Vidas Paralelas: Comparación de Arístides y Catón, por Plutarco

Vidas Paralelas, Plutarco - Comparación de Aristides y Catón el viejo.

Vidas Paralelas

Plutarco

Las Vidas paralelas, del historiador griego Plutarco, es una de las obras estudios biográficos pioneros de la Historia. Escrita entre los años 96 d. C. y el 117 d. C., la obra se caracteriza principalmente por su particular estructura. Es decir, el tomar a dos personajes, uno griego y otro romano relacionados a través de una dedicación o característica que Plutarco consideraba definitoria, y relatar sus vidas en detalle comparando a ambas figuras al final (práctica denominada σύγκρισις o sýnkrisis). De allí, lógicamente, el nombre de la obra, Vidas paralelas.

Como ocurre con muchos otros trabajos de la literatura clásica, la obra ha llegado incompleta hasta nuestros días, conservándose solo cuarenta y ocho biografías. De estas, veintidós pares corresponden a las Vidas paralelas y el resto a otros trabajos biográficos realizados por Plutarco.

Vidas paralelas

Tomo III
ArístidesCatón el ViejoComparación
FilopemenQuincio FlamininoComparación
PirroGayo Mario – Comparación
LisandroSilaComparación

Tomo ITomo IITomo IVTomo VTomo VITomo VII

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Comparación de Arístides y Catón el viejo

I.- Hemos escrito de ambos lo que nos ha parecido digno de memoria; y la vida de éste, puesta al frente de la de aquel, no ofrece una diferencia tan marcada que no quede oscurecida con muchas y muy grandes semejanzas. Mas si por fin hemos de examinar por partes, como un poema o una pintura, a uno y a otro, el haber llegado al gobierno y a la gloria sin anterior apoyo, por sola la virtud y las propias fuerzas, esto es común a entrambos. Parece con todo que Aristides se hizo ilustre cuando todavía Atenas no era muy poderosa, y compitiendo con generales y hombres públicos que en bienes de fortuna gozaban sólo de cierta medianía y eran entre sí iguales; porque el mayor censo era entonces de quinientas medimnas; el segundo, que era el de los que mantenían caballo, de trescientas, y el tercero y último, de los que tenían yunta, de doscientas. Mas Catón, saliendo de una pequeña aldea, y de una vida que parecía de labrador, como a un piélago inmerso, se lanzó al gobierno de Roma, cuando ya ésta no era regida por unos magistrados como los Curios, los Fabricios y los Atilios, ni admitía a los cónsules y oradores desde el arado y la azada, sino cuando acostumbrada a poner los ojos en linajes esclarecidos, en la riqueza, los repartimientos y los obsequios, por el engreimiento y el poder, se mostraba insolente con los que aspiraban a mandar. Así que no era lo mismo tener por rival a Temístocles, no ilustre en linaje, y medianamente acomodado, pues se dice que su hacienda sería de cinco o tres talentos cuando se le dio el primer mando, que contender por los primeros puestos con los Escipiones Africanos, los Sergios Galbas y los Quincios Flamininos, sin tener otra ayuda que una voz franca y libre para sostener lo justo.

II.- Además, Aristides en Maratón y en Platea no era sino el décimo general, y Catón fue elegido segundo cónsul, siendo muchos los competidores; y segundo censor, logrando ser preferido a siete rivales los más poderosos e ilustres. Aristides no fue nunca el primero en aquellas victorias, sino que en Maratón llevó la primacía Milcíades, y en Platea dice Heródoto que fue Pausanias quien más se distinguió y sobresalió. Aun el segundo lugar se lo disputaron a Aristides los Sófanes, los Aminias, los Calímacos y los Cinegiros, que se señalaron por su valor en aquellos combates. Mas Catón, no sólo siendo cónsul tuvo la primacía por la mano y por el consejo en la guerra de España, sino que no siendo más que tribuno en Termópilas, bajo el mando de otro cónsul, tuvo el prez de la victoria, abriendo a los Romanos ancha entrada contra Antíoco, y poniéndole a éste la guerra a la espalda, cuando no miraba sino adelante; porque aquella victoria, que fue la más brillante hazaña de Catón, lanzó al Asia de la Grecia y se la dio allanada después a Escipión. En la guerra, pues, ambos fueron invictos, pero en el gobierno Aristides fue suplantado, siendo enviado a destierro y vencido por el partido de Temístocles, mientras Catón, teniendo por rivales puede decirse que a todos cuantos gozaban en Roma del mayor poder y autoridad, luchando como atleta hasta la vejez, se sostuvo siempre firme e inmoble; y habiéndosele puesto e intentado él mismo diferentes causas públicas, en muchas de éstas venció, y de todas aquellas salió libre, siendo su escudo su tenor de vida, y su arma para obrar la elocuencia, a la que debe atribuirse, más que a la fortuna o al buen genio de este esclarecido varón, el no haber tenido que sufrir con injusticia; pues también dijo Antípatro, escribiendo de Aristóteles después de su muerte, haberle sido aquella de gran auxilio, porque entre otras brillantes dotes tuvo la de la persuasión.

III.- Es cosa en que todos convienen que no hay para el hombre virtud más perfecta que la social o política, pues de ésta es entre muchos reconocida como parte muy principal la económica; porque la ciudad, que no es más que la reunión y la cabeza de muchas casas, se fortalece para las cosas públicas con que prosperen los ciudadanos. Por tanto, Licurgo, echando fuera de casa en Esparta la plata y el oro, y dándoles una moneda de hierro echado a perder al fuego, no quiso apartar a sus conciudadanos de la economía, sino que con quitarles los regalos, lo superfluo y lo abotagado y enfermizo, pensó con más prudencia que otro legislador alguno en que todos abundasen en las cosas necesarias y útiles, temiendo más para la comunión de gobierno al miserable, al vagabundo y al pobre, que al rico y opulento. Parece, pues, que Catón no fue peor gobernador de su casa que de la ciudad, porque aumentó sus bienes y se constituyó para los demás maestro de economía y de agricultura, habiendo recogido muchas y muy importantes cosas sobre estos objetos. Mas Aristides, con su pobreza, desacreditó en cierta manera a la justicia, poniéndole la tacha de perdedora de las casas y productora de mendigos, provechosa a todos menos al que la posee, siendo así que Hesíodo usó de muchas razones para exhortarnos a la justicia y a la economía juntamente, y Homero cantó con acierto:

No encontraba placer en el trabajo,
ni de casa y hacienda en el cuidado,
que a los amados hijos tanto importa;
sino que mi deleite eran las naves de remos guarnecidas,
los combates, y los lucientes arcos y saetas:

como para dar a entender que de unos mismos era el descuidar la hacienda y el vivir anchamente de la injusticia. Pues no así como dicen los médicos que el aceite es muy saludable a los cuerpos por fuera y muy dañosa por dentro, de la misma manera el justo es útil a los otros e inútil a sí y a los suyos. Paréceme, por tanto, que la virtud política de Aristides fue defectuosa y manca en esta parte, pues que en la opinión más común descuidó de dejar con qué dotar las hijas y con qué hacer los gastos de su entierro. De aquí es que la familia de Catón dio a Roma hasta la generación cuarta pretores y cónsules, habiendo servido las primeras magistraturas sus nietos y los hijos de éstos; cuando la gran pobreza y miseria de la descendencia de Aristides, que tuvo tan preferente lugar entre los griegos, a unos los obligó a escribirse entre los embelecadores y a otros a alargar la mano para recibir del público una limosna, sin que a ninguno le fuese dado pensar en algún hecho ilustre o en cosa que fuese digna de aquel varón esclarecido.

IV.- Mas esto todavía pide ilustración, porque la pobreza no es afrentosa por sí, sino cuando proviene de flojedad, de disipación, de vanidad y de abandono; pero en el varón prudente, laborioso, justo, esforzado y entregado a los negocios de la república, unida a todas las virtudes, es señal de magnanimidad y de una elevada prudencia, porque no puede ejecutar cosas grandes el que tiene su atención en las pequeñas, ni auxiliar a muchos que piden el que mucho desea. Así, para haberse bien en el gobierno, es ya un admirable principio no la riqueza, sino el desprendimiento, el cual, no apeteciendo para sí nada superfluo, ningún tiempo roba a los negocios públicos, porque el que absolutamente de nada necesita es sólo Dios; y en la virtud humana, aquel que más estrecha sus necesidades es el más perfecto y el que más se acerca a la dignidad. Pues así como el cuerpo que está bien complexionado no necesita ni de excesiva ropa ni de excesivo alimento, de la misma manera una vida y una casa bien arregladas con las cosas comunes se dan por contentas; y en éstas, lo regular es que el gasto y la hacienda guarden proporción. Porque el que allega mucho y gasta poco ya no es desprendido, pues, o se afana por recoger lo que no apetece, y en este caso es necio, o por recoger lo que apetece y de lo que no se atreve a hacer uso por avaricia, y en este caso es infeliz. Por tanto, yo preguntaría al mismo Catón: si la riqueza es para gozarse, ¿por qué se jacta de que poseyendo mucho se daba por contento con una medianía? Y si es laudable y glorioso, como lo es ciertamente, comer el pan que común. mente se vende, beber el mismo vino que los trabajadores y los esclavos, y no necesitar ni de púrpura ni de casas blanqueadas, nada dejaron por hacer de lo que debían ni Aristides, ni Epaminondas, ni Manio Curio ni Gayo Fabricio, con no afanarse por la posesión de unas cosas cuyo uso reprobaban, porque a quien tenía por sabroso alimento los rábanos, y los cocía por sí mismo mientras la mujer amasaba la harina, no le era necesario mover disputas sobre un cuarto ni escribir con qué granjería podría uno hacerse más presto rico: así que es muy laudable el contentarse con lo que se tiene a la mano y ser desprendido, porque aparta el ánimo a un mismo tiempo del deseo y del cuidado de las cosas superfluas; y por esta razón respondió muy bien Aristides en la causa de Calias, que de la pobreza debían avergonzarse los que se veían en ella contra su voluntad, y al revés, gloriarse, como él, los que voluntariamente la llevaban; y, ciertamente, sería cosa ridícula atribuir a desidia la pobreza de Aristides, cuando te hubiera sido fácil, sin hacer nada que pudiera notarse, y con sólo despojar a un bárbaro u ocupar un pabellón, pasar al estado de rico. Mas baste lo dicho en esta materia.

V.- Por lo que hace a mandos militares, los de Catón, aunque en cosas grandes, no decidieron de grandes intereses; pero con respecto a los de Aristides, las más brillantes y gloriosas hazañas de los Griegos son Maratón, Salamina y Platea; ni es razón se pongan en paralelo Antíoco con Jerjes, o los derribados muros de algunas ciudades de España con tantos millares de hombres deshechos por tierra y por mar; en los cuales sucesos, por lo que hace a trabajo y diligencia, nada le faltó a Aristides, si le faltaron la fama y las coronas, en las que, como en los bienes y en la riqueza, cedió fácilmente a los que la solicitaban con más ansia, por ser superior a todas estas cosas. No reprendo en Catón sus continuas jactancias y el que se diese por el primero de todos, sin embargo de que él mismo dice en uno de sus libros ser muy impropio que el hombre se alabe o se culpe a sí mismo; con todo, para la virtud me parece más perfecto que el que frecuentemente se alaba a sí mismo el que sabe pasarse sin la alabanza propia y sin la ajena. Porque el no ser ambicioso es un excelente preparativo para la afabilidad social, así como, por el contrario, la ambición es áspera y muy propia para engendrar envidia, de la que el uno estuvo absolutamente exento, y el otro participó demasiado de ella. Así, Aristides, cooperando con Temístocles en las cosas más importantes, y haciéndose en cierta manera su ayudante de campo, puso en pie a Atenas; y Catón, por sus rencillas con Escipión, estuvo en muy poco que no desgraciase la expedición de éste contra Cartagineses, que destruyó a Aníbal, hasta entonces invicto; y, por fin, excitando siempre sospechas y calumnias a éste, le apartó de los negocios de la república, y al hermano le atrajo una condenación infamante por el delito de peculado.

VI.- Catón hizo, es verdad, continuos elogios de la templanza; pero Aristides la conservó pura y sin mancilla, y aquel matrimonio de Catón, tan desigual en la calidad y en los años, no pudo menos de ceder en su descrédito, porque siendo ya tan anciano, y teniendo un hijo en la flor de la edad recién casado, pasar a segundas nupcias con una mocita, hija de un servidor y asalariado público, no fue cosa que pudiese parecer bien; pues, ora lo hiciese por deleite, ora por enojo para mortificar al hijo, a causa de lo sucedido con la amiga, siempre hay fealdad en el hecho y en el motivo. Y la respuesta que con ironía dio al hijo no era sencilla y verdadera, porque si quería tener hijos virtuosos que se le pareciesen, debía contraer un matrimonio decente, concertándolo con tiempo; y no que mientras estuvo oculto su trato con una mozuela soltera y pública se dio por contento, y cuando ya se echó de ver, hizo su suegro a un hombre a quien podía mandar y no con quien pudiera tener deudo honrosamente.