muro. Después, sabido cómo Ga binio enviaba contra él tres capitanes, Sisena, Antonio y Sevilio, vínose a Macherunt ; y dejando la gente vulgar y que no era de guerra, la cual antes le era carga que ayuda, salió, trayendo consigo, de gente muy en orden y bien armada, no más de ocho mil, entre los cuales venía también Pitolao, Regidor de la segunda Congregación que hemos dicho, habiendo huido de Jerusalén con número de mil hombres.

Los romanos los seguían, y dada la batalla, Aristóbulo detuvo los suyos peleando muy fuertemente algún tiempo, hasta tanto que fueron vencidos por la fuerza y poder grande de los romanos, adonde murieron cinco mil hombres, y dos mil se recogieron a una gran cueva, y los otros mil rompieron por medio de los romanos y cerráronse en Macherunta. Habiendo, pues, llegado allí a prima noche o sobretarde el rey, y puesto su campo en aquel lugar que estaba destruido, confiaba que haría treguas, y durando éstas, juntarla otra vez gente y fortalecería muy bien el castillo. Pero habiendo sostenido la fuerza de los romanos por espacio de dos días más de lo que le era posible, a la postre fué tomado y llevado delante de Gabinio, atado junto con Antígono, su hijo, el cual habla estado en la cárcel con él, y de allí fué lle vado a orna. Pero el Senado lo mandó poner en la cárcel, y pasó los hijos de éste a Judea, porque Gabinio había escrito que los había prometido a la mujer de Aristóbulo, por haberle entregado los castillos.

Habiéndose después Gabinio aparejado para hacer guerra Con los partos, fuéle impedimento Ptolomeo; el cual, habiendo vuelto del Eufrates, venia a Egipto sirviéndose de Hircano y de Antipatro, como de amigos para todo cuanto su ejército tenía necesidad; porque Antipatro le ayudó con dineros, armas, mantenimientos y con gente de erra. Y guardando los judíos los caminos que están hacia la vía de Pelusio, persuadió que enviasen allá a Gabinio; pero con la partida de Gabinio la otra parte de Siria se revolvió; y Alejandro, hijo de Aristóbulo, movió otra vez los judíos a que se rebelasen; y juntando gran muchedumbre de ellos, mataba y despedazaba cuantos romanos hallaba por aquellas tierras. Gabinio, temiéndose de esto, porque ya había vuelto de Egipto, y viendo revuelta que se aparejaba, envió delante a Antipatro, y persuadió a algunos de los que estaban revueltos que se concordasen con ellos e hiciesen amigos.

Habían quedado con Alejandro treinta mil hombres, por lo cual estaba, y de sí lo era él también, muy pronto para guerra. Salió finalmente al campo y viniéronle los judíos a encuentro; y peleando cerca del monte Tabor, murieron diez mil de ellos, y los que quedaron salváronse huyendo por di versas partes.

Vuelto Gabinio a Jerusalén, porque esto quiso Antipatro apaciguó Y compuso su República; después, partiendo de aquí venció en batalla a los nabateos, y dejó ir escondidamente a Mitridates y a Orsanes, que habían huido de los partos, persuadiendo a los soldados que se habían escapado.

En este medio fuéle dado por sucesor Craso, el cual tomó la parte de Siria. Este, para el gasto de la guerra de los partos, tomó todo el restante del tesoro del templo que estaba en Jerusalén, que eran aquellos dos mil talentos, los cuales Pompeyo no había querido tocar. Después, pasando el Eufrates él y todo su ejército, perecieron; de lo cual ahora no se hablará, por no ser éste su tiempo ni oportunidad.

Después de Craso, Casio siendo recibido en aquella provincia, detuvo y refrenó los partos que se entraban por Siria, Y con el favor de éste que venía a prisa grande para Judea; y prendiendo a los tariceos, puso en servidumbre y cautiverio tres mil de ellos. Mató también a Pitolao, persudiéndoselo Antipatro, porque recogía todos los revolvedores y parciales de Aristóbulo.

Tuvo éste por mujer una noble de Arabia llama da Cipria, de la cual hubo cuatro hijos, Faselo y Herodes, que fué rey, Josefo Forera, y una hija llamada Salomé. Y como procurase ganar la amistad de cuantos sabía que eran poderosos, recibiendo a todos con mucha familiaridad, mostrándose con todos huésped y buen amigo, principalmente juntó consigo al rey de Arabia por casamiento y parentesco; y encomendando a su bondad y fe sus hijos, él se los envió, porque había determinado y tomado a cargo de hacer guerra contra Aristóbulo.

Casio, habiendo compelido y forzado a Alejandro que se reposase, volvióse hacia el Eufrates por impedir que los partos pasasen, de los cuales en otro lugar después trataremos.

Capítulo VII

De la muerte de Aristóbulo, y de la guerra de Antipatro contra Mitrídates.

Habiéndose César apoderado de Roma y de todas las cosas, después de haber huido el Senado y Pompeyo de la otra parte del mar Jonio, librando de la cárcel a Aristóbulo, enviólo con diligencia con dos compañías a Siria, pensando que fácilmente podría sujetar a ella y a los lugares vecinos de Judea; pero la esperanza de César y la alegría de Aristóbulo fué anticipada con la envidia. Porque muerto con ponzoña por los amigos de Pompeyo, estuvo sin sepultura en su misma patria algún tiempo, y guardaban el cuerpo del muerto embalsamado con miel, hasta tanto que Antonio proveyó que fuese sepultado por los judíos en los sepulcros reales. Fué también muerto su hijo Alejandro, y mandado descabezar por Escipión en Antioquía, según letras de Pompeyo, habiéndose primero examinado su causa públicamente sobre todo lo que había cometido contra los romanos.

Ptolomeo, hijo de Mineo, que tenía asiento en Calcidia, bajo del monte Líbano, prendiendo a sus propios hermanos, envió a su hijo Filipión a Ascalona que los detuviese e hic iese recoger; y él, sacando a Antígono del poder de la mujer de Aristóbulo, y a sus hermanas también, lleválas a su padre. Y enamorándose de la menor de ellas, cásase con ella; por lo cual fué después muerto por su padre. Porque Ptolomeo, después de muerto el hijo, tomó por mujer a Alejandra; y por causa de este parentesco y afinidad, miraba por sus hermanos con mayor cuidado.

Muerto Pompeyo, Antipatro se pasó a la amistad de César; y porque Mitrídates Pergameno estaba detenido con el ejército que llevaba a Egipto, en Ascalona, prohibido que no pasase a Pelusio, no sólo movió a los árabes, aunque fuese él extranjero y huésped en aquellas tierras, a que le ayudasen, sino también compelió a los judíos que le socorriesen con cerca de tres mil hombres, todos muy bien armados. Movió también en socorro y ayuda suya los poderosos de Siria, y a Ptolomeo, que habitaba en el monte Líbano, y a Jamblico, y al otro Ptolomeo; y por causa de ellos, las ciudades de aquella región emprendieron y comenzaron la guerra con ánimo pronto todos, y muy alegre. Confiado ya de esta manera Mitrídates por verse poderoso con la gente y ejército de Antipatro, vínose a Pelusio; y siéndole prohibido el pasaje, puso cerco a la villa, y Antipatro se mostró mucho en este cerco. Porque habiendo roto el muro de aquella parte que a él cabía, fué el primero que dió asalto a la ciudad con los suyos, y así fué tomado Pelusio; pero los judíos de Egipto, aquellos que habitaban en las tierras que se llaman Onías, no los dejaban pasar más adelante. Ant ipatro, no sólo persuadió a los suyos que no los estorbasen ni impidiesen, sino que les diesen lo necesario para mantenimiento. De donde sucedió que los menfitas no fuesen combatidos; antes, voluntariamente se entregaron a Mitrídates; y habiendo éste proseguido adelante su camino por las tierras de Delta, peleó con los otros egipcios en un lugar que se llama Castra de los judíos, el cual libró Antipatro por su parte, que era la derecha, de todo mal. Yendo alrededor del rio con buen orden, vencía el escuadrón que estaba a la parte izquierda fácilmente, y arremetiendo contra aquellos que iban persiguiendo a Mitrídates, mató a muchos de ellos y persiguió tanto a los que quedaban y huían’ que vino a ganar el campo y tiendas de los enemigos, habiendo perdido no más de ochenta de los suyos. Pero Mitrídates, huyendo, perdió de los suyos ochocientos; y saliendo él de la batalla salvo sin que tal se confiase, vino delante de César como testigo, sin envidia de las cosas hechas por Antipatro. Por lo cual él movió a Antipatro entonces, con esperanza y loores grandes, a que menospreciase todo peligro por su causa; y así fué hallado en todo como hombre de guerra muy esforzado y valeroso, porque habiendo sufrido muchas heridas, tenía por todo el cuerpo las señales en probanza de su virtud.

Después, cuando habiendo apaciguado las cosas de Egipto se volvió a Siria, hízolo ciudadano de Roma, dejándole gozar de todas las libertades, honrándole en todas las cosas, y mostrándole en todo mucha amistad; hizo que los otros se esforzasen mucho en imitarlo, como a hombre muy digno; y por causa y favor suyo confirmó el pontificado a Hircano.

Capítulo VIII

De cómo fué acusado Antipatro, delante de César, del pontificado de Hircano, y cómo Herodes movió guerra.

En el mismo tiempo, Antígono, hijo de Aristóbulo, ha biendo venido a César, fué causa que Antipatro ganase gran honra y mayor opinión de la que él pensaba alcanzar. Porque habiéndose de quejar de la muerte de su padre, muerto con ponzoña por la enemistad de Pompeyo, según lo que se podía juzgar, y debiendo acusar a Escipión de la crueldad que había usado contra su hermano, sin mezclar alguna señal de su envidia con casos tan miserables, acusaba a Hircano y a Antipatro, porque lo echaban injustamente de su propio lugar y patria, y hacían muchas injurias a su gente, y que no habían ayudado ni socorrido a César estando en Egipto, por amistad, sino por temor de la discordia antigua, y por ser perdonados por haber favorecido a Pompeyo. A estas cosas, Antipatro, quitados sus vestidos, mostraba las muchas llagas y heridas que había recibido, y dijo no serle necesario mostrar con palabras el amor y la fidelidad que había guardado con César, pues tenía por manifiesto testigo su cuerpo, que claramente lo mostraba, y que antes se mara villaba él mucho del grande atrevimiento de Antígono, que siendo enemigo de los romanos e hijo de otro enemigo huido de su poder, deseando perturbar las cosas, no menos que había hecho su padre con sediciosas revueltas, osase parecer y acusar a otros delante del príncipe de los romanos e intentase de alcanzar algún bien, debiéndose contentar con ver que lo dejaban con vida. Por ue ahora no deseaba bienes, por estar pobre, sino para judíos aquellos que se los hubiesen dado.

Cuando César hubo oído estas cosas, juzgó por más digno del pontificado a Hircano; pero dejó después escoger a Amtipatro la dignidad que quisiese. Este, dejándolo todo en poder de aquel que se lo entregaba, fué declarado procurador de toda Judea, y además de esto impetró que le dejasen renovar y edificar otra vez los muros de su patria, que habían sido derribados. Estas honras mandó César que fuesen pintadas en tablas de metal, y puestas en el Capitolio, por dejar a Antipatro y a sus descendientes memoria de su virtud.

Habiendo, pues, acompañado a César desde Siria, Antipatro se volvió a Judea, y lo primero que hizo fué edificar otra vez los muros que habían sido derribados por Pompeyo, visitándolo todo por que no se levantasen algunas revueltas en todas aquellas regiones; amonestando una vez con consejo, otras amenazando, persuadiendo a todos que si creían y eran conformes con Hircano, vivirían en reposo, descansados. y con abundancia de toda cosa, gozando cada uno de su bien y estado y de la paz común de toda la República; pero si se movían con la vana esperanza de aquellos que por hacerse ricos estaban deseando y aun buscando novedades y revueltas, entonces no lo habían de tener a él corno procurador del reino, sino corno a señor de todo; que Hircano seria entonces tirano en vez de rey, y habían de tener a César y a todos los romanos por capitales enemigos, los cuales les solían ser a todos muy buenos amigos y regidores, porque no habían de sufrir que se perdiese y menospreciase la potencia de éste, al cual ellos habían elegido por rey.

Pero aunque decía esto, todavía él por sí, viendo que Hir cano era algo más negligente que se requería, ni para tanto cuanto el reino tenía necesidad, regía el Estado de toda la provincia, y lo tenía muy ordenado. Hizo capitán de los soldados el hijo suyo mayor, llamado Faselo, en Jerusalén y en todo su territorio, y a Herodes, que era menor» y demasiado mozo, enviólo por capitán de Galilea, que tuviese el mismo cargo que el otro; y siendo por su naturaleza muy esforzado, halló presto materia y ocasión para mostrar y ejercitar la grandeza de su ánimo, porque habiendo preso al príncipe de los ladrones y salteadores, Ezequías, al cual halló robando con mucha gente en las tierras cercanas a Siria, lo mató y a muchos otros ladrones que lo seguían. Fué esta cosa tan acepta y contentó tanto a los sirios, que iba Herodes cantando y divulgando por boca de todos en los barrios y lugares, como que él les hubiese restituido y vuelto la paz y sus posesiones. Por la gloria, pues, de esta obra fué conocido por Sexto César, pariente muy cercano del gran César que estaba entonces en la administración de toda Siria.

Faselo trabajaba por vencer con honesta contienda la vir tuosa inclinación y el nombre que su hermano había ganado, acrecentando el amor que todos los de Jerusalén le tenían, y poseyendo esta ciudad, no hacía algo ni cometía cosa con la cual afrentase alguno con soberbia del poderoso cargo que tenía. Por esto era Antipatro obedecido y honrado con honras de rey, reconociéndolo todos como a señor, aunque no por esto dejó de ser tan fiel y amigo a Hircano como antes lo era. Pero no es posible que estando uno en toda su prospe ridad carezca de envidia, porque a Hircano le pesaba ver la honra y gloria de los mancebos, y principalmente las cosas hechas por Herodes, vié ndose fatigar con tantos mensajeros y embajadores que levantaban y ensalzaban sus hechos; pero muchos envidiosos, que suelen ser enojosos y aun perjudiciales a los reyes, a los cuales dañaban la bondad de Antipatro y de sus hijos, lo movían e instigaban, diciendo que había dejado todas las cosas a Antipatro y a sus hijos, contentándose solamente con un pequeño lugar para pasar su vida particularmente con tener sólo el nombre de rey, de balde y sin prove cho alguno, y que hasta cuándo había de durar tal error de dejar alzar contra sí los otros por reyes; de manera que no se curaban ya de ser procuradores, sino que se querían mostrar señores, prescindiendo de él, porque sin mandarlo él y sin escribírselo, había Herodes muerto tanta muchedumbre contra la ley de los judíos, y que si Herodes no era ya rey, sino hombre particular, debla venir a ser juzgado por aquello, y por dar cuenta al rey y a las leyes de su patria, las cuales no permiten ni sufren que alguno muera sin causa y sin ser condenado. Con estas cosas poco a poco encendían a Hircano, y a la postre, manifestando y descubriendo su ira, mando llamar a Herodes, que viniese a defender su causa, y él, por mandárselo su padre, y con la confianza que las cosas que había hecho le daban, dejando gente de guarnición en Galilea, vino a ver al rey. Venía acompañado con alguna gente esforzada y muy en orden, por no parecer que derogaba a Hircano si traía muchos, o por no parecer desautorizado, y dar lugar a la envidia de éstos, si venía solo. Pero Sexto César, temiendo aconteciese algo al mancebo, y que sus enemigos, hallándolo, le hiciesen algún daño, envió mensajeros a Hircano que manifiestamente le denunciasen que librase a Herodes del crimen y culpa que le ponían y levantaban de homicida o matador. Hircano, que de sí lo amaba y deseaba esto mucho, absolviólo y dióle libertad.

El entonces, pensando que había salido bien contra la voluntad del rey, vínose a Damasco, adonde estaba Sexto, con ánimo de no obedecerle si otra vez fuese llamado. Los revolvedores y malos hombres trabajaban por revolver otra vez y mover a Hircano contra Herodes, diciendo que Herodes se había ido muy airado, por darse prisa para armarse contra él. Pensando Hircano ser esto así verdad, no sabía qué hacer, porque vela ser su enemigo más poderoso. Y como fuese Herodes publicado por capitán en toda Siria y Samaria por Sexto César, y no sólo fuese tenido por el favor que la gente le hacia por muy esforzado, pero aun también por sus propias fuerzas, vino a temerle en gran manera, pensando que luegoen la misma hora había de mover su gente y traer el ejército contra él. Y no lo engañó el pensamiento, porque Herodes, con la ira de cómo lo habían acusado, traía gran número de gente consigo a Jerusalén para quitar el reino a Hircano. Y lo hubiera ciertamente hecho así, si saliéndole al encuentro su padre y su hermano, no detuvieran su fuerza e ímpetu, rogando que se vengase con amenazarlos y con haberse enojado e indignado contra ellos; que perdonase al rey, por cuyo favor había alcanzado el poder que tenía, que si por haber sido llamado y haber comparecido en juicio se enojaba y tomaba indignación, que hiciese gracias por haber sido librado, y no satisficiese sólo a la parte que le había enojado y causado desplacer; pero también que no fuese ingrato a la otra, que le había librado salvamente. Que si pensaba deberse tener cuenta con los sucesos de las guerras, considerase cuán inicua cosa es la malicia, y no se confiase del todo vencedor, habiendo de pelear con un rey muy allegado en amistad, y a quien él con razón debía mucho, pues no se había mostrado jamás con él cruel ni poderoso, sino que por consejo de malos hombres, y que mal le querían, había mostrado y tentado contra él una sola sombra de injusticia. Herodes fué contento y obedeció a lo que le dijeron, pensando que bastaba para lo que él confiaba, en haber mostrado a toda su nación su poder y fuerzas.

Estando en estas cosas levantóse una discordia y revuelta entre los romanos estando cerca de Apamia; porque Cecilio Baso, por favor de Pompeyo, había muerto con engaños a Sexto César, y se había apoderado de la gente de guerra que Sexto tenía. Los otros capitanes de César perseguían con todo su poder a Baso, por vengar su muerte. A los cuales Antipatro con sus hijos socorrió, por ser muy amigo de entrambos; es a saber: del César muerto y del otro que vivía; y durando esta guerra, vino Marco de Italia, sucesor de Sexto, de quien antes hablamos.

Capítulo IX

De las discordias y diferencias de los romanos después de la muerte de César, y de las asechanzas y engaños de Malico.

En el mismo tiempo se levantó gran guerra entre los romanos por engaños de Casio y de Bruto, muerto César después de haber tenido aquel principado tres años y siete meses. Movido, pues, muy gran levantamiento por la muerte de éste, y estando los principales hombres muy discordes entre sí, cada uno se movía por su propia esperanza a lo que veían y pensaban ser lo mejor y más cómodo. Así vino Casio a Siria por ocupar y tomar bajo sí los soldados que estaban en el cerco de Apamia, donde hizo amigos a Marco y a toda la gente que estaba en discordia con Baso, y libró del cerco la ciudad. Llevándose el ejército, ponía pecho a las ciudades que por allí habla, sin tener medida en lo que pedía. Habiendo, pues, mandado a los judíos que ellos también le diesen setecientos talentos, temiendo Antipatro sus amenazas, dió cargo de llevar aquel dinero a sus hijos y amigos, principalmente a un amigo suyo llamado Malico; tanto le apretaba la necesidad.

Herodes, por su parte, trajo de Galilea cien talentos, con los cuales ganó el favor de Casio, por lo cual era contado por uno de los amigos suyos mayores. Pero reprendiendo a los demás porque tardaban, enojábase con las ciudades, y habiendo destruido por esta causa a Gophna y Amahunta y otras dos ciudades, las más pequeñas y que menos valían, venía como para matar a Malico, por haber sido más flojo y más remiso en buscar y pedir el dinero, de lo que él tenía necesidad. Pero Antipatro socorrió a la necesidad de éste y de las otras ciudades, amansando a Casio con cien talentos que le envió. Después de la partida de Casio, no se acordó Malico de los beneficios que Antipatro le había hecho, antes buscaba peligros y ocasiones muchas para echar a perder a Antipatro, al cual solía él llamar defensor y protector suyo, trabajando por romper el freno de su maldad y quitar del mundo a aquel que le impedía que ejecutase sus malos deseos. De esta manera Antípatro, temiéndose de su fuerza, de su poder y de su mafia, pasó el río Jordán, para allegar ejército con el cual se pudiese vengar de las injurias. Descubierto Malico, venció con su desvergüenza a los hijos de Antipatro, tomándoles descuidados, porque importunó a Faselo, que estaba por capitán en Jerusalén, y a Herodes, que tenía cargo de las armas, con muchas excusas y sacramentos que lo reconciliasen con Antipatro por intercesión y medio de ellos mismos. Y vencido otra vez nuevamente Marco por los ruegos de Antipatro, estando por capitán de la gente de guerra en Siria, fué perdonado Malico, habiendo Marco determinado matarlo, por haber trabajado en revolver las cosas e innovar el estado que tenían. Guerreando el mancebo César y Antonio con Bruto y con Casio, Marco y Casio, que habían juntado un ejército en Siria, ¡por haberlos ayudado mucho Herodes en tiempo que tenían necesidad, hácenlo7 procurador de toda Siria, dándole parte de la gente de a caballo y de a pie, y Casio le prometió que, si la guerra se acababa, pondría también en su regimiento todo el reino de Judea.

Pero después aconteció que la esperanza y fortaleza del hijo fuese causa de la muerte a su padre Antipatro. Porque Malico, por miedo de éstos, habiendo sobornado y corrompido a un criado de los del rey, dándole mucho dinero le persuadió que le diese ponzoña junto con lo que había de beber. Y la muerte de éste después del convite fué premio y paga de la gran injusticia de Malico, habiendo sido varón esforzado y muy idóneo para el gobierno de las cosas, el cual había cobrado y conservado el reino para Hircano.

Viendo Malico enojado y levantado al pueblo por la sospecha que tenía de haber muerto con ponzoña al rey, trabajaba en aplacarlo con negar el hecho, y buscaba gente de armas para poder estar más seguro y más fuerte; porque no pensaba que Herodes había de cesar ni reposarse, sin venir con grande ejército, por vengar la muerte de su padre. Pero por consejo de su hermano Faselo, el cual decía que no le debían perseguir públicamente por no revolver el pueblo, y también porque Malico hacía diligencias para excusarse, recibiendo con la paciencia que mejor pudo la excusa y dándole libre de toda sos53 pecha, celebró honradísimamente las exequias al enterramiento de su padre.

Vuelto después a Samaria, apaciguó la ciudad, que se habla revuelto y casi levantado, y para las fiestas volv íase a Jerusalén, habiendo primero enviado gente de armas, y acompañado de ella también; Hircano le prohibió llegar, persuadiéndolo Malico por el miedo que tenía que entrase con gente extranjera entre los ciudadanos que celebraban casta y santamente su fiesta. Pero Herodes, menospreciando el mandamiento y aun a quien se lo mandaba también, entróse de noche. Presentándose Malico delante, lloraba la muerte de Antipatro. Herodes, por el contrario, padeciendo dentro de su ánima aquel dolor, disimulaba el engaño como mejor podía. Pero quejóse por cartas de la muerte de su padre con Casio, a quien era Malico por esta causa muy aborrecido. Respondióle finalmente, no sólo que se vengase de la muerte de su padre, sino también mandó secretamente a todos los tribunos y gobernadores que tenía bajo de su mando, que ayudasen a Herodes en aquella causa que tan justa era. Y porque después de tomada Laodicea venían a Herodes los principales con dones y con coronas, él tenía determinado este tiempo para la venganza. Malico pensaba que había esto de ser en Tiro, por lo cual determinó sacar a su hijo, que estaba entre los tirios por rehenes, y huir él a Judea. Y por estar desesperado de su salud, pensaba cosas grandes y más importantes; porque confió que había de revolver la gente de los judíos contra los romanos, estando Casio ocupado en la guerra contra Antonio, y que echando a Hircano alcanzaría fácilmente el reino. Por lo que sus hados tenían determinado, se burlaba de su esperanza vana; porque sospe chando Herodes fácilmente lo que había determinado éste en su ánimo y de cuanto trataba, llamó a él y a Hircano que viniesen a cenar con él, y luego envía uno de los criados con pretexto de que fuese a aparejar el convite; pero mandóle que fuese a avisar a los tribunos y gobernadores, que le saliesen como espías. Ellos entonces, acordándose de lo que Casio les había mandado, sálenle al encuentro, todos armados, a la ribera cercana de la ciudad, y rodeando a Malico, diéronle tantas heridas, que lo mataron. Espantóse Hircano y perdió el ánimo en oír esto; pero recobrándose algún poco y volviendo apenas en su sentido, preguntaba a Herodes que quién había muerto a Malico, y respondió uno de los tribunos que el mandamiento de Casio. «Ciertamente, dijo, Casio me guarda a mí y a mi reino salvo, pues él mató a aquel que buscaba la muerte a entrambos»; pero no se sabe si lo dijo de ánimo y de su corazón, o porque el temor que tenía le hacía aprobar el hecho. Y de esta manera tomó Herodes venganza de Malico.

Capítulo X

Cómo fué Herodes acusado y cómo se vengó de la acusación.

Después que Casio salió de Siria, otra vez se levantó revuelta en Jerusalén, habiendo Félix venido con ejército contra Faselo y contra Herodes, queriendo, con la pena de su hermano, vengar la muerte de Malico. Sucedió por caso que Herodes vivía en este tiempo en Damasco, con el capitán de los romanos Fabio; y deseando que Fabio le pudiese socorrer, enfermó de grave dolencia. En este medio, Faselo, sin ayuda de alguno, venció también a Félix e injuriaba a Hircano llamándolo ingrato, diciendo que había hecho las partes de Félix y había permitido que su hermano ocupase y se hiciese señor de los castillos de Malico, porque ya tenían muchos de ellos, y el más fuerte y más seguro, que era el de Masada. Pero no le pudo aprovechar algo contra la fuerza de Herodes, el cual, después que convaleció, tomó todos los demás y dejóle ir de Masada, por rogárselo mucho y por mostrarsemuy humilde; Y echó a Marión, tirano de los tirios, de Gali lea, el cual poseía tres castillos, y perdonó la vida a todos los tirios que había preso, y aun a algunos dió muchos dones y libertad para que se fuesen; ganando con esto la benevolencia y amistad de la ciudad, él por su parte, y haciendo aborrecer el tirano a los otros.

Este Marión había ganado la tiranía por Casio, que había puesto por capitanes en Siria muchos tiranos; pero por la enemistad de Herodes traíase consigo a Antígono, hijo de Aristóbulo, y a Ptolomeo, por causa de Fabio, el cual era compañero de Antígono, corrompido por dinero para ayudar a poner en efecto lique tenía comenzado. Ptolorneo servía y proveía con todo lo necesario a su yerno Antígono.

Habiéndose armado contra éstos Herodes y dádoles la batalla cerca de los términos de Judea, hubo la victoria; y habiendo hecho huir a Antígono, vuélvese a Jerusalén y fué muy amado de todos por haber tan prósperamente acabado todo aquello, en tanta manera, que aquellos que antes le eran enemigos y le menospreciaban, entonces se ofrecieron muy amigos a él, por la deuda y parentesco con Hircano. Porque este Herodes había ya mucho tiempo antes tomado por mujer una de las naturales de allí y noble, la cual se llamaba Doris, y había habido en ella un hijo llamado Antipatro. Y entonces estaba casado con la hija de Alejandro, hijo de Aristóbulo, y llamábase Mariamina, nieta de Hircano, hija de su hija, y por esto era muy amiga y familiar con el rey.

Pero cuando Casio fué muerto en los campos Filípicos, César se pasó a Italia y Antonio se fué a Asia. Habiendo las otras ciudades enviado embajadores a Antonio a Bitinia, vinieron también los principales de los judíos a acusar a Faselo y a Herodes; porque poseyendo ellos todo lo que había, y haciéndose señores de todos, solamente dejaban a Hircano con el nombre honrado. A lo cual respondió Herodes muy aparejado, y con mucho dinero supo aplacar de tal manera a Antonio, que después no podía sufrir una palabra de sus enemigos, y así se hubieron entonces de partir. Pero como otra vez hubiesen ido a Antonio, que estaba en Dasnes, ciudad cerca de Antioquía, enamorado ya de Cleopatra, cien varones de los más principales, elegidos por los judíos más excelentes en elocuencia y dignidad, propusieron su acusación contra los dos hermanos, a los cuales respondía Mesala como defensor de aquella causa, estando presente Hircano por la afinidad y deudo.

Oídas, pues, ambas partes, Antonio preguntaba a Hircano cuáles fuesen los mejores para regir las cosas de aquellas regiones. Habiendo éste señalado a Herodes y sus hermanos más que a todos los otros, y muy lleno de placer porque su padre les había sido muy buen huésped, y recibido por Antipatro muy humanamente en el tiempo que vino a Judea con Gabinio, él los hizo y declaró a entrambos por tetrarcas, dejándoles el cargo y procuración de toda Judea. Tomando esto a mal los embajadores, prendió quince de ellos y púsoles en la cárcel, a los cuales casi también mató. A los otros todos echó con injurias, por lo cual se levantó mayor ruido en Jerusalén.

Por esta causa otra vez enviaron mil embajadores a Tiro, a donde estaba entonces Antonio aparejado para venir contra Jerusalén, y estando ellos gritando a voces muy altas, el principal de los tirios vínose contra ellos, alcanzando licencia para matar a cuantos prendiese, pero mandado por mandamiento especial que tuviese cuidado de confirmar el poder de aquellos que habían sido hechos tetrarcas por consentimiento y aprobación de Antonio; antes que todo esto pasase, Herodes fué hasta la orilla de la mar, juntamente con Hircano, y amonestábalos con muchas razones, que no le fuesen a él causa de la muerte y de guerra a su patria y tierra, estando en contenciones y revueltas tan sin consideración. Pero indignándose ellos más, cuanta más razón les daban, Antonio envió gente muy en orden y muy bien armada, y mataron a muchos de ellos e hirieron a muchos, e Hircano tuvo por bien de hacer curar los heridos y dar a los muertos sepultura. Con todo, no por esto los que habían huido reposaban; porque perturbando y revolviendo la ciudad, movían e incitaban a Antonio para que matase también a todos los que tenía presos.

Capítulo XI

De la guerra de los partos contra los judíos, y de la huída de Herodes y de su fortuna.

Estando Barzafarnes, sátrapa de los partos, apoderado hacía dos años de Siria, con Pacoro, hijo del rey Lisanias, sucesor de su padre Ptolorneo, hijo de Mineo, persuadió al sátrapa, después de haberle prometido mil talentos y quinientas mujeres, que pusiese a Antigono dentro del reino y que sacase a Hircano de la posesión que tenía. Movido, pues, por este Pacoro hizo su camino por los lugares que están hacia la mar, y mandó que Barzafarnes fuese por la tierra adentro. Pero la gente marítima de los tirios echó a Pacoro, habiéndolo recibido los ptolemaidos y los sidonios. El mandó a un criado que servía la copa al rey y tenía su mismo nombre, dándole parte de su caballería, que fuera a Judea por saber lo que determinaban los enemigos, porque cuando fuese necesario pudiese socorrer a Antígono. Robando éstos a Carmelo y destruyéndolo, muchos judíos se venían a Antígono muy aparejados para hacerles guerra y echarlos de allí. El, entonces, enviólos que tomasen el lugar llamado Drimos. Trabando allí la batalla, y habiendo echado y hecho huir los enemigos, venían aprisa a Jerusalén, y habiéndose aumentado mucho el número de la gente, llegaron hasta el palacio. Pero saliéndoles al encuentro Hircano y Faselo, pelearon valerosamente en medio de la plaza, y siendo forzados a huir, los de la parte de Herodes les hicieron recoger en el templo, y puso sesenta varones en las casas que había por allí cerca, que los guardasen; pero el pueblo los quemó a todos, por estar airado contra los dos hermanos. Herodes, enojado por la muerte de éstos, salió contra el pueblo, mató a muchos, y persiguiéndose cada día unos a otros con asechanzas continuas, sucedían todos los-días muchas muertes. Llegada después la fiesta que ellos llamaban Pentecostés, toda la ciudad estuvo llena de gente popular, y la mayor parte de ella muy armada. Faselo, en este tiempo, guardaba los muros, y Herodes, con poca gente, el Palacio Real; acometiendo un día a los enemigos súbitamente en un barrio de la ciudad, mató muchos de ellos e hizo huir a los demás, cerrando parte de ellos en la ciudad, otros en el templo y otros en el postrer cerco o muro. En este medio Antígono suplicó que recibiesen a Pacoro, que venía para tratar de la paz. Habiendo impetrado esto de Faselo, recibió al parto dentro de su ciudad y hospedaje con quinientos caballeros, el cual venía con nombre y pretexto de querer apaciguar la gente que estaba revuelta, pero, a la verdad, su venida no era sino por ayudar a Antígono. Movió finalmente e incitó a Faselo engañosamente a que enviasen un embajador a Barzafarnes para tratar la paz, aunque Herodes era en esto muy contrario y trabajaba en disuadirlo, diciendo que matase a aquel que le había de ser traidor, y amonestando que no confiase en sus engaños, porque de su natural los bárbaros no guardan ni precian la fe ni lo que prometen. Salió también, por dar menos sospecha, Pacoro con Hircano, y dejando con Herodes algunos caballeros, los cuales se llaman eleuteros, él, con los demás, seguía a Faselo.

Cuando llegaron a Galilea, hallaron los naturales de allí muy revueltos y muy armados, y hablaron con el sátrapa, que sabía encubrir harto astutamente, y con todo cumplimiento y muestras de amistad, los engaños que trataba. Después de haberles finalmente dado muchos dones, púsoles muchas espías y asechanzas para la vuelta. Llegados ellos ya a un lugar marítimo llamado Ecdipon, entendieron el engaño; porque allí supieron lo de los mil talentos que le habían sido prometidos, y lo de las quinientas mujeres que Antígono habla ofrecido a los partos, entre las cuales estaban contadas muchas de las de ellos; que los bárbaros buscaban siempre asechanzas para matarlos, y que antes fueran presos, a no ser porque tardaron algo más de lo que convenía, y por prender en Jerusalén a Herodes, antes que proveído sabiendo aquello, se pudiese guardar.

No eran ya estas cosas burlas ni palabras, porque veía que las guardas no estaban muy lejos. y con todo, Faselo no permitió que desamparasen a Hircano, aunque Ofilio te amonestase muchas veces que huyese, a quien Sararnala, hombre riquísimo entre los de Siria, había dicho cómo le estaban puestas asechanzas y tenía armada la traición. Pero él quiso más venir a hablar con el sátrapa y decirle las injurias que merecía en la cara, por haberle armado aquellas traiciones y asechanzas; y principalmente porque se mostraba ser tal por causa de] dinero, estando él aparejado para dar más por su salud y vida, que no le había Antígono prometido por haber el reino. Respondiendo el parto, y satisfaciendo a todo esto engañosamente, echando con juramento de sí toda sospecha, vínose hacia Pacoro, y luego Faselo e Hircano fueron presos por aquellos partos que habían allí quedado mandados para aquel negocio, maldiciendo y blasfemando de él como de hombre pérfido y perjuro.

El copero de quien hemos arriba hablado, trabajaba en prender a Herodes, siendo enviado vara esto sólo, y tentaba de engañarlo, haciéndolo salir fuera del muro, según le habían mandado. Herodes, que solía tener mala sospecha de los bárbaros, no dudando que las cartas que descubrían aquella traición y asechanzas hubiesen venido a manos de los enemigos, no quería salir, aunque Pacoro, fingiendo, Dretendía que tenía harto idónea y razonable causa, diciendo que debía salir al encuentro a los que le traían cartas, porque no habían sido presos por los enemigos, ni se trataba en ellas algo de la traición y asechanzas, antes sólo lo que había hecho Faselo venía escrito en ellas. Pero ya hacía tiempo que Herodes sabía por otros cómo su hermano Faselo estaba preso, y la hija de Hircano, Mariamma, mujer prudentísima, le rogaba y suplicaba en gran manera que no saliese ni se fiase ya en lo que manifiestamente mostraban que querían los bárbaros.

Estando Pacoro tratando con los suyos de qué manera pudiese secretamente armar la traición y asechanzas, porque no era posible que un varón tan sabio fuese salteado así a las descubiertas, una noc he Herodes, con los más allegados y más amigos, vínose a Idumea sin que los enemigos lo supiesen. Sabiendo esto los partos, comiénzalo a perseguir, y él había mandado a su madre y hermanos, y a su esposa con su madre y al hermano menor, que se adelantasen por el camino adelante, y él, con consejo muy remirado, daba en los bárbaros; y habiendo muerto muchos de ellos en las peleas, veníase a recoger aprisa al castillo llamado Masada, y allí experimentó que eran más graves de sufrir, huyendo, los judíos, que no los partos. Los cuales, aunque le fueron siempre molestos y muy enojosos, todavía también pelearon a sesenta estadios de la ciudad algún tiempo.

Saliendo Herodes con la victoria, habiendo muerto a muchos, honró aquel lugar con un lindo palacio que mandó edificar allí, y una torre muy fortalecida en memoria de sus nobles y prósperos hechos, poniéndole nombre de su propio nombre, llamándola Herodión.

Y como iba entonces huyendo así iba recogiendo gente y ganando la amistad de muchos. Después que hubo llegado a Tresa, ciudad de Idumea, salióle al encuentro su hermano Josefo, y persuadióle que dejase parte de la gente que traía, porque Masada no podría recoger tanta muchedumbre; lle gaban bien a más de nueve mil hombres. Tomando Herodes el consejo de su hermano, dió licencia a los que menos le podían ayudar en la necesidad, que se fuesen por Idumea, proveyéndoles de lo necesario, y detuvo con él los más amigos, y de esta manera fué recibido dentro del castillo. Después, dejando allí ochocientos hombres de guarnición para defender las mujeres, y harto mantenimiento aunque los enemigos lo cercasen, él pasó a Petra, ciudad de Arabia; pero los partos, volviendo a dar saco a Jerusalén, entrábanse por las casas de los que huían, y en el Palacio Real, perdonando solamente a las riquezas y bienes de Hircano, que eran más de trescientos talentos, y hallaron mucho menos de lo que todos de los otros esperaban, porque Herodes, temiéndose mucho antes de la infidelidad de los bárbaros, había pasado todo cuanto tenía entre sus riquezas que fuese precioso, y todos sus compañeros y amigos hablan hecho lo mismo.

Después de haber ya los partos gozado del saqueo, revolvie ron toda la tierra y moviéronla a discordias y guerras; destruyeron también la ciudad.de Marisa, y no se contentaron con hacer a Antígono rey, sino que le entregaron a Faselo y a Hircano para que los azotase. Este quitó las orejas a Hircano con sus propios dientes a bocados, porque si en algún tiempo se libraba, sucediendo las cosas de otra manera, no pudiese ser pontífice; porque conviene que los que celebran las cosas sagradas, sean todos muy enteros de sus miembros. Pero con la virtud de Faselo fué prevenido Antígono, el cual, como no tuviese armas ni las manos sueltas, porque estaba atado, quebróse con una piedra que tenía allí cerca la cabeza y murió; probando de esta manera cómo era verdadero hermano de Herodes, y cómo Hircano había degenerado; murió varonilmente, alcanzando digna muerte de los hechos que había antes animosamente hecho. Dícese también otra cosa, que cobró su sentido después de aquella llaga, pero que Antígono envió un médico como porque lo curase, y le llenó la llaga de muy malas ponzoñas, y de esta manera lo mató. Sea lo que fuere, todavía el principio de este hecho fué muy notable. Y dícese más: que antes que le saliese el alma del cuerpo, sabiendo por una mujercilla que Herodes había escapado libre, dijo: «Ahora partiré con buen ánimo, pues dejo quien me vengará de mis enemigos», y de esta manera Faselo murió. Los partos, aunque no alcanzaron las mujeres, que eran las cosas que más deseaban, poniendo gran reposo, y apaciguando las cosas en Jerusalén con Antígono, lleváronse preso con ellos a Hircano a Parthia.

Pensando Herodes que su hermano vivía aún, venía muy obstinado a Arabia , por donde tomar dineros del rey con los cuales solos tenía esperanzas de libertar a su hermano de la avaricia grande de los bárbaros. Porque pensaba que si el árabe no se acordaba de la amistad de su padre, y se quería mostrar más avaro y escaso de lo que a un ánimo liberal y franco convenía, él le pediría aquella suma de dinero, prestada por lo menos, para dar por el rescate de su hermano, dejándole por prendas al hijo, el cual él después libertaría; porque tenía consigo un hijo de su hermano, de edad de siete años, y había determinado ya dar trescientos talentos, poniendo por rogadores a los tirios.

Pero la fortuna y desdicha se habían adelantado antes al amor y afición buena del hermano, y siendo ya muerto Faselo, por demás era el amor que Herodes mostraba. Aun en los árabes no halló salva ni entera la amistad que tener pensaba, porque Malico, rey de ellos, enviando antes embajadores que se lo hiciesen saber, le mandaba que luego saliese de sus términos, fingiendo que los partos le habían enviado embajadores que mandase salir a Herodes de toda Arabia; y la causa cierta de esto fué porque había determinado negar la deuda que debía a Antipatro, sin volverle ni satisfacer en algo a sus hijos por tantos beneficios como de él había recibido, teniendo en aquel tiempo tanta necesidad de consuelo. Tenía hombres que le persuadían esta desvergüenza, los cua les querían hacer que negase lo que era obligado a dar Antipatro, y estaban cerca de él los más poderosos de toda Arabia. Por esto Herodes, al hallar que los árabes le eran enemigos por esta causa por la cual él pensaba que le serían muy amigos., respondió a los mensajeros aquello que su dolor le permitió. Volvióse hacia Egipto, y en la noche primera, estando tomando la compañía de los que había dejado, apartóse en un templo que estaba en el campo. Al otro día, habiendo llegado a Rinocolura, fuéle contada la muerte de su hermano, recibiendo tan gran pesar, y haciendo tan gran llanto cuanto había ya perdido el cuidado de verlo; mas proseguía iu camino adelante.

Pero tarde se arrepintió de su hecho el árabe, aunque envió harto presto gente que volviese a llamar a aquel a quien él había antes echado con afrenta. Había ya en este tiempo Herodes llegado a Pelusio, e impidiéndole allí el paso los que eran atalayas de aquel negocio, vínose a los regidores, los cuales, por la fama que de él tenían, y reverenciando su dignidad, acompañáronlo hasta Alejandría. Entrado que hubo en la ciudad, fué magníficamente recibido por Cleopatra, pensando que seria capitán de su gente para hacer aquello que ella pretendía y determinaba. Pero menospreciando los ruegos que la reina le hacía, no temió la asperidad del invierno, ni los peligros de la mar pudieron estorbarle que navegase luego para Roma. Peligrando cerca de Panfilia, echó la mayor parte de la carga que llevaba, y apenas llegó salvo a Rodio, que estaba muy fatigada entonces con la guerra de Casio. Recibido aquí por sus amigos Ptolomeo y Safinio, aunque padeciese gran falta de dinero, mandó hacer allí una gran galeaza, y llevado con ella él y sus amigos a Brundusio (hoy Brindis), y partiendo de allí luego para Roma, fuése prime ramente a ver con Antonio, por causa de la antigua amistad y familiaridad de su padre; y cuéntale la pérdida suya, y las muertes de todos los suyos , y cómo habiendo dejado a todos cuantos amaba en un castillo, y muy rodeados de enemigos, se había venido a él muy humilde, en medio del invierno, navegando. Teniendo compasión y misericordia Antonio de la miseria de Herodes, y acordándose de la amistad que había tenido con Antipatro, movido también por la virtud del que le estaba presente, determinó entonces hacerle rey de Judea, al cual antes había hecho tetrarca o procurador.

No se movía Antonio a hacer esto más por amor de Herodes que por aborrecimiento grande a Antígono. Porque pensaba y tenía muy por cierto que éste era sedicioso, y muy gran enemigo de los romanos. Tenía, por otra parte, a César más aparejado, que entendía en rehacer el ejército de Antipatro, por lo que habla sufrido con su padre estando en Egipto, y por el hospedaje y amistad que en toda cosa había hallado en él, teniendo también, además de todo lo dicho, cuenta con la virtud y esfuerzo de Herodes. Convocó al Senado, donde delante de todos Mesala, y después de éste Atratino, contaron los merecimientos que su padre había alcanzado del pueblo romano, estando Herodes presente, y la fe y lealtad guardada por el mismo Herodes, y esto para mostrar que Antígono les era enemigo, y que no hacía poco tiempo que había mostrado con éste diferencias; sino que, despreciando al pueblo romano, con la ayuda y consejo de los partos, había procurado alzarse con el reino. Movido todo el Senado con estas cosas, como Antonio, haciendo guerra también con los partos, dijese que sería cosa muy útil y muy provechosa que levantasen por rey a Herodes, todos en ello consintieron. Y acabado el consejo y consulta sobre esto, Antonio y César salían, llevando en medio a Herodes. Los cónsules y los otros magistrados y oficios romanos iban delante, por hacer sus sacrificios y poner lo que el Senado había determinado en el Capitolio, y el primer día del reinado de Herodes todos cenaron con Antonio.

Capítulo XII

De la guerra de Herodes, en el tiempo que volvía de Roma a Jerusalén, contra los ladrones.

En el mismo tiempo Antígono cercaba a los que estaban encerrados en Masada; éstos tenían todo mantenimiento en abundancia, y faltábales el agua, por lo cual determinaba Josefo huir de allí a los árabes con doscientos amigos y familiares, habiendo oído y entendido que a Malico le pesaba por lo que había cometido contra Herodes; y hubiera sin duda desamparado el castillo, si la tarde de la misma noche que había determinado salir, no lloviera y sobrevinieran muy grandes aguas. Porque, pues, los pozos estaban ya llenos, no tenían razón de huir por falta de agua; pudo esto tanto, que ya osaban salir de grado a pelear con la gente de Antígono, y mataban a muchos, a unos en pública pelea, y a otros con asechanzas, pero no siempre les acontecían ni sucedían las cos as según ellos confiaban, porque algunas veces se volvían descalabrados.

Estando en esto, fué enviado un capitán de los romanos, llamado por nombre Ventidio, con gente que detuviese a lospartos que no entrasen en Siria, y vino siguiéndolos hasta Judea, diciendo que iba a socorrer a Joseío y a los que con él estaban cercados; pero a la verdad, no era su venida sino por quitar el dinero a Antígono. Habiéndose, pues, detenido cerca de Jerusalén, y recogido el dinero que pudo y quiso, se fué con la mayor parte del ejército. Dejó a Silón con algunos, por que no se conociese su hurto si se iba con toda la gente. Pero confiado Antígono en que los partos le hablan de ayudar, otra vez trabajaba en aplacar a Silón, dándole esperanza, para que no moviese alguna revuelta o desasosiego. Llegado ya Herodes por la mar a Ptolemaida desde Italia, habiendo juntado no poco número de gente extranjera, y de la suya, venía con gran prisa por Galilea contra Antígono, confiado en el socorro y ayuda de Ventidio y de Silón, a los cuales Gelia, enviado por Antonio, persuadió que acompañasen y pusiesen a Herodes dentro del reino. Ventidio apaciguaba todas las revueltas que habían sucedido en aquellas ciudades por los partos, y Antígono había corrompido con dinero a Silón dentro de Judea. Pero no tenía Herodes necesidad de su socorro ni de ayuda, porque de día en día, cuanto más andaba, tanto más se le acrecentaba el ejército, en tanta manera, que toda Galilea, exceptuando muy pocos, se vino a juntar con él, y él tenía determinado venir primero a lo más necesario, que era Masada, por librar del cerco a sus parientes y amigos; pero Jope le fué gran impedimento, por que antes que los enemigos se apoderasen de ella, determinó ocuparla, a fin que no tuviesen allí recogimiento mientras él pasase a Jerusalén. Silón junta sus escuadrones y toda la gente, contentándose mucho con haber ocasión de resistir, porque los judíos le apretaban y perseguían. Pero Herodes los hizo huir a todos espantados, con haber corrido un pequeño escuadrón, y sacó de peligro a Silón, que mal sabía resistir y defenderse.

Después de tomada Jope, iba muy aprisa por librar a su gente, que estaba en Masada, juntando consigo muchos de los naturales: unos por la amistad que habían tenido con su padre, otros por la gloria y buen nombre que habla alcanzado, otros por corresponder a lo que eran debidamente a uno y otro obligados; pero los más por la esperanza, sabiendo que ciertamente era rey. Había, pues, ya buscado las compañías de soldados más fuertes y esforzados, mas Antígono le era gran impedimento en su camino, ocupándole todos los lugares oportunos con asechanzas, con las cuales no dañaba, o en muy poco, a sus enemigos.

Librados de Masada los parientes y prendas de Herode6 y todas sus cosas, partió del castillo hacia Jerusalén, juntándose con la gente de Silón y con muchos otros de la ciudad, amedrentados por ver su gran poder y su fuerza. Asentando entonces su campo hacia la parte occidental de la ciudad, las guardas de aquella parte trabajaban en resistirle con muchas saetas y dardos que tiraban; algunos otros corrían a cuadrillas, y acometían a la gente que estaba en la vanguardia. Pero Herodes mandó primero declarar a pregón de trompeta, alrededor de los muros, cómo había venido por bien y salud de la ciudad, y que de ninguno, por más que le hubiese sido enemigo, había de tomar venganza; antes había de perdonar aún a los que le habían movido mayor discordia y le habían ofendido más. Como, por otra parte, los que favorecían a Antígono se opusiesen a esto con clamores y hablas, de tal manera que ni pudiesen oír los pregones, ni hubiese alguno que pudiese mudar su voluntad, viendo Herodes que no había remedio, mandó a su gente que derribase a los que defendían los muros, y ellos luego con sus saetas los hiciesen huir a todos. Y entonces fue descubierta la corrupción y engaño de Silón. Porque sobornados muchos soldados para que diesen grita que les faltaba lo necesario, y pidiesen dinero para proveer de mantenimientos, movía e incitaba el ejército a que pidiese licencia para recogerse en lugares oportunos para pasar el invierno, porque cerca de la ciudad había unos desiertos proveídos ya mucho antes por Antígono, y aun él mismo trabajaba por retirarse. Herodes, no sólo a los capitanes que seguían a Silón, sino también a los soldados, viniendo adonde veía que había muchedumbre de ellos, rogaba a todos que no le faltasen, ni le quisieren desamparar, pues sabían que César y Antonio le habían puesto en aquello, y ellos por su autoridad lo habían traído, prometiendo sacarlos en un día de toda necesidad. Después de haber impetrado esto de ellos, sálese a correr por los campos, y dióles tanta abundancia de mantenimientos y de toda provisión, que venció y deshizo todas las acusaciones de Silón, y proveyendo que de allí adelante no les pudiese faltar algo, escribía a los moradores de Samaria, porque esta ciudad se había entregado y encomendado a su fe y amistad, que trajesen hacia la Hiericunta toda provisión de vino, aceite y ganado.

Al saber esto Antígono, luego envió gente que prohibiese sacar el trigo y provisiones para sus enemigos, y que matase a cuantos hallase por los campos. Obedeciendo, pues, a este mandamiento, habíase ya juntado gran escuadrón de gente muy armada sobre Hiericunta. Estaban apartados unos de otros en aquellos montes, acechando con gran diligencia si verían algunos que trajesen alguna provisión de la que tenían tanta necesidad. Pero en esto no estaba Herodes ocioso, antes acompañado con diez escuadrones o compañías de gentes, cinco de romanos Y cinco de los judíos, entre los cuales había trescientos mezclados de los que recibían sueldo, y con algunos caballos, llegó a Hiericunta, y halló que estaba la ciudad vacía y sin quien habitase en ella, y que quinientos, con sus mujeres y familia, se habían subido a lo alto de sus montes; prendiólos a éstos y después los libró; pero los romanos echáronse a la ciudad y saqueáronla, hallando las casas muy llenas de todo género de riqueza, y el rey, habiendo dejado allí gente de guarnición, volvióse y dió licencia a los soldados romanos que se pudiesen recoger a pasar el invierno en aquellas ciudades que se le habían dado, es a saber, en Idumea, Galilea y en Samaria. Antígono también alcanzó, por haber sido corrompido Silón, que los lidenses tomasen parte del ejército en su favor. Estando, pues, los romanos sin algún cuidado de las armas, abundaban de toda cosa’ sin que les faltase algo. Pero Herodes no reposaba ni se estaba descuidado, antes fortaleció a Idumea con dos mil hombres de a pie y cuatrocientos caballos, enviando a ellos a su hermano Josefo, por que no tuviesen ocasión de mover alguna novedad o revuelta con Antígono. El, pasando su madre y todos sus parientes y amigos, los cuales había librado de Masada, a Samaria, y puesta allí muy seguramente, partió luego para destruir lo restante de GaIdea, y acabar de echar todas las guarniciones y compañías de Antígono. Y habiendo llegado a Séforis, aunque con grandes nieves, tomó fácilmente la ciudad, puesta en huída la gente de guarda antes que él llegase y su ejército. Porque venía, con el invierno y tempestades, algo fatigado y habiendo allí gran abundancia de mantenimientos y provisiones, determinó ir contra los ladrones que estaban en las cuevas que por allí había, los cuales hacían no menos daño a los que moraban en aquellas partes, que si sufrieran entre ellos muy gran matanza y guerras.

Enviando delante tres compañías de a pie y una de a caballo al lugar llamado Arbela, en cuarenta días, con lo demás del ejército él fué con ellos. Pero los enemigos no temieron su venida, antes muy en orden le salieron al encuentro, confiados en la destreza de hombres de guerra y en la soberbia y ferocidad que acostumbran a tener los ladrones. Dándose después la batalla, los de la mano derecha de los enemigos hicieron huir a los de la mano izquierda de Herodes. Saliendo él entonces por la mano derecha, y rodeándolos a todos muy presto, les socorrió e hizo detener a los suyos que huían, y dando de esta manera en ellos, refrenaba el ímpetu y fuerza de sus enemigos, hasta tanto que los de la vanguardia faltaron con la gran fuerza de la gente de Herodes; pero todavía lo6 perseguía peleando siempre hasta el Jordán, y muerta la mayor parte de ellos, los que quedaban se salvaron pasando el río. De esta manera fué librada del miedo que tenía Galilea, y porque se habían recogido algunos y quedado en las cuevas, se hubieron de detener algún tiempo.

Herodes, lo primero que hacía era repartir el fruto que se ganaba con trabajo entre todos los soldados; daba a cada uno ciento cincuenta dracmas de plata, y a los capitanes enviábales mucha mayor suma para pasar el invierno. Escribió a su hermano menor, Ferora, que mirase en el mercado cómo se vendían las cosas y cercase con muro el castillo de Ale jandro, lo cual todo fué por él hecho. En este tiempo, Antonio estaba en Atenas, y Ventidio envió a llamar a Silón y a Herodes para la guerra contra los partos; mandóles por sus cartas que dejasen apaciguadas las cosas de Judea y de todo aquel reino antes que de allí saliesen. Pero Herodes, dejando ir de grado a Silón a verse con Ventidio, hizo marchar su ejército contra los ladrones que estaban en aquellas cuevas. Estaban estas cuevas y retraimientos en las alturas y hendiduras de los montes, muy dificultosas de hallar, con muy difícil y muy angosta entrada; tenían también una pefia que de la vista de ella y delantera, llegaba hasta lo más hondo de la cueva, y venía a dar encima de aquellos valles; eran pasos tan dificultosos, que el rey estaba muchas veces en gran duda de lo que se debía hacer. A la postre quiso servirse de un instrumento harto peligroso, porque todos los más valientes fueron puestos abajo a las puertas de las cuevas, y de esta manera los mataban a ellos y a todas sus familias, metiéndoles fuego si les querían resistir. Y como Herodes quisiese librar algunos, mandólos llamar con son de trompetas, pero no hubo alguno que se presentase de grado; antes, cuantos él había preso, todos, o la mayor parte, quisieron mejor morir que quedar cautivos. Allí también fué muerto un viejo, padre de siete hijos, el cual mató a los mozos junto con su madre, porque le rogaban los dejase salir a los conciertos prometidos, de esta manera: mandólos salir cada uno por sí, y él estaba a la puerta, y como salía cada uno de los hijos, lo mataba. Viendo esto Herodes de la otra cueva adonde estaba, moríase de dolor y tendía las manos, rogándole que perdonase a sus hijos. Pero éste, no haciendo cuenta de lo que Herodes le decía, con no menos crueldad acabó lo que había comenzado, y además de esto reprendía e injuriaba a Herodes por haber tenido el ánimo tan humilde. Después de haber éste muerto a sus hijos, mató a su mujer, y despefiando los que había muerto, él mismo últimamente se despeñó. Habiendo Herodes, muerto ya, y quitado todos aquellos peligros que en aquellas cuevas había, dejando la parte de su ejército que pensó bastar para prohibir toda rebelión en aquellas tierras, y por capitán de ella a Ptolomeo, volviáse a Samaria con tres mil hombres muy bien armados y seiscientos caballos para ir contra Antígono.

Viendo ocasión los que solían revolver a Galilea, con la partida de Herodes, acometiendo a Ptolorneo, sin que él tal temiese ni pensase, le mataron. Talaban y destruían todos los campos, recogiéndose a las lagunas y lugares muy secretos. Sabiendo esto Herodes, socorrió con tiempo y los castigó, matando gran muchedumbre de ellos. Librados ya todos aquellos castillos del cerco que tenían, por causa de esta mutación y revueltas, pidió a las ciudades que le ayudasen con cien talentos.

Echados ya los partos y muerto Pacoro, Ventidio, amonestado por letras de Antonio, socorrió a Herodes con mil caballos y dos legiones de soldados; Antígono envió cartas y embajadores a Machera ca . tan de esta gente, que le viniese a ayudar, quejándose mucho de las injurias y sinrazón que Herodes les hacía, prometiendo darle dinero. Pero éste, no pen and que debía dejar aquellos a los cuales era enviado, principalmente dándole más Herodes, no quiso consentir en su traición, aunque fingiendo amistad, vino por saber el consejo y determinaciones de Antígono, contra el consejo de Herodes, que se lo disuadía. Entendiendo Antígono lo que Machera había determinado, y lo que trataba, cerróle la ciu dad, y echábalo de los muros, como a enemigo suyo, hasta tanto que el mismo Machera se afrentó de lo que había comenzado, y partió para Amatón, donde estaba Herodes. Y enojado porque la cosa no le había sucedido según él confiaba, venía matando a cuantos judíos hallaba, sin perdonar ni aun a los de Herodes, antes los trataba corno a los mismos de Antígono. Sintiéndose por esto Herodes, quiso tornar venganza de Machera como de su propio enemigo; pero detuvo y disimuló su ira,, determinando de venir a verse con Antonio, por acusar la maldad e injusticia de Machera. Este, pensando en su delito, vino al alcance del rey, e impetró de él su amistad con muchos ruegos.

Pero no mudó Herodes su parecer en lo de su ¡da, antes proseguía su camino por verse con Antonio. Y como oyese que estaba con todas sus fuerzas peleando por ganar a Samosata, ciuda d muy fuerte cerca del Eufrates, dábase mayor prisa por llegar allá, viendo que era éste el tiempo y la opor tunidad para mostrar su virtud y valor, para acrecentar el amor y amistad de Antonio para con él. Así, en la hora que llegó, luego dió fin al cerco, matando a muchos de aquellos bárbaros, y tomando gran parte del saqueo y de las cosas que habían allí robado de los enemigos, de tal manera, que Antonio, aunque antes tenla en mucho y se maravillaba por su esfuerzo, fué entonces nuevamente muy confirmado en su opinión, aumentando mucho la esperanza de sus honras y de su reino. Antíoco fué con esto forzado a entregar y rendir a Samosata.

Capítulo XIII

De la muerte de Josefo; del cerco de Jerusalén puesto Por Herodes, y de la muerte de Antígono.

Estando ocupados en esto, las cosas de Herodes en Judea sucedieron muy mal. Porque había dejado a Josefo, su hermano, por procurador general de todo, y habíale mandado que no moviese algo contra Antígono antes que él volviese, porque no tenía por firme la amistad y socorro de Machera, según lo que antes había en sus faltas experimentado. Pero Josefo, viendo que su hermano estaba ya lejos de allí, olvidado de lo que le había tanto encomendado, vínose para Hiericunta con cinco compañías que había enviado Machera con él, para que al tiempo y sazón de las mieses robase todo el trigo. Y tomando en medio de los enemigos por aquellos lugares montañosos y ásperos, él también murió, alcanzando en aquella batalla nombre y gloria de varón muy fuerte y muy esforzado, y perecieron con él todos los soldados romanos. Las compañías que se habían recogido en Siria, eran todas de bisoños, y no tenían algún soldado viejo entre ellas que pudiese socorrer a los que no eran ejercitados en la guerra.

No se contentó Antígono con esta victoria; antes recibió tan grande ira, que tornando el cuerpo muerto de Josefo, lo azotó y le cortó la cabeza, aunque el hermano Feroras le diese por redimirlo cincuenta talentos.

Sucedió después de la victoria de Antígono en Galilea, que las que favorecían más a la parte de éste, sacando los mayores amigos y favorecedores de Herodes, los ahogaban en una laguna; mudábanse también con muchas novedades las cosas en Idumea, estando Machera renovando los muros de un castillo llamado Gita, y Herodes no sabía algo de todo cuanto pasaba; porque habiendo Antonio preso a los de Sa mosata, y hecho capitán de Siria a Sosio, mandóle que ayudase con su ejército a Herodes contra Antígono, y él fuese a Egipto. Así Sosio, habiendo enviado delante dos compañías a Judea, de las cuales Herodes se sirviese, venía él después poco a poco siguiendo con toda la otra gente. Y estando Herodes cerca de la ciudad de Dafnis, en Antioquía, soñó que su hermano había sido muerto; y como se levantase turbado de la cama, los mensajeros de la muerte del hermano entraron por su casa. Por lo cual, quejándose un poco con la grandeza del dolor, dejando la mayor parte de su llanto para otro tiempo, veníase con mayor prisa de lo que sus fuerzas podían, contra los enemigos, y cuando llegó a monte Libano tomó consigo ochocientos hombres de los que vivían por aquellos montes; y juntando con ellos una compañía de romanos, una mañana, sin que tal pensasen, llegó a Galilea y desbarató a los enemigos que halló en aquel lugar, y trabajaba muy continuamente por tomar combatiendo aquel castillo donde sus enemigos estaban. Pero antes que lo ganase, forzado por la aspereza del invierno, hubo de apartarse y recogerse con los suyos al primer barrio o lugar.

Pocos días después, acrecentado el número de su gente con otra compañía más, la cual había enviado Antonio, mo vió a tan gran espanto a los enemigos, que les hizo una noche desamparar el castillo muy amedrentados. Pasaba, pues, ya por Hiericunta, con gran prisa por poderse vengar muy presto de los matadores de su hermano, donde también le aconteció un caso maravilloso y casi monstruoso; mas librándose de él contra lo que él confiaba, alcanzó y vino a creer que Dios le amaba; porque como muchos hombres de honra hubiesen cenado con él aquella noche, después que acabado el convite todos se fueron, seguidamente el cenáculo aquel, donde habían cenado, se asoló.

Tomando esto por señal común y buen agüero, tanto para los peligros que esperaba pasar, cuanto para los sucesos prósperos en lo que tocaba a la guerra que determinaba hacer, luego a la mañana hace marchar su gente, y descendiendo cerca de seis mil hombres de los enemigos por aquellos montes, acometía los primeros escuadrones. No osaban ellos trabar ni asir con los romanos; pero de lejos con piedras y saetas los herían y maltrataban: aquí fué también herido Herodes en un costado con una saeta.

Y deseando Antígono mostrarse, no sólo más valiente con el esfuerzo de los suyos, sino también aun mayor en el número, envió a uno de sus domésticos, llamado Papo, con un escuadrón de gente a Samaria, a los cuales Machera había de ser el premio de la victoria.

Habiendo, pues, Herodes corrido la tierra de los enemigos, tomó cinco lugares y mató dos mil vecinos y habitadores de ellos; y habiendo quemado todas las casas, volvió a su ejército, que iba hacia el barrio o lugar llamado Caná. Acrecentábasele cada día el ejército con la muchedumbre de judíos que se le juntaban, los cuales salían de Hiericunta y de las otras partes de toda aquella región, moviéndose unos por aborrecer a Antígono, y otros por los hechos memorables y gloriosos de Herodes. Había muchos otros que sin razón ni causa, sólo por ser amigos de novedades y de mudar señores, se juntaban con él.

Apresurándose Herodes por venir a las manos con la gente de Papo, sin temer la muchedumbre de los enemigos y la fuerza que mostraban, salía muy animosamente por la otra parte a la batalla; pero trabándose los escuadrones, vinie ron a detenerse algún poco todos. Peleando Herodes con mayor peligro, acordándose de la muerte de su hermano, sólo por vengarse de los que lo habían muerto, fácilmente venció a la gente contraria. Viniendo después sobre los otros nuevos que estaban aún enteros, hízolos huir a todos, y era muy grande la carnicería y muerte que se hacían. Siendo los otros forzados a recogerse al lugar de donde habían salido, Herodes era el que más los perseguía; y persiguiéndolos, mataba a muchos. A la postre, echándose por entre los ene migos que iban de huída, entró en el lugar, y hallando todas las casas llenas de gente muy armada y los tejados con hombres que trabajaban por defenderse, a los que de fuera hallaba los vencía fácilmente, y buscando en las casas, sacaba los que se habían escondido, y a otros mataba derribándolos: de esta manera murieron muchos. Pero si algunos se iban huyendo, la gente que estaba armada los recibía matándolos a todos; vino a morir tanta multitud de hombres, que los mismos vencedores no podían salir de entre los cuerpos muertos. Tanto asustó esta matanza a los enemigos, que viendo a tantos muertos de dentro, los que quedaban con vida quisieron huir, y Herodes, confiado en estos sucesos, luego viniera a Jerusalén si no fuera detenido por la aspereza grande del invierno; porque éste le impidió que pudiese perfectamente gozar de su victoria, y fué causa que Antígono no quedara del todo desbaratado, vencido y muerto, estando ya con pensamiento de dejar la ciudad. Y como venía la noche, Herodes dejó ir a sus amigos, por dar algún poco de descanso a sus cuerpos, que estaban muy trabajados y muy calurosos de las armas, y fué a lavarse según la costumbre que tenían los soldados, siguiéndole un muchacho solo. Antes de llegar al baño vínole uno de los enemigos al encuentro muy armado, y luego otro y otro, y muchos. Estos habían huido, todos armados, de su escuadrón al baño; pero amedrentados al ver al rey, y escondiéndose todos temblando, dejáronle estando él desarmado, buscando aprisa por dónde librarse. Como no hubiese quién los pudiera prender, contentándose Herodes con no haber recibido daño alguno de ellos, todos huyeron.

Al siguiente día mandó degollar a Papo, capitán de la gente de Antígono, y envió su cabeza a Ferora, su hermano, capitán del ejército, por venganza de la muerte de su hermano, porque Papo era el que había muerto a Josefo. Pasado después el rigor del invierno, volvióse a Jerusalén y cercó los muros con su gente, porque ya era el tercer año que él era declarado por rey en Roma, y puso la mayor fuerza suya hacia la parte del templo por donde pensaba tener más fácilmente entrada, y Pompeyo había tomado antes la ciu dad. Dividido, pues, en partes su ejército, y dado a cada parte en qué se ejercitase, mandó levantar tres montezuelos, sobre los cuales edificó tres torres; y dejando los más diligentes de sus amigos por que tuviesen cargo de dar prisa en acabar aquello, él fué a Samaria por tomar la mujer con la cual se había desposado, que era la hija de Aristóbulo, hijo de Ale jandro, para celebrar sus bodas mientras estaban en el cerco, menospreciando ya a sus enemigos. Hecho esto, vuélvese luego a Jerusalén con mucha más gente, y juntáse con él Sosio con gran número de caballos y de infantería, el cual, enviando delante su gente por tierra, se fué por Fenicia. Juntándose después todo el ejército, que serían once legio nes de gente a pie y seis mil caballos, sin el socorro de los siros, que no eran pocos, pusieron el campo cerca del muro, a la parte septentrional, confiándose Herodes en la determinación del Senado, por la cual había sido declarado por rey, y Sosio en Antonio, que le había enviado con aquella gente que viniese en ayuda de Herodes.

Los judíos de dentro de la ciudad estaban en este tiempo muy perturbados, porque la gente que era para menos vínose cerca del templo, y como furiosos todos, parecía que divinamente adivinaban o profetizaban muchas cosas de los tiempos: los que eran algo más atrevidos, juntados en partes, iban robando por toda la ciudad, y principalmente en los lugares que por allí había cerca, robando lo que les era necesario para mantenerse, sin dejar mantenimiento ni para los hombres ni para los caballos. Y puestos los más esforzados contra los que los cercaban, estorbaban e impedían la obra de aquellos montezuelos, y no les faltaba jamás algún nuevo impedimento contra la fuerza e instrumentos de los que los cercaban. Aunque no se mostraban en algo más diestros que en las minas que les hacían, el rey pensó cierta cosa con la cual sus soldados prohibiesen los hurtos y robos que los judíos les hacían, y para impedir sus correrías, hizo que fuesen proveídos de mantenimientos traídos de partes muy lejanas. Aunque los que resistían y peleaban vencían a todo esfuerzo, todavía eran vencidos con la destreza de los romanos; mas no dejaban de pelear con éstos descubiertamente aunque viesen la muerte muy cierta. Pero saliendo ya los romanos de improviso por las minas que habían hecho, antes que se derribase algo de los muros, guarnecían la otra parte y no faltaban ni con sus manos ni con sus máquinas e instrumentos en algo, porque habían determinado resistirles en todo lo que posible les fuese.

Estando, pues, de esta manera, sufrieron el cerco de tantos millares de hombres por espacio de cinco meses, hasta tanto que algunos de los escogidos por Herodes, osando pasar por el muro, dieron en la ciudad, y luego los centuriones de Sosio los siguieron. Primero, pues, tomaron de esta manera todo lo que más cerca estaba del templo, y entrando ya todo el ejército, hacíase gran matanza en todas partes, pues estaban enojados los romanos por haberse detenido tanto tiempo en el cerco; y el escuadrón de Herodes, siendo todo de judíos, estaba muy dispuesto a que ninguno de los enemigos escapase con la vida, y mataban a muchos al recogerse por los barrios más estrechos de la ciudad, y a otros forzados a esconderse en las casas; y también aunque huyesen al templo, sin misericordia ni de viejos ni de mujeres, eran todos universalmente muertos. Aunque el rey envíase a todas partes y rogase que los perdonasen, no por eso había alguno que se refrenase o detuviese en ello, antes como furiosos perseguían a toda edad y sexo.

Antígono bajó de su casa también sin pensar en la fortuna que en el tiempo pasado había tenido ni aun en la del presente, y echóse a los pies de Sosio; pero éste, sin tener compasión, por causa de tan grata mudanza en las cosas, burlóse sin vergüenza de él, y por escarnio lo llamó como mujer, Antígona, pero no lo dejó como a tal sin guardas: y así lo guardaban a éste muy atado. Habiendo, pues, Herodes vencido los enemigos, proveía en hacer detener la gente de socorro, porque todos los extranjeros tenían muy gran deseo de ver el templo y las cosas santas que ellos tanto guardaban. Por esta causa los detenía a unos con amenazas, a otros con ruegos y a otros con castigo, pensando que le sería más amarga y cruel la victoria que si fuera vencido, si por su culpa se viese aquello que no era lícito ni razonable que fuese visto. También prohibió el saqueo en la ciudad, diciendo con enojo muchas cosas a Sosio, si vaciando los hombres y los bienes de la ciudad, los romanos lo dejaban rey de las paredes solas, juzgando por cosa vil y muy apocada el imperio de todo el universo, si con muertes y estrago de tantas vidas y hombres y ciudadanos se había de alcanzar. Pero respondiendo él que era cosa muy justa que los soldados, por los trabajos que habían tenido en el cerco, robasen y saqueasen la ciudad, prometió entonces Herodes que él satisfaría a todos con sus propios bienes. Y redimiendo de esta manera lo que quedaba en la tierra, satisfizo a todo lo que había prome tido, porque dió muchos dones a los soldados, según el merecimiento de cada uno, y a los capitanes, y remuneró como rey muy realmente a Sosio, de tal modo, que ninguno quedó descontento. Después de esto Sosio volvió de Jerusalén, habiendo ofrecido a Dios una corona de oro, y llevándose consigo para presentarlo a Antonio, muy atado, a Antígono, que confiando vanamente cada día que había. de alcanzar la vida, fué dignamente descabezado.

El rey Herodes entonces, dividiendo la gente de la ciudad, trataba muy honradamente a los que favorecían su bando, por hacerlos amigos, y mataba a los que favorecían a Antígono. Faltándole el dinero, envió a Antonio y a sus compañeros tantas cuantas joyas y ornamentos tenía; pero con esto no pudo redimirse ni librarse del todo que no sufriese algo, porque ya estaba Antonio corrompido con los amores de Cleopatra, y se había dado a la avaricia en toda cosa. Cleopatra, después que hubo perseguido toda su gene ración y parientes de tal manera que ya casi no le quedaba alguno, pasó la rabiosa saña que tenía contra los extranjeros, y acusando a los principales de Siria, persuadía a Antonio que los matase, para que de esta manera alcanzase y viniese seguramente a gozar de cuanto poseían. Después que hubo extendido su avaricia hasta los judíos y árabes, trataba escondidamente que matasen a los reyes de ambos reinos, es a saber, a Herodes y a Malico, y aunque de palabra se lo concediese Antonio, tuvo por cosa muy injusta matar reyes tan grandes y tan buenos hombres; pero no los tuvo ya más por amigos, antes les quitó mucha parte de sus señoríos y de las tierras que poseían, y dióle aquella parte de Hiericunta adonde se cría el bálsamo, y todas las ciudades que están dentro del río Eleutero, exceptuando solamente a Tiro y a Sidón. Hecha señora de todo esto, vino hasta el río Eufrates siguiendo a Antonio, que hacía guerra con los partos, y vínose por Apamia y por Damasco a Judea.

Aunque hubiese Herodes con grandes dones y presentes aplacado el ánimo de ésta, muy anojada contra él, todavía alcanzó de ella que le arrendase la parte que de su tierra y posesiones le había quitado, por doscientos talentos cada año; y aplacándola con toda amistad y blandura de palabras, acompañóla hasta Pelusío. Antes que pasase mucho tiempo, Antonio volvió de los partos, y traía por presente y don a Cleopatra a Artabazano, hijo de Tigrano, el cual le presentó con todo el dinero y saqueo que había hecho.

Capítulo XIV

De las asechanzas de Cleopatra contra Herodes, y de la guerra de Herodes contra los árabes, y un muy grande temblor de la tierra que entonces aconteció.

Movida la guerra acciaca, Herodes estaba aparejado para ir con Antonio, librado ya de todas las revueltas de Judea y habido a Hircano, el cual lugar poseía la hermana de Antígono; pero fué muy astutamente detenido, por que no le cupiese parte de los peligros de Antonio. Como dijimos arriba, acechando Cleopatra a quitar la vida a los reyes, persuadió a Antonio que diese cargo a Herodes de la guerra contra los árabes, para que, si los venciese, fuese hecha señora de toda Arabia, y si era vencido, le viniese el señorío de toda Judea, y de esta manera castigaría un poderoso con el otro. Pero el consejo de ésta sucedió prósperamente a Herodes, porque primero con su ejército y caballería, que era muy grande, vino contra los siros, y enviándolo cerca de Diospoli, por más varonil y esforzadamente que le resistiesen, los venció. Vencidos éstos, luego los árabes movieron gran revuelta, y juntándose un ejército casi infinito, fué a Canatam, lugar de Siria, por aguardar a los judíos. Como Herodes los quisiese acometer aquí, trabajaba de hacer su guerra muy atentadamente y con consejo, y mandaba que hiciesen muro por delante de todo su ejército y de sus guarniciones. Pero la muchedumbre del ejército no le quiso obedecer, antes confiada en la victoria pasada, acometió a los árabes, y a la primer corrida venciéndolos, hiciéronlos volver atrás; pero siguiéndolos pasó gran peligro Herodes por los que le estaban puestos en asechanzas por Antonio, que siempre le fué, entre todos los capitanes de Cleopatra, muy enemigo. Porque aliviados los árabes y rehechos por la corrida y ayuda de éstos, vuelven a la batalla; y juntos los escuadrones entre unos lugares llenos de piedras y peñascos muy apartados de buen camino, hicieron huir la gente de Herodes, habiendo muerto a Muchos de ellos: los que se salvaron recógense luego a un lugar llamado Ormiza, adonde también fueron todos tomados por los árabes con todo el bagaje y cuanto tenían.

No estaba muy lejos Herodes después de este daño con la gente que traía de socorro, pero más tarde de lo que la necesidad requería. La causa de esta pérdid a fué no haber los capitanes querido dar fe ni crédito a lo que Herodes les había mandado, pues se habían querido echar sin más miramiento ni consideración, porque y si se dieran prisa en dar la batalla, no tuviera Antonio tiempo para hacer sus asechanzas: pero todavía otra vez se vengó de los árabes entrándose muchas veces y corriéndoles las tierras, Y muchas veces se desquitó de la derrota sufrida. Persiguiendo a los enemigos le sucedió por voluntad de Dios otra desdicha a los siete años de su reinado, y en tiempo que hervía la guerra acciaca, porque al principio de la primavera hubo un temblor de tierra, con el cual murió infinito ganado y perecieron treinta mil hombres7 quedando salvo y entero todo su ejército porque estaba en el campo. Los árabes se ensoberbecieron mucho con aquella nueva, la cual siempre se suele acrecentar algo más de lo que es yendo de boca en , boca; movidos con ella, pensando que toda Judea estaría, sin que alguno quedase, destruida y asolada, con esperanza de poseer la tierra, juntan su ejército y viénense contra ella matando primero a los. embajadores que los judíos les enviaban. Herodes en este tiempo, viendo la mayor parte de su gente amedrentada con la venida de los enemigos, tanto por ¡as grandes adversidades y desdichas que les habían acontecido, cuanto por haber sido muchas y muy continuas, esforzábalos a resistir y dábales ánimo con estas palabras-

«No parece razonable cosa que por lo que al presente habéis viste, que ha sucedido estéis tan amedrentados: porque no me maravillo que os espante la llaga que por voluntad e ira de Dios contra nosotros ha acontecido; pero tengo por cosa de afrenta y cobardía que penséis tanto en ella teniendo los enemigos tan cerca, habiendo antes de trabajar en deshacerlos y echarlos de vuestras tierras: porque tan lejos estoy yo de temer los enemigos después de este tan gran temblor de tierra, que pienso haber sido como regalo para ellos para después castigarlos; porque sabed que no vienen tan confia dos en sus armas y esfuerzo corno en nuestras desdichas y muertes. La esperanza, pues, que no está fundada y sustentada en sus propias fuerzas, sino en las adversidades de su contrario, sabed que es muy engañosa. No tenemos los hom bres seguridad de prosperidad alguna ni de adversidad, antes veréis que la fortuna se vuelve ligeramente a todas partes, lo cual podéis comprobar con vuestros propios ejemplos. Fuimos en la guerra pasada vencedores; luego fuimos también vencidos por los enemigos, y ahora, según se puede y es lícito pensar, serán ellos vencidos viniendo con pensamiento de ser vencedores: porque el que demasiado se confía no suele estar proveído, y el miedo es el maestro y el que enseña a proveerse. A mí, pues, lo que vosotros teméis tanto me da muy gran confianza, porque cuando fuisteis más feroces y atrevídos de lo que fuera conveniente y necesario, saliendo contra mi voluntad a pelear, Antonio tuvo tiempo y ocasión para sus asechanzas y para hacer lo que hizo; ahora vuestra tardanza, que casi mostráis rehusar la pelea, y vuestros ánimos entristecidos, según veo, me prometen victoria muy ciertamente. Pero conviene antes de la batalla estar animados y con tal pensamiento, y estando en ella, mostrar su virtud ejercitándola y manifestar a los enemigos llenos de maldad que ni mal alguno de los que humanamente suelen acontecer a los hombres, ni la ira del cielo, es causa que los judíos muestren en sus cosas algo menos de fortaleza y esfuerzo, entretanto que les dura esta vida. ¿Sufriera alguno que los árabes sean. señores de sus cosas, a los cuales en otro tiempo se los podía llevar por cautivos? No os espante en algo el miedo de las cosas sin ánima y sin sentido, ni penséis que este temblor de tierra sea señal de alguna matanza o muertes que se deban esperar, porque naturales vicios son también de los elementos, y no pueden hacer algún daño sino en lo que de ellos es. Porque debéis todos pensar y saber que viniendo alguna señal de pestilencia o hambre, o de algún temblor de tierra, mientras el daño tarda, entonces se debe algo temer; pero cuando ya han hecho su curso, viénense a acabar y consumir ellas mismas en sí por ser tan grandes. ¿Qué cosa hay en que nos pueda hacer mayor daño a nosotros ahora esta guerra, aunque seamos vencidos, que ha sido el que habemos recibido por el temblor de la tierra? Antes, en verdad, ha acontecido a nuestros enemigos, en señal de su destrucción, una cosa la más horrenda M mundo por voluntad propia de ellos, sin entender otro en ella, en haber muerto cruelmente a nuestros embajadores contra toda ley de hombres, y han sacrificado a Dios por el suceso de la guerra la vida de ellos. Porque no podrán huir la lumbre divina ni la venganza de la mano invencible de Dios: antes luego pagarán lo que han cometido, si levantados nosotros con ánimo por nuestra patria, nos animáremos para tomar venganza de la paz y conciertos rotos por ellos. Así, pues, haced todos vuestro camino a ellos, no corno que queráis pelear por vuestras mujeres ni por vuestros hijos ni por vuestra propia patria, pero por vengar la muerte de vuestros propios embajadores. Ellos mismos regirán mejor y guiarán nuestro ejército, que nosotros que estamos en la vida; obedeciéndome vosotros, pondréme yo por todos en peligro: y sabed ciertamente que no podrán sufrir ni sostener vuestras fuerzas, si no os dañare la osadía atrevida y temeraria.»

Habiendo amonestado con tales palabras a sus soldados, viéndoles muy alegres y muy contentos, celebró a Dios luego sus sacrificios, y después pasó el río Jordán con todo su ejército. Y puesto su campo en Filadelfia, no muy lejos de los enemigos, hizo muestra que quería tomar un castillo que estaba en medio: movía la batalla de lejos deseando juntarse muy presto, porque los enemigos habían enviado gente que ocupase el castillo. Pero los del rey fácilmente los vencieron y alcanzaron el collado; y él, sacando cada día su gente muy en orden a la batalla, provocaba a los árabes y los desafiaba. Mas como ninguno osase salir porque estaban amedrentados y más que todos pasmado y temblando como medio muerto el capitán Antonio, acometiendo el valle donde estaban, Herodes los desbarató; y forzados de esta manera a salir de la batalla, mezclándose una gente con otra, los de a caballo con los de a pie, salieron todos; y si los enemigos eran muchos más, el esfuerzo y alegría era mucho menor, aunque por estar todos sin esperanza de haber victoria, eran muy atrevidos. Entretanto que trabajaron por resistir, no fué grande la matanza que se hizo; pero al volver las espaldas fueron muchos muertos, unos por los judíos que los perseguían, otros pisados por ellos mismos huyendo: murieron finalmente en la huida cinco mil, los demás fueron forzados a recogerse dentro del valle; pero luego Herodes, tomándolos en medio, los cercó, y aunque la muerte no les estaba muy lejos por fuerza de las armas de Herodes, todavía sintieron mucho la falta del agua. Como el rey menospreciase muy soberbiamente los embajadores que le ofrecían, porque fuesen librados, cincuenta talentos, haciéndoles mayor fuerza ardiendo con la gran sed, salían a manadas y dábanse a los judíos de tal manera, que dentro de cinco días fueron presos cuatro mil de ellos; pero el sexto día, desesperando ya de la salud y vida, salieron los que quedaban a pelear. Trabándose la batalla con ellos, los de Herodes mataron otra vez siete mil; y habiéndose vengado de Arabia con llaga tan grande, muerta la mayor parte de la gente y vencida ya la fuerza de ella, pudo tanto, que todos los de aquella tierra lo deseaban por señor

Capítulo XV

Cómo Herodes fué proclamado Por rey de toda Judea.

No le faltó luego otro nuevo cuidado, por causa de la amistad con Antonio, después de la victoria que César hubo en Accio; pero tenía mayor temor que debla, porque César no tenía por vencido a Antonio, entretanto que Herodes quedase con él vivo. Por lo cual el rey quiso prevenir a los peligros; y pasando a Rodo, adonde en este tiempo estaba César, vino a verse con él sin corona, vestido como un hombre particular, pero con pompa y compañía real, y sin disimular la verdad, díjole delante estas palabras: «Sepas, oh César, que siendo yo hecho rey por Antonio, confieso que he sido rey provechoso para Antonio; ni quiero encubrirte ahora cuán importuno enemigo me hallaras con él, si la guerra de los árabes no me detuviera. Pero, en fin, yo le he socorrido según han sido mis fuerzas, con gente y con trigo, ni en su desdicha recibida en Accio lo desamparé, porque se lo debía. Y aunque no fué en mi socorro tan grande cuanto entonces yo quisiera, todavía le di un buen consejo, diciéndole que la muerte de Cleopatra sola bastaba para corregir sus adversidades; y prometíle que si la mataba, yo le socorrería con dinero y con muros para defenderse, y con ejército; y prometíme yo mismo por compañero para unir toda mi fuerza contra ti. Pero por cierto los amores de Cleopatra le hicieron sordo a mis consejos, y Dios también, el cual te ha concedido a ti la victoria. Vencido soy, pues, yo junta mente con Antonio, y por tanto, me he quitado la corona de la cabeza con toda la fortuna y prosperidad de mi reino. He venido ahora a ofrecerme delante de tu presencia, confiando de alcanzar por tu virtud la vida, dándome prisa por que fuese examinada la amistad que con alguno he tenido.» A esto respondió César: «Antes ahora tente por salvo, y séate confirmado el reino; que por cierto mereces muy debidamente regir a muchos, pues trabajas en mostrar y defender la amistad tan fielmente. Y experiméntame con tal que seas fiel siendo más próspero, porque yo concibo grande esperanza en ver tu ánimo preclaro y muy magnánimo. Pero bien hizo Antonio en dar más crédito a Cleopatra que a tus consejos, porque por su locura te hemos ganado a ti; y a lo que puedo juzgar, tú comenzaste a hacerle primero beneficios, según Ventidio me escribe, pues le socorriste con socorro bastante contra los que le perseguían. Por tanto, ahora, por mi decreto y determinación quiero que seas confirmado en el reino: y quiero yo también hacerte ahora algún bien, por que no tengas ocasión de desear a Antonio.» Habiendo tan benignamente amonestado César al rey que no dudase algo en su amistad, le puso la corona real y confir móle el perdón de todo lo que había hasta allí pasado, en el cual puso muchas cosas en loor de Herodes. Este, habiendo dado algunos dones y presentes a César, rogábale que mandase librar a Alejandro, que era uno de los amigos de Antonio. Pero estando César muy airado, no lo quiso hacer, diciendo que aquel por quien él rogaba había hecho muchas cosas muy graves contra él, y por esto no quiso hacer lo que Herodes le suplicaba.

Después, yendo César a Egipto por Siria, Herodes lo recibió con toda la riqueza del reino; y mirando entonces muy bien todo su ejército, vínose primero a Ptolemaida, y allí le dió una cena muy magnífica con todos sus amigos, y repartió también con su ejército la comida muy abundantemente. Proveyó también que, pasando por caminos muy secos hacia Pelusio y para los que de allá volviesen, no faltase agua, ni padeció el ejército necesidad de cosa alguna. Por tantos merecimientos, no sólo César, pero todo su ejército también, tuvieron en poco el reino que le había sido dado; y por tanto, cuando vino a Egipto, muerto ya Antonio y Cleopatra, no sólo le acrecentó todas las honras que antes le había dado, pero también le añadió a su reino parte de aquello que Cleopatra le había antes quitado. Dióle también a Gadara, Hipón. y Samaria; y de las ciudades marítimas a Gaza, Antedón, Jope y el Pirgo o Torre de Estratón. Dióle demás de todo esto cuatrocientos galos para su guarda, los cuales tenía antes Cleopatra; y ninguna cosa incitaba tanto el ánimo y liberalidad de César a hacerle beneficios, cuanto era por verlo tan animoso y magnánimo.

Además de lo que primero le había dado, le dió después también toda la región llamada Tracón y Batanea, que le está muy cerca, y Auranitis, todas por la misma causa.

Zenodoro entonces, que tenía en su gobierno la casa y hacienda de Lisania, no cesaba, desde la región aquella llamada Tracón, de enviar ladrones a los damascenos para que los robasen. Ellos, viendo esto, acudieron a Varrón, el cual era entonces regidor de Siria, y le rogaron que hiciese saber a César las miserias que sufrían. Sabidas por César estas cosas, en la misma hora le envió a decir que tuviese cuidado en procurar matar aquellos ladrones: y así Varrón vino con mucha gente a todos los lugares de los cuales sospechaba, limpió toda la tierra de aquellos ladrones, y quitóla del regimiento de Zenodoro: César la dió a Herodes, por que no se hiciese otra vez recogimiento y cueva de ladrones contra Damasco: y además de todo esto hizolo también procurador de toda Siria. Volviéndose después el décimo año a su provincia, mandó a todos los procuradores que había puesto, que ninguno osase determinar algo sin hacérselo saber y darle de todo razón. Aun después de muerto Zenodoro, César le dió toda aquella parte de tierra que está entre Tracón y Galilea: y lo que Herodes tenla en más que todo esto, era ver que, después de Agripa, era el más amado de César; y después de César, el más amado de Agripa. Levantado, pues, de esta manera al más alto grado de prosperidad y hecho más aniMoro, la mayor parte de su trabajo y providencia lo puso en las cosas de la religión.

Capítulo XVI

De la ciudades y edificios renovados y nuevamente edificados por Herodes, y de la magnificencia Y liberalidad que usaba con las gentes extranjeras, y de toda m prosperidad.

A los quince años de su reino renovó el templo e hizo cercar de muro muy fuerte doblado espacio de tierra alrededor del templo, de lo que antes solía tener, con gastos muy grandes y con magnificencia muy singular, de la cual daban señal los claustros grandes que hizo labrar, y el castillo que mandó edificar junto con ellas hacia la parte de Septentrión: aquéllas las levantó él de principio y de sus fundamentos, y renovó el castillo con grandes gastos, como asiento de aquella ciudad y de todo el reino, y púsole por nombre Antonia, por honra de Antonio. Y habiendo también edificado para sí un palacio real en la parte más alta de la ciudad, edificó en él dos aposentos de mucha grandeza y gentileza, y a ambos puso los nombres de sus amigos, llamando el uno Cesáreo y el otro Agripio. Por memoria de ellos, no sólo escribió y mandó pintar estos nombres en los techos, sino también mostró en todas las otras ciudades su gran liberalidad: por que en la región de Samaria, habiendo cerrado de muro una ciudad muy hermosa que tenía más de veinte estadios de cerco, llamóla Sebaste y llevó allá seis mil vecinos, y dióles tierras muy fértiles, adonde edificó también un templo muy grande entre aquellos edificios, y cerca de él una plaza de tres estadios y medio, lo cual todo dedicó a César, y concedió a los vecinos de esta ciudad leyes muy favorables.

Habiéndole dado César por estas cosas la posesión de otra tierra. edificóle otro templo cerca de la fuente del río Jordán, todo de mármol muy blanco y muy reluciente, en un lugar que se llamó Panio, adonde la sumidad y altura de un monte levantado muy alto, descubre una cueva muy umbrosa por causa de un valle que le está al lado, y de unos peñas muy altas se recoge el agua que de allí mana, la cual es tanta, que no tiene ni se puede tomar ni hallar hondo en ella. Por la parte de fuera de la raíz de la cueva nacen unas fuentes, las cuales, según algunos piensan, son el Drincipio y manantial del río Jordán; pero después, al fin, mostraremos lo que se debe creer como muy verdadero.

Además de las casas y palacios reales que había en Hiericunta entre el castillo de Cipro y las primeras, edificó otras mejores que fuesen más cómodas para los que viniesen, y púsoles los nombres arriba dichos de sus amigos. No había lugar en todo el reino que fuese bueno, el cual no honrase con el nombre de César. Después de haber llenado todo el reino de Judea de templos, quiso ensanchar también su honra en la provincia, y en muchas ciudades edificó templos, los cuales llamó Cesáreos.

Y como entre las ciudades que estaban hacia la mar hubiese visto una muy antigua y muy vieja , que se llamaba la Torre o Pirgo de Estratón, y que, según era el lugar, podía emplear en ella su magnificencia, habiéndola reparado toda de piedra blanca y muy luciente, edificó en ella un palacio muy lindo, y mostró en él la grandeza que naturalmente su ánimo tenía. Porque entre Doras y Jope, en medio de los cuales esta ciudad está edificada, no hay parte alguna en toda aquella mar adonde se pudiese tomar puerto, de tal manera, que cuantos pasaban de Fenicia a Egipto eran forzados a correr a aquella mar con gran miedo del viento africano, cuya fuerza, por moderada que sea, levanta tan grandes ondas, que al retraerse es necesario que la mar se revuelva algún espacio de tiempo. Pero venciendo el rey con liberalidad y gastos muy grandes a la naturaleza, hizo allí un puerto mayor que el de Pireo, y más adentro hizo lugar apto y muy grande, adonde se pudiesen recoger todas las naves que viniesen. Aunque el lugar le era manifiestamente contrario, quiso él todavía contender con él de tal manera, que la firmeza de sus edificios no pudiese ser quebrada por los ímpetus de la mar, ni por el poder de la fortuna: y era la gentileza de ellos tanta, que parecía no haber sido jamás contraria la dificultad del lugar a la obra y ornamento; porque habiendo medido el espacio conveniente, según dijimos arriba, echó veinte varas en el hondo muchas piedras, de las cuales había muchas que tenían cincuenta pies de largo, nueve de alto y diez de ancho, y aun hubo algunas que fueron mayores. Habiendo levantado este lugar, que solía ser antes cubierto con las ondas, ensanchó doscientos pies el muro, de los cuales quiso que fuesen los ciento para resistir a las bravas ondas que venían y echarlas, por lo cual también se llamaron con nombre que lo significase, Procimia. Los otros ciento tienen el muro que rodea y ciñe el puerto, puestas grandes torres entre ellos, de las cuales, la mayor y la más gentil llamaron Drusio, por el nombre del sobrino de César.

Había también edificadas muchas bóvedas y lugares para recoger todo lo que se traje se al puerto, y cerca de ellos una como lonja de piedra muy ancha, para pasear, y adonde se recibían las naos que salían: la entrada de esta parte estaba hacia el Septentrión, porque, según el asiento de aquel lugar, era el más próspero viento el de Boreas. A la puerta había tres estatuas, las cuales, por ambas partes, afirmaban sobre unas columnas, y éstas sustentaban una torre a la entrada a mano izquierda: a la derecha dos piedras de extraña grandeza y altura, más altas aun que la torre que estaba en el otro lado edificada. Las casas que estaban juntas con el puerto, de piedra muy blanca y muy clara, con igual me dida de los espacios, llegaban hasta el puerto. En el collado que está antes de la entrada del puerto edificó un templo a César muy grande y muy hermoso, y puso en él una estatua de César no menor que es la de Júpiter en Olimpia, a cuyo ejemplo y manera fué hecha, igual a la que está en Roma, y a la de Juno que está en Argos. Dedicó la ciudad a toda aquella provincia, y el puerto a las mercaderías que viniesen, y a César la honra del que lo edificó, por lo cual quiso que la ciudad se llamase Cesárea. Todas las otras obras y edificios, la plaza, el teatro, el anfiteatro, hizo que fuesen dignas del nombre que les ponía; y habiendo ordenado unos juegos y luchas que se hiciesen cada cinco años, púsoles también el nombre de César. Fué el primero que en la Olimpíada centésima nonagésima segunda propuso grandes premios, para que no sólo los vencedores, sino también sus descendientes segundos y terceros, pudiesen gozar de la libertad y riqueza real. Habiendo también renovado la ciudad de Antedón, lla móla Agripia, y por su sobrado amor escribió también el nombre de su amigo en la puerta que hizo en el templo.

No ha habido, cierto, quien tanto amase a sus padres, porque adonde estaba el monumento y sepultura de su padre, en la parte mejor de todo el reino, fundó allí una ciudad muy rica con la ribera y arboleda que tenía cerca, la cual llamó, en memoria de su padre, Antipatria. Y cercó de muro un castillo que está sobre Hiericunta en un lugar por sí muy fuerte, pero en gentileza el principal, y por honra de su madre lo llamó Cipre. Edificó también a su hermano Faselo una torre en Jerusalén, la cual llamó Faselida, cuya liberalidad en la grandeza y cerco después se declarará. Puso también el nombre de Faselo a otra ciudad que está después de Hiericunta hacia el Norte.

Habiéndose, pues, acordado de la gloria y honra de sus parientes y amigos, no quiso olvidarse de sí mismo, antes quiso que un castillo que está delante de un monte, por el costado de Arabia, muy fuerte y muy guarnecido, se llamase Herodio, según su nombre. Y un edificio que estaba sesenta estadios de Jerusalén, a manera de una teta, poniéndole su mismo nombre, mandó que fuese renovado más magníficamente, porque rodeó la altura de éste con unas torres redondas, Y en el circuito mandó edificar las casas reales, gastando mucho tesoro en ellas, y haciendo que no sólo tuviesen extraña gentileza por de dentro, pero que demostrasen también la riqueza por defuera, las techumbres y paredes y todo lo más que verse podía. Dispuso también que fuese abundante de agua, la cual hizo venir con muchos gastos, y mandó edificar de mármol muy claro doscientas gradas por donde viniese, porque todo aquel edificio era como collado hecho con artificio y de muy gran altura. Edificó a los pies a raíz de este collado, otros edificios muy grandes y muy suntuosos, para que fuesen recogimiento a muchos amigos y a las cargas y caballos; de tal manera estaba esto, que, según era la abundancia de todas las cosas, parecía más ser una ciudad que un castillo, y en el cerco y vista por defuera, mostraba muy claramente que era un palacio real. Edificados ya tantos y tan extraños edificios, mostró también su liberalidad y la grandeza de su ánimo en muchas ciudades, las cuales no le eran propias, porque en Trípodi, en Damasco y en Ptolomeida edificó baños públicos; cercó de muro la ciudad de Biblio; hizo cátedras, lonjas, plazas y templos en Bitro y en Tiro; también en Sidonia y en Damasco edificó teatros. Hizo también aparejo y lugar para llevar agua a los laodicenses, que están hacia la parte de la mar, y en Ascalona hizo lagunas muy hermosas y muy hondas, muchos baños, muchos patios muy labrados, con adnárable grandeza y obra, cerrados todos de columnas; en varios hizo puerto; dió campos a muchas ciudades que estaban cerca de su reino y le eran muy amigas. Para los baños hizo rentas públicas y perpetuólas, como en Cois, por que no pudiere faltar jamás por sus beneficios. Proveyó de trigo a cuantos tenían necesidad. Dió muchos dineros a los rodios para armar sus flotas y reparó a Pitio, que había sido abrasada, todo con su gasto.

¿Para qué me alargaré en contar su liberalidad con los licios y samios? ¿Quién contará los dones que dió en toda Jonia, dando a cada uno según lo que deseaba? Los atenienses, los lacedemonios, los nicopolitanos y el Pérgamo de Misia, ¿no está todo esto lleno de los dones de Herodes? ¿Por ventura, no adornó la plaza de los antioquenses de Siria, y la allanó por veinte estadios de largo, toda de mármol muy excelente, para que por allí pasasen y se escurriesen las aguas y lluvias del cielo, porque antes estaba muy llena de cieno y de mucha suciedad?

Pero alguno dirá que estas cosas fueron propias de aquellos pueblos a los cuales fueron dadas; pues lo que hizo por los elidenses no parece ser común al pueblo de Acaya solamente, sino a todo el universo, por el cual se esparce la gloria de los juegos y luchas olímpicas. Porque viendo que esto faltaba por pobreza, y por no haber quien gastase en ello, y que sólo faltaba lo ue se esperaba de la Grecia antigua, lo cual no era cosa bastante, no sólo quiso aquellos cinco años ser él el capitán, cuando hubo de pasar por allí para ir a Roma, sino que ordenó rentas perpetuas, para que mientras de él hubiese memoria, no dejase jamás el oficio ni el nombre de buen capitán.

Cosa sería para ¡amas acabar, ponerse a contar los tributos y deudas que perdonó y no quiso cobrar, quitando toda la sujeción a los faselitas y balneotas, y a muchos otros lugares cerca de Cilicia, los cuales estaban obligados a muchos pechos, aunque el miedo que tuvo tenía las riendas a la grandeza de su ánimo, por no mover las gentes a que le envidiasen y le moviesen revueltas, como a hombre que quería levantarse más de lo que debía, si hacía y procuraba mayor bien a las ciudades que a los regidores de ellas.

Aprovechábase de su cuerpo en todo cuanto convenía para su ánimo, y siendo como era gran cazador, se había hecho tan diestro en cabalgar, que alcanzaba en un caballo todo cuanto quería. Un día, finalmente, le aconteció matar cuarenta fieras (aquella región tiene muchos puercos monteses, pero muchos más ciervos y cebras o asnos salvajes). Era tan fuerte de sí, que ninguno le podía sufrir, con lo cual espantaba a muchos, aun ejercitándolos, pareciendo a todos muy excelente tirador de dardos y de saetas. Y además de la virtud de su ánimo grande y fuerza de su cuerpo, fuéle también fortuna muy próspera, porque muy raramente en las cosas de la guerra le sucedió contra su voluntad; y si alguna vez le aconteció alguna desdicha, fué, no por causa suya, sino por traición de algunos o por atrevimiento y poca consideración de sus soldados.

Capítulo XVII

De la discordia de Herodes con sus hijos Alejandro y Aristóbulo.

Las tristezas y fatigas domésticas tuvieron envidia de la dicha y prosperidad pública de Herodes, y sus adversarios comenzaron por su mujer, a la cual él mucho amaba. Porque después que alcanzó las honras y poder de rey, dejando la mujer que había antes tomado, natural de Jerusalén, y por nombre llamada Doris, juntóse con Mariamma, hija de Alejandro, hijo de Aristóbulo, por lo cual vino en discordia su casa principalmente, aunque antes también, pero más claramente después de su venida de Roma. Porque por causa de los hijos que había habido de Marianuna, echó de la ciudad a su hijo Antipatro, habido de Doris, dándole licencia de entrar en ella solamente los días de fiesta. Después, por sospechar del abuelo de su mujer, Hircano, que había vuelto ya de los partos, lo mató. Habíaselo llevado preso Barzafarnes después que ocupó la Siria. Por haber tenido misericordia de él, lo habían librado los gentiles que vivían de la otra parte del río Eufrates. Y si los hubiera él creído cuando le decían que no pasase a tierras de Herodes, no fuera muerto; pero atrájole el deseo del matrimonio de Herodes con su nieta, porque confiándose en él, y con mayor deseo de ver a su propia patria, vino. Movióse Herodes a esto, no porque Hircano desease ni procurase haber el reino, sino por saber y conocer ciertamente que le era debido por ley y por razón.

De cinco que tuvo Herodes de Marianuna, tres eran hijos y las otras dos hijas. Habiendo muerto el menor de éstos en los estudios en Roma, los otros dos, por la nobleza de la madre, y porque habían nacido siendo él ya rey, criábalos también muy realmente y con gran fausto. Ayudábales a éstos el grande amor que tenía con Mariamina, el cual, acrecentándose cada día, encendía a Herodes en tanta manera, que no podía sentir alge de lo que le dolía, por causa de aquella a quien tanto amaba.

Tan grande era el odio y aborrecimiento de Mariamina para Herodes, cuanto el amor que Herodes tenía a Mariamina. Teniendo, pues, causas probables de la enemistad por las cosas que había visto, y confianza en el amor, solíale cada día zaherir lo que había hecho con su abuelo Hircano y con su hermano Aristóbulo, porque ni a éste perdonaba, aunque era muchacho, al cual, después de haberle dado la honra pontifical a los diecisiete años de su edad, lo mató, porque como él, vistiéndose con las vestiduras sagradas para aquel oficio, se llegó al altar un día de gran fiesta; todo el pueblo entonces lloró, y enviándolo a Hiericunta aquella noche, fué ahogado por los galos, según Herodes había mandado, en una laguna. Todas estas cosas le decía Mariamina a Herodes por injuria, y deshonraba a su hermana y a su madre con palabras muy pesadas y muy deshonestas, aunque él a todo esto callaba por el grande amor que tenía. Pero las mujeres estaban muy ensañadas contra Mariamma; y para mover a Herodes contra ella, la acusaban de adulterio. Además de muchas otras cosas que la levantaban aparentes y como verdaderas, acusábanla también que había enviado a Egipto un retrato suyo a Anto nio; y así, por el desordenado deseo y lujuria suya, había procurado mostrarse en ausencia a un hombre que estaba loco por las mujeres, y que las podía forzar.

Esto perturbó a Herodes no menos que si le cayera un rayo del cielo encima, y principalmente porque estaba encendido en celos por el grande amor que la tenía, y pensando por otra parte en la crueldad de Cleopatra, por cuya causa habían sido muertos el rey Lisanias y Malico el árabe, no tenía ya cuenta con perder a su mujer, sino con el peligro que podía acontecer si él perdía la vida.

Habiendo, pues, de partir de allí para Roma, encomendó su mujer a Josefo, marido de su hermana Salomé, al cual tenía por fiel; y según era el deudo, teníalo por amigo, mandándole secretamente que la matase si Antonio le mataba a él. Pero Josefo, no por malicia, mas deseando mostrar a la mujer la voluntad y amor de su marido, el cual no podía sufrir ser apartado de ella, aunque fuese muerto, descubrióle todo lo que Herodes le había secretamente encomendado. Siendo después vuelto ya Herodes, y hablando y jurando de su amor y voluntad, como nunca había tenido amores con otra mujer en el mundo, respondió ella: «Muy comprobado está tu amor conmigo, con el mandamiento que hiciste a Josefo, cuando de aquí partiste, ordenándole que me matase.» Habiendo Herodes oído estas cosas, las cuales él pensaba que estaban secretas entre él y Josefo, desatinaba; y pensando que Josefo no pudo descubrirle lo que entre ellos había pasado, sino juntándose deshonestamente con ella, recibió de esto gran dolor, que casi enloquecía; levantándose de la cama comenzóse a pasear por el palacio; y tomando ocasión entonces su hermana Salorné para acusar a Josefo, confirmóle la sospecha. Furioso Herodes con el grande amor y celos que tenía, mandó que a entrambos los matasen a la hora, y después que fué esta locura hecha, le pesaba y se arrepentía por ella; pero pasado el enojo, encendíase poco a poco en amor. Y era tanta la fuerza de este amor y deseo que de ella tenía, que no pensaba que estaba muerta; antes, con la tristeza grande que tenía, le hablaba en su cámara como si allí estuviera con él viva; hasta tanto que con el tiempo, sabiendo su muerte y enterramiento, igualó bien sus llantos y su tristeza con el grande amor que siendo viva le tenía.

Sus hijos, tomando la muerte de la madre por propia, pensando muy bien en la maldad tan grande y tan cruel, teníaD a su propio padre como enemigo; y esto fué cuando estaban en Roma estudiando, y después de volver a Judea, mucho más; porque como crecían y se les aumentaba la edad, así también la afición y amor matemal tomaba fuerzas. Llegados ya a tiempo de casarse, el uno tomó por mujer a la hija de su tía Salorné que había acusado la madre de entrambos, y el otro la hija de Arquelao, rey de Capadocia. De aquí alcanzó el odio la libertad que quería; y de la confianza que en ello tenían, tomaron ocasión los malsines hablando más claramente con el rey y diciéndole cómo ambos hijos le acechaban por matarlo; y que el uno daba gente a su hermano para que vengase la muerte de la madre, y el otro, es a saber, el yerno de Arquelao, confiado en su suegro, se aparejaba para huir y acusarlo delante del César.

Lleno, pues, Herodes de estas acusaciones, trajo a su hijo Antipatro para que fuese en su ayuda contra sus hijos, el cual era también hijo suyo de Doris, y comenzó adelantándole y teniéndole en más en todo cuanto emprendía, que a todos los otros; los cuales, no teniendo por cosa digna sufrir esta mutación tan grande, y viendo que se adelantaba el hermano nacido de tan baja madre, no podían refrenar su enojo ellos con su nobleza, antes en todo cuanto podían trabajaban por ofenderle y mostrar su ira e indignación. Menospreciábalos Herodes cada día más, y Antipatro por causa de ellos era muy favorecido, porque sabía lisonjear astutamente a su padre, y decíale muchas cosas contra sus hermanos; algunas veces él mismo, otras ponía amigos suyos que dijesen otras cosas, hasta tanto que sus hermanos perdieron toda la esperanza que del refino tenían, porque en el testamento estaba también declarado por sucesor.

Fué finalmente enviado a César como rey, y con aparato y compañía real servido de todo lo que a rey pertenecía, excepto que no llevaba corona. Y con el tiempo pudo hacer que su madre se juntase con Herodes y viniese a la cámara donde Mariamma solía dormir; y usando de dos géneros de armas contra sus hermanos, de las cuales las unas eran lisonjas y las otras eran invenciones y calumnias nuevas, pudo con Herodes tanto, que le hacía pensar cómo matase a sus hijos; por lo cual acusó delante de César a Alejandro, al cual se había llevado con él a Roma, de que le había dado ponzoña; pero alcanzando licencia para defenderse Alejandro, aunque el juez era muy imprudente, era todavia más prudente que no Herodes y Antipatro; calló con vergüenza los delit os del padre, y disculpóse muy elegantemente de lo que le habían levantado; y después que hubo mostrado ser también sin culpa su hermano, dió quejas de la malicia e injurias de Antipatro, ayudándole para ello, además de su inocencia, la grande elocuencia que tenía, porque tenla gran vehemencia en el hablar, dando por fin de su habla que de buena voluntad el padre los mataría si pudiese; acusóle de este crimen e hizo llorar a todos los que estaban presentes; pero pudo tanto con César, que fueron todas las acusaciones menospreciadas, e hízolos a todos muy amigos de Herodes.

Fué la amistad hecha con tal ley, que los mancebos hubiesen de ser en todo muy obedientes al padre, y que el padre pudiese hacer heredero del reino a quien quisiese. Habiéndose después vuelto de Roma el rey, aunque parecía haber perdonado y excusado de las culpas a sus hijos, no estaba libre de toda sospecha; porque Antipatro proseguía su enemistad, aunque por vergüenza de César, que los había hecho amigos, no osaba claramente manifestarla. Y como navegando pasase por Cilicia y llegase a Eleusa recibiólo allí con mucha amistad Arquelao, haciéndole muchas gracias por haber defendido la causa de su yerno con mucha alegría y amistad, Porque había escrito a Roma a todos sus amigos que favoreciesen la causa de Alejandro; y así lo acompañó hasta Zefirio, haciéndole un presente de treinta talentos.

Después que hubo llegado a Jerusalén, Herodes convocó todo el pueblo; estando delante también sus tres hijos, dió a todos razón de su partida; hizo muchas gracias primero a Dios, muchas a César porque había quitado toda la discordia que en su casa había y entre los suyos; y lo que era principal y de tener en más que no el reino, porque había puesto amistad entre sus hijos, la cual dijo que él trabajaría en juntarla mas estrechamente, «porque César me ha hecho señor de todo y juez de los que me han de suceder. Yo, pues, ahora, delante de todos, le hago con todo mi provecho muchas gracias por ello, y dejo por reyes a mis tres hijos; y de este parecer y sentencia mía quiero y ruego a Dios que el primero sea el comprobador, y vosotros todos después. Al uno manda la edad que sea alzado por rey después de mí, y a los otros la nobleza, aunque su grandeza basta para mucho más. Pues tened reverencia a lo que César os manda y el padre os ordena, honrándolos a todos igualmente y con la honra que todos me recen, porque no puede darse tanta alegría en obedecer a uno, cuanto pesar le dará el que lo menospreciare. Yo señalaré los parientes que han de estar con cada uno, y los amigos también, por que puedan conservarlos en concordia y unanimidad, entendiendo y sabiendo como cosa muy cierta, que toda la discordia y contienda que en las repúblicas suelen nacer, proceden de los amigos, consejeros y domésticos; y si éstos fueren buenos, suelen conservar el amor y benevolencia. Una cosa ruego, y es que no sólo éstos, sino los principales de mi ejército, tengan al presente esperanza en mí solo, porque no doy a mis hijos el reino aunque les dé la honra de él, y que se gocen con placer como que ellos lo rigiesen; el peso de las cosas y el cuidado de todo, a mi toca, y yo lo he de proveer todo, aunque querría verme libre de ello. Considere cada uno de vosotros mi edad y la orden con que yo vivo, y juntamente la piedad y religión que tengo; porque no soy tan viejo que se deba tan presto desesperar de mí, ni estoy tan acostumbrado a placeres ni a deleites, los cuales suelen acabar más presto de lo que acabarían las vidas de los mancebos, hemos tenido tanta observancia y honra a Dios eterno, que creemos haber de vivir mucho tiempo y muy largos años. Y si alguno, por menosprecio mío, quisiere complacer a mis hijos, ese me lo pagará por él y por ellos; porque yo no quiero dejar de honrar a los que he engendrado, porque les tenga envidia, sino por saber que estas cosas suelen hacer más atrevidos a los mancebos y ensoberbecerlos. Si pensaren, pues, los que los siguen y se dan a ellos, que los que fueren buenos tienen aparejado el galardón y premio en mi poder, y los malos han de hallar en aquellos mismos a quienes favorecen castigo de sus maldades, todos por cierto serán conformes conmigo, es a saber, con mis hijos; porque a ellos conviene que yo reine, y a ellos les será muy gran provecho tenerme a mí por amigo, y finalmente por padre con gran concordia.

«Y vosotros, mis buenos y amados hijos, poned delante de vosotros primero a Dios, que es poderoso, para mandar a todo fiero animal; dadle la honra que debéis: después de El, a César, que nos ha recibido con todo favor y nos ha en él conservado y a mí terceramente, que os ruego lo que me es muy lícito mandaros, que permanezcáis siempre como verdaderos hermanos y muy concordes. De ahora en adelante yo os quiero dar vestidos y honras reales; quiero que, como tales, todos os obe dezcan, y ruego a Dios que conserve mi juicio, si vosotros quedáis concordes.» Acabado su razonamiento, saludólos a todos, y despidió al pueblo: unos se iban deseando que fuese así, según había Herodes dicho; y los que deseaban revueltas y mutaciones en los Estados, fingían no haber oído algo. Pero no faltó contienda a los hermanos; antes, sospechando algo peor, apartáronse unos de otros, porque Alejandro y Aristóbulo no sufrían bien ver que su hermano Antipatro fuese confirmado en el reino; y Antipatro se enojaba porque sus hermanos fuesen tenidos por segundos; mas éste, según la variedad de sus costumbres, sabia callar los secretos y encubrir el odio que les tenía muy secretamente. Ellos, por verse de noble sangre, osaban decir cuanto les parecía. Habla también muchos que les movían e incitaban, otros muchos había que se les mostraban muy amigos por saber la voluntad de ellos. De tal manera pasaba esto, que cuanto se trataba delante de Alejandro, luego a la hora estaba delante de Antipatro; y lo mismo, añadiéndole siempre algo, luego también Herodes lo sabía; y por más que el mancebo dijese algo, sin pensarlo, luego le era atribuído a culpa, y trocábanle las palabras en graves ofensas; y cuando se alargaba en hablar en algo, luego le levantaban, por poco que fuese lo que decía, alguna cosa muy mayor.

Antipatro sobornaba siempre algunos que lo indujesen a hablar, porque sus mentiras tuviesen alguna buena ocasión y mejor entrada; y de esta manera, habiendo divulgado muchas cosas falsamente, bastase para dar crédito a todas, hallar que una fuese verdadera. Pero los amigos de este mancebo, o eran de su natural muy callados, o con dádivas los hacían callar porque no descubriesen alguna cosa, ni errasen en algo si descubrían algún secreto a la malicia de Antipatro. Habían corrompido los amigos de Alejandro a unos con dineros, a otros con halagos y buenas palabras, tentando toda cosa y ganando la voluntad de tal manera, que los que contra él hablasen o hiciesen algo, fuesen tenidos por ladrones secretos y por traidores. Rigiéndose con gran consejo y astucia en todo, trabajaba por venir delante de Herodes y dar sus acusaciones muy astutamente; y haciendo la persona y partes de su hermano, servíase de otros malsines sobornados para el mismo negocio. Si se decía algo contra Alejandro, con disimulación de quererlo favorecer, volvía por él; luego lo sabía astutamente urdir y traer a tal punto, que movía y ensañaba al rey contra Alejandro; y mostrando al padre cómo su hijo Alejandro le buscaba la muerte con asechanzas, no había cosa que tanto lo hiciese creer, ni que tanta fe diese a sus engaños, como era ver que Antipatro, trabajaba en defenderlo.

Movido con estas cosas Herodes, cuanto menos amaba a los otros, tanto más se le acrecentaba la voluntad con Antipatro. El pueblo también se inclinó a la misma parte, los unos de grado y los otros por ser forzados a ello, como fueron Ptolomeo, el mejor de sus amigos, los hermanos de¡ rey y toda su generación y parientes. Porque todos estaban puestos en Antipatro, y todo parecía pender de su voluntad; y lo peor y más amargo para la destrucción de Alejandro, era la madre de Antipatro, por cuyo consejo se trataba entonces todo.

Era ésta peor que madrastra, y aborrecíales más que si fueran entenados aquellos que eran hijos de la que antes había sido reina. Pero aunque la esperanza era mayor para mover a todos que obedeciesen a Antipatro, todavía los consejos de Herodes, que era rey, apartaban los corazones y voluntades de todos que no se aficionasen a los mancebos, por que había mandado a los más cercanos y más amigos que ninguno fuese con Aristóbulo ni con su hermano, y que ninguno les descubriese su ánimo. No sólo se temían de hacer esto los amigos y domésticos suyos, pero aun también los extraños que de fuera vivían; porque no había César concedido tanto poder a ningún rey, que le fuese lícito sacar de todas las ciudades, aunque no le fuesen sujetas, a todos cuantos mereciesen castigo o huyesen de él.

Los mancebos no sabían algo de todo aquello que les habían levantado, y por esta causa los prendían menos proveídos. Ninguno era acusado ni reprendido por su padre pú blicamente; pero templando su ira, hacía que poco a poco todos lo entendiesen, y también ellos se movían más ásperamente con el dolor y pena de aquellas cosas que les levantaban. De la misma manera movió a su tío Feroras y a su tía Salomé contra ellos Antipatro, hablando con ellos muchas veces muy familiarmente, como con su mujer propia, por levantarlos contra sus hermanos. Acrecentaba esta enemistad Glafira, mujer de Alejandro, levantando mucho su nobleza, y diciendo que ella era señora de todo aquel reino Y de cuanto en él había, y que descendía, por parte de padre, de Temeno, y, por parte de madre, de Darío, hijo de Histaspe, menos preciaba mucho la bajeza M linaje de la hermana y mujeres de Herodes, las cuales él había tomado y escogido por la gentileza que tenían, y no por la nobleza.

Arriba dijimos ya que Herodes había tenido muchas mujeres, porque a los judíos les era cosa lícita, según costumbres de su tierra, tener muchas, también porque el rey se pudiese deleitar con muchas. Por las injurias y soberbia de Glafira, era aborrecido Alejandro de todos, y Aristóbulo hizo su enemiga a Salomé, aunque le fuese suegra, por las malas palabras de Glafira, porque muchas veces le solía echar en la cara la bajeza del linaje a la mujer; después también porque él había tomado una mujer privada y plebeya, y su hermano Alejandro una de sangre real. La hija de Salomé contaba todo esto a su madre derramando muchas lágrimas. Añadía también, que el mismo Alejandro y Aristóbulo la habían amenazado que si alcanzaban el reino, habían de poner las madres de los otros hermanos con las criadas, a tejer en un telar con las mozas; y a ellos por escribanos de las aldeas y lugares, burlándose de ellos porque estudiaban.

Movida Salomé con estas cosas, no pudiendo refrenar su ira, descubrióselo todo a Herodes, y parecía harto bastante para hablar contra su yerno.

Además de estas cosas, divulgóse también otra nueva acusación, la cual movió mucho al rey. Había oído que Alejandro y Aristóbulo rogaban y suplicaban muchas veces a su madre, y lloraban gimiendo su desdicha, y a veces la maldecían, porque dividiendo el rey los vestidos de Mariamma con las otras mujeres, le amenazaban que presto las harían venir de luto por los vestidos reales y deleites que entonces tenían. Con esto, aunque Herodes temiese algo viendo el ánimo constante de los mancebos, no quiso desesperar de la corrección de ellos; antes los llamó a todos, porque él había de partir para Roma, y habiéndoles, como rey, hecho algunas amenazas, aconsejóles, amonestando como padre, muchas cosas, y rogóles que se amasen como hermanos, prometiendo perdón de lo cometido hasta entonces, si de allí adelante se corregían y se enmendaban. Ellos decían que eran acusaciones falsas y fingidas, que por las obras podía conocer cuán poca ocasión y causa tuviese para darles culpa, y que él no debía creer tan ligeramente, antes debía cerrar sus oídos y no dar entrada a los que decían mal de ellos, porque no faltarían jamás malsines, mientras tuviesen cabida en su presencia. Habiendo amansado la ira del padre con semejantes palabras, dejando el miedo que por la presente causa tenían, comenzaron a entristecerse y llorar por lo que esperaban que había de ser. Entendieron que Salomé estaba enojada con ellos, y el tío Feroras. Ambos eran personas graves y muy fieras, pero más Feroras, el cual era compañero del rey en todas las cosas que al rey no pertenecían, sino sólo en la corona; y era hombre de cien tale ntos de renta propia, y tomaba todos los frutos de las tierras que había de esa otra parte del Jordán, las cuales le bahía dado graciosamente su hermano, y Herodes había alcanzado de César que pudiese ser tetrarca o procurador, y lo habla hon rado dándole en matrimonio la hermana de su propia mujer, después de cuya muerte le había prometido la mayor de sus hijas, y le había dado por dote trescientos talentos. Pero Feroras había desechado el matrimonio real porque tenía amores con una criada, por lo cual Herodes, enojado, dió su hija en casamiento al hijo de su hermano, aquel que fué después muerto por los partos.

Después, no mucho, perdonando Herodes el error de Feroras, volvieron en amistad; y teníase de éste una vieja opinión, que en vida de la reina había querido matar a Herodes con ponzoña. Pero en este tiempo todos los malsines tenían cabida, de manera que, aunque Herodes quisiese estar en amistad con su hermano, todavía, por dar algún crédito a las cosas que había oído, no lo osaba hacer, antes estaba amedrentado. Haciendo, pues, examen de muchos, de los cuales se tenla entonces sospecha, vinieron también al fin a los amigos de Feroras, los cuales no confesaron algo manifiestamente, pero solamente dijeron que había pensado huir con la amiga a los partos, y que Aristóbulo, marido de Salomé, a quien el rey se la había dado por mujer después de muerto el primero por causa del adulterio, era partícipe en esta ¡da, y que él la sabía. No quedó libre Salomé de acusación, porque su hermano Feroras la acusa ba que había prometido casarse con Sileo, procurador de Oboda, rey de Arabia, el cual era muy enemigo de Herodes; y siendo vencida en esto y en cuanto más la acusaba Feroras, alcanzó perdón, y el rey perdonó y libró de todas las acusaciones a Feroras, con las cuales hubía sido acusado.

Todas estas revueltas y tempestades se pasaron a casa de Alejandro, y todo colgó y vino a caer sobre su cabeza. Tenía el rey tres eunucos mucho más amados que todos los otros, sin que hubiese alguno que lo ignorase; uno tenía a cargo de servirle de copa, otro de poner la cena, y el tercero de la cama, y éste solía dormir con él. A éstos había Alejandro sobornado con grandes dones, y habíales ganado la voluntad. Después que el rey supo todo esto, dióles tormento y confesaron la verdad de todo lo que pasaba, y mostraron claramente, por cuyo soborno y ruegos hablan sido movidos, cómo los había engañado Alejandro, diciendo que no debían tener esperanza alguna en Herodes, vicio malo, aunque él sabía teñirse los cabellos por que los que le viesen pensasen y lo tuviesen por mancebo, y que a él debían honrar, pues que a pesar y a fuerza de Herodes había de ser sucesor en el reino, y habla de dar castigo a sus enemigos, y hacer bienaventurados y muy dichosos a sus amigos, y entre todos más a ellos tres. Dijeron también que todos los poderosos de Judea obedecían secretamente a Alejandro, y los capitanes de la gente de guerra y los príncipes de todas las órdenes. Amedrentóse Herodes tanto de estas cosas, que no osaba manifestar públicamente lo que éstos habían confesado; pero poniendo hombres que de día y de noche tuviesen cargo de mirar en ello, trabajaba de escudriñar de esta manera todo cuanto se decía y cuanto se trataba, y luego daba la muerte a cuantos le causaban alguna sospecha.

De esta manera, en fin, fué lleno su reino de toda maldad y alevosía; porque cada uno fingía según el odio y enemistad que tenía, y muchos usaban mal de la ira del rey, el cual deseaba la muerte a todos sus alevoso3. Todas las mentiras eran presto creídas, y el castigo era más presto hecho que las acusaciones publicadas. Y al que poco antes había acusado, no faltaba quien luego le acusase, y era castigado junto con aquel a quien antes él había acusado, porque la menor pena que se daba en los negocios que tocaban al rey, era la muerte; vino a ser tan cruel, que no miraba más humanamente a los que no eran acusados, antes con los amigos se mostraba no menos airado que con los enemigos. Desterró de esta manera a muchos, y a los que no llegaba ni podía llegar su poder, a éstos llegaban sus injurias.

Añadióse después a todos estos malos, Antipatro con muchos de sus parientes y allegados, y no dejó género alguno de acusación, del cual no fuesen sus hermanos acusados. Tomó tanto miedo el rey con la bellaqueria de éste y con las mentiras de lo sacusadores y malsines, que le parecía que veía delante de sí a Alejandro como con una espada desnuda venir contra él, por lo cual también lo mandó prender a la hora, y mandó dar tormento a todos sus amigos. Muchos morían pacientemente callando, sin decir algo de cuanto sabían; otros, los que no podían sufrir los dolores, mentían diciendo que él había entendido en poner asechanzas para matar a su padre, y que contaba muy bien su tiempo para que, habiéndolo muerto cazando, huyesen presto a Roma. Y aunque estas cosas no fuesen ni verdaderas ni a verdad semejantes, porque forzados por los tormentos las fingían prontamente sin pensar más en ellas, todavía el rey las creía con buen ánimo, tomándolo para consolación y respuesta de lo que le podían decir, y de haber puesto en cárceles a su hijo injustamente. Pero no pensando Alejandro que había de poder acabar de hacer que su padre perdiese la sospecha que de él tenía, determinó confesar cuanto le habían levantado; y habiendo puesto todas sus acusaciones en cuatro libros, confesó ser verdad que había acechado por dar muerte a su padre, escribiendo cómo no era él solo en aquello, sino que tenía muchos compañeros, de los cuales los principales eran Feroras y Salomé, y que ésta una vez se había juntado con él, forzándolo una noche contra su voluntad. Tenía, pues, ya Herodes estos libros o informaciones en sus manos, en los cuales había muchas cosas y muy graves contra los principales del reino, cuando Arquelao vino a buen tiempo a Judea temiendo sucediese a su yerno y a su hija algún peligro, a los cuales socorrió con muy buen consejo, y deshizo las amenazas del rey, amansando su ira muy artificiosamente. Porque en la hora que él entró a ver al rey, dijo gritando a voces altas: «¿Dónde está aquel yerno mío malvado, o dónde podré yo ver ahora la cabeza del que quería matar a su padre?, al cual yo mismo con mis propias manos romperé en partes, y daré mi hija a buen marido; porque aunque no es partícipe de tal consejo, todavía está ensuciada por haber sido mujer de tan mal varón. Maravíllome mucho de tu paciencia, Herodes, cuya vida y cuyo peligro aquí se trata, que viva aún Alejandro, porque yo venía con tan gran prisa de Capadocia, pensando que habría ya mucho tiempo que fuera él castigado y sentenciado por su culpa, para tratar contigo de mi hija, la cual le había dado a él por mujer, teniendo a ti sólo respeto y considerando tu real dignidad. Pero ahora debemos tomar consejo sobre entrambos, aunque tú te muestras demasiado serle pa dre, y muestras menos fortaleza en castigar al hijo que te ha querido matar. Troquemos, pues, yo y tú las manos, y el uno tome venganza del otro: castiga tú a mi hija, y yo castigaré a tu hijo.» De esta manera, aunque Herodes estaba muy indignado, todavía fué engañado. Presentóle que leyese los libros que Alejandro le había enviado; y deteniéndose en pensar sobre cada capítulo, determinaban ambos juntos sobre ello. Tomando ocasión con aquello de ejecutar lo que traía Arquelao pensado, pasó poco a poco la causa a los demás que en la acusación estaban escritos, y también contra Feroras; y viendo que el rey daba crédito a cuanto él decía, dijo: «Aquí se debe ahora considerar que el pobre mozo no sea acusado con asechanzas de tantos malos, o si por ventura la s ha él armado contra ti; porque no hay causa para pensar del mancebo tan grande maldad como sea así, que él gozase ahora del reino, y esperase también la sucesión haber de ser en él muy ciertamente, si ya por ventura no tuvo algunos que lo han movido a ello y le han persuadido tal cosa, los cuales le han pervertido y aconsejado; y como su edad, por ser poca, es mudable, hanle hecho escoger la peor parte; y de tales hombres no sólo suelen ser los mancebos engañados, sino aun también los viejos y las casas grandes y de gran nombre, los señoríos y reinos suelen ser por tales hombres revuelto¡ y destruídos.» Consentía Herodes en cuanto le decía, y poco a poco iba perdiendo y amansando su ira contra Alejandro, enojándose contra Feroras, porque en él se fundaban aquellos cuatro libros o acusaciones que había Herodes recibido de Alejandro. Cuando aquél entendió que el rey estaba tan enojado contra él, y que prevalecía con el rey la amistad de Arquelao, buscó salvarse y darse cobro desvergonzadamente, pues veía que honestamente no le era posible; y dejando a Alejandro, acudió a Arquelao: éste díjole que no veía ocasión para salvarse de tantas acusaciones como él estaba envuelto, con las cuales manifiestamente era convencido a confesar haber querido con tantas asechanzas engañar al rey, y que él era causa de tantos males y trabajos como al presente el mancebo tenía, si ya no quería, dejando todas sus astucias y su pertinacia en negarlo, confesar todo aquello de lo cual era acusado, y pedir perdón de su hermano principalmente, pues sabía que él lo amaba, y que, si esto hacía, él le ayudaría de todas las maneras que le fuesen posibles.

Obedeció Feroras a Arquelao en todo, y tornando unos vestidos negros, vino llorando por mostrarse más miserable y moverlo a mayor compasión, y echóse a los pies de Herodes pidiendo perdón, el cual alcanzó confesándose por malo y muy lleno de toda maldad. porque todo cuanto le acusaba él lo había hecho, y que la causa de ello había sido falta de entendimiento y locura, la cual tenía por los amores de su mujer. Después que Feroras se hubo acusado y fué testigo contra si, entonces tomó la mano Arquelao por excusarlo, y amansaba la ira de Herodes, usando en excusarlo de propios ejemplos; porque él mismo había sufrido de su hez ano peores cosas y más graves. y que había tenido en más el derecho natural que la venganza. Porque en los reinos acontece lo que vernos en los cuerpos grandes, que con el grave peso siempre se suele hinchar alguna parte, la cual no conviene que sea cortada, pero que sea poco a poco con mucho miramiento curada.

Habiendo hablado Arquelao y dicho muchas cosas de esta manera, puso amistad entre Herodes y Feroras, y él todavía mostraba gran ira contra Alejandro, y decía que se había de llevar a su hija consigo. Pudo esto tanto con Herodes, que le movió a rogar él mismo por la vida de su propio hijo y que le dejase su hija; y Arquelao mostraba hacerlo esto muy contra su voluntad, porque no la hubiera él dejado a ninguno del reino, si no fuera a Alejandro, pues convenía mirar mucho en que quedase salvo el derecho del parentesco y deudo entre ellos, habiéndole dado a él el rey su hijo si no deshacía el matrimonio, lo que no era ya posible, porque tenían ya hijos y el mancebo amaba mucho a su mujer, la cual, si se la dejaba, sería causa que todo lo cometido hasta allí fuese olvidado; y si se iba, seria causa para desesperar de todo, y el atrevimiento se suele castigar con distraerlo en cuidados y amor de su casa.

Fué, en fin, contento, y acabó cuanto quiso; volvió en gracia y amistad con el mancebo, y reconciliólo, también en la amistad de su padre; pero díjole que sin duda lo debía enviar a Roma, para que hablase con César, porque él le había dado razón de todo lo que pasaba con sus cartas.

Acabado, pues, ya todo lo que Arquelao había determinado, y hecho todo a su voluntad, habiendo con su consejo librado a su yerno, y puestos todos en muy gran concordia, vivían, comían y conversaban todos juntamente. Pero al tiempo de su partida, Herodes le dió setenta talentos y una silla y dosel real con mucha perlería labrado; dióle también muchos eunucos y una concubina llamada por nombre Panichis, y dió muchos dones a todos sus amigos, a cada uno según el merecimiento. Los parientes también del rey, todos dieron muchos dones a Arquelao, y él y los principales señores acompañáronlo hasta Antioquía.

No mucho después vino un otro a Judea mucho más poderoso que los consejeros de Arquelao, el cual no sólo hizo que la amistad de Alejandro con Herodes fuese quebrantada, sino también fué causa de la muerte del mancebo. Era étsie de linaje lacón, y llamábase Euricles; estaba corrompido con deseo de reinar, por amor grande que tenía del dinero y por avaricia, porque ya la Casa Real no podía sufrir sus gastos y superfluidades. Habiendo éste dado y presentado muchos dones a Herodes, como cebo para cazar lo que tanto deseaba, habiéndoselos Herodes vuelto todos muy multiplicados, no preciaba la liberalidad sin engaño alguno, sino la mezclaba y la alcanzaba con la sangre real. Salteó, pues, éste al rey con lisonjas muchas y con muchas astucias. Entendiendo la condición de Herodes muy a su placer, obedecíale, tanto en palabras cuanto en las obras, en todo, por lo cual vino a ganar con el rey muy grande amistad; porque el rey y todos los princip ales que con él estaban, preciaban y tenían en gran estima al ciudadano de Esparta. Pero cuando él vió la flaqueza de la Casa Real y las enemistades de los hermanos, y conoció también qué tal ánimo tuviese el padre con cada uno de los hijos, posaba en casa de Antipatro y engañaba a Alejandro con amistad muy fingida, fingiendo que en otro tiempo había sido muy anúgo de Arquelao y muy compañeros; y así también se entró por esta parte algo más presto, porque luego fué muy encomendado a Aristóbulo por su hermano Alejandro. Y habiendo experimentado a todos, tomaba a unos de una manera y a otros cebaba con otra.

Así, primero quiso recibir sueldo de Antipatro y vender a Alejandro; reprendía a Antipatro, porque siendo el mayor de sus hermanos, menospreciase a tantos como andaban acechando por quitarle la esperanza que tenía; reprendía por otra parte a Alejandro, porque, siendo hijo de una reina y marido de otra, sufriese que un hijo de una mujer privada y de poco, sucediese en el reino, mayormente teniendo tan grande ocasión con Arquelao, que parecía mostrarle todo favor y persuadirle lo que para él era mejor y más conveniente. Esto lo creía fácilmente el mancebo, por ver que le hablaba de la amistad de Arquelao. Por lo cual, no temiendo algo Alejandro, quejábase con él de Antipatro, y contábase las causas que a ello le movían, y que no era de maravillar que Herodes les privase del reino, pues había muerto a la madre de ellos. Fingiendo Euricles con esto que se dolía y tenía compasión de ellos, movió e incitó a Aristóbulo a que dijese lo mismo, y habiéndolos forzado a quejarse de su padre, vínose a Antipa tro, y contóselo todo, haciéndole saber las quejas de sus hermanos. Fingiendo más aun, que sus hermanos le habían buscado asechanzas por matarle, y que estaban muy aparejados para quitarle la vida siempre que pudiesen. Habiéndole dado por estas cosas Antipatro mucho dinero, loábalo delante de su padre.

Vino finalmente a comprar la muerte de sus hermanos Alejandro y Aristóbulo, haciendo él mismo las partes de acusador; y llegando delante de Herodes, díjole que confesaba deberle la vida por beneficios que le había hecho, en pago de los cuales estaba muy pronto por perderla; que Alejandro había poco antes pensado matarlo y se lo había a él prometido con juramento, mas había sido impedido poner por obra tan gran maldad por causa de la compañía; que Alejandro decía que Herodes no lo hacía bien con él, que hubiese venido a reinar en un reino extraño, y después de matar a su madre, les hubiese quitado el debido ser de principes, y con esto aun no contento, había hecho heredero un hombre bajo y sin nobleza, y quería dar a Antipatro, hijo no legítimo, el reino a ellos debido por sus antepasados y primeros abuelos; que, por tanto, quería él venir para vengar las almas de Hircano y de Mariamma; porque no convenía recibir de tal padre la sucesión del reino sin darle la muerte, y que cada día era movido a hacerlo por muchas ocasiones que le daba, pues no tenía licencia de hablar algo sin ser engañado y acusado; porque si se trataba de la nobleza de los otros, era él injuriado sin razón, diciendo el padre por burla que sólo Alejandro era noble y generoso, a quien su padre le es afrenta por falta de nobleza, y que si, yendo a caza, callaba, ofendía, y si hablaba algo en sus loores, le decían luego que era engañador; que en todo hallaba cruel a su padre, el cual a Antipatro sólo regalaba, por lo cual no quería dejar de morir si no le sucedían sus asechanzas y engaños como querían, y que si lo mataba, el primer socorro que había de tener sería el de Arquelao, su suegro, a quien fácilmente podía acudir, y después a César, que hasta este tiempo ignoraba las costumbres de Herodes; que no le había ahora de favorecer como antes había hecho, temiendo la presencia de su padre, y que no sólo había de hablar de sus culpas, pero que primero había de contar las desdichas de la gente, y había de divulgar que los hacía pechar y pagar tributos hasta la muerte; que después había de decir en qué placeres y en qué hechos se gastaban los dineros que con tantas vidas de hombres y derramando tanta sangre se han alcanzado; qué hombres y cuáles han con ellos enrique cido; qué haya sido la causa de la aflicción de la ciudad, y que en esto había de llorar y lamentar la muerte de su abuelo y de su madre, descubriendo todas las maldades del rey, para que los que las supiesen no pudiesen juzgar ni tenerlo por matador de su padre.

Habiendo Euricles dicho todas estas cosas contra Alejandro falsamente, loaba mucho a Antipatro, diciendo y afirmando que él era sólo el que amaba a su padre y el que impedía que las asechanzas puestas no alcanzasen su fin. Habiendo el rey oído esto, no teniendo sosegado su corazón aun de la sospecha pasada, ni pasado aún el dolor, fué con ésta de nuevo en gran manera perturbado.

Alcanzando Antipatro esta ocasión, movió otros acusadores que acusasen a sus hermanos y dijesen que los habían visto tratar secretamente con Jucundo y con Tiranio, principales hombres de la caballería del rey en otro tiempo, y que por algunas ofensas hechas ahora, eran desechados de su orden.

Movido, pues, y muy enojado Herodes con esto, mandólos luego poner a tormento; pero ellos solamente confesaron que no sabían algo en todo aquello de lo cual les habían acusado. Fué presentada en este tiempo una carta escrita como de Alejandro al capitán del castillo de Alejandría, en la cual le rogaba que se recogiese con su hermano Aristóbulo en el castillo, si mataban al padre, y los dejase servir tanto de armas como de todo lo demás que necesidad tuviesen. Respondió a esto Alejandro que era maldad y mentira muy grande de Diofanto, el cual era notario y escribano del rey, hombre muy atrevido, astuto y muy diestro en imitar y contrahacer la letra de cuantas manos quisiese. Este, a la postre, habiendo escrito muchas cosas falsamente, murió por esta causa. Habiendo después atormentado al capitán del castillo, que arriba dijimos, no pudo Herodes entender ni alcanzar de éste algo conforme a las acusaciones; pero aunque ninguna certidumbre se pudiese alcanzar de todo cuanto pedía, todavía mandó que sus hijos fuesen muy bien guardados, y dió a Euricles, que era la pestilencia de su casa y el autor de aquella maldad, cincuenta talentos, diciendo que le debía mucho y que era el que le había dado la salud y la vida.

Antes que la cosa se divulgase más, vínose Euricles corriendo a Arquelao, y dióle a entender cómo había reconciliado a Herodes con Alejandro, por lo cual recibió también aquí mucho dinero. Pasando luego de aquí a Acaya, usó de las mismas maldades y traiciones, pensando alcanzar más de lo mal ganado, pero a la postre todo lo perdió; porque fué acusado delante de César de que había revuelto toda Acaya y robado las ciudades, por lo cual le desterraron, y de esta manera le persiguieron ¡as penas que había hecho padecer a Aristóbulo y Alejandro.

Digna cosa me parece hacer comparación de Coo Evarato con este Esparciata, del cual hemos hasta aquí tratado; porque siendo a u’ muy amigo de Alejandro, y habiendo venido en el el mismo tiempo que estaba Eurieles allí, pidiéndole el rey que le dijese si sabía algo en todas aquellas cosas de las cuales eran los mancebos acusados, respondió y juró que nunca tal había oído. Pero no aprovechó esto a los desdichados con Herodes, quien solamente daba oído a los acusadores y maldicientes, y juzgaba por muy amigo suyo el que creyese lo mismo que él creía, y se moviese con las mismas cosas. Incitaba y movía también Salomé su crueldad contra los hijos, porque Aristóbulo, por ponerla en peligro y en revueltas, había enviado a decir a ésta, que era su tía y suegra, que se proveyese y mirase por sí; que el rey la quería matar por haberle otra vez hecho enojo y acechado; porque deseando casarse con el árabe Sileo, el cual sabía ella que era enemigo de Herodes, le descubría secretamente los enemigos del rey. Esto fué lo postrero y lo mayor, con lo cual fueron los mancebos atormentados, ni más ni menos que si fueran arrebatados por un torbellino. Luego Salomé vino al rey y descubrióle lo que Aristóbulo le aconsejaba. No pudiendo sufrir el rey esto, antes encendióse con muy gran ira, mandó atarlos cada uno por SÍ, y ponerlos apartados el uno del otro, que fuesen muy bien guardados.

Después mandó a Volumnio, maestro y capitán de la gente de guerra, y a un amigo suyo muy privado, llamado Olimpo, con todas las acusaciones que partiesen para donde César estaba, y llegado que hubieron a Roma, presentaron las letras del rey.

A César le pesó mucho por los mancebos, pero no tuvo bien quitar el derecho y poder que el padre tiene en los hijos y escribiále que fuese él de aquella causa justo juez como señor de su libre albedrío; pero que sería mejor si se quejaba de ellos y proponía su causa delante de todos sus parientes cercanos y regidores, quejándose de lo que contra él habían cometido, y que si los halla ba culpados dignamente en aquello de lo cual eran acusados, en la hora misma los hiciese morir; pero si hallaba que solamente habían pensado huir, que se contentase con pena y castigo mesurado. Herodes obedeció a lo que César le había escrito, y habiendo llegado a Berito, adonde César le mandaba, juntó su consejo. Fueron presidentes aquellos a los cuales César había escrito; Saturnino y Pedanio fueron legados o embajadores, y con ellos el procurador Volumnio y los amigos y allegados del rey. También fué con ellos Salomé y Feroras. Después de éstos, los principales de Siria, excepto el rey Arquelao, porque Herodes, o tenía por sospechoso, por ser suegro de Alejandro.

Pero fue muy cuerdo en no sacar a sus hijos al juicio, porque sabía que si los vieran, fácilmente se movieran a misericordia todos los que habían de juzgarlos, y que si alcanzaban licencia para responder, Alejandro sólo bastaba para deshacer todas las acusaciones y cuanto les era levantado. Estaban, pues, guardados en un lugar llamado Plata ne, el cual era de los sidonios.

Comenzando, pues, el rey sus acusaciones, hablaba como si los tuviera delante, y proponíales las asechanzas que le habían buscado, algo temeroso, porque las pruebas para esto faltaban; pero decía muchas malas palabras, muchas injurias y afrentas, y muchas cosas que habían hecho contra él, y mostraba á los jueces cómo eran cosas aquellas más graves que la muerte. Al fin, como ninguno le contradijese, comenzóse a quejar de sí mismo, diciendo que alcanzaba una victoria muy amarga, pero rogóles a todos que cada uno dijese su parecer contra sus hijos. El primero fué Saturnino, que dijo merecer los mancebos pena, pero no la muerte: porque no es cosa lícita, ni le era permitido, teniendo allí presentes tres hijos, condenar a muerte los hijos de otro. Lo mismo pareció al otro legado, y a éstos siguieron algunos de los otros. Volumnio fué el primero que pronunció la sentencia triste, los demás luego tras él, unos por envidia, otros por enemistad, y ninguno dijo que los hijos debían ser sentenciados, por enojo ni por indignación.

Estaba entonces toda Judea y toda Siria suspensa, aguardando el fin de esta tragedia, pero ninguno pensaba que Herodes había de ser tan cruel que matase sus propios hijos.

Herodes trajo consigo a sus hij os a Tiro, y de allí los llevó luego, poniéndose en una nao hasta Cesárea, y comenzó a pensar a qué género de muerte los sentenciaría. Estando en esto, había un soldado viejo M rey, llamado por nombre Tirón, el cual tenía un hijo muy amigo y aliado con Ale jandro; amaba él también mucho a estos mancebos, y con grande enojo 83 rodeaba la ciudad, y gritaba con la voz muy alta, que la justicia era Pisada y que iba por bajo los pies, la verdad habla perecido, naturaleza estaba confusa, la vida de los hombres estaba ya muy llena de maldades, y más todo aquello que podía decir con enojo, menospreciando su vida. Después osando parecer delante del rey, dijo estas palabras: «Paréceme ser el más desdichado del mundo, pues das fe contra tus propios y amados hijos a los malos hombres del mundo; porque Feroras y Salomé tienen crédito contigo en todo cuanto contra tus hijos dicen, los cuales tú mismo has muchas veces juzgado por muy dignos de la muerte. ¿Y no ves que no entienden ni tratan otra cosa, sino que, hecho huérfano de tus justos herederos, quedes con solo Antipatro, deseando alzarse con el reino y prender al rey? Y piensa si será aborrecido de todos los soldados Antipatro por la muerte de sus hermanos. Ninguno hay que no tenga gran compasión de estos mancebos, y sepas que muchos príncipes están por ello muy enojados, y trabajan ya en mostrarte el enojo que por ello tienen.» Diciendo estas cosas, nombraba por sus nombres todos aquellos a los cuales pesaba por ello y parecía cosa muy indigna y muy injusta.

Entonces un barbero del rey, llamado por nombre Trifón, no sé por qué locura movido, salió delante de Herodes mostrándose en medio de todos, y dijo: «A mí me persuadió este Tirón que cuando te afeitase, te degollase con mi navaja, y me prometía que si lo hiciese, Alejandro me daría muy grandes dones.» Habiendo Herodes oído estas cosas, mandó prender a Tirón, a su hijo y al barbero, y mandóles dar tormento. Como Tirón y su hijo negasen, y el barbero no dijese ya algo, mandó atormentar más reciamente a Tirón; y el hijo, movido por tener gran lástima y piedad de su padre, prometió al rey descubrirle la verdad de todo cuanto pasaba, si mandaba perdonar a su padre y que cesasen los tormentos. Habiéndolo hecho Herodes, después de mandado librar de ello, dijo el hijo que su padre había tenido voluntad de matarle, movido para ello por Alejandro.

Bien conocían muchos que esto era fingido por el hijo, por librar a su padre de la pena y tormentos, aunque otros lo tenían por gran verdad. Pero Herodes, acusando a los príncipes de sus soldados y a Tirón, movió al pueblo contra ellos, de tal manera, que todos y el barbero también murieron a palos y a pedradas, y enviando sus hijos ambos a Sebaste, ciudad no muy lejos de Cesárea, mandólos ahogar, y puesta diligencia en este negocio, mandólos traer al castillo Alejandro, después de muertos, para que fuesen sepultados con Alejandro, abuelo de ellos de parte de la madre. Este, pues, fué el fin de la vida de Alejandro y Aristóbulo.

Capítulo XVIII

De la conjuración de Antipatro contra su padre.

Como Antipatro tuviese ya muy cierta esperanza del reino sin contradicción alguna, fué muy aborrecido por todo el pueblo, sabiendo todos que él había buscado asechanzas a sus hermanos por hacerlos morir, y no estaba él también sin temor muy grande, viendo que los hijos de los hermanos muertos crecían. Había dos hijos de Alejandro nacidos de Glafira; el uno se llamaba Tigranes, y el otro Alejandro. Había también de Arístóbulo y de Berenice, hija de Salomé, tres, el uno lla mado Herodes, el otro Agripa, y el otro Aristóbulo, y dos hijas también que tuvo, la una llamada Herodia, y la otra Mariamma. Herodes había dejado a Glafira que se fuese con todo su dote a Capadocia después de haber muerto a Alejandro, y dio la mujer de Aristóbulo, Berenice, a un tío de Antipatro por mujer; porque Antipatro inventó este casamiento por reconciliarle y trabar amistad con Salorné, que antes solía estar muy enojada contra él.

También andaba por tomar amistad con Feroras, dándole muchos dones y haciéndole muchos servicios; lo mismo hacía con todos los que sabía que eran amigos de César, enviando a Roma mucho dinero. Había dado muchos dones a Saturnino, con todos los otros que estaban en Siria; y cuanto él más daba, tanto más era aborrecido por todos, porque parecía no dar tanta riqueza por parecer liberal, cuanto por gastar todo esto por causa del gran miedo que tenla. De aquí procedía que no aprovechaba en la voluntad de aquellos que recibían sus dones, antes le eran mayores enemigos que aquellos que no hablan recibido de él algo.

Mostrábase cada día más liberal en repartir las cosas y en hacer grandes dádivas, viendo cuán, contra la esperanza que él tenía, Herodes mostraba cuidado de los niños huérfanos, y entendía, por la lástima que le veía tener de los hijos, cuánto le pesase por los muertos. Y habiendo un día juntado todos sus deudos cercanos y amigos, estando delante los niños huérfanos, hinchó sus ojos de lágrimas, y llorando dijo: «Una desventura muy triste me ha quitado los padres de éstos; pero la naturaleza y la misericordia que unos a otros debemos, me encomienda a mí los mozos. Quiero, pues, experimentar y probarme que, pues he sido padre desdichado y muy desventurado, sea para éstos bien proveído abuelo, y dejarles he los amigo míos mayores para que después de yo muerto los pue dan regir. Para esto, pues, prometo, oh Feroras, tu hija al hijo mayor de Alejandro por mujer, por que le seas curador y pa riente, y a tu hijo, olí Antipatro, la hija de Aristóbulo, por que de esta manera serás padre de la huérfana. A su hermana tomará mi Herodes, descendido de mi abuelo de parte de madre, que fué pontífice. Y de estas cosas esta es mi voluntad, y esto dejo ordenado, a lo cual ninguno de los que me aman contradiga ni repugne. Y ruego a Dios, por bien de mi reino y de mis nietos, que los junte como yo tengo señalado en casamientos, y que pueda ver a estos hijos mejormente, y lograr de ellos con mejores ojos que no he hecho de sus padres.» Después de haber hablado estas palabras, lloró algún poco e hizo que se diesen las manos derechas los muchachos, y saludando a cada uno de los demás que allí estaban, despidió todo el consejo y ajuntamiento. Luego Antipatro se apartó, y no hubo alguno de los mozuelos que ignorase cuánto pesar hubiese recibido Antipatro por aquello; porque pensaba que su padre le había quitado parte de su honra, y que en todo había peligro, si los hijos de Alejandro, además de tener a su abuelo Arquelao, tenían también al tetrarca Feroras por curador y ayuda.

Pensaba también y veía cuán aborrecido era de todo el pueblo, por ver que había quitado la vida a los padres de aquellos muchachos: con esto todo el pueblo se movía a gran compasión. Veía cuán amados eran los muchachos de todos, y cuán gran memoria quedaba a todos los judíos de los que por su maldad habían sido muertos. Por tanto, determinó en todas maneras desbaratar aquellos desposorios y ajuntamientos. Temió comenzar por su padre, viendo que estaba muy vigilante y con gran cuidado en cuanto se hacia; pero atrevióse a venir públicamente muy humilde, y pedirle en su presencia que no lo privase de la honra, que pensaba y juzgaba ser él digno, y no le dejase el sólo nombre de rey, dejando a los otros el señorío; y no podía él alcanzar el señorío del reino, si aun además del abuelo Arquelao, era juntado por su suegro con los hijos de Alejandro, Feroras; y rogaba muy ahincadamente y con gran instancia que, por ser muchos los de la generación real, mudase aquellos casamientos. El rey tuvo nueve mujeres: de siete tenía hijos; de Doris, a Antipatro; de la hija del Pontífice, llamada Mariamma, tenía a Herodes, y de Maltaca de Samaria, a Antipatro y Arquelao; y una hija llamada Olimpíada que había sido mujer de su hermano Josefo; y de Cleopatra, natural de Jerusalén, a Herodes y a Filipo y a Faselo; de Palada tenía también otras hijas más, Rojana y Salomé, la una de Fedra, y la otra habida de Elpide; y dos mujeres sin hijos, la una era su sobrina, y la otra hija de su hermano: hubo también de Marianima dos hijas, hermanas de Alejandro y de Aristóbulo.

Como hubiese, pues, tanta abundancia de hijos e hijas, deseaba Antipatro que se hiciesen otros casamientos, y que se juntasen de otra manera. Entendiendo el rey el ánimo de Antipatro y lo que tenía en el pensamiento contra los mu chachos, hubo muy gran enojo, y fué muy airado, porque pensando en la muerte que había hecho padecer a sus hijos, temía que ellos en algún tiempo quisiesen pagarse de las acusaciones que Antipatro había hecho contra sus padres; pero quísolo encubrir, mostrándose enojado con Antipatro, y diciéndole malas palabras.

Después, movido y persuadido Herodes con las lisonjas y buenas palabras de Antipatro, mudó lo que antes había ordenado. Dió primeramente a Antipatro por mujer la hija de Aristóbulo, y su hijo a la hija de Feroras. De aquí se puede sacar muy fácilmente cuánto pudieron las lisonjas de Antipatro, no habiendo podido Salomé antes alcanzar lo mismo en la misma causa, porque aunque ésta le era hermana y muches veces se lo había suplicado, poniendo por medio a Julia, mujer de César, no había querido permitir que se casase con Sileo el árabe, antes dijo que la tendría muy enemiga si no dejaba tal pensamiento y deseo. Después la dió forzada y contra su voluntad por mujer a Alejo, amigo suyo; y de dos hijas suyas dió la una al hijo de Alejandro, y la otra al tío de Antipatro; y de las hijas de Mariamma, la una tenía el hijo de su hermana, Antipatro, y la otra Faselo, hijo de su hermano. Cortada, pues, la esperanza de sus pupilos, y juntados los parientes a placer y provecho de Antipatro, tenía ya muy cierta confianza; y juntándola con su maldad, no había quién lo pudiese sufrir, porque no pudiendo quitar el odio y aborrecimiento que cada uno te tenía, ásegurábase con el miedo que se hacía tener, obedeciéndole también Fe roras como a propio rey.

Movían también nuevos ruidos y revueltas las mujeres en palacio, porque la mujer de Feroras, con su madre y hermana y con la madre de Antipatro, hacían todas éstas muchas cosas atrevidamente y más de lo que acostumbraban, osando también injuriar con muchos de nuestros a dos hijas del rey, por lo cual era principalmente tenida en poco por Antipatro. Corno, pues, fuesen muy enojosas y muy aborrecidas estas mujeres, había otras que le obedecían en todo y seguían su voluntad: sola era Salomé la que trabajaba de ponerlas en discordia, y decía al rey que no se venían a juntar allí por su bien. Sabiendo las mujeres cómo eran acusadas por ello y que Herodes había recibido enojo, guardáronse de allí adelante de juntarse manifiestamente, y no se mostraban tan familiares unas con otras como antes; fingían delante del rey que estaban discordes, y andaba de tal manera este negocio que delante de todos no dejaba de ofender Antipatro a Feroras; pero en secreto se juntaban y se habían grandes convite y tenían sus consejos de noche. Por ver esto tan secreto, se confirmó mucho la sospecha, sabiéndolo todo Salomé y contándoselo a Herodes. Y anojado por esto en gran manera, principalmente contra la mujer de Feroras, porque a ésta acusaba Salomé más que a las otras, y juntando todos sus amigos y parientes en consejo, dióles en la cara con las afrentas que había hecho a sus hijas, además de muchas otras cosas que dijo, y que había dado dádivas y muchos dones a los fariseos, por que se levantasen contra él; y habiendo dado ponzoñas a su hermano, y hechizos, lo había puesto en grande enemistad con él Después, ya a la postre, tornando su habla a Feroras, preguntóle que a quien quería él más, a su hermano o a mujer, respondiéndole Feroras que primero carecería de la vida que de su mujer. Estando incierto de lo que debía hacer púsose a hablar con Antipatro, y mandóle que no tuviese que hacer con Feroras ni con su mujer, ni con algo que a ellos tocase. Obedecíale públicamente a lo que mostraba; mas secretamente, de noche estábase con ellos; y temiendo que Salomé lo hallase, hizo con los amigos que tenía en Italia que hubiese de partir para Roma, enviando ellos cartas de esto, en las cuales también mandó escribir que poco tiempo después partiese tras él Antipatro, porque convenía que hablase con César. Por lo cual Herodes, luego en la hora, lo envió muy en orden y muy proveído de todo lo necesario, dándole mucho dinero. Y dióle también que llevase consigo su testamento en el cual Antipatro estaba constituido rey, y heredero del reino, por sucesor de Antipatro, Herodes, nacido de Ma riamma, hija del Pontífice.

El árabe Sileo también vino a Roma menospreciando el mandamiento de César, por averiguar con Antipatro todo aquello que antes había tratado con Nicolao.

Tenía éste con Areta, su rey, una grave contienda, cuyos amigos él habla muerto; y a Soemo, en la ciudad llamada Petra, el cual era hombre muy poderoso; y habiendo dado dinero a Fabato, procurador de César, teníale por que lo favoreciese; pero dando Herodes mayor cantidad de dineros a Fabato, lo desvió de Sileo, y por vía de éste pedía lo que César mandaba. Como aquél le hubiese dado muy poco o casi nada, acusaba a Fabato delante de César diciendo que era dispensador, no de lo que a él convenía, pe ro de lo que fuese en provecho de Herodes. Movido a saña Fabato con estas cosas, siendo tenido aún por muy honrado por Herodes, manifestó los secretos de Sileo, y descubrióselos al rey diciendo que Sileo había corrompido con dinero a Corinto, su guarda, y que convenía mucho mirar por sí y tomar a éste preso. No dudó Herodes en hacerlo, porque este Corinto, aunque hubiese sido criado siempre en la Corte del rey, todavía era árabe de su natural. Poco después mandó no a éste solo, sino prendió también con él a otros dos árabes, el uno llamado Filarco, y el otro grande amigo de Sileo. Puesta la causa de éstos en juicio, confesaron que habían acabado con Corinto, dándole mucha cantidad de dineros, que matase a Herodes; disputada también esta causa por Saturnino, regidor entonces de Siria, fueron enviados a Roma.

Capítulo XIX

De la ponzoña que quisieron dar a Herodes, y cómo fué hallada.

Herodes en este tiempo apretaba mucho a Feroras que de jase a su mujer, y no podía hallar manera para castigarla , teniendo muchas causas para ello; hasta tanto que, enojado en gran manera contra ella y contra el hermano, los echó a entrambos. Habiendo recibido Feroras esta injuria y sufriéndola con buen ánimo, vínose a su tetrarquía, jurando que sólo la muerte de Herodes había de ser fin de su destierro, y que no le había de ver más mientras viviese. Por esto no quiso venir a ver a su hermano, aunque fuese muy rogado, estando enfermo, queriéndole aconsejar algunas cosas, por pensar ya que su muerte era llegada; pero convaleció, sin que de ello se tuviese esperanza.

Cayendo Feroras en enfermedad, mostró Herodes con él su paciencia; porque vínole a ver y quiso que fuese muy bien curado; pero no pudo vencer ni resistir a la dolencia, con la cual dentro de pocos días murió. Y aunque Herodes amó a éste hasta el postrer día de su vida, todavía fué divulgado que él había muerto con ponzoña. Trajeron su cuerpo a Jerusalén, con el cual la gente hizo gran llanto e hizo que fuese muy noblemente sepultado; y así este matador de Alejandro y Aristóbulo feneció su vida. Pasóse la pena y castigo de esta maldad en Antipatro, autor de ella, tomando principio en la muerte de Feroras: porque como algunos de sus libertos se hubiesen presentado muy tristes al rey, decían que su hermano Feroras había sido muerto con ponzoña, porque su mujer le había dado cierta cosa a comer, después de la cual luego había caído enfermo; que dos días antes había venido de Arabia una mujer hechicera, llamada por su madre y su hermana, para que diese a Feroras un hechizo amatorio, y que en lugar de aquél le había dado ponzoñoso, por consejo de Sileo, como muy conocida suya. Estando el rey muy sospechoso por estas cosas, mandó prender algunas de las libertas y atormentarlas; y una de ellas, impaciente por el gran dolor, dijo con alta voz: «Dios, Regidor del cielo y de la tierra, tome venganza en la madre de Antipatro, que es causa de todas estas cosas.» Pero sabido por principio esto, trabajaba por alcanzar la verdad y descubrir todo el negocio. Descubriále la mujer la amistad de la madre de Antipatro con Feroras y con sus mujeres, y los secretos ayuntamientos que hacían; y que Feroras y Antipatro, viniendo de hablar con él, acostumbraban estarse toda la noche bebiendo juntamente ellos solos, echando todos los cria dos y criadas fuera. Una de las libertas presas descubrió todo esto: y siendo atormentadas todas las otras, mostróse cómo unas con otras enteramente concordaban, por la cual cosa adrede habla Antipatro puesto diligencia en venirse a Roma, y Feroras de la otra parte del río: porque muchas veces habían ellos dicho, que después de la muerte de Alejandro y Aristóbulo, había Herodes de pasar a hacer justicia de ellos y de sus mujeres; pues era imposible que quien no había perdonado ni dejado de matar a Ma riamma y a sus hijos, pudiese perdonar a la sangre de los otros, y que, por tanto, era mucho mejor huir y apartarse muy lejos de bestia tan fiera.

Muchas veces había dicho Antipatro a su madre, quejándose de que él estaba ya viejo y blanco, y su padre de día en día se volvía más mancebo, que por ventura moriría primero que comenzase a reinar, o que si moría después poco tiempo le podía durar el gozo de sucederle por rey. Además, que as cabezas de aquella hidra se levantaban ya, es a saber: los hijos de Alejandro y de Aristóbulo, y que por causa también de su padre, había perdido él la esperanza de tener hijos que fuesen algo, pues no había querido dejar la sucesión del reino, sino al hijo de Mariamma. Que en esto ciertamente él no atinaba, antes era muy gran locura, por lo cual no se debía creer su testamento; y que él trabajarla que no quedase raza de toda su generación. Y como fuese mayor el odio que tenía contra sus hijos, que tuvieron jamás cuantos padres fueron, tenía aún mayor odio, y mucho más aborrecía a sus hermanos propios. Que ahora postreramente le había dado cien talentos, por que no hablase con Feroras: y como Feroras dijese: «¿Qué daño le hacemos nosotros?» Antipatro habla respondido: «Pluguiese a Dios que nos lo quitase todo, y nos dejase a lo menos vivir.»‘ Pero no era posible que alguno huyese de las manos de bestia tan mortífera y tan Ponzoñosa, con la cual aun los muy amigos no podían vivir. Ahora, pues, nos habemos juntado aquí secretamente, licito nos será y posible mostrarnos a todos si somos hombres y si tenemos espíritu y manos.

Estas cosas manifestaron y descubrieron aquellas criadas estando en el tormento, y que Feroras habla determinado huir con ellas a Petra. Por lo que dijeron de los cien talentos, Herodes las creyó: porque a solo Antipatro había él hablado de ellos. La primera en quien mostró Herodes su furor y saña, fué la madre de Antipatro; y desnudándola de todos cuantos ornamentos le había dado, comprados con mucho tesoro, la echó de sí y abandonóla. Amansándose después de su ira, consolaba las mujeres de Feroras de los tormentos que habían padecido; pero tenía siempre gran temor y estábase muy amedrentado: movíase fácilmente con toda sospecha, y daba tor mento a muchos que estaban sin culpa alguna, por miedo de dejar entre ellos alguno de los que estaban culpados. Después vuelve su enojo contra el samaritano Antipatro, el cual era procurador de Antipatro; y por los tormentos que le dio, descubrió que Antipatro se habla hecho traer de Egipto, para matarlo, cierto veneno y ponzoña muy pestilencial por medio de un amigo de Antifilo; y que Theudion, tío de Antipatro, lo habla recibido y dado a Feroras, a quien Antipatro había encomendado y dado cargo de matar a Herodes, entretanto que él estaba fuera de allí, por evitar toda sospecha, y que Feroras había dado la ponzoña a su mujer para que la guardase. Mandando el rey llevarla delante de sí, mandóle que trajese lo que le había sido encomendado. Ella entonces, saliendo como para traer aquello que le había sido pedido, dejóse caer del techo abajo por excusar todas las pruebas y librarse de todos los tormentos. Pero la providencia de Dios, según fácilmente se puede juzgar, quiso, por que Antipatro lo pagase todo, salvarla, y hacer que cayendo no diese de cabeza, pero de lado solamente, con lo cual se libró de la muerte. Traída delante del rey cuando había ya cobrado salud, porque aquel caso la había turbado mucho, preguntándola por qué se había así echado, prometiéndola el rey que la perdonaría si le contaba toda la verdad del negocio y que si preciaba más decirle falsedades, había de quitarle la vida y despedazar su cuerpo con tormentos, sin dejar algo para la sepultura, calló ella un poco, y después dijo: «¿Para qué guardo yo los secretos, siendo muerto Feroras y habiendo de servir a Antipatro que nos ha echado a perder a todos? Oye, rey, lo que ¡quiero decirte, y quiero que Dios me sea testigo de lo que diré, el que no es posible sea engañado. Estando sentada cabe de Feroras a la hora de su muerte, llamóme en secreto que me llegase a él, y díjome: «Sepas, mujer, que me he engañado en gran manera con el amor de mi hermano, porque he aborrecido un hombre que tanto me amaba y había pensado » matarle, doliéndose él tanto de mí, aunque no soy aun muerto y teniendo tan gran dolor; pero yo me llevo el premio de tan grande crueldad como he usado con él: tráeme presto la ponzoña que tú guardas, aquella que Antipatro nos dejó, y derrámala delante de mi, por que no lleve mi conciencia ensuciada de tal maldad, la cual tome de mí venganza en los infiernos.» Hice lo que me mandaba; trájesela y eché gran parte de ella en el fuego delante de él mismo; guardéme algo de ella, para casos que suelen acontecer y por temor que tenía de ti.»

Habiendo puesto fin a sus palabras, mostró una bujeta adonde lo tenía reservado: y el rey entonces pasó aquella contienda a la madre y hermano de Antifilo. Estos confesaban también que Antifilo había traído aquella bujeta consigo de Egipto, y que habla habido aquella ponzoña de un hermano suyo, que era médico en Alejandría.

Las almas de Alejandro y de Aristóbulo buscaban todo el reino por descubrir las cosas que estaban muy encubiertas, y hacían venir a probar su causa a los que de ellos estaban muy apartados y eran más ajenos, de toda sospecha. Pensó, finalmente, que también sabía su parte en estos consejos y tratos la hija del Pontífice Ramada Marianima: porque esto fué descubierto después que sus hermanos fueron atormentados. Y el rey castigó el atrevimiento de la madre con la pena que dió al hijo, quitando de su testamento a su hijo Herodes, el cual había quedado por heredero del reino.

Capítulo XX

De cómo fueron halladas y vengadas las traiciones y maldades de Antipatro contra Herodes.

No hubo tampoco de faltar en la prueba de estas cosas, por resolución y fe de todo lo probado contra Antipatro, Batilo, su liberto, el cual trajo consigo otra ponzoña, es a saber, veneno de serpientes muy ponzoñosas, para que si el primero no aprovechase, pudiese Feroras y su mujer armarse con este otro. Este mismo, además del atrevimiento que había emprendido contra su padre, tenía como obra consiguiente a su empresa las cartas compuestas por Antipatro con sus hermanos. Estaban en este tiempo en Roma estudiando Arquelao y Filipo, mozuelos ya de grande ánimo y nietos del rey, deseando Antipatro quitarles de allí, porque le estorbaban la esperanza que tenía, fingió ciertas cartas contra ellos él mismo, en nombre de los amigos que vivían en Roma, y habiendo corrompido algunos de ellos, les persuadió a escribir que estos mozos decían mucho mal de su abuelo y se quejaban públicamente de la muerte de sus padres Alejandro y Aristóbulo, y sentían mucho que Herodes tan presto los llamase, porque había mandado ya que se volviesen, por lo cual Antipatro tenía gran pesar. Antes que partiesen, estando Antipatro aun en Judea, enviaba mucho dinero a Roma por que escribiesen tales cartas: y viniendo a su padre por evitar toda sospecha, fingía razones para excusarlos, diciendo que algunas cosas se habían escrito falsamente, y las otras se les debían perdonar como a mozos, porque eran liviandades de mancebos. En este mismo tiempo trabajaba por encubrir las señales y apariencia que manifiestamente se mostraban, de los gastos que hacía en dar tanto dinero a los que tales cartas escribían: traía muy ricos vestidos, muchos atavíos muy galanos; compraba muchos vasos de oro y de plata para su vajilla, porque con estos gastos disimulase y encubriese los dones que había dado a los falsarios de aquellas cartas. Hallóse que había gastados en estas cosas doscientos talentos, y la causa y ocasión de todo esto había sido Sileo.

Pero todos los males estaban cubiertos con el mayor; y aunque los tormentos que habían dado a tantos gritasen y publicasen cómo había querido matar a su padre, y las cartas mostraban claramente que habla hecho matar a sus hermanos, no hubo algunos de cuantos venían de Judea que le avisase, ni le hiciese saber en qué estado estaban las cosas de su casa, aunque en probar esta maldad y en su vuelta de Roma, habían pasado siete meses, tan aborrecido era por todos; y acaso los que tenían voluntad de descubrirlo, se lo callaban por instigación de las almas de los hermanos muertos.

Envió cartas de Roma que luego vendría, haciendo saber con cuánta honra le había César dado licencia para que se volviese; pero deseando el rey tener en sus manos a este acechador, temiendo que se guardase si por ventura lo sabía, él también fingió gran amor y benevolencia en sus cartas, escribiéndole muchas cosas; y la que principalmente le encargaba, era que trabajase en que su vuelta fuese muy presto: porque si daba prisa en su venida, podría apaciguar la riña que tenía con su madre, la cual sabía bien Antipatro que había sido desechada.

Había recibido, estando en Trento, una carta en la cual le hacían saber la muerte de Feroras, y había llorado mucho por él y esto parecía bien a algunos que se doliese del tío, hermano de su padre; pero, según lo que se podía entender, la causa de aquel dolor era porque sus asechanzas y tratos no le habían sucedido a su voluntad; y no lloraba tanto la muerte de Feroras por serie tío, como por ser hombre que había entendido en aquellos maleficios, y era bueno para hacer otros tales. Estaba también amedrentado por las cosas que había hecho, temiendo fuese hallado o sabido por ventura lo que había tratado de la ponzoña. Y como estando en Cilicia le fuese dada aquella carta de su padre, de la cual hemos hablado arriba, apresuraba con gran prisa su camino; pero después que hubo llegado a Celenderis, vínole cierto pensamiento d su madre, adivinando su alma ya por sí misma todo lo que d verdad pasaba. Los amigos más allegados y más prudentes le aconsejaban que no se juntase con su padre antes de saber ciertamente la causa por la cual había sido echada su madre porque temían que se añadiese algo más a los pecados de si madre. Los menos prudentes y más deseosos de ver a su tierra que de mirar y considerar el provecho de Antipatro, aconsejábanle que se diese prisa, por no dar ocasión de sospechar alzo viendo que se tardaba, y por que los malsines no tuviesen lugar para calumniarlo. Que si hasta allí se había hecho o movido algo, era por estar él ausente, porque en su presencia no había alguno que tal osara hacer; y que parecía cosa muy fea carecer de bien cierto por sospecha incierta, y no presentarse a su padre, y recibir el reino de sus manos, el cual pendía de él solo.

Siguió este parecer Antipatro, y la fortuna lo echó a Sebaste, puerto de Cesárea, donde vióse en mucha soledad, porque todos huían de él y ninguno osaba llegársele. Porque aunque siempre fué igualmente aborrecido, sólo entonces tenían libertad para mostrarle la voluntad y el odio.

Muchos no osaban venir delante U rey por el miedo que tenían, y todas las ciudades estaban ya llenas de la venida de Antipatro y de sus cosas. Sólo Antipatro ignoraba lo que se trataba de él.

No había sido hombre más noblemente acompañado hasta allí, que él en su partida pira Roma, ni menos bien recibido a su vuelta. Sabiendo él las muertes que habían pasado en los de su casa, encubríalas astutamente; y muerto casi de temor dentro el corazón, mostraba a todos gran contentamiento en la cara. No tenla esperanza de poder huir, ni podía salir de tantos males de que cercado estaba. No había hombre que le dijese algo de cierto de todo cuanto en su casa se trataba, porque el rey lo había prohibido bajo muy gran pena. Así, estaba una vez con esperanza muy alegre, haciendo creer que no se había hallado algo, y que si por dicha se había algo descubierto, con su atrevida desvergüenza lo excusaría, y con sus engaños, los cuales le eran como instrumentos para alcanzar salud.

Armados, pues, con ellos, vínose al palacio con algunos amigos, los cuales fueron echados con afrenta de la puerta primera.

Quiso la fortuna que Varrón, regidor de Siria, estuviera allí dentro; y entrando a ver a su padre, con atrevimiento grande, muy osado, llegábase cerca como por saludarlo. Echándole Herodes, inclinando su cabeza a una parte un poco, dijo en voz alta: «Cosa es ésta de hombre que quiere matar a su padre, quererme ahora abrazar estando acusado de tantos maleficios y maldades. Perezcas, mal hombre impío, y no me toques antes de mostrarte sin culpa y excusarte de tantas maldades como eres acusado. Yo te daré juicio y por juez a Varrón, el cual se halló aquí a buen tiempo. Vete, pues, de aquí presto, y piensa cómo te excusarás para mañana; porque según tus maldades y astucias, pésame darte tanto tiempo.» Amedrentado mucho Antipatro con estas cosas, no pudiendo responderle palabra, volvió el rostro y fuése. Como su madre y mujer le viniesen delante, contáronle todas las pruebas que había hechas contra él: y él, volviendo entonces en sí, pensaba de qué manera se defendería.

Al otro día, juntando el rey consejo de todos sus amigos y allegados, llamó también los amigos de Antipatro; y estando él sentado junto a Varrón, mandó traer todas las pruebas y testigos contra Antipatro, entre los cuales había también unos que estaban ya presos de mucho tiempo, esclavos de la madre de Antipatro, los cuales habían traído de ésta ciertas cartas al hijo, escritas de esta manera:

«Porque tu padre entiende todas aquellas cosas, guárdate de venirte cerca, si no hubieres socorro de César.» Traídas, pues, estas cosas y muchas otras, entró Antipatro, y arrodillándose a los pies de su padre, dijo: «Suplícote, padre mío, no quieras juzgar de mí algo antes de dar oído y escuchar primero mi satisfacción enteramente; porque si tú quie res, yo mostraré y probaré mi disculpa.»

Entonces, mandándole con alta voz que callase, habló con Varrón lo siguiente:

«Ciertamente sé que tú, Varrón, y cualquier otro juez juzgará a Antipatro por digno de la muerte. Terno mucho que tú mismo aborrezcas mucho mi fortuna, y me tengas por digno de toda desdicha, porque he engendrado tales hijos: pues por esta causa has de tener mayor compasión de mí por haber sido tan misericordioso contra tan malos hombres: por que siendo aún aquellos dos primeros muy mozos, yo les había hecho donación de mi reino: y habiéndoles hecho criar en Roma, habíalos puesto en gran amistad con César; pero aquellos que había puesto para que imitasen a otros reyes, los he hallado enemigos de mi salud y de mi vida, cuyas muertes han aprovechado mucho a Antipatro: a éste buscaba seguridad, principalmente por haber de serme sucesor en el reino y por ser mancebo. Pero esta bestia, habiendo experimentado en mí más paciencia de la que debía yo mostrarle, quiso echar en mí su hartura; y parecíale vivir yo más de lo que le convenía, no pudiendo sufrir mi vejez, por lo cual no quiso ser hecho rey sin que primero matase a su padre. Muy bien entiendo de qué manera vino a pensar esto, porque le saqué ¿el puesto donde estaba, menospreciando y echando los hijos que me habían nacido de la reina, y le había declarado por Vicario mío en mi reino, y después de mí por rey. Confiésote, pues, a ti, Varrón, en esto, el error grande que tenía asentado en mi entendimiento. Yo he movido estos hijos contra mí, pues por hacer favor a Antipatro, les corté todas las esperanzas. ¿Qué me debían los otros, que no me debiese éste mucho más? Habiéndole concedido casi todo mi poder y mando, aun viviendo yo dejándole por heredero de todo mi reino, y además de haberle dado renta ordenada de cincuenta talentos cada año, cada día le hacía todos sus gastos con mis dineros, y habiéndose de ir para Roma, ahora le di trescientos talentos; y encomendélo a él sólo, como guarda de su padre, a César. ¡Oh! ¿Qué hicieron aquellos que fuese tan gran maldad, como las de Antipatro? ¿Qué indicios o pruebas tuve yo de aquellos, así corno tengo de las cosas de éste? Y aun de éste puedo probar que ha osado hacer algo el matador de su padre y perverso parricida, para que tú, Varrón, te guardes, pues aun piensa encubrir la verdad con sus engaños. Mira que yo conozco bien esta bestia, y veo ya de lejos que ha de defenderse con razones semejantes a verdad, y que te ha de mover con sus lágrimas. Este es el que en otro tiempo me solía amonestar que me guardase de Alejandro entretanto que vivía, y que no fiase mi cuerpo de todos; éste es el que solía entrarse hasta mi cámara, y mirar que alguno no me tuviese puestas asechanzas: éste era el que me guardaba mientras yo dormía: éste me aseguraba: éste me consolaba en el llanto y dolor de los muertos: éste era el juez de la voluntad de los hermanos que quedaban en vida: éste era mi defensa y mi guarda. Cuando me acuerdo, y me viene al pensamiento, Varrón, su astucia, y cómo disimulaba cada cosa, apenas puedo creer que estoy en la vida y me maravillo mucho de qué manera he podido quitar y huir un hombre que tantas asechanzas me ha puesto por matarme. Pero pues mi desdicha levanta y revuelve mi propia sangre contra mí, y los más allegados me son siempre contrarios y muy enemigos, lloraré mi mala dicha y geniiré mi soledad conmigo mismo. Pero ninguno que tuviere ser de mi sangre me escapará, aunque haya de pasar la venganza por toda mi generación.»

Diciendo estas cosas, hubo que cortar su habla y callar por el gran dolor que le confundía; pero mandó a uno de sus amigos, llamado Nicolao, declarar todas las pruebas que se habían hallado contra Antipatro. Estando en esto, levantó Antipatro la cabeza, y quedando arrodillado delante de su padre, dijo con alta voz: «Tú, padre mío, has defendido mi causa, porque, ¿de qué manera había yo de buscarte asechanzas para darte la muerte, diciendo tú mismo que siempre te he guardado y defendido? Y si el amor y la piedad mía para ti, mi padre, dices que ha sido fingida y cautelosa, ¿cómo he sido en todas las cosas tan astuto, y en esta sola tan simple y sin sentido, que no entendiese que si los hombres no alcanzaban tan gran maldad, no podía serle escondida al juez celestial, el cual está en todo lugar, y de allá arriba lo ve y mira todo? Por ventura, ¿ignoraba yo lo que mis hermanos debían hacer, de los cuales Dios ha tomado venganza manifiestamente, porque pensaban mal contra ti? ¿Pues qué cosa ha habido por la cual hubiese de ofenderme tu salud? ¿La esperanza de reinar? No, porque ya yo reinaba. ¿La sospecha de ser aborrecido? Menos, porque antes era muy amado. Por ventura, ¿algún miedo que yo tuviese de ti? Antes por guardarte, los otros huyen de mí, y me temían. Por ventura, ¿fué causa la pobreza? Mucho menos, porque, ¿quién hubo que tanto despendiese, y quién más a su voluntad?

«Si yo fuera el más perdido hombre del mundo, y tuviese, no ánimo de hombre, sino de bestia y muy cruel, debía ciertamente ser vencido con los beneficios tantos y tan grandes que de ti he recibido como de padre verdadero, habiéndome, según tú has dicho’ puesto en tu gracia y tenido en más que a todos los otros hijos, habiéndome declarado en vida tuya por rey, y con muchos otros bienes muy grandes que me has concedido, has hecho que todos me tuviesen envidia. ¡Oh, desdichado yo y amarga partida y peregrinaje mío! ¡Cuánto tiempo y cuánto lugar he dado a mis enemigos para ejecutar su mala voluntad y envidia contra rní! Pero, padre mío, por ti y por tus cosas me había ya ido, por que no menospreciase Sileo tu vejez honrada; Roma es testigo del amor y piedad mía de verdadero hijo, y el prínc ipe y señor del universo, César, el cual me llamaba muchas veces amador de mi padre «Toma, padre, estas cartas suyas. Estas son más verdaderas que no las acusaciones fingidas contra mí; con ellas me defiendo. Estos son argumentos y señal muy cierta de mi amor y afición de hijo. Acuérdate cuán forzado y cuán a mi pesar haya partido de aquí, sabiendo claramente las enemistades que muchos tienen conmigo. Tú, oh padre, me has echado a perder imprudentemente y sin pensarlo. Tú has sido causa que diese yo tiempo y ocasión a todas las acusaciones contra mí; pero quiero venir a las señales que de ello tengo; todos me ven aquí presente, sin haber sufrido ni en la tierra ni en la mar algo que sea digno de un hijo que quiere matar a su padre; pero no me excuses aún ni me ames por esto, porque yo sé que soy delante de Dios y delante de ti, mi padre, condenado. Y corno tal te ruego que no des fe a lo que los otros han confesado en sus tormentos; venga el fuego contra mí, abráseme las entrañas y desháganlas a pedazos los instrumentos que suelen dar pena; no perdones a cuerpo tan malo, porque si yo soy matador de mi padre, no debo escapar sin gran pena y sin gran tormento.»

Diciendo con gritos y voces altas lo presente, derramando muchas lágrimas y dando gemidos, movió a todos, y a Varrón también, a misericordia; sólo Herodes, con la gran ira que tenía, no lloraba, estando tan bien visto en la verdad de aquel negocio y en las pruebas.

Nicolao dijo allí muchas cosas, por mandado del rey, de las astucias y maldades de Antipatro, con las cuales quitó la esperanza de tener de él misericordia, y comenzó una grave acusación, imputándole todos los maleficios y maldades que se habían hecho en el reino, pero principalmente las muertes de sus hermanos, las cuales mostraba haber acontecido por calumnias de él, y que, no contento con ellas, aun acechaba a los que vivían, como que le hubiesen de quitar la herencia y sucesión en el reino. Porque aquel que da ponzoña a su padre, mucho más fácilmente y con menos miedo la daría a sus hermanos. Viniendo después a probar la verdad de la ponzoña, mostraba las confesiones por su orden, aumentando también la maldad de Feroras, como que Antipatro le hubiera hecho matador de su hermano; y habiendo corrompido los mayores amigos del rey, había henchido de maldad toda la Casa Real. Habiendo dicho, pues, estas y muchas cosas tales, y habiéndolas todas probado, acabó.

Mandó Varrón a Antipatro que respondiese, al cual no :respondió ni dijo otra cosa sino «Dios es testigo de mi inocencia y disculpa». Y estando echado en tierra, humilde y callado, pidió Varrón la ponzoña, y dióla a beber a uno de los condenados a morir; y siendo en la misma hora muerto, habiendo hablado algo en secreto con Herodes,- escribió todo lo que se había tratado en el Consejo, y al otro día después se partió de allí. Pero el rey, con todo esto, dejando a Antipatro muy auen recaudo, envió embajadores a César, haciéndole saber lo que se había tratado de su muerte.

También era acusado Antipatro de que había acechado a Salomé Por matarla. Había venido un criado o esclavo de Antifilo, de Roma, con cartas de una cierta criada de Julia, llamada Acmes, con las cuales le hacía saber al rey cómo entre las cartas de Julia se hablan hallado ciertas cartas de Salomé, escritas por mostrarle la buena voluntad que le tenía. En las cartas de Salomé había muchas cosas dichas malamente contra el rey, y muy grandes acusaciones; pero todo esto era fingido por Antipatro, el cual, habiendo dado mucho dinero a Acmes, la había persuadido que las escribiese y enviase a Herodes, porque la carta escrita por esta mujercilla lo manifestó, cuyas palabras eran éstas: «Yo he escrito a tu padre, según tu voluntad, y le he enviado otras cartas, con las cuales ciertamente sé que el rey no te podrá perdonar si las viere y le fueren leídas. Harás muy bien si después de hecho todo, te tienes a lo prometido y te acordares de ello.» Hallada esta carta y todo lo que fué fingido contra Salomé, vínole al rey el pensamiento de que fuese por ventura muerto Alejandro por falsas informaciones y cartas fingidas; y fatigábase pensando que casi hubiera muerto a su hermana por causa de Antipatro. No quiso, pues, esperar más ni tardar en tomar venganza y castigo de todo en Antipatro; pero sucedióle una dolencia muy grave, la cual fué causa de no poder poner por obra ni ejecutar lo que había determinado.

Envió, con todo, letras a César, haciéndole saber lo de la criada Acrnes, y de lo que habían levantado a Salomé; y por esto mudó su testamento, quitando el nombre de Antipatro. Hizo heredero del reino a Antipa, después de Arquelao y de Filipo, hijos mayores, porque también a éstos habla acechado Antipatro y acusado falsamente. Envió a César, además de muchos otros dones y presentes, mil talentos, y a sus amigos libertos, mujer e hijos, casi cincuenta; dió a todos los otros muchos dineros y muchas tierras y posesiones; honró a su hermana Salomé con dones también muy ricos, y -corrigió lo que hemos dicho en su testamento.

Capítulo XXI

Del águila de oro y de la muerte de Antipatro y Herodes.

Acrecentábasele la enfermedad cada día, fatigándole mucho su vejez y tristeza que tenía siendo ya de setenta años; tenía su ánimo tan afligido por la muerte de sus hijos, que cuando estaba sano no podía recibir placer alguno. Pero ver en vida a Antipatro, le doblaba su enfermedad, a quien quería dar la muerte muy de pensado en recobrando la salud. Además de todas estas desdichas, no faltó tampoco cierto ruido que se levantó entre el pueblo. Había dos sofistas en la ciudad que fingían ser sabios, a los cuales parecía que ellos sabían todas las leyes, muy perfectamente, de la patria, por lo cual eran de todos muy alabados y muy honrados. El uno era judas, hijo de Seforeo, y el otro era Matías, hijo de Margalo. Seguíalos la mayor parte de la juventud mientras declaraban las leyes, y poco a poco cada día juntaban ejército de los más mozos; habiendo éstos oído que el rey estaba muy al cabo, parte por su tristeza y parte por su enfermedad, hablaban con sus amigos y conocidos, diciendo que ya era venido el tiempo para que Dios fuese vengado, y las obras que se habían hecho contra las leyes de la patria, fuesen destruidas; porque no era lícito, antes era cosa muy abominable, tener en el templo imágenes ni figuras de animales, cualesquiera que fuesen.

Decían esto, por que encima de la puerta mayor del templo había puesta un águila de oro. Y aquellos sofistas amonestaban entonces a todos que la quitasen, diciendo que sería cosa muy gentil que, aunque se pudiese de allí seguir algún peligro, mos trasen su esfuerzo en querer morir por las leyes de su patria; porque los que por esto perdían la vida, llevaban su ánima inmortal, y la fama quedaba siempre, si por buenas cosas era ganada; pero que los que no tenían esta fortaleza en su ánimo, amaban su alma neciamente, y preciaban más de morir por dolencia que usar de virtud. Estando ellos en estas cosas, hubo fama entre todos que el rey se moría; Con esta nueva tomaron mayor ánimo todos los mozos, y pusieron en efecto su empresa más osadamente; y luego, después de mediodía, estando multitud de gente en el templo, deslizándose por unas maromas, cortaron con hachas el águila de oro que estaba en aquel techo. Sabido esto por el capitán del rey, vino aprisa, acompañado de mucha gente; prendió casi cuarenta mancebos, y presentóselos al rey, los cuales, siendo interrogados primero si ellos habían sido los destructores del águila, confesaron que si; preguntáronles más, que quién se lo había mandado. Dijeron que las leyes de su patria. Preguntados después por qué causa estaban tan contentos estando tan cercanos de la muerte, respondieron que porque después de ella tenían esperanza de que habían de gozar de muchos bienes.

Movido el rey con estas cosas, pudo más su ira que su enfermedad, por lo cual salió a hablarles; y después de haberles dicho muchas cosas como sacrilegos, y que con excusa de guardar la ley de la patria habían tentado de hacer otras cosas, Juzgólos por dignos de muerte como hombres impíos. El pueblo, cuando vió esto, temiendo que se derramase aquella pena entre muchos más, suplicaba que tomase castigo en los que hablan persuadido tal mal, y en los que habían preso en la obra, y que mandase perdonar a todos los demás; alcanzando al fin esto del rey, mandó que los sofistas y los que habían sido hallados en la obra, fuesen quemados vivos, y los otros que fueron presos también con aquellos, fueron dados a los verdugos, para que ejecutasen en ellos sentencia y los hiciesen cuartos.

Estaba Herodes atormentado con muchos dolores, tenía calentura muy grande, y una comezón muy importuna por todo su cuerpo, y muy intolerable. Atormentábanle dolores del cuello muy continuos; los pies se le hincharon como entre cuero y carne; hinchósele también el vientre, y pudríase su miembro viril con muchos gusanos; tenía gran pena con un aliento tras otro; fatigábanle mucho tantos suspiros y un encogimiento de todos sus miembros; y los que consideraban esto según Dios, decían que era venganza de los sofistas; y aunque él se veía trabajado con tantos tormentos y enfermedades como tenía, todavía deseaba aún la vida y pensaba cobrar salud pensando remedios; quiso pasarse de la otra parte del Jordán y que le bañasen en las aguas calientes, las cuales entran en aquel lago fértil de betún, llamado Asfalte, dulces para beber. Echado allí su cuerpo, el cual querían los médicos que fuese consolado y untado con aceite, se paró de tal manera, que torcía sus ojos como si muerto estuviera; y perturbados los que tenían cargo de curarle allí, pareció que con los clamores que movían, él los miró.

Desconfiando ya de su salud, mandó dar a sus soldados cincuenta dracmas, y mandó repartir mucho dinero entre los regidores y amigos que tenía; y como volviendo hubiese lle gado a Hiericunta corrompida su sangre, parecía casi amenazar él a la muerte. Entonces pensó una cosa muy mala y muy nefanda, porque mandando juntar los nobles de todos los lugares y ciudades de Judea en un lugar llamado Hipódromo, mandólos cerrar allí. Después, llamando a su hermana Salomé y al marido de ésta, Alejo, dijo: «Muy bien sé que los judíos han de celebrar fiestas y regocijos por mi muerte, pero podré ser llorado por otra ocasión, y alcanzar gran honra en mi sepultura, si hiciereis lo que yo os mandare; matad todos estos varones que he hecho poner en guarda, en la hora que yo fuere muerto, porque toda Judea y todas las casas me hayan de llorar a pesar y a mal grado de ellas.»

Habiendo mandado estas cosas, luego al mismo tiempo se tuvieron cartas de Roma, de los embajadores que había enviado, los cuales le hacían saber cómo Acmes, criada de Julia, había sido por mandamiento de César degollada, y que Antipatro venía condenado a muerte. También le permitía César que si quisiese más desterrarlo que darle muerte, lo hiciese muy francamente.

Húbose con esta embajada alegrado y recreado algún poco Herodes; pero vencido otra vez por los grandes dolores que padecía, porque la falta de comer y la tos grande le ator mentaba en tanta manera que él mismo trabajó de adelantarse a la muerte antes de su tiempo, y pidió una manzana y un cuchillo también, porque así la acostumbraba de comer; después, mirando bien no hubiese alrededor alguno que le pudiese ser impedimento, alzó la mano como si él mismo se quisiese matar, pero corriéndole al encuentro Archiabo, su sobrino, y habiéndole tenido la mano, levantóse muy gran llanto y gritos de dolor en el palacio, como si el rey fuera muerto.

Oyéndolo Antipatro, tomó confianza, y muy alegre con esto, rogaba a sus guardas que le desatasen y dejasen ir, y prometíales mucho dinero, a lo cual no sólo no quiso el principal de ellos consentir, y lo hizo luego saber al rey. El rey entonces, levantando una voz más alta de lo que con su enfermedad podía, envió luego gente para que matasen a Antipatro, y después de muerto lo mandó sepultar en Hircanio.

Corrigió otra vez su testamento y dejó por sucesor suyo a Arquelao, hijo mayor, hermano de Antipa, e hizo a Antipa tetrarca o procurador del reino.

Pasados después cinco días de la muerte del hijo, murió Herodes, habiendo reinado treinta y cuatro años después que mató a Antígono, y treinta y siete después que fué declarado rey por los romanos. En todo lo demás le fué fortuna muy próspera, tanto como a cualquier otro; porque un reino que había alcanzado por su diligencia, siendo antes un hombre bajo y habiéndolo conservado tanto tiempo, lo dejó después a sus hijos.

Pero fué muy desdichado en las cosas de su casa y muy infeliz. Salomé, juntamente con su marido, antes que supiese el ejército la muerte del rey, había salido para dar libertad a los presos que Herodes mandó matar, diciendo que él había mudado de parecer y mandado que cada uno se fuese a su casa. Después que éstos fueron ya libres y se hubieron partido, fuéles descubierta la muerte de Herodes a todos los soldados.

Mandados después juntar en el Anfiteatro en Hiericunta, Ptolomeo, guarda del sello del rey, con el cual solía sellar las cosas del reino, comenzó a loar al rey y consolar a toda aquella muchedumbre de gente. Leyóles públicamente la carta que Herodes le había dejado, en la cual rogaba a todos ahincadamente que recibiesen con buen ánimo a su sucesor; y después de haberles leído sus cartas, mostróles claramente su testamento, en el cual habla dejado por heredero de Trachón y de aquellas regiones de allí cercanas, procurador a Antipa, y por rey a Arquelao; y le había mandado llevar su sello a César, y una información de todo lo que había administrado en el remo, porque quiso que César confirmase todo cuanto él había ordenado, como señor de todo; pero que lo demás fuese cumplido y guardado según voluntad de sutestamento. Leído el testamento, levantaron todos grandes voces, dando el parabién a Arquelao, y ellos y el pueblo todo, discurriendo por todas partes, rogaban a Dios que les diese paz, y ellos de su parte también la prometían. De aquí partieron a poner diligencia en la sepultura del rey; celebróla Arquelao tan honradamente como le fué posible; mostró toda su pompa en honrar el enterramiento, y toda su riqueza; porque habíanlo puesto en una cama de oro toda labrada con perlas y piedras preciosas; el estrado guarnecido de púrpura; el cuerpo venía también vestido de púrpura o grana; traía una corona en la cabeza, un cetro real en la mano derecha; alrededor de la cama estaban los hijos y los parientes; después todos los de su guarda; un escuadrón de gente de Tracia, de alemanes y francos, todos armados y en orden de guerra, iban delante; todos los otros soldados seguían a sus capitanes después muy convenientemente. Quinientos esclavos y libertos traían olores; y así fué llevado el cuerpo camino de doscientos estadios al castillo llamado Herodión, y allí fué sepultado, según él mismo había mandado. Este fué el fin de la vida y hechos del rey Herodes.