Cuestiones naturales, Séneca – Libro I

Cuestiones naturales, por Lucio Anneo Séneca - libro primero - publicada entre los años 62 d. C. y 64 d. C.

Cuestiones naturales

Lucio Anneo Séneca

Cuestiones naturales, en latín Naturales quaestiones, es un análisis filosófico y tratado de ciencias naturales escrito entre los años año 62 y 64 d. C. por el filósofo y escritor romano Lucio Anneo Séneca. En la obra, dirigida a Lucilio el Joven, Séneca estudia los razonamientos sobre distintos fenómenos naturales, desde los meteoritos hasta las lluvias y los vientos, producidos por varios destacados filósofos tanto griegos como romanos; agregando además sus propios razonamientos y puntos de vista.

Cuestiones naturales

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Notas

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Libro primero

Prefacio a la obra

Tanto como se diferencia la filosofía de las demás artes, óptimo Lucilio, otra tanta diferencia encuentro yo en la filosofía misma, entre la parte que se ocupa del hombre y la que se refiere a los dioses. Más elevada y atrevida ésta, se ha permitido mucho: no contentándose con lo que se ofrece a nuestra vista, sospechó que la naturaleza había colocado más allá de lo que se ve algo más grande y más bello. En una palabra; entre una y otra filosofía media tanto como entre Dios y el hombre. Enseña la primera lo que debe hacerse en la tierra; la segunda, lo que se hace en el cielo. Una desvanece nuestros errores y trae la luz que ilumina los engañosos caminos de la vida; la otra se eleva sobre esta densa niebla en que nos agitamos, y sacándonos de la oscuridad, nos lleva al manantial de la luz. Gracias doy en verdad a la naturaleza cuando, no contento con su parte pública, penetro hasta en sus misterios más secretos; cuando aprendo de qué elementos se compone el universo; quién es el arquitecto o conservador; qué es Dios; si está absorto en su propia contemplación, o si algunas veces inclina hasta nosotros sus miradas; si crea diariamente, o ha creado una vez sola; si forma parte del mundo o es el mundo mismo; si todavía hoy puede dar nuevos decretos y modificar las leyes del destino, o si le es imposible retocar su obra sin descender de su majestad y reconocer que se ha engañado: necesario es sin duda que ame siempre las mismas cosas aquel que solamente puede amar las perfectas, no siendo por esto menos libre ni menos poderoso, porque él mismo es su necesidad. Si no pudiese elevarme a todo esto, para nada habría nacido. ¿A qué regocijarme en este caso por encontrarme en el número de los vivos? ¿por digerir comidas y bebidas? ¿por cuidar este débil y miserable cuerpo que perece en cuanto ceso de rellenarlo? ¿por desempeñar toda mi vida el cargo de enfermero, y temer la muerte para la cual nacemos todos? Quítame este inestimable placer, y no vale la existencia que me extenúe por ella entre fatigas y sudores. ¡Oh, qué pequeño es el hombre mientras no se eleva por encima de las cosas humanas! ¿Qué hacemos de admirable mientras luchamos con nuestras pasiones? La misma victoria, si llegamos a conseguirla, ¿tiene algo de sobrenatural? ¿Debemos gloriarnos porque no nos parecemos a los seres más depravados? No veo por qué razón haya de admirarse nadie al encontrarse más robusto que un enfermo. Mucha distancia hay de la robustez a la salud perfecta. Has escapado de los vicios del alma; no finge tu frente; la voluntad ajena no te hace sujetar la lengua, ni disimular tus sentimientos; huyes de la avaricia, que lo arrebata todo a los demás para negárselo todo a sí misma; el libertinaje, que prodiga vergonzosamente el dinero que gana por caminos más vergonzosos todavía; la ambición, que no lleva a las dignidades sino por indignas bajezas. Pero nada has hecho hasta ahora; has escapado de muchos escollos, pero no has escapado de ti mismo. La virtud a que aspiramos es magnífica, no porque sea propiamente un bienestar exento de todo vicio, sino porque engrandece el alma, la prepara al conocimiento de lo celestial y la hace digna de asociarse al mismo Dios. La plenitud y consumación de la felicidad para el hombre, consiste en hollar todo lo malo, elevarse y penetrar en el seno de la naturaleza. ¡Cuánto agrada desde en medio de esos astros entre los que vaga su pensamiento, mirar con desprecio las grandezas de los ricos y la tierra entera con todo su oro, no solamente aquel que ha arrojado de su seno y entregado a los cuños de nuestra moneda, sino también el que guarda en sus entrañas para la codicia de las edades venideras! Para desdeñar esos pórticos, esos artesonados resplandecientes de marfil, esos bosques recortados, esos ríos obligados a pasar por palacios, necesario es haber abarcado todo el ámbito del mundo, y dejado caer desde lo alto una mirada sobre este pequeño orbe terráqueo, cuya mayor parte cubren los mares, y la que sobresale, helada o abrasada, ofrece espantosas soledades. ¡He aquí, se dirá el sabio, el punto que tantos pueblos se disputan con el hierro y el fuego! ¡Oh, qué ridículos son los confines humanos! El Dacio no pasará el Ister; el Strymon limitará la Tracia; el Eúfrates detendrá a los Parthos; el Danubio separará la Sarmática del Imperio romano; el Rhin será el límite de la Germanía; el Pirineo dividirá las Galias y las Españas; inmensos desiertos de arena se extenderán entre el Egipto y la Etiopía! Si se concediese a las hormigas la inteligencia del hombre, ¿no harían como él muchas provincias del suelo de una granja? Cuando te hayas elevado a las cosas verdaderamente grandes, siempre que veas marchar ejércitos a banderas desplegadas, y, como si se tratase de algo importan