Vidas Paralelas: Comparación de Dión y Bruto, por Plutarco

Vidas Paralelas, Plutarco - Comparación de Dión y Bruto.

Vidas Paralelas

Plutarco

Las Vidas paralelas, del historiador griego Plutarco, es una de las obras estudios biográficos pioneros de la Historia. Escrita entre los años 96 d. C. y el 117 d. C., la obra se caracteriza principalmente por su particular estructura. Es decir, el tomar a dos personajes, uno griego y otro romano relacionados a través de una dedicación o característica que Plutarco consideraba definitoria, y relatar sus vidas en detalle comparando a ambas figuras al final (práctica denominada σύγκρισις o sýnkrisis). De allí, lógicamente, el nombre de la obra, Vidas paralelas.

Como ocurre con muchos otros trabajos de la literatura clásica, la obra ha llegado incompleta hasta nuestros días, conservándose solo cuarenta y ocho biografías. De estas, veintidós pares corresponden a las Vidas paralelas y el resto a otros trabajos biográficos realizados por Plutarco.

Vidas paralelas

Tomo VII
DemetrioMarco AntonioComparación
DiónBrutoComparación

Tomo ITomo IITomo IIITomo IVTomo VTomo VI

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Comparación de Dión y Bruto

I.- Siendo muchos los bienes de todo género que en estos dos varones se acumularon, el que puede contarse por primero, que es haber llegado a ser grandes de pequeños principios, esto sobresale más en Dion, porque no tuvo quien con él concurriese, como tuvo Bruto a Casio, el cual, aunque en la virtud y en la opinión no le era comparable, en valor, pericia y hazañas no puso para la guerra menor parte; y aun algunos a él es a quien atribuyen el principio de la empresa, diciendo haber sido autor e instigador del pensamiento contra César respecto de Bruto, que por sí a nada se movía. Dion, así como las armas, las naves y las tropas, igualmente parece que puso por sí mismo solo los amigos y los colaboradores de la obra. Ni allegó tampoco Dion, como Bruto, riqueza y poder de los negocios mismos y de la guerra, sino que invirtió en la guerra su riqueza propia, consagrando a la libertad de sus conciudadanos los medios que tuvo para subsistir en su destierro. Además, Bruto y Casio, echados de Roma, no siéndoles dado permanecer en reposo, cuando ya eran perseguidos como reos de pena capital, por necesidad recurrieron a la guerra, y confiando sus personas a las armas, más puede decirse que se expusieron a los peligros por sí mismos que por sus conciudadanos; pero Dion, pasando en el destierro una vida más extensa y placentera que el tirano que le desterraba, voluntariamente abrazó el peligro por salvar a la Sicilia.

II.- No era tampoco igual beneficio que redimir a los Siracusanos de Dionisio el libertar de César a los Romanos, porque aquel ni siquiera negaba que era tirano, y llenaba la Sicilia de infinitos males; pero el Imperio de César, si al formarse se hizo sentir a los que se le oponían, para los que ya le habían dado entrada y le estaban sometidos no tenía de tiránico más que el nombre y la idea, sin que se hubiese visto de él obra ninguna de crueldad o tiranía, y antes hizo ver que siendo en el estado de las cosas necesaria la monarquía, fue dado por algún buen genio como el médico más suave y benigno. Así es que, César inmediatamente lo echó de menos el pueblo romano, hasta el término de hacerse terrible e irreconciliable a los que le dieron muerte, y, por el contrario, para Dion fue un grave cargo ante sus conciudadanos la evasión de Dionisio, y el no haber permitido violar el sepulcro del primer tirano.

III.- En las mismas acciones de guerra Dion se mostró siempre un general irreprensible, dirigiendo perfectamente las que él dispuso y enmendando y corrigiendo las que otros habían desgraciado, mientras que Bruto, aun respecto del último combate en que se aventuró todo, parece que ni se arrojó a él con prudencia ni encontró enmienda al descalabro; sino que luego perdió y abandonó toda esperanza, no tratando ni siquiera, como Pompeyo, de probar fortuna, y esto sin embargo de que aun le quedaban medios de confiar en las mismas armas y de que con sus naves dominaba seguramente todo el mar. Lo que más se ha reprendido en Bruto, es el que, habiendo debido la vida al favor de César, y salvando a cuantos quiso, siendo uno de sus amigos, preferido en los honores a muchos, hubiese puesto manos en su persona, esto ciertamente no habrá nadie que lo diga de Dion, sino más lo contrario, pues siendo deudo de Dionisio, mientras se mantuvo en su amistad dirigió y promovió sus intereses; pero después de ser desterrado de su patria, ofendido en su mujer y privado de su patrimonio, tuvo ya manifiestas causas para una guerra justa y legítima. Pero esto, en primer lugar, ¿no puede convertirse y valer en sentido contrario? Porque lo que cede en la mayor alabanza de los hombres, que es el odio a la tiranía y la aversión a toda maldad, esto en nadie se vio más claro ni con mayor pureza que en Bruto, el cual, no teniendo en particular nada por qué quejarse de César, sólo se expuso por la pública libertad: y Dion, a no haber sido personalmente injuriado, no habría hecho la guerra; lo que aparece con mayor claridad de las cartas de Platón, por las que se ve que a Dionisio lo destruyó Dion arrojado de la tiranía, no retirándose él de ella. Mas a Bruto fue el bien público el que lo hizo amigo de Pompeyo y enemigo de César, poniendo siempre en sola la justicia el término de su odio o de su amor; pero Dion hizo muchas cosas en servicio de Dionisio, mientras éste se puso en sus manos, y cuando desconfió de él, por enojo le movió la guerra. Por lo mismo, no todos sus amigos tuvieron por cierto que no aseguraría y consolidaría para sí el imperio, destruido Dionisio, halagando a los ciudadanos con un nombre más blando de tiranía; cuando en orden a Bruto, aun de boca de sus mismos enemigos se oía que de cuantos conjuraron contra César, él sólo no se propuso desde el principio hasta el fin otro objeto que el de restituir a los romanos su patria y legítimo gobierno.

IV.- Aun sin esto, el combate contra Dionisio no era lo mismo que el combate contra César, porque a Dionisio no había ninguno, aun de sus más íntimos amigos, que no lo despreciase, viéndole pasar la mayor parte del tiempo en beber, en el juego y en el trato con mujerzuelas; pero el meditar la ruina de César, y no asustarse del talento, del poder y de la fortuna de aquel cuyo nombre sólo no dejaba dormir a los reyes de los Partos y a los Indios, era de un alma superior y dotada de tales alientos que con ella nada pudiera el miedo. Por lo mismo, con sólo aparecerse Dion en la Sicilia se rebelaron millares y millares contra Dionisio, mientras que cuando la gloria de César, aun después de muerto, erigió a sus amigos, y su nombre al que lo tomó, de un joven sin medios lo elevó al punto a ser el primero de los Romanos, convirtiéndose luego en una especie de encanto contra la enemistad y el poder de Antonio. Si dijese alguno que Dion no expulsó al tirano sino en fuerza de grandes y repetidos combates, habiendo dado Bruto muerte a César desarmado y sin guardias, esto mismo fue obra de una inteligencia suma y de una consumada pericia, sorprender cuando estaba sin armas y sin guardias a un hombre rodeado de tan inmenso poder; pues no le dio muerte súbitamente cayendo sobre él sólo o con pocos, sino habiendo concertado el plan mucho antes, y tratándolo con muchos, de los cuales ninguno le faltó; porque o desde luego distinguió quiénes eran los de más probidad, o con ponerlos en la confianza los hizo virtuosos. Mas Dion, o por falta de aquel discernimiento se confió a hombres malos, o con valerse de ellos los tornó malos de buenos que antes eran; y al varón prudente no está bien le suceda ni lo uno ni lo otro; así Platón le reprendió de haber elegido tales amigos, que al cabo le perdieron.

V.- Finalmente, Dion en su muerte nadie encontró que volviera por él; y a Bruto, de sus enemigos, Antonio le sepultó decorosamente, y César le conservó sus honores. Había una estatua suya de bronce en Milán de la Galia Cisalpina; viola tiempo después César, hallando que era muy parecida y de bella ejecución. Pasó adelante; pero luego, parándose ante ella, hizo llamar a presencia de muchos a los magistrados, y les dijo habían faltado a las estipulaciones con que tomara su ciudad, teniendo dentro de ella a un enemigo suyo. Negáronlo al principio, como era natural, y después se miraron unos a otros dudando por quién lo diría, pero cuando, volviéndose César hacia la estatua y arrugando las cejas, les dijo: “Pues éste, siendo mi enemigo, ¿no está aquí colocado?”, entonces todavía se sobrecogieron más y callaron, y él, sonriéndose, celebró a los galos, porque se conservaban fieles a sus amigos sin atender a la fortuna, y mandó que la estatua quedara en su puesto.