Apiano: Las guerras púnicas en Iberia – Historia de Roma

Historia de Roma de Apiano de Alejandría. Los sucesos de las Guerras Púnicas en Iberia.

Las guerras púnicas en Iberia

Apiano de Alejandría

Nacido alrededor del año 95 d.c. Apiano de Alejandría alcanzó una posición elevada en su patria desempeñando altos cargos administrativos en Alejandría y después, actuó como abogado en la corte imperial y finalmente como procurador del emperador. Escribió una historia de Roma que abarca desde su fundación hasta el año 35 a.c. de forma etnográfica, usando fuentes literarias griegas y romanas y posiblemente documentos oficiales en registros y archivos, a los que pudo tener acceso en su calidad de funcionario imperial. Algunas de sus fuentes fueron: Polibio, Paulo Clodio, Jerónimo de Cardia, Cesar, Augusto, Asinio Polión, Plutarco, Diodoro, Posidonio, Livio, Salustio, Celio Antiprato, Valerio Antias y Sempronio Aselión entre otros.

Nota: Esta es una recopilación de diferentes textos y escritos de Apiano de Alejandría sobre los sucesos de las Guerras púnicas que tuvieron lugar en Iberia.

Apiano, Historia de Roma

Las guerras púnicas en Iberia
Guerras contra íberos y celtíberosLa guerra de Numancia

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La segunda Guerra Púnica

La geografía de Iberia.

1¬. «Los montes Pirineos se extienden desde el mar Tirreno hasta el océano septentrional. Habitan su parte oriental los celtas , que hoy día se llaman gálatas y galos , y la parte occidental, los iberos y celtíberos , que comienzan en el mar Tirreno y se extienden formando un círculo a través de las columnas de Hércules hasta el océano septentrional. Por consiguiente, Iberia está rodeada por el mar, a excepción de los Pirineos, los montes más altos de Europa y, tal vez, los más abruptos de todos. De este entorno marítimo recorren, en sus travesías, el mar Tirreno hasta las columnas de Hércules , pero no cruzan el océano occidental y septentrional, excepto para atravesarlo hasta el país de los britanos y, para ello, se ayudan de las corrientes marinas. La travesía tiene una duración de un día y medio. El resto de este océano no lo surcan ni los romanos ni los pueblos sometidos a ellos. La extensión de Iberia ¬a la que algunos ahora llaman Hispania, en vez de Iberia¬ es enorme e increíble como para tratarse de un solo país, puesto que su anchura se evalúa en diez mil estadios y su longitud es igual a la anchura. La habitan pueblos numerosos y de nombres variados y fluyen, a través de ella, muchos ríos navegables.»

Los pobladores de Iberia antes de la conquista romana.

2¬. «No es mi propósito, ya que sólo escribo una historia de Roma, preocuparme con detalle de qué pueblos se piensa que fueron sus primeros pobladores y quienes la poseyeron después de éstos. Sin embargo, me parece que en algún momento los celtas , después de atravesar el Pirineo, la habitaron fusionándose con los nativos, lo que explica, por tanto, también el nombre de celtíberos . De igual modo, me parece que los fenicios, navegaron con frecuencia hasta Iberia desde época remota por razones de comercio, se asentaron en una parte de ella. Asimismo, los griegos, al llegar hasta Tartesos y su rey Argantonio, también algunos se quedaron en Iberia. Y creo que Tartesos era entonces una ciudad a orillas del mar, la que hoy día se llama Carpesos. El templo de Hércules que se encuentra en el estrecho lo erigieron, según creo, los fenicios. Y todavía en la actualidad se celebran ceremonias religiosas a la manera fenicia y su dios no es el Hércules Tebano, sino el Tirio. Queden, sin embargo, estos asuntos para los que tratan épocas remotas.»

La segunda guerra púnica en Iberia.

3¬. «A este país afortunado y lleno de grandes riquezas comenzaron a explotarlo los cartagineses antes que los romanos. Una parte de él la poseían ya y la otra la saqueaban, hasta que los romanos, tras haberlos expulsado, ocuparon de inmediato las regiones de Iberia que tenían los cartagineses. Y llegando a dominar el resto del país después de mucho tiempo y esfuerzo, y pese a las numerosas defecciones de los territorios ya ocupados, la dividieron en tres partes y enviaron a tres pretores. De este modo llegaron ellos a someter a cada una y cómo lucharon con los cartagineses por su posesión y, después de éstos, con los iberos y celtíberos , lo mostrará este libro, que contiene una primera parte relativa a los cartagineses. Y puesto que este asunto era concerniente a Iberia, me fue necesario introducirlo en la historia de Iberia, por la misma razón por la que también los sucesos acaecidos entre los romanos y cartagineses en relación con Sicilia, desde el comienzo de su invasión y su poder en la isla, se encuentran insertos en mi historia siciliana.»

La primera guerra púnica.

4¬. «La primera guerra entre romanos y cartagineses fue una guerra extranjera por la posesión de Sicilia, librada en la propia Sicilia, y la segunda fue ésta de Iberia y en la propia Iberia. En el transcurso de ella, también ambos contendientes, navegando con grandes ejércitos, saquearon mutuamente sus territorios, unos Italia y otros África. La comenzaron alrededor de la ciento cuarenta olimpíada más o menos, cuando disolvieron los tratados que habían concertado al final de la guerra de Sicilia.(…)»

La segunda guerra púnica en Iberia Cartago en Iberia.

5¬. «Una vez que acabó la guerra [de los númidas] y se hizo regresar a Annón a Cartago para responder de ciertos cargos, Amílcar que se hallaba él solo al frente del ejército y tenía a su cuñado Asdrúbal como asociado suyo, se dirigió hacia Gades y, tras cruzar el estrecho hasta Iberia, se dedicó a devastar el territorio de los iberos , que no le habían causado daño alguno.(…)Finalmente, los reyes iberos y todos los otros hombres poderosos, que fueron coaligándose gradualmente, lo mataron de la siguiente forma: llevaron carros cargados de troncos a los que uncieron bueyes y los siguieron provistos de armas. Los africanos al verlos se echaron a reír, al no comprender la estratagema, pero cuando estaban muy próximos, los iberos prendieron fuego a los carros tirados aún por los bueyes y los arrearon contra el enemigo. El fuego, expandido por todas partes al diseminarse los bueyes, provocó el desconcierto de los africanos. Y al romperse la formación, los iberos , cargando a la carrera contra ellos, dieron muerte a Amílcar en persona y a un gran número de los que estaban defendiéndolo.»

6¬. «Sin embargo, los cartagineses, satisfechos con el botín obtenido ya en Iberia, enviaron allí otro ejército y designaron como general en jefe de todas las tropas a Asdrúbal., el cuñado de Almícar, que estaba en Iberia. Éste llevaba consigo a Aníbal, famoso por sus hechos de armas no mucho después, hijo de Almícar y hermano de su propia esposa, hombre joven y belicoso que gozaba del favor del ejército. A él lo designó como lugarteniente. Asdrúbal se ganó la mayor parte de Iberia por medio de la persuasión, pues era hombre persuasivo en su trato, y en los hechos que requerían de la fuerza se servía del muchacho. Avanzó desde el océano occidental hacia el interior, hasta el río Ebro, que divide a Iberia poco más o menos por su mitad y desemboca en el océano boreal a una distancia de unos cinco días de viaje de los Pirineos.»

Sagunto.

7¬. «Los saguntinos, colonos oriundos de Zacinto, que viven a mitad de camino entre los Pirineos y el río Ebro y todos los restantes griegos que habitaban en las proximidades del llamado Emporion y en cualquier otro lugar de Iberia, temiendo por su seguridad personal, enviaron embajadores a Roma. El senado, que no quería que se acrecentara el poderío cartaginés, envió, a su vez, embajadores a Cartago. Y ambos llegaron al acuerdo de que el río Ebro fuera el limite del imperio cartaginés en Iberia y que ni los romanos llevaran la guerra contra los pueblos del otro lado del río, súbditos de los cartagineses, ni éstos cruzaran el Ebro para hacer la guerra, y que los saguntinos y demás griegos de Iberia fueran libres y autónomos. Estos acuerdos fueron añadidos a los tratados ya existentes entre romanos y cartagineses.»

8¬. «Poco tiempo después de estos sucesos, un esclavo, a cuyo dueño había matado con crueldad, dio muerte a Asdrúbal, sin ser visto, en el transcurso de una cacería, cuando estaba dedicado al gobierno de aquella Iberia perteneciente a Cartago. Y Aníbal mató a éste, convicto de su crimen, tras haberlo atormentado de manera terrible. El ejército, entonces, proclamó a Aníbal como su general, pues a pesar de su excesiva juventud, lo
apoyaba totalmente. Y el consejo de Cartago lo ratificó. Sin embargo, todos los adversarios políticos de Almícar, que habían temido su fuerza y la de Asdrúbal, cuando se informaron de que estaban muertos, despreciaban a Aníbal por su juventud y perseguían a los amigos y soldados de aquéllos bajo acusaciones ya antes formuladas contra los Barcas. El pueblo, al mismo tiempo, se puso de parte de los acusadores, lleno de resentimiento contra los acusados, por causa de la severidad de la época de Almícar y de Asdrúbal. Y les ordenaron llevar al tesoro público los regalos que en gran cantidad les habían enviado Almícar y Asdrúbal, por considerarlos despojos tomados al enemigo. Éstos enviaron emisarios a Aníbal en demanda de socorro y le hicieron saber que también él recibiría el desprecio más absoluto por parte de los enemigos de su padre, si se desentendía de quienes podían colaborar con él en su patria.»

9¬. «Pero Aníbal no sólo había previsto estas cosas, sino que también era consciente de que los pleitos incoados contra aquéllos eran principio de un complot contra su propia persona. Y decidió que no iba a soportar esta enemistad como una amenaza para siempre, al igual que su padre y su cuñado, y que tampoco iba a estar entregado de modo indefinido a la veleidad de los cartagineses, fácilmente dispuestos a mostrarse desagradecidos hacia sus benefactores. Se decía también que incluso, siendo todavía un niño, había sido requerido por sus padre a jurar ante el fuego del altar que había de ser enemigo implacable para los romanos cuando accediera a la política. Precisamente por estas razones, pensaba consolidar su posición y la de sus amigos involucrando a su patria en empresas de gran envergadura y duración, sometiéndola a dificultades y riesgos. Veía, en efecto, que tanto África como los pueblos sometidos de Iberia se hallaban en paz, pero si podía hacer resurgir contra los romanos una nueva guerra, que deseaba en especial, le parecía que los cartagineses se verían aquejados por grandes preocupaciones y temores, y él por su parte, caso de tener éxito, obtendría una fama inmortal, al hacer a su patria regidora de todo el universo pues no existía enemigo alguno para ellos después de los romanos, e incluso, en el caso de fracasar, aun así el mero intento le reportaría una gran gloria.»

10¬. «Y presumiendo que sería un inicio brillante el cruzar el Ebro, convenció a los turbuletes, que eran vecinos de los de Sagunto, a quejarse ante él de estos últimos sobre la base de que hacían incursiones contra su territorio y les causaban muchos ultrajes. Y ellos le obedecieron. Entonces, Aníbal envió embajadores de éstos a Cartago, en tanto que él, en misivas privadas, expuso que los romanos trataban de convencer a la parte de Iberia sometida a Cartago para que hiciera defección de ésta, y que los saguntinos cooperaban en ello con los romanos. Y en absoluto desistía de su engaño, enviando muchos mensajes en tal sentido, hasta que el consejo le autorizó a actuar con relación a los saguntinos del modo que juzgara oportuno. Y tan pronto tuvo ocasión, hizo que, de nuevo, los turbuletes se presentaran ante él para quejarse de los saguntinos y mandó venir embajadores de éstos. Se presentaron los embajadores saguntinos y, al exhortarles Aníbal a que cada uno expusiera en su presencia los motivos de sus diferencias, estos últimos manifestaron que remitirían el juicio a Roma. Al decirle esto, los hizo salir del campamento y a la noche siguiente, habiendo cruzado el Ebro con todo su ejército devastó el territorio y apostó sus máquinas contra la ciudad. Pero, como no pudo tomarla, la rodeó de un muro con un foso y, estableciendo alrededor a intervalos numerosos puestos de vigilancia, los inspeccionaba con frecuencia.»

11¬. «Los saguntinos, al verse abrumados por este ataque inesperado y no anunciado por heraldos, enviaron una embajada a Roma. El senado envió con ellos a sus propios embajadores que, en primer lugar, debían recordarle a Aníbal los acuerdos existentes y caso de no convencerle, navegar hasta Cartago para presentar quejas contra él. A estos embajadores, cuando habían efectuado su travesía hasta Iberia y se dirigían desde el mar hacia el campamento, les ordenó Aníbal que no se acercaran. Entonces se hicieron de nuevo a la mar rumbo a Cartago en compañía de los embajadores saguntinos y volvieron a recordarles los tratados a los cartagineses. Éstos culparon a los saguntinos de causar numerosas ofensas a sus súbditos. Los embajadores de Sagunto les invitaron, por su parte, a llevar el juicio ante los romanos. Pero ellos dijeron que no necesitaban de arbitraje alguno, pues podían vengar esta ofensas por sí solos. Cuando se comunicó esta respuesta a Roma, algunos exhortaban a socorrer de inmediato a los saguntinos, otros se mostraban aún indecisos diciendo que éstos no se hallaban inscritos en sus tratados en calidad de aliados, sino como autónomos y libres, y que los que estaban sitiados era libres todavía. Y prevaleció esta opinión.»

12¬. «Los saguntinos, una vez perdida la esperanza de ayuda de Roma, y como el hambre les acuciaba y Aníbal persistía en su asedio continuo pues como había oído que la ciudad era próspera y rica no relajaba el asedio, reunieron el oro y la plata, tanto público como privado, en la plaza pública por medio de una proclama y lo mezclaron con plomo y bronce fundido para que resultara inútil a Aníbal. Y ellos mismos, prefiriendo morir en combate antes que por hambre, se lanzaron a la carrera, de noche todavía, contra los puestos de guardia de los africanos que aún dormían y no sospechaban tal ataque. Por lo cual, los mataron cuando se levantaban del lecho y se estaban armando a duras penas en medio de la confusión y a algunos, incluso, cuando ya estaban luchando. El combate duró mucho tiempo y de los africanos murieron muchos, pero los saguntinos todos. Las mujeres, al ver desde las murallas el fin de sus hombres, se arrojaron unas desde los tejados, otras se ahorcaron y otras, incluso, degollaron a sus propios hijos. Éste fue el final de Sagunto, una ciudad que había sido grande y poderosa. Aníbal, tan pronto como se percató de lo sucedido con el oro, movido por la ira, dio muerte a aquellos saguntinos que quedaban y eran adultos, después de torturarlos, pero viendo que la ciudad estaba a orillas del mar y no lejos de Cartago y poseía una tierra buena, la pobló de nuevo e hizo de ella una colonia cartaginesa. La cual creo que actualmente se llama Cartago «Espartágena».»

13¬. «Los romanos enviaron embajadores a Cartago con la orden de que reclamaran a los cartagineses la entrega de Aníbal como responsable de la violación de los tratados, a no ser que todos asumieran la responsabilidad, y de que si no se lo entregaban, declarasen de inmediato y públicamente la guerra. Los embajadores así lo hicieron y les anunciaron la guerra al no entregarles a Aníbal. Se dice que ocurrió de la siguiente manera. El embajador con una sonrisa les dijo, mostrándole el pliegue de la toga: «Aquí os traigo, cartagineses, la paz y la guerra; tomad aquella que elijáis». Ellos replicaron: «Danos tú, mejor, la que tú quieras».Cuando él les ofreció la guerra, todos prorrumpieron en un grito unánime: «La aceptamos». Y al punto, le comunicaron a Aníbal que ya podía hacer incursiones por toda Iberia sin miedo, pues los pactos estaban rotos. Y él, en consecuencia, marchando contra todos los pueblos cercanos, los puso en sumisión, ya con persuasión, ya por temor o por la fuerza, y reunió un gran ejército sin revelar su finalidad, pero con la secreta intención de invadir Italia. Envió emisarios entre los galos e hizo examinar los pasos de los Alpes. Y los cruzó (dejando) a su hermano Asdrúbal en Iberia (…).»

14¬. «…(Los romanos, pensando que) tendrían que sostener la guerra en Iberia y África pues ni siquiera habían imaginado que los africanos invadieran jamás Italia¬, enviaron a Tiberio Sempronio Longo con ciento sesenta naves y dos legiones a África ¬lo que hicieron Longo y los demás generales romanos en África está descrito en el libro Púnico, y a Publio Cornelio Escipión lo enviaron a Iberia al frente de sesenta naves con diez mil soldados de infantería y setecientos jinetes y, como legado suyo, enviaron con él a su hermano Gneo Cornelio Escipión. Publio al enterarse por mercaderes masaliotas d que Aníbal había cruzado los Alpes en dirección a Italia, temiendo que cayera sobre los italiotas inesperadamente, partió con las quinquéremes en dirección a Etruria después de entregar a su hermano Gneo el ejército en Iberia. (…)»

15¬. «Gneo, por su parte, no llevó a cabo nada digno de mención en Iberia antes de que regresara a su lado su hermano Publio. En efecto, los romanos, cuando expiró el tiempo del mandato de Publio, después de haber enviado a Italia contra Aníbal a sus sucesores en el consulado, lo enviaron de nuevo a Iberia tras nombrarlo procónsul. Y desde este momento los dos Escipiones sostuvieron la guerra en Iberia teniendo como oponente a Asdrúbal, hasta que los cartagineses, atacados por Sifax, el rey de los númidas, le hicieron regresar junto con una parte de su ejército y los Escipiones vencieron con facilidad a los que quedaron. Muchas ciudades se les pasaron voluntariamente, pues eran persuasivos en sumo grado tanto para hacer la guerra, como para atraerse aliados.»

16¬. «Los cartagineses, cuando concertaron la paz con Sifax, enviaron de nuevo a Asdrúbal a Iberia con un ejército más numeroso y con treinta elefantes. Le acompañaba otros dos generales, Magón y otro Asdrúbal que era hijo de Giscón. Y a partir de entonces la guerra se hizo mucho más difícil para los Escipiones, pero, incluso en estas condiciones, resultaron vencedores. Perecieron muchos africanos y gran número de elefantes y, finalmente, al aproximarse el invierno los africanos invernaron en Turdetania y, los Escipiones, Gneo lo hizo en Orsón y Publio en Cástulo. Aquí recibió la noticia del avance de Asdrúbal. Saliendo de la ciudad con un destacamento pequeño para reconocer el campamento, se aproximó Asdrúbal sin ser visto y después de rodearle con la caballería a él y a todos los que le acompañaban, los mató. Gneo que no tenía noticias de nada envió soldados a su hermano para que se aprovisionaran de trigo, y encontrándose con ellos otros africanos entablaron combate. Al enterarse Gneo salió a la carrera como estaba con las tropas ligeras en su auxilio. Sin embargo, ya habían matado a los anteriores y persiguieron a Gneo hasta que se refugió en una torre. Entonces le prendieron fuego a la torre, y Escipión y sus compañeros murieron abrasados.»

17¬. «De esta forma perecieron los dos Escipiones, hombres excelentes en todo, y a ellos les añoraron los iberos que gracias a su intervención, se habían pasado a los romanos. Cuando se enteraron los de la ciudad fueron presa de gran aflicción y enviaron hacia Italia a Marcelo, que había llegado de Sicilia hacía poco tiempo, y en su compañía a Claudio con (…) naves, mil jinetes, diez mil soldados de infantería y recursos suficientes. Como no llevaron a cabo ninguna empresa destacada, el poderío cartaginés se incrementó notablemente y casi llegaron a dominar la totalidad de Iberia, quedando encerrados los romanos en una pequeña franja de terreno en los montes Pirineos. Al enterarse de esto los de Roma, cundió, de nuevo, el pánico. Existía el temor de que mientras Aníbal devastaba la zona norte de Italia estos africanos invadieran el otro extremo. Por este motivo no le era posible evacuar Iberia como era su deseo, por miedo a que esta guerra fuera transferida a Italia.»

18¬. «Fijaron, por consiguiente, con antelación el día en el que se elegiría un general para Iberia. Al no presentarse nadie como candidato, el miedo se acentuó y un silencio sombrío atenazó a la asamblea. Finalmente Cornelio Escipión, el hijo de Publio Cornelio muerto en Iberia, hombre muy joven tenía venticuatro años, pero con fama de prudente y noble, avanzando hasta el centro de la asamblea pronunció un solemne discurso acerca de su padre y su tío, y después de lamentar su aciago destino proclamó que, por encima de todo, él era el vengador familiar de su padre, de su tío y de su patria. Expuso otras muchas razones sin pausa y con vehemencia, como un inspirado, prometiendo apoderarse no sólo de Iberia, sino, tras ella, de África y Cartago también. A algunos les pareció que hablaba a la ligera, como cosa propia de su juventud, pero al pueblo, encogido por el miedo, le volió a influir ánimos, ya que los que están asustados se alegran con las promesas, y fue elegido general para Iberia en la convicción de que iba a llevar a cabo algo digno de su coraje. En cambio, los de más edad no lo consideraban coraje sino temeridad. Escipión, al darse cuenta de esto, los convocó de nuevo en asamblea y pronunció otro discurso solemnes en un sentido similar al anterior. Y, tras afirmar que su edad no sería para él impedimento alguno, no obstante les invitó públicamente a que si alguno de sus mayores quería asumir el mando se lo cedería de voluntad. Sin embargo, como nadie aceptó su invitación, rodeado de mayores elogios y admiración, partió con diez mil soldados de infantería y quinientos jinetes, pues le fue imposible llevarse un ejército más numeroso, debido a que Aníbal estaba asolando Italia. También cogió riquezas, otros enseres y veintiocho barcos de guerra, con los que se hizo a la mar rumbo a Iberia.»

19¬. «Después de hacerse cargo del ejército que estaba allí y reunirlo en un solo cuerpo de ejército con las tropas que llevaba, realizó un rito de purificación y se dirigió a ellos también con palabras grandilocuentes. Se extendió al punto por toda Iberia, molesta con los africanos y nostálgica de la noble generosidad de los Escipiones, la noticia de que Escipión, el hijo de Escipión, había llegado como su general por designio de la providencia. Al esterarse Escipión de esto, fingió que realizaba todo como inspirado por la divinidad. Se informó de que los enemigos acampaban en cuatro campamentos, distantes un gran trecho unos de otros, con veinticinco mil soldados de infantería y dos mil quinientos jinetes, pero que tenían su provisión de riquezas, de trigo, armas, naves, prisioneros y rehenes procedentes de toda Iberia en la ciudad llamada antes Sagunto y entonces ya Cartago Nova, y de que la custodiaba Magón con diez mil cartagineses. Decidió atacarles, en primer lugar, a causa del escaso número de tropas que estaban con Magón y de la gran cantidad de provisiones, y con la idea de tener a esta ciudad como una base segura de operaciones por tierra y por mar contra toda Iberia, ya que poseía minas de plata, un territorio fértil y mucho oro, y constituía el paso más corto a África.»

Cartago Nova.

20¬. «Animado por estos cálculos y sin haberle comunicado a nadie por dónde pensaba atacar, al ponerse el sol condujo al ejército durante toda la noche hasta Cartago Nova. Al amanecer, en medio del estupor de los africanos, empezó a cercar la ciudad con una empalizada y se preparó para el día siguiente, apostando escaleras y máquinas de guerra por todo alrededor de la misma, excepto por una sola parte en la que el muro era más bajo y estaba bañada por una laguna y el mar, por lo que la vigilancia era menos intensa. Habiendo cargado durante la noche todas las máquinas con dardos y piedras y tras apostar frente al puerto de la ciudad a sus naves a fin de que las de los enemigos no pudieran escapar a través de él pues confiaba absolutamente en apoderarse de la ciudad a causa de su elevada moral, antes del amanecer hizo subir al ejército sobre las máquinas, exhortando a una parte de sus tropas a entablar combate con los enemigos desde arriba y a otra parte a empujarlas contra el muro por su parte inferior. Magón, a su vez apostó a sus diez mil hombres en las puertas, con la intención de salir, cuando se les presentara la ocasión, con sólo las espadas pues no era posible usar las lanzas en un espacio estrecho y envió a los restantes a las almenas. También se tomó él el asunto con mucho celo colocando numerosas máquinas, piedras, dardos y catapultas. Hubo gritos y exhortaciones por ambas partes, ninguno quedó atrás en el ataque y el coraje, lanzando piedras, dardos y jabalinas, unos con las manos, otros con las máquinas y otros con hondas. Y se sirvieron con ardor de cualquier otro instrumento o recurso que tuvieran en sus manos.»

21¬. «Las tropas de Escipión sufrieron mucho daño. Los diez mil soldados cartagineses que estaban junto a las puertas, saliendo a la carrera con las espadas desenvainadas, se precipitaron contra los que empujaban las máquinas y causaron muchas bajas pero no sufrieron menos. Finalmente, los romanos empezaron a imponerse por su laboriosidad y constancia. Entonces cambió la suerte, porque los que estaban sobre las murallas se encontraban ya cansados y los romanos consiguieron adosar las escalas a los muros. Sin embargo, los cartagineses que llevaban espadas penetraron a la carrera por las puertas y cerrándolas tras ellos se encaramaron a los muros. De nuevo la lucha se hizo penosa y difícil para los romanos hasta que Escipión, su general, que recorría todos los lugares dando gritos y exhortaciones de ánimos, se dio cuenta, hacia el mediodía, de que el mar se retiraba por aquella parte en la que el muro era bajo y lo bañaba la laguna. Se trataba del fenómeno diario de la bajada de la marea. El agua avanzaba hasta mitad del pecho y se retiraba hasta media rodilla. Escipión se percató entonces de esto y comprendió la naturaleza del fenómeno, a saber, que estaría baja durante el resto del día y, antes de que el mar volviera a subir, se lanzó a la carrera por todas partes gritando: «Ahora es el momento, soldados, ahora viene la divinidad como aliada mía. Avanzad contra esta parte de la muralla. El mar nos ha cedido el paso. Llevad las escaleras y yo os guiaré».»

22¬. «Después de coger él, el primero, una de las escaleras, la apoyó contra el muro y empezó a subir cuando aún no lo había hecho ningún otro, hasta que, rodeándole sus escuderos y otros soldados del ejército, se lo impidieron y ellos mismos acercaron, a la vez, gran cantidad de escaleras y treparon. Ambos bandos atacaron con gritos y celo e intercambiaron golpes variados, pero, no obstante, vencieron los romanos. Consiguieron subir a unas torres en las que Escipión colocó trompeteros y hombres provistos con cuernos de caza, y les dio orden de animar y causar alboroto para dar la impresión de que ya había sido tomada la ciudad. Otros, corriendo de aquí para allá, provocaban el desconcierto de igual manera y algunos, descendiendo de un salto desde las almenas, le abrieron las puertas a Escipión. Éste penetró a la carrera con el ejército. De los que estaban dentro algunos se refugiaron en sus casas; Magón, por su parte, reunió a sus diez mil soldados en la plaza pública y cuando éstos sucumbieron se retiró de inmediato con unos pocos a la ciudadela. Pero al atacar, acto seguido, Escipión la ciudadela, como ya no podía hacer nada con unos hombres que estaban en inferioridad numérica y acobardados por el miedo, se entregó él mismo a Escipión.»

23¬. «(…) En la ciudad tomada se apoderó de almacenes con enseres útiles para tiempos de paz y de guerra, gran cantidad de armas, dardos, máquinas de guerra, arsenales para los navíos, treinta tres barcos de guerra, trigo y provisiones variadas, marfil, oro, plata, una parte consistente en objetos, otra acuñada y una tercera sin acuñar, rehenes iberos y prisioneros de guerra y todas aquellas cosas que antes habían quitado a los romanos. Al día siguiente, realizó un sacrificio y celebró el triunfo. Después hizo un elogio del ejército, pronunció una arenga a la ciudad y, tras recordarles a los Escipiones, dejó partir libres a los prisioneros de guerra hacia sus respetivos lugares de origen con objeto de congraciarse a las ciudades. Otorgó las mayores recompensas al que subió en primer lugar la muralla, al siguiente le dio la mitad de ésta, al tercero la tercera parte y a los demás proporcionalmente. El resto del botín ¬lo que quedaba de oro, plata o marfil lo envió a Roma a bordo de las naves apresadas. La ciudad celebró un sacrificio durante tres días, pensando que de nuevo volvía a renacer el éxito ancestral y, de otro lado, Iberia y los cartagineses que habitaban en ella quedaron estupefactos por el temor ante la magnitud y rapidez de su golpe de mano.»

24¬. «Escipión estableció una guardia en Cartago Nova y ordenó que se elevara la muralla que daba al lugar de la marea. Él se puso en camino hacia el resto de Iberia y, enviando a sus amigos a cada región, las atraía bajo su mando de buen grado y, a las demás que se le opusieron, las sometió por la fuerza. Eran dos los generales cartagineses que quedaban y ambos se llamaban Asdrúbal; uno de ellos, el hijo de Amílcar, andaba reclutando mercenarios muy lejos entre los celtíberos , y el otro, Asdrúbal, el hijo de Giscón, enviaba emisarios a las ciudades que todavía eran fieles demandando que permanecieran en esta fidelidad a Cartago, pues estaba a punto de llegar un ejército inmenso, y envió a otro Magón a las zonas próximas a reclutar mercenarios de donde le fuese posible, mientras que él en persona se dirigió contra el territorio de Lersa, que se les había sublevado, y se dispuso a sitiar alguna ciudad de allí. Sin embargo, cuando se dejó ver Escipión, Magón se retiró a Bética y acampó delante de la ciudad. En este lugar fue derrotado de inmediato, al día siguiente, y Escipión se apoderó de su campamento y de Bética.» [Error de Apiano de Bética por Baecula/Bailén]

Carmona

25¬. «Asdrúbal, el hijo de Giscón, concentró el ejército cartaginés, que aún estaba en Iberia, en la ciudad de Carmona, con la intención de atacar a Escipión a la vez con todas sus tropas. Se unieron a él muchos iberos que trajo Magón y muchos númidas mandados por Masinissa. Asdrúbal acampó dentro del recinto fortificado del campamento con la infantería, en tanto que Masinissa y Magón, que estaban al frente de la caballería, vivaqueaban delante de él. Escipión, por su parte, dividió su propia caballería frente a esta disposición del enemigo y, a Lelio, lo envió contra Magón, mientras que él se opuso a Masinissa. Durante un cierto tiempo estuvo en una situación crítica y tuvo un trabajo penoso, porque los númidas lo asaeteaban a él y a sus hombres y se retiraban a continuación para volver de nuevo a la carga. Pero cuando Escipión dio la orden de perseguirlos sin tregua presentando las lanzas, los númidas, al no tener posibilidad de contraatacar, se replegaron huyendo hacia el campamento. Escipión, desistiendo de la persecución, fijó su campamento a unos diez estadios en una posición sólida que había elegido adrede. El número global de las fuerzas enemigas era de setenta mil soldados de infantería, cinco mil jinetes y treinta y seis elefantes. Escipión no contaba siquiera con un tercio de esas tropas. Éste fue el motivo de que estuviera indeciso durante algún tiempo y no ofreciera batalla, entablando solamente escaramuzas.»

26¬. «Pero una vez que empezaron a faltarles las provisiones y el hambre hizo presa del ejército, Escipión juzgó que no era conveniente retirarse. Antes bien, tras realizar un sacrificio, convocó al ejército para dirigirles la palabra nada más concluir éste, y adoptando una vez más el rostro y la postura de un inspirado, les dijo que le había llegado el presagio divino habitual y le había exhortado a dirigirse contra los enemigos. Y era necesario tener más confianza en el dios que en el número de tropas del ejército, pues también habían obtenido las victorias precedentes en razón al favor divino y no por su fuerza numérica. Y, con objeto de inspirar confianza en sus palabras, ordenó a los adivinos que llevasen al centro de la asamblea las entrañas de las víctimas sacrificadas. Mientras hablaba, observó que algunos pájaros estaban revoloteando y, volviéndose bruscamente allí mismo con un movimiento rápido y un alarido, los señaló y dijo que los dioses también se los habían enviado como símbolos de victoria. Les acompañaba en sus movimientos clavando sus ojos en ellos y gritando como un inspirado. Todo el ejército seguía a un mismo tiempo las gesticulaciones de aquél, que giraba de acá para allá, y todos se sintieron llenos de ardor como ante una victoria segura. Escipión, cuando tuvo todo tal como había planeado, no vaciló ni permitió que su ardor se enfriara, sino que, como un inspirado todavía, afirmó que era necesario entablar combate al punto, después de estas señales. Dio la orden de que tomaran las armas después de comer y los condujo contra los enemigos sin que éstos los esperaran. Puso al frente de la caballería a Silano y al frente de la infantería a Lelio y Marcio.»

27¬. «Asdrúbal, Magón y Masinissa, cuando Escipión les atacó de modo repentino, mediando tan sólo diez estadios entre ambos ejércitos, armaron a sus tropas, que aún no habían comido, con toda rapidez, confusión y tumulto. Se entabló un combate a la vez con la infantería y la caballería, la caballería romana prevaleció por su misma táctica, persiguiendo sin tregua a los númidas acostumbrados a retroceder y volver al ataque. A estos últimos, a tan corta distancia, de nada les servían sus dardos. La infantería, sin embargo, se encontraba en situación desesperada a causa del número de los africanos y se veían superados a lo largo de todo el día. Con todo, Escipión no consiguió cambiar la suerte de la batalla, aunque corría a su lado y los animaba sin cesar. Finalmente, entregando su caballo a un muchacho tomando un escudo de las manos de un soldado, se lanzó a la carrera, solo como estaba, en el espacio abierto entre los dos ejércitos gritando: «Venid, romanos, en socorro de vuestro Escipión que corre peligro». Entonces, al ver los que estaban cerca en qué grado de peligro se encontraba y al enterarse de ello los que estaban lejos, movidos todos de igual modo, por un sentimiento de pudor y temiendo por la seguridad de su general, cargaron a la carrera furiosamente contra los enemigos con alaridos. Los africanos, incapaces de resistir este ataque, cedieron, pues se daba además la circunstancia de que les faltaban las fuerzas al atardecer, por no haber probado alimentos. En poco tiempo perecieron en gran número. Éste fue el resultado que obtuvo Escipión en la batalla celebrada en las cercanías de Carmona y cuyo desenlace fue incierto durante mucho tiempo. En ella los romanos perdieron ochocientos hombres y las bajas enemigas fueron de quince mil hombres.» [Polibio la sitúa en Ilipa, llamada Silpia por Livio, la actual Alcalá dl Río]

28¬. «Después de este combate, los cartagineses se seguían retirando con toda rapidez y Escipión los seguía, causándoles daños y bajas cuantas veces podía ponerles la mano encima. Pero cuando ellos ocuparon un lugar bien protegido, con agua y comida abundante, y no se podía hacer otra cosa que sitiarlos, a Escipión le apremiaban otras tareas, de modo que dejó a Silano para establecer el asedio y él se marchó a otras partes de Iberia y las sometió. Los cartagineses que sufrían el sitio por Silano retrocedieron y, finalmente, llegando al estrecho cruzaron a Gades. Silano, tras infligirles todo el daño que pudo, se reunió con Escipión en Cartago Nova. A Asdrúbal, el hijo de Amílcar que estaba todavía levando tropas en torno al océano septentrional, le ordenó su hermano Aníbal que invadiera de inmediato Italia. Y él, con objeto de pasar inadvertido a Escipión, siguiendo por la costa del océano septentrional, cruzó los Pirineos hacia la Galia con los celtíberos que había reclutado. De este modo, Asdrúbal se encaminó hacia Italia a marchas forzadas sin que lo supieran los italianos.»

31¬. «Por estas fechas, algunos celtíberos e iberos cuyas ciudades se habían pasado a los romanos todavía seguían sirviendo a Magón en calidad de mercenarios. Marcio los atacó y dio muerte a mil quinientos, y el resto escapó para refugiarse en sus ciudades. A otros setecientos jinetes y seis mil soldados de infantería guiados pos Annón los copó en una colina. desde donde, al carecer de todo, enviaron mensajeros a Marcio para conseguir una tregua. Éste les comunicó que pactaría cuando les entregaran a Annón y a los desertores. Entonces, ellos se apoderaron de Annón, aunque era su propio general, mientras escuchaba las propuestas, y de los desertores, y se los entregaron. Marcio reclamó también prisioneros. Cuando los hubo obtenido, les ordenó a todos que llevasen una cantidad estipulada de dinero a un determinado lugar de la llanura, pues no eran propios de los suplicantes los lugares elevados. Una vez que bajaron a la llanura, les dijo: «Acciones merecedoras de la muerte habéis cometido vosotros que, teniendo a vuestros lugares patrios sometidos a nosotros, escogisteis combatir contra ellos al lado de los enemigos. No obstante, os concedo marcharos sin sufrir castigo si deponéis vuestras armas». Sin embargo, la indignación se apoderó de todos a la vez y gritaron que no entregarían las armas. Tuvo lugar un combate encarnizado en el que la mitad de los celtíberos cayó tras haber opuesto una feroz resistencia, y la otra mitad consiguió ponerse a salvo junto a Magón. Éste hacía poco que había llegado al campamento de Annón con sesenta navíos y al enterarse del desastre de éste, navegó hasta Gades y, sufriendo por el hambre, aguardó el futuro de los acontecimientos.» Cástax e Ilurgia.

32¬. «Mientras Magón estaba inactivo, Silano fue enviado por Escipión a someter la ciudad de Cástax, pero como sus habitantes le recibieron de manera hostil, fijó su campamento ante ellos y lo comunicó a Escipión. Éste envió por delante un equipo de asedio y lo siguió, pero desviándose en su camino, atacó a la ciudad de Ilurgia. Dicha ciudad era aliada de los romanos en tiempos del anterior Escipión, pero cuando aquél murió, se pasó en secreto al bando cartaginés y, después de haber acogido a un ejército romano como si fuera todavía amiga, lo entrego a los cartagineses. Por este motivo, Escipión, lleno de ira, tomó la ciudad en cuatro horas y, pese a estar herido en el cuello, no desistió del combate hasta conseguir el triunfo. Y su ejército, por la misma razón, olvidándose del saqueo y sin que nadie se lo ordenara, mató cruelmente incluso a los niños y a las mujeres, hasta dejar reducida a la ciudad a sus cimientos. Después de llegar a Cástax, Escipión dividió al ejército en tres cuerpos u mantuvo a la ciudad bajo vigilancia, pero no comenzó el combate para dar tiempo a sus habitantes a cambiar de actitud, pues había oído que estaban dispuesto a ello. Y éstos, tras atacar y dar muerte a aquella parte de la guarnición que se oponía, entregaron la ciudad a Escipión. Este último estableció una nueva guarnición y colocó la ciudad bajo el mando de uno de sus propios ciudadanos que gozaba de alta reputación. Retornó entonces a Cartago Nova, enviando a Silano y a Marcio a la zona del estrecho para que devastaran todo cuanto pudiesen.»

Astapa.

33¬. «Astapa era una ciudad que, siempre y en bloque, había permanecido fiel a los cartagineses. Sus habitantes, en esta ocasión en que Marcio tenía establecido el cerco en torno a ellos, convencidos plenamente de que si los romanos los apresaban los iban a reducir a la esclavitud, reunieron todos sus enseres en la plaza pública y tras apilarles alrededor troncos de madera, hicieron subir sobre la pila a los niños y mujeres. Tomaron juramento, a cincuenta hombres notables de entre ellos, de que, cuando la ciudad fuera apresada, Matarían a las mujeres y los niños, prenderían fuego a la pila y se degollarían a sí mismos. Los astapenses, poniendo a los dioses por testigos de estas cosas, se lanzaron a la carrera contra Marcio, que no sospechaba nada, por lo que hicieron replegarse a sus tropas ligeras y a la caballería. E incluso, una vez que estuvo dispuesta la legión con sus armas, las tropas de los astapenses eran, con mucho, las más destacadas por combatir a la desesperada, pero, no obstante, se impusieron los romanos por el número, ya que por el valor no fueron inferiores en absoluto los de Astapa. Y cuando todos estuvieron muertos, los cincuenta que quedaban degollaron a las mujeres y a los niños, prendieron el fuego y se arrojaron a sí mismos a él, dejando a los enemigos una victoria sin provecho. Marcio, sobrecogido por el valor de los de Astapa, no cometió ningún acto de violencia contra sus casas.»

37¬. «Indíbil, uno de los reyes que había llegado a un acuerdo con él, realizó una incursión en una parte del territorio sometido a Escipión mientras estaba amotinado el ejército romano. Y cuando Escipión marchó contra él, sostuvo el combate con bravura y mató a mil doscientos romanos, pero al haber perdido a veinte mil de los suyos, se vio obligado a pedir la paz. Y Escipión le puso una multa y llegó a un acuerdo con él. Masinissa, sin que A Asdrubal se percatase, cruzó el estrecho, y entablando relaciones de amistad con Escipión, juró combatir como su aliado, si llevaba la guerra contra África. (…)Y Magón, el almirante, habiendo perdido la esperanza en los asuntos de Iberia a juzgar por la situación presente, se hizo a la mar rumbo al país de los ligures y los celtas , y se dedicó a reclutar mercenarios. Mientras andaba ocupado en estos asuntos, los romanos se apoderaron de Gades, que habia sido abandonada por Magón.»

38¬. «A partir de ese momento, poco antes de la olimpíada ciento cuarenta y cuatro, comenzaron a enviar anualmente, a los pueblos de Iberia conquistados, pretores en calidad de gobernadores o superintendentes para mantener la paz. Y Escipión, despues de dejarles un ejército pequeño adecuado a un asentamiento pacífico, establecio a los soldados heridos en una ciudad que llamó Itálica, tomando el nombre de Italia. Es la patria de Trajano y Adriano, quienes más tarde fueron emperadores de los romanos. Y él partió rumbo a Roma con una gran flota, adornada con magnificiencia y repleta a un tiempo de prisioneros, riquezas, armas y un variado botín. (…)Entretanto, Indíbil, una vez que Escipión había partido, se sublevó de nuevo. Los generales de Iberia lo mataron tras reunir todo el ejército que tenían en las guarniciones y otra fuerzas procedentes de los pueblos sometidos. A los culpables de la sublevación, después de hacerles comparecer en un juicio, les condenaron a muerte y confiscaron sus propiedades. A los pueblos que participaron con él en el levantamiento les impusieron una multa, los despojaron de sus armas, les exigieron rehenes y les impusieron guarniciones más fuertes. Todos estos sucesos tuvieron lugar inmediatamente después de la partida de Escipión, y éste fue el resultado de la primera contienda romana en Iberia.»

Otras batallas fuera de Iberia

La batalla de Cannas.

20 ¬. «(…) [Aníbal] Armó a quinientos celtíberos con espadas más cortas bajo sus túnicas, además de sus espadas grandes, para que las usaran cuando él les diera la señal. (..)»

22¬. «Al fracasar también esta maniobra, Aníbal dio la orden a los quinientos celtíberos. Y ellos, saliendo de sus filas, se pasaron a los romanos, y les presentaron los escudos, las lanzas y las espadas visibles, como si fueran desertores. Servilio, tras elogiarlos, les quitó al punto sus armas, y los situó detrás, en la retaguardia sólo con sus túnicas, según creía, (…)»

23¬. «En este momento, los quinientos celtíberos, al ver que se había presentado la oportunidad prometida, extrajeron de los pliegues de las túnicas sus espadas cortas y dieron muerte, primero a los de la retaguardia. A continuación, tras arrebatarles sus espadas de mayor tamaño, los escudos y las lanzas, cargaron contra todo el frente de la línea de batalla saltando de un lugar a otro sin discriminación. Y fueron éstos los que llevaron a cabo, en grado máximo, una carnicería espantosa, pues estaban situados al final de todos. Las desgracias que aquejaban ya entonces a los romanos eran grandes y de índole diversa, agobiados en su lucha por los enemigos en el frente de batalla, rodeados por emboscadas en los flancos y diezmados en sus filas. No podían volverse contra estos últimos, debido al ataque del enemigo en el frente, y tampoco los reconocían con facilidad, ya que portaban escudos romanos. Y, sobre todo, lo que más les perturbaba era la polvareda, pues no podían hacerse siquiera una idea de lo que ocurría. Y, como sucede en las ocasiones de desorden y pánico, consideraron su situación peor de lo que era en realidad y a los emboscados más numerosos. Ni siquiera sabían que los quinientos celtíberos eran quinientos, sino que pensaban que todo su ejército estaba rodeado por la caballería y los desertores. Así que, dando la vuelta, huyeron en desorden; (…)»

30¬. «Como quiera que la caballería celtíbera, que combatía con Aníbal como mercenaria, luchaba con todo éxito, los generales romanos en Iberia pidieron un número igual de jinetes a las ciudades que estaban bajo su mando y los enviaron a Italia como contrapartida de aquéllos. Éstos, cuando acamparon cerca de Aníbal se mezclaron con sus compatriotas e intentaron hacerles cambiar de fidelidad. Muchos, en efecto, cambiaron de parecer y desertaron o huyeron en secreto y ya ni siquiera el resto mereció la confianza de Aníbal, por ser sospechoso a sus ojos y, a su vez, sospechar ellos de él. Así pues, a partir de este momento, Aníbal empezó a tener peor suerte.»

La batalla del Metauro

52¬. «Entretanto, Asdrúbal, el hermano de Aníbal, marchó a Italia con el ejército que había reclutado entre los celtíberos. (…) los romanos (…) marcharon contra él (…) Asdrúbal se retiró, porque no deseaba luchar sino reunirse a toda prisa con su hermano.(…) los romanos los atacaron (…) mataron a la mayoría junto con sus oficiales, e incluso al propio Asdrúbal, (…)»

53¬. «(…) De los celtíberos que lograron huir del desastre, unos se dirigieron hacia su patria, y otros, al lado de Aníbal.»

La batalla de Zama

46¬. «(…) estaba equilibrada la contienda y se luchaba con fiereza, (…) hasta que Aníbal, al ver un cuerpo de tropas de iberos y celtas sobre una colina, cabalgó hacia ellos con la idea de conducirlos a la batalla. Entonces, los que estaban combatiendo, sin conocer el motivo de su retirada y pensando que se trataba de una fuga, abandonaron voluntariamente el combate y huyeron en desorden, no precisamente pro donde habían visto irse a Aníbal, sino según le venía bien a cada uno. Los romanos, a su vez, creyendo que había terminado la batalla, les persiguieron en desorden, sin comprender tampoco ellos el propósito de Aníbal.»

47¬. «Pero éste regresó de la colina reforzado por las tropas de iberos y celtas, y Escipión de nuevo hizo volver a toda prisa de la persecución a los romanos y formó una línea de batalla mucho más nutrida que las tropas que habían descendido de la colina, por lo que los venció sin dificultad. Aníbal, al haber fracasado también en este último intento, huyó ya claramente, perdidas todas las esperanzas. (…) la noche lo protegió y, al amparo de las sombras, con veinte jinetes , los únicos que fueron capaces de finalizar con él la huida, se refugió en una ciudad llamada Ton. Allí encontró a muchos jinetes brucios e iberos que habían huido después de la derrota. Por tanto, temiendo a los iberos como bárbaros impulsivos y a los brucios, italianos compatriotas de Escipión, huyó en secreto con un solo jinete en el que confiaba plenamente. (…)»

48¬. «(…) Trescientos iberos desertaron a Escipión (…)»